13 marzo 2013

Ningún Papa había usado hasta ahora el nombre de Francisco

Los cardenales eligen por primera vez en la historia a un Papa hispano: el argentino Bergoglio, que usará el nombre de ‘Francisco’

Hechos

El 12.03.2013 se conoció el nombre del nuevo Papa de la Iglesia Católica: el cardenal Bergoglio que utilizaría el nombre de ‘Francisco’.

Lecturas

El 13 de marzo de 2013 El Vaticano anuncia que la persona elegida para reemplazar al dimitido Papa Benedicto XVI es el obispo argentino Jorge Bergoglio que reinará con el nombre de ‘Papa Francisco’, siendo el primer pontífice que escoge ese nombre. El Papa Francisco buscará que la imagen de su pontificado no esté tan centrada en las reglas de moralidad, como en la defensa de los pobres y tratará de ganarse la simpatía del izquierdismo europeo, tradicionalmente anticlerical en mucho sectores.

14 Marzo 2013

Esperanza de reforma

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

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La inesperada renuncia de Benedicto XVI ha obtenido un resultado también imprevisto: la sustitución en tiempo récord de la cabeza visible de una institución global con más de 1.100 millones de seguidores y el histórico desplazamiento del centro de gravedad desde Europa hacia América, donde reside en la actualidad el 47% de los católicos. Es la primera vez en la historia de esta milenaria institución que se elige a un papa jesuita, con lo que eso supone de solidez y seriedad a priori, y un papa no europeo en más de mil años; y esta elección recae además en un pontífice cuya lengua materna, el español, es el primer idioma de esta religión global.

Tales novedades pueden interpretarse como el mensaje de renovación que tantos esperan para la Iglesia católica. Porque además de la apertura territorial ahora estrenada, al nuevo gobierno vaticano le va a resultar difícil ignorar la fuerza innovadora de la curia americana, que en los días previos al cónclave ha reclamado protagonismo y aboga por la apertura hacia nuevos planteamientos. No hay que olvidar que fue Latinoamérica el principal escenario de la acallada Teología de la Liberación y que fue Estados Unidos el primer país que se rebeló contra el ocultamiento sistemático por parte de la curia de los abusos sexuales. Del otro lado del Atlántico provienen también las propuestas de dotar de una mayor transparencia a una institución apegada al pasado y aquejada por diversos escándalos. El perfil del jesuita bonaerense Jorge Mario Bergoglio, ahora Francisco I, es lo suficientemente moderado y está lo suficientemente apartado de las intrigas vaticanas como para poder emprender ese camino. La sencillez y el estilo directo de su primer saludo anoche dan idea de un talante distinto.

Durante estos últimos días, la Iglesia católica ha ofrecido la más vistosa y arcaica imagen de sí misma. Con un aparato mediático propio, el Vaticano ha hecho gala de su maestría en la puesta en escena de sus más viejas y solemnes tradiciones. Una puesta en escena que no esconde los críticos momentos que vive y que la retirada de Benedicto XVI —la primera en más de cinco siglos— ha evidenciado indicando el camino a su sucesor. El primer papa que pidió perdón por los escándalos de pederastia dedicó los últimos días de su pontificado a advertir contra la corrupción, renovar la cúpula del banco vaticano, forzar la renuncia de un cardenal acusado de pederastia —el escocés Keith O’Brien—, expulsar a colaboradores de Tarcisio Bertone y ordenar guardar bajo llave el informe sobreVatileaks, los documentos secretos que revelaban la corrupción que aqueja a la curia y que algunos expertos señalan como la razón de su dimisión.

Son decisiones que convierten este relevo en excepcional porque, entre otras cosas, van a determinar, como mínimo, el sentido de los primeros pasos de Francisco I. La situación que afronta el primer pontífice jesuita y argentino de la historia es paradójica. Con un número de seguidores sin precedentes y más extendida que nunca, la Iglesia católica ha perdido influencia en el mundo moderno y observa además con desánimo el laicismo y la desafección hacia su jerarquía, tan distante de buena parte de los fieles.

Las tensiones son evidentes en el seno de la propia Iglesia y en relación con el mundo exterior, que puede quedar fascinado con los ritos pero difícilmente comprende ya la intransigencia dogmática en asuntos relacionados con el sexo, las nuevas formas de familia, la igualdad, la bioética y, en general, los usos democráticos. Nadie esperaría un papa revolucionario y a veces las expectativas no responden al perfil del elegido, pero las credenciales de Francisco I de hombre recto y dialogante, unidas a su condición de jesuita, pueden ser una baza decisiva para la evolución requerida.

14 Marzo 2013

Jesuita, conservador y envuelto en agrias polémicas en su país

Juan G. Bedoya

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El argentino Jorge Mario Bergoglio, el primer jesuita que accede al pontificado romano, apareció ayer ante la multitud con gesto extremadamente serio y recatado, incluso tímido, acongojado quizás por el peso que se había echado minutos antes sobre sus hombros. Ni siquiera alzó los brazos para saludar, salvo una inicial y tímida bendición, en contraste con el entusiasmo y los aspavientos que exhibió en la misma circunstancia su predecesor, el emérito Benedicto XVI. Ha escogido un nombre, Francisco, esperado en un hijo de los santos Ignacio de Loyola, Francisco de Javier y Francisco de Borja, los tres españoles que hicieron grande a la Compañía de Jesús como el gran brazo evangelizador o represor de la Iglesia romana. También es declarado admirador del mítico san Francisco de Asís.

Los jesuitas se han distinguido por su estricto voto de obediencia al papa, en las duras y en las maduras, lo que les ha costado no pocas amarguras, incluso la suspensión durante décadas y expulsiones de varios países. Tienen como una de sus reglas más estrictas no aceptar ni cargos ni dignidades eclesiásticas. El nuevo papa es una de las más sonadas excepciones. Eso explica que sea el primero en acceder al pontificado y no, por ejemplo predecesores tan imponentes como el temido cardenal Roberto Belarmino.

Pese a su aspecto tímido y recatado, la biografía del ya papa Jorge Mario Bergoglio no es sin embargo, un camino de rosas. Es un hombre acostumbrado a las dificultades y curtido en trifulcas desagradables, que le han agriado gran parte de su pontificado en la gran ciudad de Buenos Aires. Lo más grave que se ha dicho de él, incluso por eclesiásticos de su archidiócesis, es que calló ante la brutal dictadura de los militares de su país, a los que no se enfrentó en ningún momento. Las famosas Abuelas de la Plaza de Mayo y en alguna ocasión la fiscalía pidieron investigar al nuevo papa en casos de robos de bebés por los militares y en la desaparición de sacerdotes (algunos jesuitas enfrentados con su prelado) y de opositores católicos al régimen.

Nacido en Buenos Aires el 17 de diciembre de 1936, es hijo de un matrimonio de italianos formado por Mario Bergoglio (empleado ferroviario) y Regina (ama de casa). Francisco ya fue candidato a papa tras la muerte de Juan Pablo II. Ha sido presidente de la Conferencia Episcopal Argentina durante dos períodos, impedido por los estatutos de ese organismo para asumir un nuevo mandato, que a buen seguro hubiera alcanzado.

Inició sus estudios de químico, pero a los 21 años (en 1957) ingresó en el seminario del barrio Villa Devoto, como novicio de la orden jesuita y completó una parte de su formación con los jesuitas de Alcalá de Henares (1970-1971). Pronto hizo carrera dentro de la orden, de la que fue Provincial en Buenos Aires entre 1973 y 1979. Fue consagrado obispo de Auca en 1992 y seis años después asumió el arzobispado. Juan Pablo II lo creó cardenal con el título de san Roberto Belarmino. El cargo le convertía en el Primado de la Argentina. Tiene muy buena relación con gran parte de los obispos españoles, a los que conoce directamente porque en 2006 vino a darles los ejercicios espirituales anuales de la Conferencia Episcopal.

Francisco ha sido un prelado muy atento a las vicisitudes de su país, para bien y para mal. Su última intervención lo enfrentó con acritud a la presidenta de la República, Cristina Fernández de Kirchner, por la aprobación de la ley de matrimonio entre personas del mismo sexo. El 9 de julio de 2010, días antes de su aprobación, el cardenal Bergoglio publicó una pastoral calificando como una “guerra de Dios” dicha ley, y alentaba a sus fieles a acompañarle en esa “guerra”. La presidenta le replicó, agriamente, comparando la campaña arzobispal con los “tiempos medievales y de la Inquisición”.

Fue con motivo de esa polémica cuando volvieron a arreciar las acusaciones de haber callado cuando desaparecían algunos de sus sacerdotes a manos de los matones militares, e incluso de haber apoyado la represión. Los documentos atestiguando esos hechos fueron muy numerosos, en boca de sacerdotes y exsacerdotes, una teóloga, un seglar de una fraternidad laica que había denunciado en el Vaticano lo que ocurría en Argentina en 1976 y un laico que fue secuestrado junto a dos sacerdotes que no reaparecieron. La iracunda reacción de Bergoglio fue atribuir al Gobierno el origen de esa nueva campaña.

También se le acusó entonces de estar vinculado en casos de robo de bebés, incluso por la Fiscalía de Buenos Aires, pero sobre todo por las Abuelas de Plaza de Mayo, que pidieron que el cardenal fuese llamado a declarar ante la justicia por haber participado supuestamente en un plan sistemático de robo de bebés nacidos en las mazmorras del criminal régimen. El jefe de la Iglesia católica argentina es mencionado, en concreto, en el caso del nacimiento y apropiación de la nieta de una de las fundadoras de las Abuelas de Plaza de Mayo, Alicia Licha de la Cuadra. “A viva voz la hija de Licha, fallecida en 2008 a los 93 años, le reclamó al Tribunal Oral Federal —que juzga entre otros a los exdictadores Videla y Bignone por la apropiación de las criaturas hijas de desaparecidos—, que cite a declarar a Bergoglio como testigo”, se publicó entonces. El cardenal replicó siempre que se trataba de una persecución calumniosa a la Iglesia y llamó traidores a quienes “maldicen el pasado”.

14 Marzo 2013

Francisco y la Iglesia de los pobres

Juan José Tamayo

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La elección del cardenal Bergoglio como Papa, su procedencia argentina y el nombre elegido, Francisco, constituyen tres claves importantes que nos permiten ofrecer unas primeras reflexiones sobre las expectativas que puede generar no solo en el seno del catolicismo, sino en el mundo. Con esta elección, América Latina, el continente con cerca de 500 millones de católicos, adquiere el protagonismo que le corresponde en la Iglesia y logra la merecida y justificada visibilidad. Por primera vez en la historia del cristianismo el Tercer Mundo adquiere la justificada visibilidad, se coloca en el centro de la escena eclesial y se hace presente en el Vaticano, que en épocas anteriores apenas le prestó atención y en algunas ocasiones se mostró beligerante con él. América Latina es la cuna de la teología de la liberación, de las comunidades eclesiales de base, una de las manifestaciones más vivas del cristianismo de todos los tiempos, de las Conferencias Episcopales de Medellín y Puebla, donde toda la Iglesia latinoamericana pasó del cristianismo, primero conquistador, después colonial y luego desarrollista, al cristianismo liberador que hizo de la opción por los pobres el imperativo ético y recuperó la fuerza profética de Jesús de Nazaret y de los misioneros que, como Bartolomé de Las Casas, Antonio Montesinos, Antonio Valdivieso y otros, defendieron la dignidad y los derechos de los indígenas y el diálogo intercultural e interreligioso.

En América Latina se hizo realidad de manera ejemplar la Iglesia de los pobres, siguiendo la orientación de Juan XXIII: “La Iglesia de Cristo es la Iglesia de todos, pero en los países subdesarrollados es la Iglesia de los pobres”. El nuevo Papa es buen conocedor de dicha Iglesia y, a través de sus responsabilidades pastorales, ha participado en su desarrollo. Esto permite albergar la esperanza de que desde el Vaticano aliente el compromiso por la liberación de las personas, de los grupos humanos, de los pueblos latinoamericanos y de los países del Tercer Mundo sometidos a la explotación del Primer Mundo.

El nombre elegido, Francisco, el primero que utiliza un Papa, muestra su intención de seguir el espíritu de Francisco de Asís renunciando a todo tipo de ostentación y caminando por la senda de la pobreza y, así, hacer más creíble el mensaje de las Bienaventuranzas, que constituye la mejor herencia de Jesús de Nazaret y es la carta magna del cristianismo, con frecuencia olvidada y apenas puesta en práctica. Para llevar a cabo tales y propósitos, el nuevo Papa no puede apoyarse en los movimientos neoconservadores, que miran al pasado y reproducen un cristianismo preconciliar, como han hecho los papas anteriores, sino que ha contar con las fuerzas eclesiales vivas que miran al futuro y trabajan por “otra Iglesia posible” en el horizonte de los movimientos sociales comprometidos en la construcción de “Otro mundo posible”. Ello requiere un cambio estructural, que ya diseñara el teólogo Karl Rahner en el libro Cambio estructural en la Iglesia publicado hace 40 años y que conserva hoy la misma actualidad, o mayor si cabe, que cuando fue escrito.

15 Marzo 2015

Recibamos a Francisco

Juan Manuel de Prada

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Ahora nos van a dar mucho la tabarra, tratando de explicarnos cómo será el papado de Francisco a la luz de lo que hizo o dejó de hacer el cardenal Bergoglio.

Quienes así hagan, olvidan que el Papa goza de una asistencia de la gracia divina única y especialísima; una gracia que cambia al hombre sobre el que actúa. Baste recordar el caso del cardenal Mastai Ferretti, que apoyó la causa de la unificación italiana y cuya elección papal fue muy aplaudida por los liberales de la época… que no sabían que se les venía encima Pío IX. Mucho más iluminador que andar desempolvando episodios de la vida y hazañas de Bergoglio se me antoja atender a las palabras del nuevo obispo de Roma. Como dijo tras su elección Pío II, antes Eneas Silvio Piccolomini, escritor frívolo y licencioso: «Aeneam reicite; Pium recipite». Recibamos a Francisco.

Y, recibiéndolo, podremos ir vislumbrando el «estilo» de su pontificado. Ya en el momento de su proclamación, pese al atolondramiento (envaramiento incluso) causado por el peso de la responsabilidad recién aceptada, nos dio algunas pistas: puso a la gente a rezar por su antecesor y, antes de pronunciar la bendición urbi et orbi, pidió a los allí congregados que imploraran la bendición del Señor para él. Es un gesto de humildad y sencillez que ya ha sido convenientemente resaltado (como otros que luego prodigaría, en su cena con los cardenales o en su salida a la basílica de Santa María la Mayor); pero no se ha resaltado tanto que es un signo de comunión con sus fieles (a imagen de la comunión de los santos), que sólo puede lograrse a través de la oración. En la necesidad de la oración ha insistido Francisco en el sermón de la misa del fin del cónclave, recordándonos la frase de Léon Bloy: «Quien no reza a Cristo, reza al diablo». Reconozco que la cita de este grandísimo escritor maldito, látigo de la hipocresía y el fachadismo religioso, me ha conmovido muy hondamente. El sermón del nuevo Papa fue de una sencillez abrumadora y aldeana, breve como una florecilla franciscana; pero en su despojamiento escondía una fuerza explosiva. Sin aceptación de la Cruz, no hay caminar con Cristo, ni edificar con Cristo, ni confesar con Cristo; y una Iglesia que no aceptase la Cruz sería aliada del demonio. Fue una condena de la mundanidad —ese veneno que mata la fe— en toda regla.

Francisco puede ser el Papa de la espiritualidad, del repudio de las pompas mundanas, de una Iglesia que se purifica y fortalece a través de la oración y la caridad fraterna, abrazada a la Cruz. Recibámoslo con alegría.

15 Marzo 2015

Los devotos odiadores

Hermann Tertsch

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Los devotos odiadores de la Iglesia que tanto tiempo le dedican buscando su debilidad son el menor de los problemas de la Iglesia
Ya tenemos Papa. Francisco. A todos ha sorprendido una vez más la Iglesia. Todas las quinielas, todos los augurios y las deducciones de los ejércitos de vaticanistas se han ido literalmente al garete. Creen que la curia es el comité central del Partido Comunista de la Unión Soviética, el consejo de administración de una multinacional en el Club Bilderberg, la Logia del Gran Oriente o el casino de un pueblo. Interiorizan su propia propaganda, según la cual, en el Vaticano no se dirimen más que cuestiones de poder. Un poder sofisticado, implacable, que hace de la Iglesia otra organización humana más, marcada por la competencia, los intereses y la ambición. Al final resulta que sí, que la iglesia es una organización humana y mundana, llena de pecadores, con juegos de poder, con cálculos e intrigas, lucha de intereses, banderías y trampas. Pero siempre pasan por alto quienes miran desde fuera con frivolidad u hostilidad y conceptos y ritmos propios, que si bien es cierto que en la Iglesia hay todo eso, mucho y en demasía, hay además algo más. Mucho más. Se les olvida con frecuencia a vaticanistas aficionados como a los enemigos más devotos de la Iglesia, que ahí dentro hay gente, mucha gente, que se cree lo que predica y lo que hace. Y cree en la vida que vive para su fe, para la Iglesia y los demás. Que hay allí mucho trasiego de poder y dinero, que está la banca y el comercio de bulas y recomendaciones tan activo como en tiempos de Lutero. Pero se les olvida que además de eso, hay allí mucha gente que cree en Dios. Y en Jesucristo. Y en el verbo sagrado. En una historia insólita que como ninguna en la historia de la humanidad fue un superventas en las popularización de cualidades humanas que siguen siendo incuestionadas. Y admiradas por otras religiones y por quienes no son creyentes. Que esa gente de púrpura y los decenas de miles de hombres y mujeres que dedican su vida a la Iglesia creen en ese mensaje que arranca tanta sonrisa condescendiente a gran parte del hombre moderno educado sin Dios. Creen en ese mensaje que desde que lo propuso aquel judío de Galilea ha sido imbatible. Con su osada vocación de amor incondicional al prójimo, es más, también al enemigo. Y de perdón, de compasión, concordia y solidaridad, de respeto a todos los humanos sin distinción, de paz, de mansedumbre, de amor a la verdad, de humildad. Son una oferta difícil de superar y hasta ahora no lo ha sido. Y no deja de intentarse imitar, en parte o en todo. Desde hace siglos una guerra enfrenta a la razón con la fe. Y la fe no ha dejado de perder terreno. Pero ha sido en los campos de batalla más primitivos. La fe del carbonero es derrotada en las sociedades pero también por una razón de vuelo bajo, por una razón de carbonero. Por desgracia, la propia naturaleza del arco de fe y razón que Benedicto XVI quiso exponer, tiene claves complejas que la hacen poco accesible para el hombre cada vez más alejado de la propia intuición del gozo del hecho religioso. Los devotos odiadores de la Iglesia que tanto interés y tiempo le dedican buscando, con torpes consejos, su debilidad y destrucción son el menor de los problemas de la Iglesia. Esos devotos enemigos obsesionados por hacer daño tienen mensajes tan perecederos y obsoletos como mil proyectos de redención humana enterrados en estos dos mil años. Pobre gente, pobre mensaje frente a la humilde grandeza de la esperanza que se despliega ahora en Roma.