28 noviembre 1982

Primera trifulca del todavía presidente de la federación de periodistas desde su fichaje como comentarista en el YA

Los columnistas Luis Mª Anson (Presidente de EFE) y Emilio Romero polemizan por la figura del General Franco en las páginas del YA

Hechos

  • El 28-11-1982 D. Emilio Romero publicó en el diario YA el artículo ‘Precisiones históricas’ para replicar al artículo ‘Sudor teñido en las venas’ de D. Luis María Anson en el mismo periódico.
  • El 30.11.1982 D. Luis María Anson publicó su réplica.

28 Noviembre 1982

Precisiones históricas

Emilio Romero

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Me ha gustado mucho la Historia y ahora tengo la preocupación de su deformación por buena fe, por interés, o por ignorancia. En realidad el futuro va a heredar los testimonios de los escritores políticos y de los historiadores y todos tenemos la obligación de ser rigurosos. Esta casa, o este periódico, ha tenido la feliz idea de convocar a un grupo de escritores variados y fijos en estas dos páginas – Ricardo de la Cierva, Manuel Alcántara, Santiago del Campo y yo – y ahora añade a Luis María Anson. El pensamiento de este periódico está en su sitio habitual, y nosotros ofrecemos exclusivamente, nuestras opiniones y testimonios. Alguna vez podría ser atractivo que entre nosotros mismos con la cordialidad exigible, mostráramos algunos disentimientos o precisiones. Eso refuerza la propia convocatoria literaria y política.
 
Yo voy a iniciarlo con unas precisiones al artículo de Luis María Anson con el título ‘Sudor teñido en las venas’. Hay un párrafo en el que dice:
 
“La monarquía de todos es ya un hecho incuestionable y la larga lucha de don Juan de Borbón ha triunfado de forma plena en la persona de su hijo. Hace días los socialistas juraron uno a uno la Constitución monárquica. Hoy han aplaudido al Rey con calor y elegancia”.
 
La afirmación es históricamente verdadera, pero es incompleta si no se añade como un valor sustancial y capital la destreza del Rey Juan Carlos. Es verdadero que ‘la Monarquía de todos’ fue el lema del conde de Barcelona y el escepticismo y las reticencias de los socialistas y de los comunistas juraron hasta los días en que se estaba redactando el texto de la Constitución. Tras los Pactos de la Moncloa. Tengo en mi poder textos innumerables en los que se entendía por parte de los socialistas, la estrategia de acercarse a Estoril para debilitar el régimen del general Franco, y cuando fuera menester restaurar o proclamar la República. Algún ilustre profesor socialista decía en aquellos años finales del régimen del General Franco ‘que la Monarquía no era una solución, sino una salida’. El artífice verdadero de estos milagros, en los que un Rey restaura la democracia, después la salva de un golpe militar y por último pronuncia el discurso de apertura en el Congreso de los Diputados, donde los socialistas tienen la mayoría hegemónica, no es mo que quien ocupa el Trono de España tras la muerte del General Franco. Estos seis años han sido apasionantes para cualquier analista político que haya seguido el comportamiento de un Monarca que no podía embarcarse en la política, o respaldar abiertamente los actos de personajes políticos y sin embargo, conducía la nave para que pudiera llegar a buen puerto. Ni podía comprometerse ni gastarse. Los Reyes inteligentes están obligados a dejar siempre en la cuneta a sus colaboradores circunstanciales. Sorprendía a la izquierda que un Rey abriera las puertas a quienes confesaban sus antiguas y originales creencias republicanas. Pero su sorpresa fue todavía mayor cuando salvaba la democracia de la Constitución del 78 tras el secuestro del Gobierno y del Parlamento, puesto que sin su acción aquel golpe militar podría haber tenido otro desenlace. Es solamente entonces cuando la izquierda parlamentaria líquida las suspicacias restantes o residuales y aclama al Rey como el defensor del nuevo orden político. La izquierda no ama la Corona, pero la acepta, en cuanto sive los objetivos políticos de la izquierda incorporados al sistema democrático. El gran protagonista de estos años ha sido el Rey, y esta precisión no contradice la afirmación exacta de Luis María Anson respecto al Conde de Barcelona, pero la completa.
 
Luis María Anson dice en otra parte de su artículo: “Casi todos los problemas que hoy se cargan a las espaldas del nuevo régimen los heredó don Juan Carlos de la dictadura.”. Esto es inexacto. El Rey heredó una dictadura institucional y la cambió por una democracia de imagen europea. Esta fue su gran decisión histórica. Pero los problemas actuales, a excepción del terrorismo, están creados por los Gobiernos de la transcición democrática, y el propio terrorismo alcanzaría también su gran escalada. El período 1960-1974 registra la triplicación del PIB, con un protagonismo destacado de la expansión de la industria, que en dicho periodo creció un 275% en términos relaes. En esos tres lustros – decía esa gran personalidad política y técnica que es Carlos Pérez de Bricio – España pasó de ser un país subdesarrollado a situarse entre los doce primeros países industrializados del mundo, elevándose la renta per cápita de 362 dólares en 1960 a 2.326 en 1974. La economía española registra un práctico estancamiento en el periodo de 1975-81- El crecimiento del PIB ha tenido un promedio del 1.85. Una de las consecuencias de todo esto ha sido el pavoroso crecimiento del paro. La pérdida de empleos desde 1976 es de centenares de miles. La herencia de Felipe González recibida de los Gobiernos de Ucedé a los cuales ayudó y especialmente de la gestión del Duque de Suárez, resulta impresionante. Los graves problemas autonómicos, que no han permitido todavía construir el Estado, han nacido, igualmente de la impericia constitucional y política de estos años.
 
A la dictadura hay que cargarla sus culpas, que las tiene. Y estas culpas son fundamentalmente políticas. Esta fue la única mala herencia del Rey. La construcción de la democracia era necesaria y obligada. A partir de ese momento el Rey ejerce solamente el gran papel de defender el sistema democrático o la restaurada Monarquía parlamentaria. Y los problemas de hoy – económicos, sociales, autonómicos, internacionales y de terrorismo – no tienen otros responsables que nuestros políticos. La dictadura está bien archivada en nuestra Historia, pero los muertos hay que cargarlos a sus autores. Lo deseable de Felipe González en su discurso de investidura es que nos cuente bien lo que hereda.
 
Emilio Romero

30 Noviembre 1982

La herencia de la dictadura

Luis María Anson

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Emilio Romero, en el mejor estilo del periodismo de opinión, se ha interesado tanto por un reciente artículo mío que le ha dedicado su sección de YA para coincidir en unas cosas y discrepar en otras. Agradezco el honor que me hace el ilustre periodista. A mi vez, voy a puntualizar algunas cuestiones porque considero positivos estos diálogos civilizados, no fue frecuentes en el periodismo de hoy.
 
El 22 de noviembre de 1975, el Rey don Juan Carlos I tenía dos opciones; desarrollar la Monarquía de Franco o construir la Monarquía de todos, defendida con ejemplar tenacidad por don Juan de Borbón desde que en 1941 heredó la  Corona de su padre Alfonso XIII. El Rey se decidió por la solución europea que ha situado a Suecia, Dinamarca, Noruega, Holanda, Bélgica, Inglaterra entre los países políticamente más libres del mundo, socialmente más justos, económicamente más desarrollados y culturalmente más progresistas. Don Juan Carlos ha construido la Monarquía de todos de forma magistral gracias a su habilidad personal y al terreno preparado por su padre. Conviene recordar que en 1975 no había un movimiento serio en favor de la tercera República, lo que constituye casi un milagro político. Al concluir la guerra mundial, se produjo el entendimiento con Gil Robles y Prieto y los republicanos con todas las reticencias y excepciones que se quiera, jugaron la carta del conde de Barcelona. Sainz Rodríguez ha señalado lúcidamente esta circunstancia como uno de los grandes servicios hechos a la institución monárquica por don Juan de Borbón.
 
Vamos a desollar el segundo argumento. Afirmaba yo en mi artículo que ‘casi todos los problemas que hoy se cargan a las espaldas del nuevo régimen los heredó don Juan Carlos de la dictadura’.  Casi todos, no todos. Romero considera inexacta esta afirmación, ofrece unas conocidas cifras económicas y desarrolla unas tesis discutibles pero que le honran porque es de bien nacido el agradecimiento a quien se sirvió.
 
Sin embargo la realidad es que ETA surgió durante la dictadura es buena parte por la intransigencia y el cerrilismo del régimen al tratar el problema vasco. También parece incuestionable que la humillación que se infligió a la cultura y a la lengua catalanas exacerbaron el nacionalismo en esta región. Es cierto que luego se ha tratado con ligereza y desacierto el problema autonómico, el más grave que políticamente tiene España, pero el mal lo había heredado  don Juan Carlos como lo heredó el Movimiento Nacional, silenciándolo en lugar de resolverlo. En 1975, la unidad de los hombres y de las tierras de España era un mito y Franco tuvo que declarar en sus últimos años y por dos veces el estado de excepción en las provincias vascas, dentro de la excepción que ya suponía la dictadura. Las ásperas sangres del terror ahogaban la nación, y el propio presidente del Gobierno caía asesinado.
 
En 1975 el Sahara había sido invadida, la delincuencia crecía de forma fulgurante: la corrupción invadía el aparato administrativo: la emigración estaba en retroceso; los sindicatos necesitaban un tratamiento quirúrgico, los Ejércitos carecían de armamento moderno; el campo estaba herido de muerte; apremiaba la reforma fiscal y ardían múltiples cuestiones laborales, sociales, religiosas y administrativas. Todo ello sin entrar en el problema de fondo: el político.
 
Canta Emilio Romero el crecimiento económico entre 1969 y 1974. Es cierto, como lo fue en toda Europa. Pero en 1973 cuando se produce la gran crisis del petróleo, las naciones occidentales toman medidas, mientras que los gobernantes españoles, para no disgustar a un Franco decrépito, mantienen una alegría económica insostenible y una parálisis decisoria ciertamente suicida. En 1975 teníamos ya ochocientos mil parados y unas perspectivas alarmantes. Eso es lo que hereda Juan Carlos I.
 
No es que yo piense que después todo se ha hecho con acierto. Conozco bien cuántos jirones dolidos de carne viva quedaron prendidos en las alambradas de la transición. Muchos de los problemas heredados se agravaron por la torpeza de los políticos democráticos. Se agravaron, pero no se crearon. Fueron herencia de la dictadura. Y eso es lo que afirmaba en mi artículo. Y lo que reitero ahora.

Comprendo, aunque no lo comparta, que se defienda el régimen de Franco. Me parece, además, muy noble por parte de los que lo sirvieron. Pero el gran error que suele cometerse al hacer esa defensa es no distinguir entre el régimen hasta 1970, en los que los argumentos de paz, orden, desarrollo económico y transición ciudadana eran ciertos, aunque sin libertad política; y la dictadura entre 1973 y 1975 una de las etapas más tristes de la historia de España, en la que el Generalísimo, envejecido y con arteriosclerosis, incapaz de tomar decisiones con visión de futuro, echó por la borda una buena parte de sus logros y dejó al Rey casi todos los problemas que algunos cargan ahora sobre el actual régimen. No hay nada nuevo bajo el sol. Las hilanderas de la historia tejen siempre los mismos tapices. Cuando el dictador no sabe retirarse a tiempo deja como herencia un país en descomposición.
Luis María Anson