29 abril 2019

Los medios constitucionalistas piden a Ciudadanos que pacte con el PSOE para evitar que la gobernabilidad dependa de los independentistas

Hechos

Análisis de las elecciones generales del 28 de abril de 2019.

29 Abril 2019

Sentido de Estado

Bieito Rubido

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«El viejo aserto de que en política no hay amigos eternos ni enemigos permanentes vuelve a confirmarse. El sacrificio lo tiene que hacer Albert Rivera, aunque no soporte a Sánchez. Solo así podemos analizar con una luz de esperanza los resultados de ayer. Solo así nuestro país puede encarar un tiempo de estabilidad y reformas que aliente a la sociedad española y que nos permita crecer como país próspero y gobernable»

Lo mejor que le puede ocurrir ahora mismo a España es que Ciudadanos acepte integrarse en un gobierno de coalición con el PSOE, aunque ello suponga tragarse todas las promesas en sentido contrario que su líder lanzó en campaña, una y otra vez. El viejo aserto de que en política no hay amigos eternos ni enemigos permanentes vuelve a confirmarse. El sacrificio lo tiene que hacer Albert Rivera, aunque no soporte a Sánchez. Solo así podemos analizar con una luz de esperanza los resultados de ayer. Solo así nuestro país puede encarar un tiempo de estabilidad y reformas que aliente a la sociedad española y que nos permita crecer como país próspero y gobernable, en el que los políticos no traten de rescatarnos de la miseria, sino de propiciar las condiciones idóneas para generar riqueza. Ese mismo gobierno debe acreditar mayor determinación en la defensa de la unidad de España, sin primar, como hasta ahora ha demostrado Sánchez, su interés particular.

La tentación de Rivera puede ser convertirse en el verdadero jefe de la oposición y enfrentarse a un «gobierno Frankenstein» en el que Podemos -paradojas de la política- rentabilizaría su menguante resultado. Esta opción sería un error de Ciudadanos. Si de verdad quiere que España avance y salga del atolladero territorial en el que se encuentra, debe asumir la responsabilidad de comprometerse con un futuro gobierno de coalición con los socialistas. Los números dan y el sentido común así lo aconseja. Sánchez y su camaleónico comportamiento lo aceptarían de buen grado, si bien es cierto que no acepta muchos gallos en el corral, y Rivera lo es, con derecho ahora a ponerse en valor. En efecto, el resultado de la formación naranja este 28-A es magnífico, pero se equivocaría si no sabe interpretar el mandato de sus votantes: moderar al PSOE, ya sea en el Gobierno, ya sea sosteniéndolo bajo control a través de un pacto de investidura. Hasta el propio Pablo Casado debería favorecer ese Ejecutivo e instalarse con firmeza en la oposición, después de demostrar sentido de Estado y responsabilidad democrática.

Los socialistas, por su parte, no han obtenido un mal resultado. Han ganado las elecciones y son la lista más votada, pero su victoria es insuficiente y tampoco la sociedad española les ha entregado un cheque en blanco. Su cosecha dista todavía quince escaños de la obtenida por Rajoy para gobernar en la última consulta electoral de 2016. Desde la victoria, el sanchismo, que en muchas ocasiones tiene muy poco que ver con el socialismo clásico o moderno, deberá reflexionar acerca de si su deserción de la defensa de la identidad española de nuestra nación le ha castigado y si debe enderezar de una vez su estrategia al respecto. También merece un repaso su obsesión por sacar rédito de la memoria histórica, el feminismo o el cambio climático. Los dirigentes del PSOE deberán analizar con profundidad los resultados de Cataluña y el País Vasco. O se toman en serio lo que allí ocurre, y lo hacen desde la firmeza que otorga el Estado de Derecho y democrático, o la historia no los juzgará con la benevolencia de la aritmética electoral.

El gran perdedor ha sido el Partido Popular. Apenas le distancian unos 300.000 votos de Ciudadanos y la tentación de Rivera, en caso de no apoyar la investidura de Sánchez, es convertirse en el hombre clave de la legislatura desde la oposición. Al partido de Casado le ha hecho trizas el auge de Vox, que tampoco resolvió nada, en contra del exceso de euforia que manejó durante la campaña. El centro derecha solo gana cuando se presenta unido. Lo entendía perfectamente Manuel Fraga, cuando refundó el PP. Vox fragmentó ese electorado y además escoró hacia la derecha a los populares. Algo parecido a lo que le ocurrió al PSOE cuando irrumpió en la escena política Podemos. Los neocomunistas solo sirvieron para radicalizar a los socialistas, igual que esta derecha dura ha llevado a posiciones más conservadoras al partido que ganó las tres últimas elecciones. Una lección que debe quedar aprendida, tras la experiencia de años, es que el centro derecha ha de presentarse unido y moderado. No le hace falta renunciar a nada, ni mucho menos a la unidad de España, pero las propuestas deben ser verosímiles, realizables. El partido de Pablo Casado abrió una autopista a Ciudadanos al tratar de acercarse más a la opción de derechas que al centro. No nos olvidemos que Abascal ya se presentaba en 2016. El bipartidismo funcionó bien en España. Ahora tenemos que aprender a gestionar estos nuevos tiempos, con opciones políticas tan diversas, pero lo sensato es que esos cerca de siete millones de votos que han sumado PP y Vox vuelvan de nuevo bajo las siglas del partido que más opciones tiene de gobernar. El espejismo de la campaña, con mítines y recintos a rebosar, tiene poco que ver con la realidad. España es mucho más plural y compleja que los análisis esquemáticos que a veces se hacen desde el centro.

Entroncando con lo anterior, sería bueno recordar que España no es más de izquierdas que de derechas, aunque pueda parecerlo a tenor de los resultados con una altísima participación, casi de récord histórico. Es innegable que en una parte de la sociedad han enraizado el pensamiento y las ideas populistas, pero la izquierda neocomunista, encarnada en Podemos, ha comenzado su declive. A los españoles no les gustan los extremismos. Tal vez sea algo atávico, pero solo han triunfado aquellos partidos que se han movido en el terreno de la moderación y del centro, y eso que Sánchez no es precisamente buen ejemplo de ello. Téngase en cuenta que, con una participación disparada, todavía obtiene 600.000 votos menos que Rajoy. A este presidente poco fiable le vino muy bien la división de la derecha.

Algún día, Aznar y Rajoy nos aclararán también por qué le entregaron el sistema audiovisual español a la izquierda. Pero eso es harina de otro costal, si bien explica muchos de los avatares de la política española en los últimos años.

Finalmente, cabe recordar que España necesita para los próximos años certidumbres y estabilidad. En ellos nos va mucho a todos y, aunque no han sido los resultados que esperábamos, el juego democrático nos lleva a pedir la solución menos mala. Esa no es otra que el compromiso de Ciudadanos para moderar la acción del PSOE.

29 Abril 2019

Cataluña decide España

Salvador Sostres

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Ni los más pesados años de caos «procesista» han conseguido que los catalanes dejemos de votar bajo una dinámica perfectamente española. He aquí concretado el tan reivindicado «derecho a decidir»: Pedro Sánchez, sin llegar a ganar, en Cataluña como en el conjunto de España, resucitó al PSC de la nada en la que estaba. Por supuesto que los catalanes tenemos derecho a decidir, y cada vez que somos convocados a las urnas, lo ejerceremos y nuestra decisión es siempre la misma: España.

El PSC, que se había perdido en sus equilibrios imposibles con el independentismo y en su afán, algo absurdo, en buscar un gato negro en una habitación a oscuras sabiendo positivamente que el gato negro no estaba, ha sido rescatado por Pedro Sánchez, el santo que ha hecho el milagro de revivir al socialismo español cuando parecía finiquitado. Lo dice Miquel Iceta: «Pedro nos ha salvado la socialdemocracia». Exagerado o no don Miquel, lo que sí es cierto es que España volvió ayer a ganar, como siempre, en Cataluña, y que como siempre que el PSOE gana las elecciones generales es gracias, en parte, a un magnífico resultado en mi tierra.

En la guerra fratricida del independentismo, Esquerra ganó el primer asalto, imponiéndose claramente a Convergència –que en 10 años ha pasado de ser decisiva en Madrid a caer en la total irrelevancia–; pero sobre todo y muy personalmente a Carles Puigdemont y a la apuesta que el procesado rebelde hizo por una candidatura de acérrimos, de la que los discrepantes y los moderados fueron purgados sin contemplaciones. La llama del forajido empieza a apagarse en la distancia: estaba en mínimos históricos y anoche perdió aún otro diputado.

El partido de vuelta serán las elecciones europeas, con el Barça-Madrid al que Junqueras y Puigdemont se han convocado, tan inútil en la realidad como significativo en el imaginario y la hegemonía dentro del independentismo. La victoria de ayer de Esquerra supone un paso más de los republicanos en su propósito de ocupar la centralidad de la política catalana, y otro paso en el incomprensible camino que los convergentes han tomado hacia la marginalidad y la insignificancia, grotescamente radicalizados, cuando éste no fue nunca su carácter. La marca electoral más exitosa desde la recuperación de la democracia, que fue CiU, ha sido arruinada por olvidar la moderación, la centralidad y desde luego por la abrumadora mediocridad política de Artur Mas y por los problemas judiciales –y mentales, y esto también hay que dejarlo claro, porque si no no se entiende nada– de Puigdemont.

La apuesta de Pablo Casado por Cayetana Álvarez de Toledo no ha tenido en esta primera elección su traducción en las cifras deseadas. Pero por su significado y por los conceptos y el lenguaje que en tan poco tiempo Cayetana ha conseguido asentar en la vida pública catalana, es vital que el PP insista en este modo no clientelar, no acomplejado, no casposo, no subsidiario de entender su presencia en Cataluña. Si diluye su apuesta o se cansa, no sólo de defenderla, sino de basar en ella su estrategia en Cataluña, volveremos al punto de partida moral en que el único modo que tenía el Estado de relacionarse con los catalanes era a través de los códigos nacionalistas. En escaños y en el porcentaje de voto por bloques, el independentismo vuelve a perder su eterno plebiscito por 26 a 22. Y en el Gobierno, que ya hablaremos, Rivera será –no lo duden ni un instante- el vicepresidente de Sánchez. Podrá más su espejo –that’s not unusual– que su palabra.