16 junio 1977

La prensa española ante los resultados de las Elecciones Generales de 1977 (Legislatura Constituyente)

Hechos

El 16 de junio de 1977 los periódicos dieron los resultados de las elecciones generales de 1977 para la Legislatura Constituyente.

16 Junio 1977

Un análisis y una interpretación

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián)

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LA UNION del Centro Democrático ha obtenido en toda España algo más de, un tercio de los votos; exactamente el 34%, cuando el 70% de los votos han sido contabilizados. El Partido Socialista Obrero Español ha ganado puestos a medida que avanzaba el escrutinio y ha llegado a situarse en un 27%. La Alianza Popular, esto es, el franquismo ortodoxo, no ha podido sobrepasar el 8 %. Y ha igualado sus resultados a los del Partido Comunista. Nos encontramos, pues, con dos grandes formaciones en el centro izquierda y en el centro derecha, que dominan el panorama de esta primera elección. Estas primeras cifras habrán de completarse con las de las grandes ciudades, normalmente más inclinadas a la izquierda. Entretanto, el Gobierno no ha facilitado, hasta la tarde de hoy, resultados suficientemente completos, sino estimaciones y previsiones que apenas tienen que ver con una información digna de una jornada electoral.Dos hechos adicionales deben ser analizados: la izquierda -o el conjunto de fuerzas democráticas, no franquistas- deben añadir a su porcentaje el de las grandes formaciones catalanas y vascas que han votado contra la UCD y contra Alianza Popular. Son significativos los datos de Barcelona, según los cuales el Centro no aparece sino en cuarto lugar del escrutinio, mientras la Alianza ocupa el sexto. La segunda consideración se refiere al voto de las grandes áreas urbanas e industriales: en ellas el Gobierno ha sido derrotado por porcentajes más o menos fuertes, pero el voto no ha ido a parar a los partidos proletarios, sino que ha engrosado las cifras del PSOE.

Lo más importante de la jornada electoral es el sentido cívico con que se ha votado. España es un país con una conciencia política despierta en él que la primera elección democrática ha provocado una afluencia muy alta, superior al 80%. Después de cuarenta años de arrasamiento del sentido político, tras sólo un año y medio de pre-democracia, veinte millones de electores han votado, sin desaprovechar la primera ocasión de expresar la voluntad popular. La segunda conclusión, con las cifras a la vista, es ésta: los españoles eligen mayoritariamente el cambio. Quieren cambiar porque mayoritariamente desechan cualquier prolongación del franquismo. Uno de los ejes de la nueva situación pasa así por el Partido Socialista Obrero Español, que es, en definitiva, un partido occidental, comparable a las grandes formaciones socialistas y socialdemócratas europeas.

Hay otro aspecto decisivo: España demuestra ser, tras la jornada de ayer, un país moderno con problemas de país moderno. Estamos ante una sociedad mayoritariamente urbana, juvenil e industrial.

Habrá que ver ahora si los partidos que han recibido la confianza popular cuentan con la infraestructura y la capacidad para organizar la compleja máquina del Estado en una etapa de grave crisis económica.

Por su parte, las Fuerzas Armadas han querido simbolizar también con su presencia ante las urnas su papel de garantes de estos primeros comicios.

A pesar del vacío político legado por la etapa anterior, a pesar de las frecuentes manipulaciones televisivas y de la tromba gubernamental caída sobre el Centro Democrático, éste ha sido un día en el que la sociedad española ha dado un paso de gigante hacia la racionalidad y la convivencia.

Hay que considerar también un fenómeno de largo alcance: mantenidas en la clandestinidad, perseguidas, materialmente imposibilitadas de actuar durante años y años, las fuerzas democráticas, socialistas, comunistas, autonomistas, liberales o cristianas han dado prueba de una capacidad de resistencia, de un arraigo que contrasta con los pobres resultados del franquismo ortodoxo.

Sumados los votos de Alianza Popular. y de la parte del, Centro que resulte genealógicamente heredera del antiguo régimen, nos encontramos con que éste no contaba con la mayoría del país, a no ser que ésta haya dado un vuelco de criterio en el espacio de dieciocho meses. Esta es la más grave derrota moral del franquismo y la demostración de su ilegitimidad final. Se comprende por qué el general Franco fabricó dos referéndums, pero no hizo nunca verdaderas elecciones.

¿Cuál es el equilibrio que se deduce de estos datos? En la izquierda predomina un partido caracterizado por su defensa. de la libertad y su emplazamiento en la zona templada. Mientras que en la derecha obtiene el liderazgo, como se esperaba, la Unión de Centro Democrático, una heterogénea alianza de hombres del presidente, democristianos, socialdemócratas y liberales, a quienes une lo que podría llamarse un «pacto de renuncia a la perpetuación de la dictadura». El PSOE, por su parte, no debe olvidar la confianza que sus electores depositan en el sentido de la responsabilidad del partido. Un partido convertido en un año en el primero de España, gracias, en buena parte, al voto joven y al voto burgués. Un partido al que se ha respaldado por su imagen -más socialdemócrata que marxista-, antes que por su programa o su ideología.

Sólo hace unas semanas la mayor preocupación del presidente Suárez y de algunos de sus aliados del Centro Democrático era que su victoria no resultara excesiva. El motivo último de ese deseo no era tanto la buena voluntad, sino la mala conciencia. Porque eran perfectamente conscientes de que las ventajas de salida del partido del Gobierno -el mero hecho del ejercicio del poder en un país todavía amedrentado por la represión, el sesgo favorable al Gobierno del monopolio televisivo, el control de los gobiernos civiles y la Administración local eran enormes. Un éxito arrollador, pensaban, pondría excesivamente de relieve esos privilegios graciosamente concedidos por la historia a todo Gobierno que sale de una larga etapa de autoritarismo.

Y, sin embargo, los dados han rodado de manera bien diferente.

Por lo demás, no hay que engañarse. Sólo en las grandes capitales y en las zonas desarrolladas ha podido expresarse el voto en las condiciones de libertad y veracidad propias de una democracia moderna. Aunque los resultados globales en toda la Península puedan crear el espejismo de un menguado éxito gubernamental, el voto de los ciudadanos informados y libres de las grandes ciudades y de las áreas desarrolladas sitúan la jornada electoral de ayer en sus justos límites.

Si el talante democrático del presidente Suárez y de sus aliados es sincero, su análisis de las elecciones generales coincidirá con el nuestro. Aunque la ley de Reforma, tomada al pie de la letra, se lo permita, el presidente Suárez no está en condiciones de gobernar en solitario. Los usos constitucionales, que han forjado las monarquías parlamentarias de la Europa occidental, exigen que el Gobierno esté respaldado por una mayoría parlamentaria, y nada perece indicar que vaya a ser así

17 Junio 1977

Necesidad de un consenso nacional

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián)

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EL RESULTADO de las elecciones generales a Cortes sitúa a la cabeza de las formaciones políticas nacionales a la Unión de Centro Democrático y al Partido Socialista Obrero Español. Se podría decir que Adolfo Suárez ha ganado la carrera; pero en realidad el gran triunfador de la jornada ha sido Felipe González. También hay que incluir entre las opciones bien situadas a las que, en Cataluña y Euskadi, han defendido la autonomía.Y cabe asimismo una reflexión inicial. Cuando, en el primer estallido de la libertad en España, se multiplicaron los partidos y los minipartidos, los grupos y grupúsculos de toda índole, los enemigos más o menos disfrazados de la democracia se frotaban las manos. «¿Ven ustedes -parecían decir- cómo España es un país ingobernable, no preparado para la democracia? Ya lo decíamos nosotros.» La realidad del escrutinio ha arrasado estos esquemas y estas coartadas prefabricadas. El sereno veredicto del pueblo ha dejado sólo dos grandes formaciones, y unos pocos partidos más representativos a nivel nacional. El peligro tal vez pueda ser otro: el de la división del país en dos. Ello es lo que ahora hay que evitar a toda costa.

El éxito de la UCD y el PSOE ha ocasionado así la pérdida de posiciones de sus competidores directos. La victoria del partido gubernamental ha barrido del escenario a la Federación Demócrata Cristiana, encabezada por los señores Ruiz-Giménez y Gil-Robles. El impetuoso avance del PSOE ha perjudicado gravemente al PSP y sus aliados, además de pulverizar al llamado PSOE histórico. Por lo demás, el PCE no ha conseguido rebasar, fuera de Cataluña, las fronteras de su clientela ideológica. El voto genéricamente democrático y antigubernamental, al que también aspiraban los comunistas, ha ido mayoritariamente hacia el PSOE.

Pero el mayor derrotado de la jornada es, sin duda, Alianza Popular. Una coalición que fue creada el pasado mes de septiembre, precisamente con la pretensión de querer ganar estas elecciones por mayoría absoluta. La espectacular derrota de la coalición encabezada por el señor Fraga linda con la catástrofe. Y es la más importante lección que se puede extraer de los comicios celebrados anteayer. La voluntad de los electores ha mostrado hasta qué punto eran infundadas y fantásticas las esperanzas de los ex ministros de Franco, quienes, en la soledad y adulación del Poder, confundieron el silencio de los ciudadanos, provocado por la represión y el amedrentamiento, con la adhesión política. Evidentemente, por una vez quien callaba lo hacía a la fuerza, no porque otorgara. Los comicios del 15 de junio proyectan una nueva luz sobre las cuatro décadas que nos anteceden. El franquismo pertenece ya a la historia. El país debe olvidar los espectros del pasado y afrontar resueltamente su futuro.

Y evidentemente los dos grandes protagonistas de nuestro futuro inmediato son la UCD y el PSOE, que han contraído una grave responsabilidad ante un electorado que les ha respaldado masivamente. Y es que las tareas y problemas que debe afrontar España no podrán ser resueltos sin una colaboración entre esas dos formaciones políticas. La ley de Reforma no puede ya ser tomada al pie de la letra para la designación del presidente del Gobierno. Tras las elecciones, el señor Suárez necesitará, para seguir en su puesto, no sólo la confianza del Rey, sino también el refrendo de la mayoría de las Cortes. Las monarquías parlamentarias descansan sobre usos constitucionales que en ocasiones no han sido formalizados por escrito. Ahora bien, es un hecho que la UCD no dispone de la mayoría absoluta ni en el Congreso de Diputados, que es la Cámara donde mejor se expresa la soberanía popular, ni en el Senado. Pero hay más. Ni siquiera una hipotética mayoría absoluta habría permitido a la UCD afrontar en solitario el temible tramo de reformas constitucionales y medidas de urgencia que ahora se inicia, con una oposición tan sólida y unida como la que representan los diputados y senadores de un solo partido: el PSOE.

Las correcciones a la proporcionalidad en el Congreso y el sistema mayoritario en el Senado han premiado, además, a la UCD con un número de escaños proporcionalmente mayor que los«sufragios recibidos. La distancia entre la UCD y el PSOE debe medirse por los votos recibidos en las elecciones al Congreso de Diputados, y no por el número de escaños que ocupa en en la Cámara Baja y en el Senado. Y ese cómputo enseña que un tanto por ciento exacto de los españoles apoya al partido del presidente Suárez y un tanto por ciento no menos concreto al partido de Felipe González.

Por otra parte, si la ventaja de la UCD sobre el PSOE se contabiliza indiscriminadamente a escala nacional el resultado puede ser engañoso. En las zonas rurales, la pervivencia del caciquismo, la influencia de los delegados gubernativos y la información escasa o tergiversada facilitan el voto ciego a favor del Gobierno: en las grandes capitales y en las áreas más desarrolladas se dan condiciones infinitamente mejores para un sufragio libre y ponderado.

Aunque los resultados globales de toda la Península puedan crear el espejismo de un menguado éxito gubernarnental, el voto de los ciudadanos de los más importantes núcleos urbanos y de las regiones más adelantadas han reducido la ventaja favorable a la UCD o incluso han invertido esa relación en beneficio del PSOE.

En cualquier caso, parece evidente que las clientelas electorales de la UCEI y el PSOE, separadas en muchas e importantes cuestiones, tienen al menos un punto común. Estas dos formaciones políticas han recibido el respaldo de la parte de la sociedad española, ampliamente mayoritaria, que desea el cambio y que desecha cualquier solución que signifique la prolongación del franquismo institucional. Esta homogeneidad que deriva de la voluntad de cambio hace indispensable un acuerdo en profundidad entre la. UCD y el PSOE. Sería imposible que las nuevas Cortes -cuya misión debe ser sobre todo constituyente y para dejar paso cuanto antes a la convocatoria de nuevas elecciones legislativas celebradas bajo la nueva normativa y en un clima de libertad real- hicieran frente a sus tareas sin una amplia mayoría parlamentaria, representativa de las grandes fuerzas sociales del país, capaz de consolidar la democracia.

Cuatro son las cuestiones cruciales que se inscriben en el orden del día de las nuevas Cortes: la redacción de una Constitución, la, negociación de los estatutos de autonomía con -por lo pronto- Cataluña y Euskadi, la aprobación de un plan económico de urgencia cuyas cargas estén equitativamente distribuidas entre toda la población, y la renovación de la vida provincial y local mediante la urgente convocatoria de elecciones municipales. Este acuerdo podría quedar fortalecido mediante la entrada en el Gobierno de representantes del PSOE, pero no cabe ignorar que los obstáculos para una coalición de este género son serios y tal vez insuperables: el deseo del señor Suárez de formar un gobierno monocolor y las reticencias del PSOE, vistas las sombrías perspectivas de nuestra economía, a asumir responsabilidades de ese tipo.

Por lo demás, la UCD va a tener que decidir, en breve plazo, si continúa siendo, como hasta ahora, un heterogéneo conglomerado de grupos e ideologías o si se estructura como un partido con pensamiento y disciplina propios. No parece arriesgado apostar por la segunda posibilidad, ya que tanto los hombres del presidente como algunos líderes del antiguo Centro Democrático se han pronunciado a favor de la transformación de la alianza electoral en partido gubernamental. Mayores problemas aguardan al PSOE. Por un lado, los sufragios que se han emitido a su favor encierran, en proporciones imposibles de adivinar, dos tipos distintos de compromisos y lealtades: el voto ideológico socialista, y el voto democrático, puramente político. Es de suponer que esta heterogeneidad del apoyo electoral creará serias tensiones tanto en el seno de esa clientela como en sus relaciones con el partido. Pero hay más. El peso fundamental de la campaña electoral del PSOE ha recaído sobre las espaldas de su primer secretario, Felipe González, cuya figura ha eclipsado al resto de sus compañeros. Queda por despejar la incógnita de si el PSOE cuenta con la potencia de organización, cuadros cualificados, militancia de base, coherencia y disciplina que le exige su electorado. Porque el PSOE debe convertirse en el gran partido -todavía no lo es- que sus votantes, y el país entero, necesitan.