16 octubre 1978

Primera vez en siglos que el Papa no será italiano

Los cardenales eligen al polaco Karol Wojtyla como nuevo Papa de la Iglesia Católica con el nombre Juan Pablo II

Hechos

El 16.10.1978 El Vaticano proclamó a Juan Pablo II como nuevo Papa de la Iglesia católica.

Lecturas

En 1978 Karol Wojtyla pasó a ocupar el máximo cargo de la Iglesia católica, convirtiéndose en el primer Papa no italiano de los últimos 456 años. Sus viajes que adquirieron con frecuencia relevancia política, hicieron a Juan Pablo II popular en todo el mundo. 

Karol Wojtyla, hijo de un teniente del ejército, nació el 18 de mayo de 1920 en Vadowice, al oeste de Cracovia. Aunque en un principio se decantó por la literatura, durante la Segunda Guerra Mundial este deportista entusiasta y actor aficionado decidió estudiar teología. Posteriormente fue ordenado sacerdote y tras doctorarse en la Universidad Papal de Roma, estuvo al frente de una parroquia durante varios años, hasta que finalmente regresó a Cracovia. Fue nombrado obispo auxiliar de Cracovia en 1958, arzobispo en 1964 y tres años más tarde, cardenal.

Durante la década de los sesenta demostró ser un hábil opositor político al gobierno comunista. Más tarde se ganó el respeto internacional al fomentar la construcción de una iglesia en la ciudad obrera de Nowa Huta. Financiada con donativos de todo el mundo, la parroquia se convirtió en un símbolo de la resistencia cristiana contra el sistema comunista. El 16 de octubre de 1978, el cónclave episcopal le eligió Papa.



El conservador D. Agostino Casaroli será el nuevo Secretario de Estado de El Vaticano.

17 Octubre 1978

Un "posibilista" en la silla de Pedro

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián)

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Si la elección como Papa del cardenal Alberto Luciani, hace menos de dos meses, fue recibida en los medios eclesiásticos y políticos del mundo entero con sorpresa, la designación del cardenal Karol Wojtyla, arzobispo de Cracovia, como sucesor del fallecido Juan Pablo I bordea los límites de las noticias sensacionalistas. Las probabilidades de que se rompiera esta vez la tradición que desde 1523 ligaba la figura del Papa con la nacionalidad de los reinos y repúblicas que se unificaron finalmente en la nación italiana parecían escasas, y los candidatos con cuyos nombres se especulaba como posibles alteradores de esa multisecular costumbre pertenecían todos ellos -como el argentino Pironio, el brasileño Lorscheider, el británico Hume o el holandés Willebrands- al llamado mundo occidental. De esta forma, la designación de Karol Wojtyla no sólo ha puesto fin al monopolio italiano de la sede de San Pedro, sino que, además, ha desplazado insospech adam ente los orígenes del nuevo Papa a un medio social y político claramente separado de la comunidad de países gobernados por hombres que se declaran cristianos y donde la influencia de la Iglesia católica y de las Iglesias protestantes sobre los Estados, aun no siendo éstos confesionales, es considerable y entra en los hábitos admitidos de la vida pública.

Sin embargo, las naciones y los pueblos tienen una intrahistoria vigorosa y continuada a la que no pueden alterar unas cuantas décadas de nuevo régimen político. En el caso de Polonia, la nacionalidad se forjó en torno a la defensa del catolicismo como creencia colectiva frente a los países fronterizos que, una y otra vez, invadieron sus territorios y le repartieron su suelo. El poderoso arraigo de la fe católica en Polonia se debe en gran parte. a que, al igual que en Irlanda, forma parte de su propia identidad histórica corno pueblo. El comportamiento de la jerarquía eclesiástica durante la segunda guerra mundial y su abierto rechazo de cualquier forma de colaboracionismo con el nazismo alemán no hizo sino fortalecer esa implantación del catolicismo en el alma colectiva polaca.

Por lo demás, las relaciones de la Iglesia polaca con el. régimen socialista, que fueron muy tensas y difíciles hasta 1956, durante la época en que se ideó la expresión. «Iglesia del silencio» fueron mejorando sensiblemente durante las dos últimas décadas hasta alcanzar un statu quo satisfactorio, si bien no existen relaciones diplomáticas plenas entre el Vaticano y Varsovia. La libertad de culto se halla garantizada, así como la libertad de expresión y de educación para los católicos, seguramente porque las autoridades polacas, tras unas primeras tentativas de imponer por vías administrativas el agnosticismo y el ateísmo, entendieron la inutilidad de sus esfuerzos y prefirieron hallar un acomodo político con la Iglesia.

Es igualmente notable que haya sido el cardenal Wojtyla, y no el cardenal Stefan Wyszynski, el prelado polaco elegido para ocupar la sede vacante del papado. El anciano arzobispo de Varsovia está asociado, en la memoria histórica, a las duras y agrias batallas libradas a finales de los cuarenta y comienzos de los cincuenta contra el Gobierno polaco, de las que salió vencedor, pero que marcaron para siempre su carácter. En cambio, el arzobispo de Cracovia -la patria de Copérnico- pertenece, a una generación posterior que aceptó el hecho de la coexistencia pacífica entre el Estado socialista y la Iglesia y la plausibilidad de que el nuevo régimen económico y social persista en el tiempo. El cardenal Wojtyla ha sido calificado como un «posibilista» en el terreno político, que ha admitido como un dato inmodificable de la situación la legislación laica sobre régimen matrimonial y control de la natalidad promulgada por el Estado polaco, aun considerándola inadecuada para los creyentes. Al tiempo que ha luchado por mantener o ampliar el campo de libertad para la actuación de la Iglesia en los asuntos específicos de la fe, ha dado en varias ocasiones apoyo público a reivindicaciones económicas de los trabajadores. En el terreno doctrinal, algunos curriculums hacen referencia a sus simpatías por el Opus Dei y a su conservadurismo teológico; otros, en cambio, resaltan sus vinculaciones con el movimiento creado en torno a la revista Znak, en el quejuegan un destacado papel católicos afines con el pensamiento del personalismo de Mounier y de la revista Esprit.

Otra nota singular del cardenal Wojtyla es su carácter de arzobispo residente en Polonia. Sus vinculaciones con la curia romana no son, por tanto, grandes.

La elección de Juan Pablo II plantea dos expectativas de enorme interés en lo que se reficre a las relaciones de la Iglesia católica con el mundo político contemporáneo. De un lado, la enorme presencia del Vaticano en la vida política italiana, tanto por sus conexiones con la Demo cracia Cristiana como por la autoridad de los anteriores pontífices en las cuestiones temporales del país del que fueron ciudadanos, quedará reducida por la nacionalidad polaca del nuevo Papa, si bien la curia puede retener instrumentos de poder suficientes para mantenerla. De otro lado la designación del cardenal Wojtyla puede entenderse como un paso más en la estrategia de la Iglesia católica para orientarse hacía un futuro en el que las formationes sociales posteapitalistas coexistirán probablemente con los países que se rigen por el sistema de economía de mercado y que se sitúan en las viejas tradiciones culturales y políticas de Occidente.

18 Octubre 1978

El Cardenal Wojtyla, Polonia y la Iglesia

Lamberto de Echeverria

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Puedo calificar de extraordinaria la aguda sensibilidad de don Antonio Montero obispo auxiliar de Sevilla, que por segunda vez ha dado plenamente en la diana en una profecía que resultaba tan difícil como la de cuál iba a ser el futuro Papa. La primera vez lo hizo conmigo por escrito y con extraordinario énfasis: se trataba de la elección de la cual salió Juan XXIII. En esta ocasión, y sin tanto énfasis: se trataba de la elección de la cuál salió Juan XXIII. En esta ocasión, y sin tanto énfasis, pero sí con una relativa seguridad, me afirmó que el cardenal Wojtyla era un candidato excepcional que entraba en el primero de los cocnlaves y volvía a entrar en el segundo con muchas probabilidades de salir elegido Papa.

Y efectivamente ha sido así. Quería comentar yo ahora el hecho dejando a un lado toda posible concesión al tópico y examinándolo con frialdad desde un triple punto de vista.

En primer lugar, pensando en él, en el cardenal Wojtyla. Se encuentra en estos momentos convertido en Papa, en una situación absolutamente original, que no se ha dado nunca en la historia de la Iglesia. No es sólo que se trate de un cardenal que no es italiano, sino que además ni siquiera en procedente de un país latino. Viene de un país lejano de Centroeuropa, donde la tensión ideológica y jurídica ha sido máxima entre la Iglesia y el Estado entre el aparato de un partido y la realidad de un pueblo profundamente cristiano. Viene con una experiencia directa de esos problemas, no nutrida en los libros o en los coloquios intelectuales, sino que directa, después de años de trato con las autoridades comunistas, después de soportar toda suerte de dificultades, después de haber sido una de esas escasas personalidades que pudieron experimentar simultáneamente el contacto con un país socialista y el contacto también con el exterior, con otros países de diferente ideología, cuando estos contactos eran extraordinariamente raros. Proyectemos este experiencia excepcional sobre el problema más crucial que hoy está viviendo nuestra Iglesia. Imaginemos lo que va a suponer ahora la reunión del Episcopado latinoamericano, pensemos también en lo que va a ser la proyección del pensamiento del nuevo Papa  sobre este fenómeno inquietantemente atractivo lleno de seducción, pero también de interrogantes, que es la aparición de los cristianos para el socialismo. Al nuevo Papa nadie le podrá negar un conocimiento directo y experimental de lo que es un país socialista, y su palabra saldrá por consiguiente, reforzada, respaldada, no sólo por un limpio pensamiento intelectual de filósofo, sino también con la recia experiencia de muchos años de contacto inmediato.

Proyectemos ahora nuestro pensamiento sobre Polonia. Uno no puede sustraerse a la idea de lo que tiene de premio esta elección de Romano Pontífice. Un pueblo cristiano, fiel a sus tradiciones, amante de la Santísima Virgen, rico en vocaciones, que ha sufrido durante lustros la humillación permanente, el ver cerrados los pasos hacia la juventud, hacia la escuela, hacia los medios de comunicación social, por el hecho de que éstos tuvieron cualquier carácter o connotación cristiana, ve ahora cómo todo el mundo se vuelve hacia uno de sus hijos, hacia un obispo salido de su pueblo, descendiente de una familia auténticamente polaca, que ha vivido y compartido esas horas difíciles. Cuesta concebir que el Señor pudiera dar un premio mejor a la fidelidad del pueblo polaco.

Pero pensemos también en la Iglesia. No hace muchos días leía yo en el periódico ‘La Croix’ que el Papa no tenía por qué ser siempre un superdotado, que algunos de los esquemas que íbamos haciendo al saber de la figura de los últimos papas resultaban cada vez más difícilmente superables. Que no era necesario que tuviesen el poliglotismo de un Pío XII, la proyección humana excepcional de un Juan XXIII la preparación fuera de serie de un Pablo VI o las condiciones extraordinarias de que dio muestra Juan Pablo I en su efímero pontificado. Pues bien, este comentario, que parecía una preparación para una posible desilusión que nos llegara a los católicos, ha quedado completamente desbordado. Tenemos Papa políglota, lo tenemos intelectual, lo tenemos en contacto con las realidades humanas, lo tenemos extraordinariamente preparado… Recuerda uno las personalidades excepcionales que ha tenido ocasión de conocer en su vida, y le cuesta encontrar una que pueda parecerse a la del nuevo Pontífice. Compara uno la biografía del nuevo Papa con la de los demás cardenales, y no tiene inconvenientes en reconocer que muy pocos, acaso ninguno, pueden presentar un conjunto tan excepcional de cualidades.

Y así, pensando en el nuevo Papa, pensando en Polonia, pensando en la Iglesia universal, no puedo menos de cerrar este artículo dando gracias a Dios por la elección del nuevo Papa. Y, a imitación suya, dando gracias también a la Santísima Virgen por su eficaz intercesión en estos momentos cruciales de la Iglesia.

Lamberto de Echeverría

17 Octubre 1978

Juan Pablo II, ¿continuador de Juan XXIII?

Alfonso Carlos Comín

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Escritor cristiano. Miembro del Comité Central del Partido Comunista

Con el nuevo papa Juan Pablo II se ha roto el «dominio italiano» que durante siglos ha venido condicionando la elección de¡ sucesor de Pedro. Por sí mismo este hecho no es decisivo; un Papa no italiano puede ser más conservador que uno italiano. Todo depende de la persona. Pero sí es significativo en la medida que la curia vaticana ha venido controlando hilos de poder decisivo que le permitían minusvalorar o Incluso marginar a otras iglesias locales y nacionales. El abanico de posibilidades de elección se amplía a partir de ahora y en la mente de los cristianos dejará de identificarse obispo de Roma con Papa italiano, argumento que todavía en vísperas de este último cónclave se utilizaba con argumento de necesidad.

Pero lo importante es la personalidad y la figura del nuevo Papa, el cardenal polaco Wojtyla. Y lo que haya de ser su pontificado, con probabilidad duradero dada su edad, 58 años (sólo quince cardenales de los asistentes al cónclave eran más jóvenes que él). Sobre la segunda cuestión nada podemos decir; sólo el tiempo y la historia perfilarán al paso de sus palabras y de sus acciones el sentido de su servicio como sucesor de Pedro.

Una vez más se han quebrado los pronósticos -no figuraba en ninguna lista de papables, ni siquiera en la de la computadora de Chicago (¡!)- y, por tanto, la prensa y los expertos no han hecho circular su biografía hasta este misma tarde, una vez ha salido elegido Papa. Sobre esos datos podemos aventurar algunas hipótesis además de los que poseemos a través de sus intervenciones en el Concilio Vaticano II, junto con la imagen de su figura, que hoy nos ha parecido sencilla y cargada de humanidad al dirigirse en italiano al pueblo congregado en la plaza de San Pedro.

Procede de una Iglesia de antiquísima tradición cristiana, como es la polaca, conservadora en muy variados sentidos y que congrega a la mayoría de la población, aun después de décadas de gobiernos comunistas que, como es habitual en los países del Este, han tratado de extender la educación y la propaganda ateas. Este contexto ha de haber marcado forzosamente su personalidad, pero puede haberlo hecho para reflexionar sobre aspectos muy variados de la presencia de la Iglesia en el mundo contemporaneo. Por otra parte, sabemos que.es hijo de obreros, que él Mismo ha trabajado en fábrica y que ha estudiado en universidad estatal, todo lo cual amplía su horizonte intelectual.

Se sabe que se halla en posición muy diversa de la del conservador cardenal Wyszinski, primado de Polonia; Wojtyla ha estado siempre muy cerca del grupo Znack, de inspiración personalista, influido por el grupo Esprit fundado por Mounier. El grupo. Znack últimamente viene colaborando con el disidente marxista ateo Adam Michnik, perseguido por las autoridades polacas, y que ha hallado en este grupo un lugar de común reflexión y encuentro cristiano-marxista.

Esta actitud del nuevo Papa es coherente con una de sus intervenciones en el Concilio Vaticano II, en la que al discutir sobre la estructura de la constituciónLumen Gentium, sobre la Iglesia, defendió, junto con los sectores avanzados, el deseo de que el esquema hablara del «pueblo de Dios», antes de ocuparse de la jerarquía. De aquí su sensibilidad por la participación de los laicos, que es una de las características resaltadas en las brel ves biografías de urgencia facilitadas esta misma tarde.

Pero la intervención que me parece más significativa de las que hizo en el Concilio Vaticano II es la que se refería al esquema de las relaciones de la Iglesia con el mundo contemporaneo, el famoso esquema trece. Con esa ocasión el entonces arzobispo de Cracovia, hablando en nombre de todos los obispos polacos, dijo lo siguiente: «La Iglesia no tiene por qué enseñar a los no creyentes. Debe buscar en común con el mundo. Así se evitaría el tono eclesiástico de este esquema y el que se lamentara sobre el mundo. Evitemos todo espíritu, de acaparamiento y todo espíritu moralizador. Uno de los mayores defectos de este esquema es que hace aparecer autoritaria a la Iglesia.» Este texto expresa una comprensión abierta de la inserción de la Iglesia en el mundo contemporáneo que permite abrigar fundadas esperanzas en la figura de Juan Pablo II. Con fiemos que estas expectativas se confirmen y que su pontifica do contribuya al proceso de re conciliación de la Iglesia con la modernidad que abrió el papa Juan XXIII.

18 Octubre 1978

La fumata

Josefina Carabias

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A lo largo de toda la larga historia de la elección de un nuevo Pontífice no lo encuentra testimonio de que la fumata se hubiera equivocado nunca. Sin embargo, en los dos últimos conclaves – por desgracia tan seguidos – se equivocó varias veces.

Se decía que para que saliera el humo negro, cuando la votación no había dado resultado, se quemaba paja húmeda, y para que saliera blanco, una vez elegido el nuevo Papa, se quemaban las tarjetas de votación.

¿Cómo se explcia, pues, que en unos tiempos en que la química está tan adelantada cuando se puede colorear en el acto y a capricho no sólo las humaredas, sino cualquier otra cosa no se hayan encontrado unos medios más seguros que la paja húmeda o las tarjetas blancas para que el mundo entero no se equivoque creyendo que hay Papa cuando no lo hay todavía o viceversa.

Puesto que ya llevamos varias veces en que la fumata no funciona bien, deberían suprimirla, igual que se han suprimido otras ceremonias y usos eclesiásticos. Hágase cargo de que la fumata no es más que una tradición de tiempos atrasados. El Sacro Colegio podría tener a su alcance hoy otros medios más seguros y rápidos para comunicarse al exterior sus decisiones. Por ejemplo, el teléfono – decía el otro día alguien que, tras escuchar por la radio los gritos y aplausos de la multitud congregada en la plaza de San Pedro, que celebraba la fumata blanca el domingo, sintió que le invadía la decepción cuando no hubo más remedio que aceptar la evidencia de que una vez más, los tonos del humo cambiaban y se confundían.

Lo peor fue que esta vez, como ocurrió también cuando la elección de Juan Pablo I, a finales de agosto, además del humo blanco y el humo negro, saló humo gris.

Eso no puede ser más lógico. El color normal del humo es gris. Para que salga blanco o negro hay que echarle al fuego alguna cosa que lo cambie. Repito que eso deberían suprimirlo. Con el teléfono basta. ¿No han suprimido la cola en los hábitos de los cardenales? ¡Y eso sí que era bonito! Yo lo he leído en no sé qué libro algo de un cardenal corpulento que al moverse majestuosamente a través de las grandes salas vaticanas daba la impresión de un navío avanzado lento sobre la mar o de un arrecife de coral que se hubiera puesto en movimiento. La fumata es lo más arcaico de todo lo que queda del antiguo ceremonial y lo único que nunca ha funcionado bien, al menos en los tiempos modernos.

Por mi parte, no estoy conforme. Equivocada o no equivocada, la fumata tiene su emoción, debe continuar y sería un gran error suprimirla. Los miles de personas que se agolpan en la plaza de San Pedro – en estos días han sido cientos de miles, muchas de ellas provistas de catalejos, a fin de ver el humo más de cerca – se sentirían terriblemente decepcionadas sin o lo vieran. La multitud, sobre todo cuando es pacífica, tiene reaccione infantiles. Puestos a recordar nuestra niñez, llegaremos a la conclusión de que lo que más nos impresionaba entonces, cuando nos explicaban, vivíamos o leíamos algo sobre la elección de un Papa, era la historia del humo blanco y el humo negro. El humo blanco nos parecía que era la imagen de las vestiduras que habría de ponerse – que ya tendría puestas – el cardenal elegido. Si la ‘fumata’ tradicional hubiera sido sustituida por el teléfono y la radio, el mundo y la Iglesia habrían perdido una tradición muy atrayente.

No me digan ustedes – lo sé muy bien – que el teléfono y la radio son unos medios mucho más seguros y que una gran parte de los que han acudido estos días, igual que hace dos meses escasos, a la plaza de San Pedro, además del catalejo para ver la ‘fumata’, llevaban un transistor que se aplicaban al oído con la otra mano para estar más seguros. Sin embargo, no sólo a los que estaban allí, sino a los que hemos seguido el desarrollo del acontecimiento de lejos, nos gustaba ver por televisión la pequeña chimenea echando humo. En los tiempos de la electrónica y de los viajes interplanetarios, significa una especie de descanso que algo tan importante sea anunciado por un medio tan primitivo y sencillo.

Sería, pues, un error suprimir la ‘fumata’. Lo que hay que hacer es perfeccionaria, como parece que se ha ido perfeccionando a partir de la gran decepción del domingo pasado, a mediodía, cuando el humo blanco, el humo negro y el humo gris se fueron mezclando y confundiendo.

El lunes todo estuvo más claro. El humo del mediodía fue negro, sin que hubiera lugar a ninguna duda. Se aseguró también que fue blanco el que anunció, a última hora de la misma tarde, que ya teníamos Papa. Yi no lo aseguraría. En Roma, cuando salió la fumata definitiva, era ya de noche – la hora solar no es la misma allí que aquí, aunque sí lo sea la cronométrica – y sobre un cielo totalmente oscuro, cualquier humo que no sea negrísimo destaca y parece más claro.

Esperemos, sin embargo, que, en muchos años no haga falta ver ni preocuparse de la fumata. El cónclave ha elegido un Papa joven – para pontífice jovencísimo – y de apariencia sana y vigorosa. Además, siempre se ha dicho que a un reinado papal corte le sigue otro muy largo. A veces, como ocurrió con Pío IX y León XIII, así como con Pío XI y Pío XII, se sucedieron dos pontificados largos, uno tras otro.

Josefina Carabias