4 marzo 2012

Los diarios EL PAÍS y ABC salen en defensa de la Monarquía ante la campaña contra ella fomentada desde EL MUNDO y LA SEXTA

Hechos

El 4.03.2012 EL PAÍS publicó el editorial ‘El caso Urdangarín y el futuro de la Monarquía’.

04 Marzo 2012

El ‘caso Urdangarin’ y el futuro de la Monarquía

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

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El pasado día 27 de diciembre, en el palacio de las Cortes, una abrumadora mayoría de los diputados ovacionaba largamente al rey de España, que había acudido al Parlamento para inaugurar la X Legislatura. Aquel aplauso, que emocionó al Monarca, evidenciaba el apoyo de los representantes de la soberanía nacional tanto a la figura del Rey como a la institución que encarna. Sucedía en un momento en el que la imputación de diversos delitos al yerno de don Juan Carlos había merecido una fulminante reacción por parte de la Casa del Rey, que excluyó a Iñaki Urdangarin del protocolo de la misma, y provocado un explícito recordatorio por parte del Monarca de que absolutamente todos los ciudadanos son iguales ante la ley.

En efecto, que el yerno del Rey responda ante la justicia por el manejo de sus negocios privados demuestra que se encuentra tan sometido a los órganos jurisdiccionales como cualquier otro español. A raíz de estos sucesos, sin embargo, algunos han pretendido que la familia real se encuentra cuestionada por la opinión pública, pese a que la ovación parlamentaria así lo desmiente. Otros pretenden alimentar un debate sobre la jefatura del Estado que no es más que una contorsión intelectual y mediática que la sociedad española debe rechazar con toda contundencia. El Rey y su heredero encarnan la legitimidad constitucional de la Monarquía. Los hechos imputables al yerno del Monarca no tienen que ver con la forma de Estado que libremente fue asumida por los españoles durante la Transición política.

Averiguar lo que haya sucedido en el Instituto Nóos y en su entramado de empresas, en connivencia con los Gobiernos de Baleares y la Comunidad Valenciana, depende ahora de un proceso que se desarrolla en sede judicial, con los procedimientos y las garantías de la legislación española. La supuesta apropiación indebida de fondos públicos se habría llevado a cabo, además, al amparo de una entidad sin ánimo de lucro. Ello suscita un rechazo añadido en la opinión pública y someterá a los responsables, en cualquier caso, al juicio moral de la sociedad. Por lo mismo resulta inexcusable que el proceso continúe su curso, y nadie puede dudar del exigente celo, para algunos incluso excesivo, del juez instructor y de la fiscalía.

Un debate artificial

Pero solo la frivolidad, el populismo y el amarillismo periodístico, o la mezcla de los tres, permiten confundir la crítica que merece el comportamiento no ejemplar de Iñaki Urdangarin con un debate sobre el futuro de la Monarquía. Una conducta presuntamente irregular de aquel para nada significa una crisis de legitimidad en la jefatura del Estado, ni es admisible abrir una discusión ficticia sobre ello al hilo de las lucubraciones y cotilleos de la prensa rosa y los programas del corazón (que más bien parecen del hígado). Si algo ha quedado claro, por lo demás, en la maraña del caso Nóos es que el Rey ordenó hace años a su yerno que dejara los negocios privados.

España no necesita de un debate artificial sobre la jefatura del Estado, en un momento además en que todas las energías deben dirigirse a superar los desafíos que plantean el empobrecimiento general de nuestra economía, la tasa de desempleo más alta de Europa, la sequía del crédito (y la del campo) o el previsible deterioro del clima social. Prácticamente nadie duda hoy —y ese nadie incluye a los más relevantes republicanos de nuestra historia reciente— que el Rey y la Corona han rendido y seguirán prestando servicios impagables a la libertad de nuestros ciudadanos, a la democracia española, a su construcción y desarrollo y a su prestigio e influencia en la escena internacional. Vivimos en un país complejo, con una estructura territorial que no acaba de asentarse, en el que es preciso potenciar la solidez, el equilibrio y el prestigio de las instituciones.

Tratar de recusar nuestra forma de Estado al hilo de coyunturas como la que comentamos supone la impugnación del pacto en el que se fundaron las libertades tras la muerte del dictador. Necesitamos apoyar nuestras instituciones, no crearnos problemas que no tenemos, y abordar la solución de los muy graves que nos ocupan huyendo de teatrales escaramuzas que suscitan quienes andan al acecho para desestabilizar la democracia en su propio interés.

Necesaria modernización

Por último, es obvio que cualquiera que sea el desenlace del caso Urdangarin, nuestra Monarquía necesita modernizar sus pautas de funcionamiento, en las que la eficiente y arrolladora personalidad del Rey contrasta a veces con las rigideces y corsés, cuando no el oscurantismo, de quienes le adulan. El reciente nombramiento de un nuevo jefe de la Casa es una feliz oportunidad que ha de permitir avanzar en ese camino. Se requiere deslindar legalmente las responsabilidades de los miembros de la familia real y de los demás parientes del Monarca; es preciso establecer una protección jurídica adecuada para su heredero; hay que acentuar todavía más la transparencia de la institución y clarificar los comportamientos profesionales de los familiares del Rey, se beneficien o no de fondos públicos.

La competencia para definir y decidir todas estas cuestiones reside en las Cortes Generales, al igual que proponer una solución al viejo asunto pendiente de la preferencia del varón sobre la mujer en la sucesión a la Corona, vestigio constitucional de una época sobrepasada.

Don Juan Carlos renunció en su día a los poderes recibidos, devolvió la soberanía al pueblo español, impulsó el cambio hacia la democracia y la protegió y defendió de los golpistas. A los políticos corresponde definir ahora qué aspectos deberían actualizarse de una institución que ha rendido probados servicios a la ciudadanía, y de la que se espera el ejercicio moderador de su autoridad moral en estos tiempos de crisis e incertidumbre.

11 Marzo 2012

La Monarquía, cinco razones por la que es un sistema mejor

Ramón Pérez Maura

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Frente a los argumentos simplistas que presentan la república como un sistema más evolucionado que la monarquía, la Corona representa un sistema más moderno y más justo

1. La Monarquía representa la pluralidad de identidad y la constante renovación dentro de la continuidad .

La democracia exige el cambio cíclico de gobernantes. Ningún partido puede estar permanentemente en el poder y la alternancia es un componente básico del sistema. Pero en ese mismo sistema, el Monarca puede y debe representar los valores de un país en el que ostenta la jefatura del Estado. Y al representarlos se convierte en un elemento de convergencia entre diferentes intereses de identidad política y étnica.

Un Rey de España que ostenta títulos como Rey de Castilla, de León, de Aragón, de Navarra, de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Córdoba, de Murcia, de Gibraltar, de las Islas Canarias, Conde de Barcelona y Señor de Vizcaya, por hablar sólo de los territorios que hoy son españoles o aspiramos unánimemente a que lo sean, necesariamente es visto como una referencia incluso por quienes no necesariamente se sienten españoles.

2. La Monarquía es un sistema más moderno.

La República es un sistema más natural; es decir, es más elemental, más atrasado. Toda manifestación de civilización es una resta a lo natural. Todo lo que es más natural es más inferior. El reparto comunal de los bienes es más natural que la propiedad. Así, toda la civilización -los Reyes, la propiedad, el contrato matrimonial- implica un elemento de modernidad y es complicación y artificialismo, sobrepuestos, como freno y límite, a esas naturalidades. Como son también añadiduras a lo natural la educación, los modales o la corbata. Y precisamente por la elaboración y decantación -a través de los siglos- que conlleva una Monarquía, hay que entender que no está en la mano de cualquier pueblo tener una Monarquía, pero sí lo está el tener una República. Una revolución se hace en 24 horas; una Monarquía resulta de la decantación de los siglos.

3. La Monarquía permite la independencia.

El sucesor o Príncipe Heredero, igual que su padre o pariente el Rey, no puede ser utilizado por políticos, ya que debe su condición a la naturaleza; está designado desde que nace y la nación lo conoce como tal anulando luchas por el poder en la cúpula. En una época racionalista como la nuestra, puede parecer anacrónico el principio hereditario : se basa en la parte física del hombre que el racionalismo e idealismo desprecian y que nuestra sociedad cultiva sin medida. Pero en realidad el cuerpo es tan humano como el espíritu, y la herencia es la única forma de designación de jefe de Estado que no es manipulable , lo que inviste al Rey de independencia, la condición más importante en su función.

Lo que da un valor inigualable a la Monarquía es la herencia en la jefatura del Estado por la independencia de que le dota la condición hereditaria. Y la condición hereditaria ha de darse dentro de una familia. Es lo que el político y diplomático francés Charles Benoist resumió en la máxima «una dinastía, siempre la misma, en una Monarquía siempre renovada» . Como sostenía don José María Pemán en sus «Cartas a un escéptico en materia de formas de gobierno»: «Por mucho que se aguce el ingenio no se encontrará jamás ninguna forma de transmisión inmediata, sin intervalo ni solución de continuidad, comparable en claridad y rapidez a la transmisión familiar de padre a hijo.

Por eso todos los fundamentos sociales que requieren características de continuidad y permanencia tienen histórica y científicamente carácter familiar ; por eso «el padre» es la gran palabra sillar e inconmovible que aparece escondida en la raíz etimológica de todo cuanto designa algún sostén fundamental de la sociedad humana.

A cosa de padre suena la patria, que es la nación; y el patrimonio, que es la propiedad, y el patriarca, que es la autoridad. A cosa de padre tiene que sonar también, si no en su nombre, en su realidad entrañable, la mejor forma de Gobierno», la Monarquía . Y para rematar su idea Pemán concluye: «La familia, que no el individuo, es secularmente el sujeto de la propiedad, de la preeminencia o del honor. ¿Qué tiene de extraño que sea también el sujeto del Gobierno?» Y fuera de la herencia , no hay otra salida que la elección, con sus condicionantes de dependencia, incluso servilismo y de busca de beneficio en el plazo de poder.

4. El peor Rey sigue siendo mejor.

La condición humana es impredecible. La historia de todas las monarquías que en el mundo hay o hubo ha generado buenos y malos Soberanos. Y con frecuencia no han sido los peores los que estaban en el trono en el momento de un cambio de régimen. Pero la Monarquía ha evolucionado con el concepto de soberanía nacional y hoy en día, en Occidente, forma parte de regímenes constitucionales.

En un sistema constitucional -como, por ejemplo, el español- la potestas de la que dispone un Rey está muy limitada . Y un mal Rey tendría pocas posibilidades de hacer daño a la nación precisamente porque sus poderes están muy circunscritos. En cambio un buen Rey se va llenando de auctoritas gracias a su forma de reinar -de ninguna otra manera puede lograr esa autoridad. En cambio un mal presidente de una república está constantemente actuando para conseguir dar continuidad a su labor; con frecuencia intenta desbordar sus competencias para justificar su presencia al frente del Estado y genera crisis como las que hemos visto en algún país europeo muy relevante, donde nos enteramos de quién era el presidente por su corrupción y su dimisión tras meses negándose a aceptar sus responsabilidades.

5. No es el sistema perfecto; es el mejor posible.

Si es relativamente fácil diferenciar entre los políticos que piensan siempre en las próximas elecciones y los que piensan en las próximas generaciones cabe afirmar, a priori, que de natural, el político sometido a las urnas tiene que pensar en las próximas elecciones mientras que para el Príncipe es más fácil pensar siempre en las próximas generaciones . Porque el Rey es el diputado de todos: los que votan a unos, los que votan a otros y los que no votan.

El hombre es capaz de entender los principios universales, y como consecuencia, a veces, piensa que existen en el mundo creado: grave error, pueden habitar su entendimiento, impulsar su voluntad, pero no son aplicables porque son entes de razón . Le hacen buscar la perfección, mas se equivoca cuando ajusta normas a entelequias. La Monarquía hereditaria no es la pauta perfecta para el gobierno de la sociedad, es, nada más y nada menos, que la mejor posible para el gobierno de unos seres limitados. Y la distinción entre límite y perfección es clara, pero se olvida a menudo. Recordemos el ejemplo clásico: el mulo no entiende un silogismo, pero no es por imperfección del silogismo, es por limitación del mulo, que es, sin embargo, un perfecto mulo sin saber la teoría del conocimiento.

Terminemos con un sentimiento. Irracional y, quizá por ello, muy cierto. Decía don José María Pemán en la obra citada: «Al lado del Carlos V de Tiziano, un presidente de República tiene un cierto aire de retorno , no diré que hacia el jefe de tribu, pero sí hacia el alcalde pedáneo o el juez de paz». Esa afirmación es de 1937. A muchos nos parece plenamente válida.