30 diciembre 1979

El presidente Jafizula Amín es asesinado por los soviéticos tras haber permanecido apenas unos meses en el poder

La Unión Soviética invade Afganistán e instala una nueva dictadura comunista encabezada por Babrak Karmal

Hechos

El 27.12.1979 Fue ejecutado el Presidente de Afganistán, Jafizula Amín, y reemplazado por Babrak Karmal.

Lecturas

Desde la Revolución de Octubre de 1917, Kabul y Moscú mantenían estrechas relaciones. El Kremlin prestaba al país vecino especial atención, y en 1979 envió el Ejército Rojo a Afganistán para apoyar a su acosado gobierno.

Las fuerzas progresistas afganas quedaron descontentas con las tímidas reformas políticas introducidas por el nuevo gobierno tras la caída de la monarquía en 1973. Por ese motivo, en 1977 decidieron unirse en el Partido Democrático Popular de Afganistán (PDPA, comunista), con el fin de forzar la creación de una serie de reformas que lograran la modernización del país, sin descartar el uso de la violencia si fuese necesaria. En el otro bando se encontraban los partidos de un sistema feudal, muy bien organizados y contrariados a a que se llevaran a cabo medidas que supusieran el fin de su hegemonía en el país. Desde entonces los conflictos entre las fuerzas radicales y conservadoras se produjeron de forma continua. Ambas partes fueron dividiéndose con el tiempo en múltiples facciones, en la que las diferencias étnicas jugaban un papel muy importante.

En abril de 1978 un grupo de oficiales de izquierdas, encabezados por el general Taraki, llevaron a cabo un golpe militar y de esta forma contribuyeron catapultar al poder al PDPA. El nuevo gobierno proclamó la abolición del sistema feudal, empezó una reforma agraria, introdujo la educación y la sanidad públicas y gratuitas, y anunció la liberación de la mujer. Estas medidas, contrarias a las costumbres tradicionales islámicas, pusieron a buena parte de la población en su contra, por lo que rápidamente estalló una guerra civil. En el verano de 1979 los grupos de oposición, tanto democráticos como conservadores, en lucha contra el gobierno del PDPA ocupaban una gran parte del país.

El 14 de septiembre de 1979 el presidente del Consejo de Ministros, Hafizulá Amín, que se esforzaba por conseguir un socialismo de base nacionalista, el lugar de una dictadura puramente ocmunista, derrocó al presidente Nur Mohamed Taraki. El 26 de diciembre el Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), el órgano que controlaba la dictadura de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas que encabezaba Leonidas Brethnev [Breznef]. Al día siguiente los tanques soviéticos ocupaban Kabul y Amín era asesinad por los hombres del Kremlin.

El nuevo dictador de Afganistán sería Babrak Karmal, colocado por la Unión Soviética como jefe de Gobierno y del partido comunista de Afganistán (PDPA). Para muchos afganos Karmal era visto como un títere de Breznef.

JAFIZULA AMÍN, QUIEN A HIERRO MATA…

Amin Apenas tres meses estuvo en el poder en Afganistán, Jafizula Amín, después de liderar la revuelta contra el anterior presidente, el comunista Taraki, que fue asesinado. Ahora Amín acaba de la misma manera que su antecesor.

carter_iran Estados Unidos, presidido por Jimmy Carter, condenó junto con la mayoría de países occidentales la invasión de Afganistán y anunció que, como protesta, EEUU no iría a las olimpiadas de Moscú de 1980.

30 Diciembre 1979

Afganistán: el peligro internacional crece

Editorial (Director: Juan Luis Cebrián Echarri)

Leer

La intervención militar soviética en Afganistán no constituye ninguna novedad en los comportamientos del Krenilin. Desde la invasión de Checoslovaquia -antes la de Hungría- hasta nuestros días, sus intervenciones en Africa, con la ayuda de soldados cubanos, e Indochina han puesto de relieve una y otra vez sus prácticas imperialistas, que en Asia coinciden cronológicamente con un cierto repliegue americano después de su derrota en Vietnam.Según todas las noticias, la acción que ha terminado con el régimen y la vida del presidente Amin, como él lo hiciera meses atrás con el del prosoviético Taraki, ha venido siendo cuidadosamente planificada. El golpe se dio después de una extraordinaria concentración de tropas soviéticas en la frontera de la URSS con dicho país, y todo hace suponer que desde hace semanas los estrategas del Kremlin venían preparando la acción. Esta constituyó un nuevo revés a los intereses americanos en la zona, seriamente amenazados por la situación en Irán y el empeoramiento de la de los emiratos del golfo y la propia Arabia Saudí.

Sin despreciar los aspectos estratégicos, de esencial importancia en la cuestión, pues Afganistán tiene fronteras con Irán, India, Pakistán y China, además de la propia Unión Soviética, es imposible no contemplar, en el sustrato de cuanto está sucediendo, los problemas suscitados por la revolución islámica, cada vez más generalizada. Moscú, que ya en abril de 1978 apoyó abiertamente el golpe que puso en el poder a Taraki, esta, sin duda, seriamente preocupado por la crecienterevuelta que en el interior de Afganistán vienen protagonizando los partidarios de una revolución jomeinista. Los rebeldes controlan gran parte de las zonas rurales y amenazan de continuo a la capital con acciones terroristas. La íncapacidad de Amin para dar una solución negociada a la guerrilla y restaurar la normalidad habría decidido a la URSS a intervenir. Pero está por saber sí el nuevo Gobiérno tendrá más capacidad que el depuesto para dar a la zona en breve plazo una estabilidad que la URSS necesita. El contagio de la rebelión islámica amenaza de otro modo con extenderse y sólo en el Turquestán ruso habitan quince millones de musulmanes.

Mientras tanto, la posición americana es cada día más y más complicada y más débil. Los analistas de Estados Unidos piensan que la rebelión musulmana es imparable y ven en peligro -en el horizonte- la estabilidad de Pakistán – de alto valor estratégico para los intereses de Washington- y la de la propia India, donde un Gobierno más prosoviético no es impensable en el próximo futuro. La cuestión está en saber durante cuánto tiempo podrá el presidente Carter mantener su actual actitud de prudencia frente a quienes le reclaman acciones más enérgicas, mientras todo el Oriente Próximo comienza a ser una tea encendida junto a los pozos de petróleo que suministran la mayor fuente de energía del mundo occidental. A la condena moral que toda intervención militar en un país extranjero merece -la haga quien la haga- se debe sumar por eso, en este caso, la acusación a la Unión Soviética de contribuir a aumentar de manera sustancial la tensión en una zona del globo sometida ya a demasiadas confrontaciones. La intervención en Afganistán es no sólo un acto indigno -lo que, por desgracia, en política importa cada día menos-, sino también una jugada peligrosa para el futuro del orden internacional.

02 Enero 1980

Afganistán, satrapia de Moscú

ABC (Director: Guillermo Luca de Tena)

Leer

En Afganistán, el régimen del marxista pro soviético Hafizullah Amin ha sido derrocado por el marxista pro soviético Babrak Karmel. Parte activísima en el golpe de Estado ha correspondido a Moscú, que no se ha limitado a ‘inspirar’ la operación, sino que ha enviado al vecino Afganistán 40.000 soldados equipados con blindados y la más moderna artillería. desde la invasión de Chechoslovaquia (1968) la Unión Soviética no se había embarcado en una acción tan audaz y arriesgada. Moscú, sin embargo, ha dado el paso adelante después de un calculado análisis de su acción.
La Unión Soviética controla Afganistán plenamente desde la revolución marxista que situó a Mohamed Taraki al frente del país, en abril de 1978. Taraki primero, y más tarde Amin, eran elementos leales a Moscú, nuevos sátrapas de los zares rojos. El cambio de ahora se debe a cuestiones de matiz que, dadas las circunstancias del momento, se han convertido en imperativos insoslayables para la estrategia de Moscú. Amín era más nacionalista que marxista y nunca dio prubea de flexibilidad ante la rebelión musulmana interna, a la que tampoco supo frenar. Karmel intentará parlamentar con las fuerzas islámicas y se mostrará más flexible con los rebeldes.

En la calculada acción de Moscú hay dos objetivos claramente definidos: estratégicamente impone la teoría de la soberanía limitada sobre un país que tradicionalmente no era considerado una satrapía moscovita. El control sobre Afganistán facilita el acceso soviético a las aquas calientes del Indico y se mete como una cuña entre Irán y Pakistán, a la espera, por ejemplo, de que en Teherán los revolucionarios marxistas se hagan con el Poder cuando se desgaste la polémica figura de Jomeini.

El otro objetivo de Moscú es de índole político: Trata de canalizar, lo mejor posible para sus intereses, la espiral islámica y para ello necesita que su sátrapa-gobernador de Kabul presenta una imagen menos dura ante el mundo musulman. Le interesa a Moscú por razones Internas (más del 25% de la población soviética es musulmán) y también para canalizar la explotación de la rebeldía iraní hacia el enemigo común ‘imperialista-sionista’.

Por lo demás, la acción soviética ha sido llevada a cabo con un cinismo que causa escalofrío en cualquier ánimo democrático o simplemente humanitario. Cuando Taraki se hizo con el Poder llovieron los elogios del Kremlin; lo mismo ocurrió con Amín, el verdugo de Taraki, y ahora con Karmel, el asesino de Amín.
También, en las primeras declaraciones oficiales, se han hecho referencia a las libertades democráticas (y se ha ejecutado sumarísimamente el jefe dle Estado depuesto juntamente con familiares y miembros del Gobierno) y se ha prometido de inmediato libertad de Prensa (pero se imposibilita la acción de los contados corresponsales extranjeros).

Ante esta fría estrategia de Moscú, Occidente puede caer en la trampa de una respuesta condenatoria meramente retórica. Algunos políticos occidentales – la conservadora Margaratet Thatcher y el socialdemócrat Helmut Schmidt, sobre todo – vienen llamando la atención últimamnete sobre el expansionismo de los nuevos zares de Moscú. Sorprende la ingenuidad de la reacción del presidente Carter, que se siente por una vez engañado por su homónimo Leónidas Breznef. Occidente necesita una respuesta de firmeza e inteligencia para evitar que el número de satrapías del imperio soviético siga en aumento.

05 Enero 1980

Jaque en Kabul

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera Gortázar)

Leer

LA RESPUESTA dada por la Administración Carter a la abierta intervención soviética en Afganistán está alcanzando, por el tono y él posible alcance de las medidas norteamericanas «de castigo», la suficiente entidad como para que pueda hablarse con propiedad de un regreso a la «guerra fría». Podría estarse así inaugurando un nuevo y áspero período en las relaciones Este-Oeste, duradero, de envergadura y alcance superiores a un mero intercambio de palabras fuertes y de amenazas.Congelar la ratificación de las negociaciones SALT II, la eventual suspensión de ventas a la URSS de los excedentes norteamericano-canadienses de granos (un segmento importante de la alimentación soviética y del mantenimiento de su cabaña depende indefectiblemente de estas compras), la potenciación militar de Pakistán (con la subsiguiente influencia que esta medida tendría sobré la política de la Unión India) y la venta masiva de tecnología a China conforman una panoplia de medidas que, de ser puestas en práctica, pondrán fin a decenios de una trabajosa política de distensión entre los bloques, y que puede afectar de manera prioritaria a la situación en Europa occidental y el futuro del ya casi fenecido eurocomunismo.

Esta nueva y nada halagüeña perspectiva ¿se abre tan sólo por el apoyo masivo del Ejército soviético a unos golpistas afines en un país como Afganistán de indudable importancia estratégica, pero que ya tuvo antes Gobiernos prosoviéticos sin que se alterara el equilibrio internacional? Las causas inmediatas de este giro copernicano de las relaciones internacionales no hay que buscarlas únicamente en las convulsiones del Asia central, sino también en Europa, ese continente en el que previsiblemente no se librarán las viejas batallas, pero en el que se originan indirectamente los nuevos conflictos, que encuentran en el Tercer Mundo su campo de Agramante.

En la primera mitad de diciembre, la OTAN optó por su rearme en Europa, frente al Pacto de Varsovia, decidiendo la producción e instalación en cinco países europeos de cohetes altamente sofisticados, capaces de alcanzar la URSS desde sus inmediatas fronteras. Una decisión no exenta de peligros tendente a igualar el potencial bélico de la OTAN con el del Pacto de Varsovia y destinada, en última instancia, a forzar a Brejnev a unas más amplias conversaciones sobre desarme estratégico.

Paradójicamente, todo eso se producía mientras se hacían ofertas de distensión desde los dos bloques, los americanos se disponían a ratificar los acuerdos SALT II y Brejnev lanzaba sugerencias sobre retirada mutua de tropas convencionales en el centro de Europa, sumada al repliegue de cohetes de alcance medio (los SS-20 soviéticos contra los Pershing estadounidenses).

Tras la práctica invasión soviética de Afganistán queda por analizar si realmente existe voluntad entre las dos superpotencias de alcanzar un punto de no retorno en sus respectivas pruebas de fuerza -físicas y diplomáticas- y el calibrar hasta qué punto las inminentes sucesiones en Washington y Moscú -elecciones presidenciales en Estados Unidos y debilitado estado de salud de Brejnev- se erigen en factores clave de todo lo que está pasando. Sí existen datos objetivos de que se han sobrepasado las lindes del choque políticamente táctico y circunstancial para entrar en los terrenos movedizos de una relación inédita entre las grandes potencias y sus aliados, de alcance insospechado para los años venideros. Y eso a pesar de que las últimas informaciones señalan que, por el momento, Estados Unidos y la Unión Soviética cumplirán con los términos del tratado SALT II de armas estratégicas igual que si estuviera ratificado.

La futura delimitación de los alineamientos africanos, las perspectivas de salidas democráticas. a situaciones de fuerza en Latinoamérica, el equilibrio en el Asia central y el futuro inmediato de la línea eurocomunista de los PC francés, italiano y español (cuyas reacciones ante la intervención soviética en Kabul contienen preocupantes niveles de matiz) se encuentran ahora mismo en juego. El caso es que el equilibrio inestable de las relaciones soviético- norte americanas se ha roto en Afganistán. El próximo movimiento es del turno de Washington.

25 Enero 1980

Afganistán y la política exterior española

Juan Garrigues Walker

Leer
Juan Garrigues Walker, abogado y hombre de empresa, es presidente de CIEX, compañía dedicada al comercio con la Unión Soviética.

Afganistán es un país pobre, sin recursos naturales, que limita al Norte con la Unión Soviética, al Oeste, con Irán; al Sur y al Este, con Pakistán, y tiene un breve punto de contacto himalayo al Noreste con China. No tiene frontera marítima. Su población es de catorce millones de habitantes y el índice de analfabetismo asciende al 90%.En el contexto internacional, Afganistán es un cruce complejo de caminos e influencias y ha sido siempre, en su historia, una zona de conflicto sometida a las presiones de los poderes colindantes.

En la crisis actual, según la versión soviética, el Gobierno afgano pidió ayuda para defenderse de las guerrillas alimentadas desde Pakistán y China. Según la versión americana, el Gobierno afgano no es un Gobierno independiente y no está cualificado para pedir ayuda militar a nadie.

El interés estratégico- político de Afganistán para la Unión Soviética nace del hecho de ser un país fronterizo. El interés para Estados Unidos es más remoto, en razón de la distancia que los separa. Pero como potencia mundial, considera que cualquier movimiento importante, en cualquier parte del mundo, afecta a sus intereses nacionales.

En contraposición, para España, Afganistán es un país que está fuera no sólo de la zona de sus intereses actuales, sino de toda posible definición razonable sobre cuáles pudieran ser estos intereses en el futuro.

Por esta razón, y porque es presumible que muchos de nuestros ministros carezcan de un conocimiento exacto de lo que fue y es Afganistán. resulta desconcertante que el Gobierno español haya tomado una posición tan condenatoria y, sobre todo. tan simplista.

¿Por qué y para qué el Gobierno ha actuado así?

No puede ser, obviamente, por quijotismo. Basta contrastar la férrea postura del Gobierno en su condena a la Unión Soviética, por su intervención en Afganistán, con la actitud tibia, permisiva y agresiva de neutralidad que mantuvo y mantiene el Gobierno español sobre la invasión del Sahara y el exterminio de los saharauis -antiguos ciudadanos españoles por Marruecos. Este conflicto, el del Sahara, sí afecta en profundidad no sólo a nuestros intereses inmediatos y futuros, sino también a nuestra conciencia moral próxima.

No es Don Quijote, pues, sino Sanchopanza, quien dirige, parece, nuestra política exterior. Pero un Sanchopanza con muy poca imaginación.

La pertenencia de España al grupo occidental de naciones es evidente. Pero entre pertenecer al mundo occidental y someterse a las erráticas necesidades de un presidente Carter, condicionado a las presiones de un período electoral, hay un abismo.

En esto, como en otros cosas, hay que tomar ejemplo de la capacidad de maniobra de Francia.

Francia recomendó en su día al ayatollah Jomeini y hoy mantiene una excelente relación con el nuevo Irán, a pesar de su enfrentamiento con Estados Unidos; y Francia, que es, sin duda alguna, aliado profundo de Estados Unidos, no incurre en la irresponsabilidad de condenar la actuación soviética en Afganistán con la celeridad y simplicidad del Gobierno español.

Francia actúa así no por veleidades prosoviéticas, sino porque supo siempre mantener un notable grado de independencia en la definición y defensa de sus intereses nacionales. Incluso la misma conducta americana, a pesar de los exabruptos publicitarios, ha cambiado sustancialmente y en muy pocos días. Hoy se habla de revertir la decisión sobre apertura de nuevos consulados soviéticos en Estados Unidos. Hoy está olvidado cualquier intento de boicotear los Juegos Olímpicos de Moscú. Hoy es previsible que se revierta la decisión de embargar las ventas de cereales a la Unión Soviética.

Y frente a este panorama político real destaca, por su incoherencia y su simplicidad, nuestra posición.

La política exterior española, por honorabilidad entre otras razones, pero si éstas no bastan, por razones de credibilidad y de eficacia, tiene que desprenderse de su simplismo, de sus miedos y de su aceptación incondicional de intereses coyunturales de terceros países. Tiene que salirse, en fin, de su más-papismo-que-el-papa.

España necesita, no a pesar de, sino precisamente, por estar inmersa en el mundo occidental, mejorar y desarrollar ampliamente sus relaciones con la Unión Soviética en todas las áreas; al menos hasta llegar al nivel de relación que hoy mantienen Italia, Francia, Alemania y Japón y tantos otros países desarrollados.

La necesidad y legalidad de la intervención soviética en Afganistán no es el tema de debate. El tema es el de nuestros intereses nacionales, porque una nación no tiene amigos ni enemigos permanentes: sólo son permanentes sus legítimos intereses.

Juan Garrigues Walker, abogado y hombre de empresa, es presidente de CIEX, compañía dedicada al comercio con la Unión Soviética.

25 Enero 1980

Garrigues Walker y la URSS

Juan Garrigues Walker

Leer

En EL PAIS de 25 de enero aparece un artículo firmado por mí sobre «Afganistán y la política exterior española».Agradezco la inserción del artículo. pero sí quiero indicar que me parece en un tono improcedente y de una intencionalidad inadecuada la nota que a pie del artículo sitúa el periódico. diciendo que soy presidente de una compañía dedicada al comercio con la Unión Soviética.

Obviamente, esta nota tiende a crear la idea de que la tesis presentada en el artículo está relacionada con un interés comercial.

Esto es inexacto y distorsiona en un todo la realidad. No soy presidente de ClEX,en primerlugar. En segundo lugar, CIEX mantiene comercio con varios países del mundo, incluido Estados Unidos, y, por tanto, parece innecesario, inconveniente y de una intencionalidad dudosa la especificación de que CIEX se dedica al comercio con la Unión Soviética.

Las ideas, buenas o malas, no tienen ni auardan relación ninguna con las actividades de la compañía donde trabajo.