7 febrero 1992

Los etarras quieren sembrar de cadáveres el año olímpico de España

La organización terrorista ETA asesina a cuatro militares y un civil con una bomba en la Plaza de Cruz Verde

Hechos

El 6.02.1992 una bomba colocado por un comando de Euskadi Ta Askatasuna asesinó a D. Emilio Tejedor, D. Juan Antonio Núñez, D. Ramón Carlos Navia, D. Antonio Ricote y D. Francisco Carrillo.

Lecturas

El 6.02.1992 una bomba colocado por un comando de Euskadi Ta Askatasuna asesinó a D. Emilio Tejedor, D. Juan Antonio Núñez, D. Ramón Carlos Navia, D. Antonio Ricote y D. Francisco Carrillo.

EL ABC PIDE LA ILEGALIZACIÓN DE HERRI BATASUNA

cruzverde2 El diario ABC de D. Luis María Anson pidió en su portada al día siguiente del atentado la ilegalización de Herri Batasuna. El diario EL PAÍS de D. Joaquín Estefanía realizó una portada más informativa que «opinativa», pero sí dedicó su editorial a reprochar su actitud a HB la formación afín a ETA.

07 Febrero 1992

Juntacadáveres

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

Leer

TRES PORTAVOCES de Herri Batasuna (HB) ofrecieron el pasado lunes una rueda de prensa destinada a revelar el contenido de la carta que días antes habían dirigido al presidente del Gobierno. Los portavoces insistieron hasta la obsesión en rechazar «la falsa imagen de que ETA se encuentre debilitada». Ayer, unos canallas tradujeron esa obsesión a la práctica asesinando en Madrid a cinco personas. Hay un malentendido. Nadie dudaba de que ETA fuera capaz de las mayores barbaridades. Ciertamente, para ordenar, realizar o justificar atentados como el de ayer hace falta una dosis poco frecuente de inhumanidad, de falta de escrúpulos. Pero ya sabíamos que ETA y sus amigos eran así de infames. No hacía falta matar a cinco seres y herir a siete más para demostrarlo.Tampoco existen dudas sobre la considerable cobardía que es preciso atesorar en el corazón para salir a la calle a jalear a los que hacen estallar los coches bomba. No hace falta que lo demuestren, y si es por eso, ni siquiera es preciso que acudan mañana a la manifestación convocada por HB en respuesta a la que la pasada semana congregó en Bilbao a muchos vascos hartos de ETA y de su obsesión por juntar cadáveres para probar que no está debilitada. Siempre, en todas las sociedades, habrá personas cuya flaqueza moral les lleve a alinearse tras los asesinos. Si ETA ha vuelto a matar en vísperas de esa manifestación -es decir, si al conocer la convocatoria no ha suspendido el atentado que tenía preparado- es también para que no haya dudas sobre su significado: el de un acto de adhesión en el que los apocados deseosos de caer bien a los terroristas puedan aliviar su miedo clamando: «ETA, mátalos».

El terrorismo aspira a imponerse mediante el temor que suscita. Nunca ha pretendido convencer, sólo vencer. Pero lo singular del terrorismo, aquello que lo diferencia de otras prácticas coactivas, consiste en que esa relación entre el objetivo de imponer algo y el procedimiento de atemorizar a alguien necesita la mediación de la publicidad: que sus crímenes se conozcan, que se hable de ellos. Lo que buscan con sus atentados no es causar bajas en el enemigo, sino extender la amenaza. Que nadie se sienta fuera de peligro, y que su temor haga a algunos sectores de la población volver sus ojos hacia el Gobierno legítimo para reclamar: «Soluciones, ya». Es decir: que se acceda a las peticiones de los terroristas, que se negocie con ellos, que se busquen soluciones políticas; o bien: que se instaure la pena de muerte, que vuelvan los GAL.

Frente a esas falsas salidas, ambas derrotistas, se elevan los principios inspiradores de los pactos contra el terrorismo: unidad y firmeza de las fuerzas democráticas en el rechazo a cualquier negociación que implique concesiones políticas a los terroristas; apoyo a la acción antiterrorista de la policía, y colaboración ciudadana con los diversos cuerpos y fuerzas de seguridad; aislamiento social de quienes amparan y justifican a los asesinos. Esto último, que afecta singularmente a la sociedad vasca, implica reaccionar con firmeza frente a quienes se amparan en su parentesco con ETA para imponer silencio a todo el que no les ríe las gracias. Implica también que las personas influyentes en la opinión pública, sean políticos, periodistas o pastores, abandonen esa pretensión de neutralidad que les lleva a buscar causas -históricas, políticas, sociológicas- para lo inexplicable. Ninguna causa imaginable justifica los crímenes de ETA. Sólo su cobardía y la de sus palafreneros.

08 Febrero 1992

La espiral que desea ETA

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

Leer

HAN pasado cuarenta y ocho horas. Han terminado los funerales, los discursos, las declaraciones. Pero el impacto subliminal del atentado terrorista del jueves sigue conmocionando a la sociedad. No hay más que escuchar en la calle los airados comentarios de muchos ciudadanos. Quienes sembraron la muerte en la Plaza de la Cruz Verde tenían perfectamente calculados los frutos de la indignación y su peligrosa secuela de intolerancia y afán de venganza. Su propósito era inocular con la violencia el germen de la violencia. Porque lo que ETA busca es activar un mecanismo que parecía ya oxidado: la espiral acción-reacción de los últimos años del franquismo y de los primeros de la transición. Una dinámica que permita generalizar el odio entre españoles y vascos y vascos entre sí y que sirva para reconquistar, de paso, a sectores nacionalistas de Euskadi, explotando con calculada eficacia la baza del victimismo. La agitada secuencia de estos dos últimos días ofrece un completo muestrario de tal fenómeno: viscerales «prontos» de ciudadanos de a pie; corrientes generalizadas en favor de la pena de muerte; peticiones de ilegalizar a Herri Batasuna; solicitud de cierre del diario «Egin» -que ayer titulaba significaba su portada: «Crispación en las más altas instancias del Estado»-; mientras desde algunos medios de comunicación se daba pábulo al exabrupto y a la reacción apasionada. Si dejarse llevar por la rabia, el dolor y la indignación es hasta cierto punto disculpable en el hombre de la calle, supondría una imprudente temeridad en quienes tienen responsabilidades políticas o como forjadores de la opinión pública. Por fortuna, el Gobierno ha dado esta vez, ante un difícil envite, pruebas de serenidad y de rigor intelectual. Desde el propio Felipe González hasta Narcís Serra, que hizo gala de reflejos al reunirse con la cúpula militar el mismo día del atentado, pasando por García Vargas quien, de forma significativa, dijo ayer en los funerales de las víctimas: «Comparto el malestar de las Fuerzas Armadas que, sin embargo, coincide con una gran firmeza y serenidad, que tiene también el Gobierno y espero que compartan todos los estamentos del Estado». Sin abdicar de la contundencia en la lucha antiterrorista, poniendo en juego todos los recursos policiales, diplomáticos y judiciales -tal como señalábamos en nuestro editorial de ayer-, es preciso conservar el rigor y la frialdad necesarios para neutralizar la peligrosa espiral que ETA persigue desencadenar a golpes de cochebomba. Gran parte de la batalla estaría perdida en el momento en que los terroristas consiguieran su propósito de hacer perder al Estado y a la sociedad los modos democráticos.