8 diciembre 1985

La Presidenta del Partido Comunista de España, Dolores Ibarruri ‘La Pasionaria’, cumple 90 años

Hechos

El 9.12.1985 Dolores Ibarruri Gómez cumplía 90 años.

08 Diciembre 1985

Pasionaria

EL PAÍS (Director: Javier Pradera)

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HUBO UN momento en España en el que dos mujeres fueron las figuras emblemáticas de los dos grandes movimientos obreros, el comunista y el anarquista: Dolores Ibárruri y Federica Montseny. Las dos viven, e incluso sobreviven a la historia las ideas y las fuerzas que representaron.Dolores Ibárruri, Pasionaria, cumple ahora 90 años y recibe sonetos y flores, pero también denuestos y acusaciones: lo normal en un personaje español. El hecho de que haya sobrevivido a su propio partido, hoy desflecado y perplejo, no quiere decir que los temarios de su vida estén agotados: siguen muriendo los hombres en las minas, como en el tiempo en que aquellos sucesos la lanzaron a la vida pública; sigue siendo motivo de querella el fondo profundo de la II República Española, de la revolución de octubre y de la guerra civil; y hasta la idea de la participación de la mujer en la lucha política. Y, dentro del movimiento comunista, algunas de las tomas de posición de Pasionaria, desde el origen del partido hasta nuestros días, son aún materia de estudio entre los analistas. Todo ello hace que, a pesar de la lejanía de su edad y de su silencio, siga siendo punto de discusión.

Esta dolorosa laica, que aún recuerda el latín, las oraciones y las canciones religiosas de la primera escuela, era el brote negro de un luto eterno por la injusticia, y la representación de una forma de la lucha de clases y del ímpetu revolucionario que hoy han desaparecido de Europa. Para muchos, es la encarnación del antifascismo, más allá de los dogmas del partido que representó y del movimiento de los frentes populares. Un fragmento de historia, capaz de superar con su representación sus propios errores.

Los juicios de valor sobre su actuación política pueden estar hoy empañados, en sentidos opuestos, por lo que piensen los otros supervivientes; quizá la historia futura restaure la realidad de su figura discutida. Pero, fuera de estos juicios, el personaje emblemático mantiene su entereza, la línea que la ha llevado, desde la infancia a los 90 años, dentro de un tráfago de acontecimientos tan intenso como pocas veces se ha conocido, a mantener una misma imagen y una misma personalidad. Pasionaria es un trozo vivo de la historia de este pueblo. Su edad y su trayectoria merecen admiración y respeto, al margen de cualquier ideología y cualquier política.

10 Diciembre 1985

Adivinanza

Jaime Campmany

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Lo más chocante de ese homenaje que se le ha reunido a doña Dolores Ibarruri ‘La Pasionaria’ no es la compasión que se ha derramado sobre los episodios más feroces de su larga vida política. Eso, hasta cierto punto, sería natural y resultaría disculpable. No se va a convocar su homenaje a un personaje político para recordarle sus yerros y sus ferocidades. No iban los organizadores a convocar ese homenaje a don Joaquín Calvo-Sotelo o al don Leopoldo del mismo apellido para que evocaran aquella famosa amenaza en el Parlamento de la República, dirigida a uno de los más destacados, o sea, a don José Calvo-Sotelo, hermano y tío respectivamente de don Joaquín y don Leopoldo: «Este es tu último discurso». Y así fue. Cuando a don José Calvo-Sotelo, tras la amenaza de ‘Pasionaria’, le quitaron la voz a tiros, empezó la guerra civil. Es lógico que los homenajes olvidaran episodio tan célebre como éste, porque no les guiaba un propósito de justicia ni trataban de relatar la Historia de España de esos años con ecuanimidad.

Más chocante que eso es que Televisión Española… bueno, eso de española… bueno, eso de española es un decir, porque la televisión de Calviño va teniendo de española lo que Calviño de académico de la Historia, o de Ciencias Morales y Políticas, más chocante que eso, digo, es que Televisión quisiera convencernos, al presentar la figura singular, combatiente, admirable y siniestra de Dolores Ibarruri, de que se trata de una campeona, de una terca luchadora por la libertad. Pues, mirad, ricos, eso no. La terca lucha, la encarnizada lucha de Dolores Ibárruri no tenía por objeto la libertad del pueblo español, sino la dictadura al estilo soviético. Más aún: la dictadura soviética en su periodo histórico más degradante y tenebroso: el periodo estalinista. Vamos, que ni con Calviño dando saltos mortales por la Historia de España se puede afirmar que La Pasionaria haya sido entre nosotros un Abraham Lincoln o un Thomas Jefferson. Los amores políticos de Dolores Ibaurriri no estaban en Cavour, sino en Stalin. Si la predicación política a la que entregó su vida el personaje, ahora hubiese triunfado en estos páramos, a estas horas no tendría España una sola brinza de democracia. A lo más don Nicolás Redondo estaría representado el papel de Lech Walesa, y cualquier asomo de transición habría sido más o menos como la primavera de Praga. Ni siquiera habríamos asistido al avance del rodillo socialista, sino al de los tanques rusos, como en Budapest.

Lo mejor para los españoles sería no tener que recordar todo esto y no amargar homenajes a figuras políticas que ya son, de algún modo, míticas. Pero es que estos chicos hacen hablar a los muertos y a los mudos. Presentar ahora a doña Dolores Ibarruri como campeona de la libertad, es como reivindicar la figura de fray Tomás de Torquemada como el adalid de la libertad religiosa o de la libertad de expresión. Tendremos que conservar alguna esperana en que esa libertad de la que hablan nuestros socialistas cuando dicen ‘socialismo en libertad’ tenga poco que ver con la libertad que predicaba La Pasionaria.

Pero lo más chocante de ese homenaje en la imagen del autodidacta [Francisco Umbral] levantando el puño. Ahí empieza, más que una evidencia, una adivinanza. El autodidacta – habrán visto ustedes la fotografía – levanta el puño como si se agarrara a la barra de un tranvía llamado. ‘Depúralos, Felipe, presidente, mándalos a Siberia’, decía el autodidacta apenas llegaron esos chicos a la Moncloa ¿QUé otra cosa agarra Umbral en el puño? No sé. Quizá las patas del gallo de Sócarates que Xantipa tenía que llevar a Esculapio. O los bigotes del general Saliquet que tenía que haber muerto en Valladolid. O la cabeza de la VIctoria de Samotracia, a la que el autodidacta le pone un turbante. Hijo, Paco Umbral, que el turbante, a la Victoria de Samotracia, como no se lo pongas en una teresita, ya me dirás.

Jaime Campmany