3 septiembre 1980

Los GRAPO asesinan al General de brigada Enrique Briz Armengol

Hechos

El 2 de septiembre de 1980 fue asesinado D. Enrique Briz Armengol.

03 Septiembre 1980

Misteriosos, asesinos, turbulentos GRAPO

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera Cortázar)

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SON NUMEROSOS los indicios que hacen suponer que el asesinato del general de brigada Briz Armengol ha sido obra de los GRAPO, esa misteriosa organización terrorista que suele ser desarticulada definitiva y totalmente al menos una vez al año por el Conesa de turno y acostumbra a resurgir, como siniestra ave fénix, de sus cenizas con parecida regularidad para matar a sangre fría.La última oportunidad brindada a los GRAPO para desmentir la partida de defunción extendida apresuradamente por el Gobierno sobre esas siglas fue la inaudita huida de la cárcel de Zamora, el pasado 28 de diciembre, de cinco de sus más destacados activistas, en un episodio cuyos exactos detalles están todavía por aclarar, y del que tan sólo quedó claro el decidido propósito del ministro de Justicia de lavarse las manos a propósito de las eventuales responsabilidades de su departamento. Al menos en esta ocasión, la difícil plausibilidad del mito del eterno retorno de esta banda de filiación políticamente desconocida ha tenido la cobertura de la fuga.

El misterio en torno a los Grupos Revolucionarios Antifascistas Primero de Octubre, supuesto brazo armado de un grupo comunista-marxista-leninista -revolucionario-ortodoxo-drástico reconstituido, del que lo único seguro es que carece de una mínima implantación social, comienza con su propio nacimiento. Tras los fusilamientos de finales de septiembre de 1975, y mientras la plaza de Oriente servía de escenario a la postrer manifestación en homenaje a Franco vivo, cuatro miembros de las Fuerzas de Orden Público eran asesinados en sendas emboscadas. En medio del clima de intimidación y de amedrentamiento colectivo creado por la ley Antiterrorista, el regreso a sus orígenes de la dictadura y el endurecimiento del sistema, estos atentados parecieron menos el fulminante para una imposible insurgencia popular que el pretexto para reconducir al franquismo por los derroteros de la República de Salò. Nunca se aclararon satisfactoriamente esos crímenes, y el fallecimiento de Franco, un mes y veinte días después de ese luctuoso 1 de octubre, frenó en seco la deriva del régimen anterior hacia formas todavía más directas de dictadura.

A partir de ese episodio, los activistas de los GRAPO hicieron su aparición en momentos tan decisivos para el futuro de nuestra colectividad como la amnistía del primer Gobierno Suárez y el referéndum de la reforma política. El secuestro de Antonio Oriol y del general Villaescusa, que mantuvo en vilo al país durante casi dos meses, es probablemente la única intervención de los GRAPO que no ha acabado en tragedia y, a la vez, la que suscitó mayores interrogantes y perplejidades. Aquel bizarro desenlace todavía hace estremecer de admiración y de incredulidad -según los casos- a buena parte de la opinión pública.

En cualquier caso, la historia verdadera o fingida de los GRAPO, después de la liberación de Oriol y Villaescusa, y de la primera y falsamente definitiva desarticulación de la banda, está salpicada de asesinatos bien reales. Sin que la relación sea exhaustiva, un capitán y un miembro de la Policía Armada y dos guardias civiles fueron asesinados en 1977; un guardia civil, dos policías armados y Jesús Haddad (director general de Instituciones Penitenciarias), en 1978; el magistrado Cruz Cuenca, un general de brigada, varios policías y miembros de las Fuerzas de Orden Público, y las víctimas de California 47, en 1979, Hace pocas semanas, un general se salvó de milagro en otro atentado de los GRAPO, que costó la vida, sin embargo, a un muchacho de la Policía Militar que le servía de escolta. Ayer, el general Briz Armengol ha sido la víctima inocente de esta organización asesina.

Una organización caracterizada, por lo demás, por la circunstancia de que sus dirigentes logran mantenerse largo tiempo a cubierto de las pesquisas policiales, con unas redes de sostén dignas de los juegos de la señorita Pepys, y consiguen escaparse de la prisión de Zamora, pero luego son abatidos irremediablemente a tiros en las calles (como Juan Carlos Delgado de Codes, en abril de 1979, y Abelardo Collazo, hace unos días).

Muchas son las hipótesis que se han barajado, y todavía más las que se pueden barajar, a propósito de la génesis, desarrollo, utilidad y propósitos de los GRAPO. No es imposible que la historia real de esa organización, cuyas claves seguramente se llevarán a la tumba sus eventuales protectores y algunos de sus activistas, se mueva en un terreno intermedio entre la provocación desnuda y el fanatismo ultrarrevolucionario. Entre el montaje en estado puro y la completa autonomía se extiende un amplio repertorio de posibilidades explicativas, que no excluyen la existencia de iluminados que viven su sangriento doctrinarismo con ciega convicción ni descartan la manipulación de una parte de la organización durante un tiempo determinado para cubrir objetivos diametralmente opuestos. La hipótesis, apuntada por algunos, de que los inventores de los GRAPO han sido rebasados por la dinámica propia de su criatura y que su tentativa de desinventárselo no es tan fácil de aplicar, ni tan lineal, ni tan automática como pensaban esos aprendices de brujo, es una conjetura digna de ser tomada en consideración. Entre otras cosas, porque permitiría explicar parte de esas misteriosas resurrecciones, fugas y bocas cerradas para siempre, a la vez que dejaría en su brutal desnudez horrendos crímenes gratuitos y sin otro sentido que su propia crueldad, como el perpetrado ayer en Barcelona.