30 octubre 1984

Será reemplazada como primera ministra por Rajiv Gandhi

La primera ministra india, Indira Gandhi, asesinada a balazos por tres sijs infiltrados en su guardia personal

Hechos

El 30.10.1984 fue asesinada la primera ministra de la Unión India, Indira Gandhi, que fue reemplazada por su hijo Rajiv Gandhi.

Lecturas

La primera ministra de la India, Indira Gandhi, ha sido asesinada hoy en Nueva Delhi por un miembro de su propia escolta. El asesino, que pertenecía a la minoría étnica sij parece haber obrado por venganza: en junio pasado Indira Gandhi había ordenado el asalto al Templo del Oro, en el Punjab, núcleo de la revuelta sij.

Nacida en Allahabad en 1917, Indira Gandhi era hija del pandir Nehru, uno de los fundadores de la nación india. Después de estudiar en Suiza y Reino Unido, regresó al país y se adhirió al Partido del Congreso; fue encarcelada, y en la prisión conoció a quien sería su esposo, un discípulo directo de Gandhi.

En 1960 fue elegida presidenta del Partido del Congreso, ocupó varios ministerios y reemplazó a su padre al frente del Gobierno en 1964.

Partidaria de la unificación y opuesta a las particularidades étnicas y lingüísticas del país, fue acusada muchas veces de actitudes autoritarias.

Todo indica que a su hijo Rajiv Gandhi la sucederá del gobierno indio y en la presidencia del Partido del Congreso, que cuenta con una amplia mayoría parlamnetaria.

01 Noviembre 1984

Indira, la mujer que quiso, ser un continente

Miguel Ángel Bastenier

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La mayor convicción política que animaba a Indira Gandhi -cuyo nombre significa en hindi a la que gusta mirar- se refleja en un artículo de The Times of India publicado en 1981: «La India necesita una figura imperial. El pueblo anhela un individuo al que pueda confiar su destino».La idea de una India dinástica se incubó durante la última fase del dominio imperial británico en las filas del movimiento de independencia. Elmahatma Gandhi había investido como sucesor, años antes de morir, al padre de Indira, Jawaharlal Neliru, lo que permitió a éste ser elegido primer ministro a la independencia, el 15 de agosto de 1947. Nehru gobernó ininterrumpidamente hasta su muerte, en 1964, y aunque siempre negó que albergara ideas sucesorias, tuvo a su hija, a su lado, cumpliendo un meritoriaje como secretaría personal hasta su elección en 1959 como presidenta del partido de Gobierno, el Congreso, para que algún día encarnara la idea de la continuidad. A la muerte de Nehru, le sucedió un viejo resistente, Lal Bahadur Shastri, pero se dice que Jawaharial, ya en su lecho de muerte, había confesado que Indira era su candidata.

Al fallecer Shastri, en 1966, la cúpula del Congreso se encontró dividida entre los partidarios de Morarji Desai, un veterano nacionalista situado a la derecha del partido, y la hija de Nehru. Indira salió elegida porque los enemigos de Desai engrosaron el grupito de sus amigos con la esperanza de hallar en ella un espíritu manejable que respetara las líneas de poder en el partido. El Congreso tiende a confundirse con el Estado y a unas vaguedades ideológicas dejadas en herencia por Nehru (socialdemocracia al estilo del fabianismo británico) une su carácter de gran partido de los terratenientes, de los sustentadores del sistema de castas en la India profunda. Ese partido-ómnibus, que sólo pensaba en perpetuar su mandato, fue el que se enfrentó a Indira tras el retroceso sufrido por el partido en las elecciones de: 1967. La pugna duró hasta que, al comprender los dirigentes del Sindicato -nombre que se daba a la mafia ejecutiva- que el combate era a muerte, expulsaron a, Indira del partido en 1969. La formación del Nuevo Congreso fue la respuesta de la primera ministra a la ofensiva del aparato. Las elecciones de 1971, con la virtual desaparición del Congreso-sector clásico y una mayoría de más dos tercios para Indira en la Cámara Baja (Lok Sabha), pareció que daban un segundo aliento a la historia de la Unión India. Indira, que había conquistado el voto analfabeto de la democracia más poblada del mundo, el voto de los que jamás habían entrado en el reparo del poder, el de de las castas inferiores, bajo el lema Garibi Hatao (Acabar con la pobreza), empezaba una nueva era, esperanza de un pueblo que hasta entonces se había creído sin derecho a ella,

El año 1971 es el año de Indira, el de la industrialización acelerada; también el de los negocios fabulosos para sus acólitos como muñidores de las ubres del Estado; el de la victoria sobre Pakistán en la guerra de diciembre. Los maharajaes pierden los subsidios de la Administración, pactados en 1947, a cambio de que cedieran sus derechos históricos; sobre medio país, y se lanza una ofensiva contra el sistema de castas, inatacable lejos de los centros urbanos.

El Nuevo Congreso, supuestamente depurado, ha de ser eI vehículo de la gran esperanza. Pero como señala V. S. NaiPaul, el escritor en lengua inglesa de origen indio y nacido en el Caribe, los cambios arañan la superficie. Se quiere promover un nuevo orgullo nacional, una tecnología media para uso del Tercer Mundo, y se producen inventos como un nuevo modelo de carro tirado por tabúes o un arado aerodinámico, que no desbordan el marco de la rareza exótica. La India eterna, y sobre todo la India caciqueada por el Congreso se ha ocultado brevemente para brotar de nuevo.

En 1975 Indira decreta el estado de emergencia y gobierna supuestamente para frenar la avalancha mafiosa, pero la opinión general se inclina a creer que sólo quiere tapar con la ley marcial una acción legal iniciada contra ella por presuntas irregularidades electorales. Acabada la emergencia, Indira es ampliamente derrotada en las elecciones de 1977 por una coalición que encabeza su antiguo rival, Desai.

Indira sufre arresto por el proceso iniciado antes de la emergencia y no encuentra su nueva oportunidad hasta que en 1979 cae, por desavenencias de sus líderes, la coalición derechista en el poder. Los dos años de Desai hacen buena a Indira con la multiplicación de las fuerzas centrífugas sin centro al que referirse. El país necesita, en vísperas de las elecciones de 1980, recuperar ese elemento unificador. Psa es la fuerza de Indira: la que sabe hacerse llamar Kali, la durga, la diosa de la guerra contra los especuladores; la que se sumerge en el cántico de sus seguidores: «Indira es la India y la India es Indira»; la mataji o gran madre para el pueblo; la figura de la hija de Nehru, de la madre de Sanjay Gandhi -su hijo menor-, aguilucho preparado para remontar el vuelo; la líder proteica que sabe decir a sus interlocutores lo que de ella quieren oír.

Educada, aunque avaramente, en cada una de sus estancias escolares, con Rabindranath Tagore en Bengala, en un internado de señoritas en Suiza y en el reducto británico de Oxford, convoca a sus astrólogos antes de tomar cualquier decisión trascendental. No tanto porque crea en ellos como porque sabe que su público sí cree en una India telúrica. Ésa es la Indira que arrolla en las elecciones de 1980.

En los últimos cuatro años Indira se ha aplicado a promover la idea de la sucesión en su primogénito Rajiv, tras la muerte de Sanjay en un accidente de aviación ocurrido en 1980, al tiempo que alentaba Ia sicofancia de sus seguidores y se rodeaba de mediocridades, presuntamente para que ninguno pudiera disputarle la herencia al nuevo Gandhi. En estos años la corrupción y la autoidolatría han batido marcas, siempre bajo la cobertura de la necesidad imperial, de una mística que mantenga tensas las articulaciones de u n país de 12 lenguas mayores, docenas de razas, vasta gama del blanco ario al oscuro tamil y la falta de una tradición unificadora que no haya venido desde arriba. En la India laica el poder quizá no proceda de Dios, pero, cuando menos, medra en el misterio.

Pocos días antes de su fallecimiento, Indira convocó a sus astrólogos particulares, en presencia de su hijo Rajiv, para que la aconsejaran sobre la fecha más adecuada de celebración de las elecciones. Elheredero, incómodo ante la nigromancia, expresó su incredulidad de que se llevara adelante semejante ceremonia. Indira contempló unos instantes a su hijo para finalmente decirle en tono apenas irritado: «Haz el favor de callarte, Rajiv». Al parecer, la primera en dudar de su legado era la propia Indira.

01 Noviembre 1984

Un asesinato de calidad

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián)

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UN SENTIMIENTO de horror es la primera reacción que ha producido en el mundo la noticia del crimen odioso que ha segado la vida de Indira Gandhi. A la vez, una sensación de angustia: ha desaparecido una de las figuras más importantes del mundo político contemporáneo. Nadie como ella puede representar hoy a la India, con sus más de 700 millones de habitantes, el segundo país más poblado de la tierra. No se puede pensar sin cierta preocupación en las consecuencias que podría tener, en un Estado atravesado por profundas diferencias religiosas, lingüísticas, culturales, de casta, agudizadas en los últimos meses, la brusca desaparición de una personalidad de su talla, que ha marcado con su sello personal, incluso mediante sus errores, una época de la historia de la India. El gran proyecto que ha estado en el centro de su vida ha sido crear, construir, casi se podría decir imponer, una India grande y unida. Los resultados que ha logrado en el desarrollo de ramas industriales antes inexistentes, en forjar una base económica más moderna, son evidentes; con esa misma preocupación, dedicó particulares esfuerzos a elevar el potencial militar del país.En días pasados, Indira Gandhi declaraba: «Me sentiría orgullosa de morir por la India». Esa profecía se ha cumplido: Indira Gandhi ha muerto por la India. Al caer asesinada, ha escrito la última página de un combate al que dedicó todas sus energías desde la juventud, por la grandeza de la India; por la continuidad de la obra de Gandhi y de Nehru, su padre. Sin embargo, la cuestión que ha polarizado. una parte considerable de su vida política, y que en cierto sentido ha causado su muerte, ha sido el afán de superar las profundas divisiones, incluso los enfrentamientos existentes entre los diversos pueblos que integran ese complejo conglomerado que es la India. La convicción absoluta de Indira de que sólo una India unida, y por tanto fuerte, puede contar en el mundo la ha empujado a políticas duras, en ciertos casos implacables, contra las reivindicaciones, presentadas con insistencia, por nacionalidades y religiones específicas, exigiendo niveles superiores de autonomía, incluso la independencia. La partición sangrienta del subcontinente indostánico que dio lugar a la creación de Pakistán, complicada luego por la escisión de Bangla Desh, ]¡la sido una herida nunca totalmente cicatrizada. Para Indira, la India unida de su ideal, de sus sueños, exigía impedir, asfixiar cualquier peligro de nuevas secesiones. Quizá el futuro depare respuestas diferentes. Pero no parece arriesgado, hoy por hoy, afirmar que en ese punto la política de Indira Gandhi ha sufrido graves reveses. Quizá por errores de concepción, o por errores de método. Estaba guiada por un gran ideal; pero no vacilaba, tanto para lograr la hegemonía de su partido como para cortar las tendencias separatistas, a utilizar todos los recursos del aparato del Estado, sin excesivos escrúpulos.

El caso en el que ha ido más lejos en esa actitud de dureza fue cuando ordenó, en agosto pasado, el asalto al Templo de Oro, en la ciudad sagrada de los sijs, Amritsar. Su decisión, que costó muchas vidas, fue reprobada incluso por la mayor parte de sus partidarios. Es probable que Indira firmara ese día su propia sentencia de muerte. El fanatismo sij alcanza niveles tan absolutos, ciegos, de verdadera demencia, que es dificil imaginarios en el mundo contemporáneo. Es suficiente en si para explicar que miembros de la propia escolta de Indira Gandhi hayan cometido el asesinato. Ello no impide que se pueda pensar en otras ramificaciones, si en algún momento surgiesen hechos que las demostrasen.

La rapidez con la que el Partido del Congreso ha designado al hijo de Indira, Rajiv, como Jefe del Gobierno, revela un temor lógico a un período de vacío o de dudas: pEiligroso en el clima general del país, pero también en el seno del partido, en el que están latentes fuertes enfrentamientos internos. Esa primera designación apunta ya a la candidatura de Rajiv como candidato a jefe de Gobierno por el. Partido del Congreso en las futuras elecciones. El Congreso tiene hoy una mayoría holgadísima en el Parlamento; pero a la vez dificultades muy serias en Estados muy importantes. El mito de la familia Gandhi-Nehru, los padres de la patria, no ha perdido su influencia, sobre todo como factor unificador. Pero no es seguro que la sucesión del hijo signifique continuidad; con menos personalidad y experiencia que su madre, cabe suponer que Rajiv estará más atado, al menos en una primera etapa, a los barones del Congreso y a los intereses económicos que éstos representan. En todo caso, una nueva página se abre en la historia de la India.

La esperanza de todos los amigos de la India es que las contradicciones internas puedan reducirse; y que se perfil e un horizonte de más serenidad y eficacia en la solución de angustiosas situaciones económicas.

Si Indira Gandhi tuvo serias dificultades en el terreno de la política interior, lo que nadie puede discutirle es que ha alcanzado, en el escenario mundial, uno de los primeros lugares. Gracias en gran medida a ella, la India geza de una influencia, un prestigio, un respeto reconocidos prácticamente por todos, tanto en Occidente como en el Este. En una etapa de la historia en que las tendencias a la bilateralidad parecían arrolladoras, cuando todo indicaba una supeditación general al juego de las dos, superpotencias Y de los dos bloques militares encabezados por ellas, la India, y personalmente Indira Gandhi, ha sido uno de los factores decisivos que ha frena.do y limitado ese proceso. Indira ha sido fiel a la gran tradición de una política de no alineamiento, de no integración en los bloques militares, iniciada por su padre, el Pandit Nehru, y por otras figuras históricas como Tito, Suikarno, Nasser. Esa política se ha extendido particularmente en África, Asia y América Latina. Ha alcanzado incluso cierta estructuración en el Movimiento de los No Alineados. Es cierto que, debido sobre todo a los enflrentamientos de la India con Pakistán y China, si bien bastante aminorados últimamente, Indira Gandhi siempre ha considerado que mantener unas relaciones arristosas con la Unión Soviética era un factor necesario de su política exterior. Pero esta consideración nunca la ha apartado del eje de su política: el no alineamiento. Recordemos que, cuando Fidel Castro quiso dar al Movimiento de No Alineados un sesgo prosoviético, en gran parte gracias a Indira Gandhi fue posible retomar a una política de verdadero equilibrio, de alejamiento de los dos bloques militares. La desaparición de Indira Gandhi ahora, cuando ocupaba precisamente desde 1983 la presidencia del Movimiento de los No Alineados, crea un vacío en una estructura particularmente delic,ada de las relaciones internacionales. El Movimiento de los No Alineados es hoy un componente necesario del equilibrio mundial. Por razones obJetívas bastante evidentes, incluso geográficas, la India necesita potenciar esa política. Cabría, pues, esperar que la tradición política que Indira Gandhi encarna, en la escena mundial, será continuada por sus sucesores.