21 junio 2019

La defensa de Rusia por parte de Prada ya le enfrentó en su momento con Tertsch

La serie ‘Chernobyl’ (HBO) enfrenta en ABC a los columnistas Juan Manuel de Prada (pro-Rusia) y Ramón Pérez-Maura

Hechos

El artículo de D. Juan Manuel de Prada del 24 de junio de 2019 fue replicado por D. Ramón Pérez-Maura el 16 de agosto de 2019. Ambos desde el periódico ABC.

Lecturas

El éxito de la serie de HBO ‘Chernobyl’ donde se denuncia la gestión de la Unión Soviética de la catástofe nuclear de Chernobil de 1986 causa un enfrentamiento entre columnistas del ABC.

El 21 de junio de 2019 D. Ramón Pérez-Maura publica en ABC un artículo elogiando la serie y denunciando el sistema de mentiras que caracterizó, según él, el régimen de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. El 24 de junio de 2019 el columnista adscrito la tradicionalismo D. Juan Manuel de Prada Blanco, también de ABC, conocido por su admiración hacia Rusia y hacia el Gobierno de Vladimir Putin, publica una tribuna despreciando lo escrito por D. Ramón Pérez Maura sin citarle por hacerse eco de campañas anti-rrusas.

El 16 de agosto de 2019 D. Ramón Pérez Maura publicaba un nuevo artículo anunciando que esperaba la réplica de la embajada de Rusia a su artículo pero que tras leer la réplica del Sr. De Prada Blanco, considera que la embajada rusa le habría tratado con más cariño que su ‘colega’.

En sus memorias D. Ramón Pérez Maura desliza la idea de que D. Juan Manuel de Prada Blanco esté recibiendo benfiicios del Gobierno de Rusia por su apoyo, una acusación que también insinuó contra el Sr. De Prada Blanco el experiodista ahora eurodiputado D. Hermann Tertsch del Valle-Lersundi.

21 Junio 2019

Las mentiras de Chernóbil

Ramón Pérez-Maura

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Menos mal que queda algún resquicio de la televisión que no es pura bazofia. Cuán equivocados estábamos cuando a finales de la década de 1980 creíamos que la televisión privada nos iba a traer la libertad. Es cierto que lo hizo durante unos lustros, al aportar información no controlada por el poder político del momento. Pero no pasó mucho tiempo antes de que los periodistas que gestionaban esas cadenas fueran sustituidos por empresarios – que no editores – a los que sólo importaba la cuenta de resultados. De las tres cadenas privadas resultantes de las concesiones de González y Zapatero, una de ellas, CUATRO, originada en PRISA, ya no ofrece informativos. Y otra, LA SEXTA, sólo ofrece propaganda política. Para eso hemos quedado los periodistas.

Más como el hombre sabe sobreponerse a las adversidades, han ido surgiendo otras formas de televisión que están devorando a las televisiones tradicionales. Son los nuevos canales como Netflix y HBO, que te permiten ver una serie o una película cómo y cuando quieras. En tu televisión en casa o en tu iPad bajo un pino junto al mar Mediterráneo. Yo comprendí que éste era el futuro cuando hace un par de años leí que el editor más relevante de los últimos tiempos, Rupert Murdoch, dueño de Fox TV, había vendido todas sus empresas audiovisuales menos dos: los informativos y los canales  deportivos, los que sólo se pueden hacer en directo. Y los que de verdad tienen influencia sobre el público. Porque por una película influyente que pueda dar TVE – por ejemplo – hay casi mil horas al año de tertulias tóxicas al rojo vivo [‘Al Rojo Vivo’, tertulia estrella de LA SEXTA] a las que confieso mi orgullo de haber renunciado y haber donado a la caridad hasta el último céntimo que cobré, incluyendo los que ya había pagado a Cristóbal Montoro, a quien Dios guarde lo mejor posible.

En estos días he disfrutado en 24 horas en HBO de una serie que debería ser de visión obligatoria para desasnar a los menores de 25 años – y a algunos más adultos también. Narra la tragedia acaecida en la Unión Soviética en abril de 1986, cuando estalló una central nuclear modelo RBMK de una tecnología patética – no pudo ser obsoleta porque nunca fue de vanguardia – y carente de la cúpula de seguridad que tenía todas las centrales nucleares de Occidente. A lo largo de cinco horas se puede ver la muerte de muchas personas, pero, sobre todo, se ve el heroísmo del pueblo ucraniano luchando contra la incompetencia de la tiranía soviética y el empeño del Comité Central del PCUS por ocultar la verdad. Porque la URSS estaba fundada en la mentira. Como se recuerda en esta historia, el régimen comunista cifró en 1987 el número de víctimas mortales de Chernóbil en 37. La cifra real ronda las 90.000 personas, pero Moscú, responsable del magnicidio, nunca ha modificado la cifra original. Es ‘su’ verdad.

Hay muchas escenas espeluznantes, como la anciana ganadera a la que el soldado intenta llevarse lejos de la radiación y ella sigue ordeñando su vaca, diciendo que ya vinieron antes a llevarles los soldados del Zar, y después los comunistas, y después el holodomor de Stalin y después los nazis… Ella se quedaría allí ordeñando su vaca. Así que el soldado soviético, sabedor de las consecuencias de no cumplir las órdenes, la mata. A la vaca, claro.

El problema hoy es que Putin quiere borrar esta historia, porque Putin asume lo que hizo el régimen soviético. Quiere ocultar sus muertos porque considera que merecieron la pena.

Ramón Pérez-Maura

24 Junio 2019

Chernóbil

Juan Manuel de Prada

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No cabe duda de que las series se han convertido en el libro de los que no leen, que son legión y se han subido al machito. Ahora, en cualquier reunión social o cena del postín, se te sienta al lado un pelma que quiere dárselas de cultureta y se tira toda la velada dándote la tabarra con la serie que se ha embaulado bulímicamente durante el último fin de semana, que no duda en calificar como la ‘mejor de la Historia’ (al menos hasta la semana que viene). Pues el consumidor bulímico de series es siempre un optimista tremendo; y a su condición gregaria suma un bajísimo nivel de exigencia. Por supuesto, si no has visto la ‘mejor serie de la Historia’ de la última semana no molas nada de nada.

La nueva ‘mejor serie de la Historia’ se titula Chernóbil; y se presenta con unas pretensiones naturalistas lindantes con lo que antaño se llamaba docudrama. Afirman los gurús que su recreación de la Unión Soviética de los años ochenta es magistral; pero viéndola me ha parecido que más bien recrea la imagen tópica que sobre la Unión Soviética se ha consolidado en el imaginario occidental, de un feísmo y una pobretería acongojantes, con la añadidura de presentar a todos los personajes (tantos masculinos como femeninos) con una facha realmente horrenda; no como ocurre en el mundo capitalista triunfante, donde todos somos guapísimos y vivimos como rajás. Resulta, por otro lado, muy llamativo que en ninguna de las críticas (siempre ditirámbicas) de la serie se haga mención de sus manipulaciones históricas burdas; prueba inequívoca de que las series se están convirtiendo en una poderosísima vía de infiltración ideológica. El gran villano de la serie es el ‘sistema soviético’. Pero lo cierto es que, cuando se produjo la catástrofe de Chernóbil, el sistema soviético estaba siendo desmantelado por ese lacayelo sistémico llamado Gorbachov, tan agasajado por Occidente en pago de sus servicios. En la serie, Gorbachov aparece como un baldragas a merced de una burocracia política, impersonal y nebulosa que funciona como una gran fábrica de mentiras (¡como si las burocracias del mundo libre actuasen de un modo distinto!) pero se cuidan mucho de atribuirle ninguna responsabilidad personal. También resulta chistosa la división neta que la serie establece entre apparatchiks y científicos, presentando a estos últimos como adalides insobornables de la verdad, para exagerar la vileza de los primeros. Pero lo cierto es que los científicos con cargos de responsabilidad fueron siempre el meollo del cogollo del bollo del ‘sistema soviético’.

Todas estas bazofias palidecen, sin embargo, al lado de la endeble construcción de personajes que exhibe la serie. Personajes esquemáticos, sin progresión dramática ni matices psicológicos, meras carcasas o testaferros sin alma que los guionistas bosquejan con fines puramente utilitarios, para después arrojarlos en la cuneta, tan pronto como dejan de necesitarlos para sus manejos maniqueos. Personajes despersonalizados que no generan empatía con el espectador, cuyo heroísmo se nos presenta como un producto del miedo o del lavado de cerebro oficiado por el ‘sistema soviético’ nunca como una expresión de la abnegación y el sacrificio que han hecho indestructible el ‘alma rusa’ frente a cualquier enemigo externo. Paradójicamente, estos guionistas sistémicos, incapaces de empatizar con sus personajes, nos brindan en cambio un capitulito grimoso con el que pretenden que el espectador lloriquee porque, para que no propagaran la contaminación atómica… ¡los desalmados soviéticos mataron sin piedad a todos los perritos y gatitos de Chernóbil! Pura alfalfa sistémica, que exige su cuota animalista.

En fin, que Chernóbil es la mejor serie de la Historia (al menos hasta la semana que viene).

Juan Manuel de Prada

16 Agosto 2019

Chernóbil

Ramón Pérez-Maura

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El pasado 21 de junio publiqué aquí una columna titulada “Las mentiras de Chernóbil”, en la que contaba la inmensa mentira que denuncia la serie de HBO ‘Chernobyl’ que era la Rusia soviética. Como cada vez que se hace una crítica desde ABC a Rusia o a la URSS, asumí la pronta llegada de una nota de rectificación de la embajada rusa. No fue necesario porque le madrugó la columna de un estimado colega [Juan Manuel de Prada] que el 24 de junio escribía en estas páginas que ‘no cabe duda de que las series se han convertido en el libro de los que no leen, que son legión y se han subido al machito (…) El consumidor bulímico de series es siempre un optimista tremendo; y a su condición gregaria suma un bajísimo nivel de exigencia’. La magna liberalidad de ABC. Es evidente que la embajada rusa me hubiera tratado con más cariño incluso si hubiera mentado – para mal – a toda la parentela de Vladimir Putin – a quien Dios confunda.

Para curar mi bulimia y mejorar mi bajo nivel de exigencia he dedicado buena parte de mis vacaciones a leer ‘Voces de Chernóbil. Crónica del futuro’ (Debolsillo. Barcelona, 2015) del que es autora la premio Nobel de Literatura bielorrusa Svetlana Alexievich. La edición original de la obra de 2005 y confieso que hubiera preferido quedarme con la versión televisiva y no con la realidad que cuenta este relato coral que inspiró la serie de HBO en el que se recogen testimonios de cientos de ucranianos y bielorrusos que cuentan la verdad que vivieron en las proximidades del a central nuclear que estalló a pesar de que era imposible que reventara.

En la página 115 se recoge el testimonio coral de 17 soldados que aparecen mencionados con nombre, apellido y función “…Llegamos a la central misma. Nos dieron una bata blanca y un gorrito blanco. Una mascarilla de gasa. Limpiamos el territorio. Un día trabajábamos abajo escarbando y arrancando restos, y otro arriba, sobre el techo del reactor. En todas partes con una pala. A los que se subían al techo los llamaban ‘cigüeñas’. Los robots no lo aguantaban; las máquinas se volvían locas. Nosotros, en cambio, trabajábamos. Sucedía que te brotaba sangre de los oídos, de la nariz. Te picaba la garganta. Te lloraban los ojos. Te llegaba un ruido monótono y constante a los oídos. Tenías ganas de beber, pero no tenías apetito. Se había prohibido la gimnasia matutina, para no respirar radioactividad en vano. Y marchábamos al trabajo en camiones descubiertos (…)”.

La serie de HBO recoge detalladamente los testimonios del libro de la Nobel Alexievich porque esto se narra sin omisiones.

Y todo esto viene a cuento porque esta semana hemos tenido noticia de lo sucedido el jueves 8 de agosto en la ciudad rusa de Severodvinsk, donde explotó un misil nuclear y los niveles de radiación se incrementaron hasta 16 veces lo normal. Como si siguiéramos en la Unión Soviética, la noticia la ha dado el Servicio Metereológico de Rusia, a ver si consiguen que alguien se crea que esto es parte del cambio climático. El balance oficial de muertos es de cinco personas, sorprendentemente todos ingenieros. Lo que recuerda mucho al balance de Chernóbil, que sigue siendo oficialmente de 37 personas. Con un par.

Confieso que hay una cosa que destaca el libro de Svetlana Alexievich y que falta en la serie televisiva: el peso de la brujería en la sociedad rusa. En las páginas del libro tiene una presencia frecuente y agradezco a mi estimado colega que me haya motivado a leerlo. Es intolerable la manipulación de HBO ignorando en la serie el peso de la brujería.

Ramón Pérez-Maura