20 mayo 2002

Pizarro asume la Presidencia de Endesa, reemplazando a Martín Villa

Hechos

El 9.05.2002 D. Manuel Pizarro asumió el cargo de presidente de la compañía eléctrica Endesa, reemplazando a D. Rodolfo Martín Villa.

Lecturas

El 9 de mayo de 2002 se hace público el nombramiento como presidente de Endesa de D. Manuel Pizarro Moreno, empresa eléctrica privatizada con la llegada al Gobierno de D. José María Aznar López, que mantiene una influencia sobre esta compañía.

D. Manuel Pizarro Moreno sustituye a D. Rodolfo Martín Villa, que ha ocupado la presidencia en el periodo 1997-2002 y cuyo mandato quedó marcado por el fracaso de su intento de fusión Endesa-Iberdrola.

El Sr. Pizarro Moreno ha buscado tener presencia en el sector de los medios de comunicación, como presidente de Ibercaja tomó el control del periódico Heraldo de Aragón y como presidente de la Confederación Española de Cajas de Ahorro fue uno de los mayores apoyos económicos de Libertad Digital, el periódico de Internet de D. Federico Jiménez Losantos.

17 Febrero 2002

Vientos de fronda eléctricos

Jesús Cacho

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El Gobierno estudia un nuevo plan energético a cinco años destinado a atender el crecimiento de la demanda de energía y calcular las inversiones necesarias. La cuestión reside en saber qué empresas están en condiciones de afrontar el esfuerzo preciso para llevarlo a cabo. Rumores extendidos de fusiones en el sector de la energía.

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Guerra sorda entre el Gobierno y el sector eléctrico desde la aciaga jornada del 17 de diciembre, día en que algunas de las zonas más ricas del país quedaron a oscuras por la carencia de energía eléctrica suficiente para atender una punta de demanda. El miedo a que el suceso pueda volver a repetirse en el curso de un próximo verano potencialmente seco, con el aire acondicionado funcionando a tope, tiene a las partes en litigio con las espadas levantadas, la denuncia lista y la amenaza del ordeno y mando con un pie en el estribo del BOE.

El Gobierno ha comenzado a estudiar en el Consejo de Ministros un nuevo plan energético, y van ya unos cuantos, destinado a definir el crecimiento de la demanda de energía para los próximos cinco años y las inversiones necesarias para afrontarlo. El sector privado, por su parte, está también enfrascado en sesudos análisis al respecto, el más importante de los cuales es el que el Instituto de Estudios Económicos (IEE), bajo la dirección del profesor Velarde, acaba de remitir a Aznar, Rato y Folgado, en el que se analiza la situación energética española y se realiza una propuesta de planificación a 10 años.

Lo anterior, y mucho más, pone de manifiesto algo que, a estas alturas, parece una evidencia: el fracaso del modelo de funcionamiento del sector eléctrico («entre los más abiertos y liberalizados de la UE», según la propaganda oficial) desarrollado en la Ley 54/96 que, según esa misma propaganda, «sobrepasaba con creces la Directiva 96/92 del mercado interior de la electricidad».

El descenso en los últimos años del factor de reserva de potencia como consecuencia de la ausencia de inversiones en nuevo equipo de generación y del notable aumento de la punta de demanda, unido a las caídas de tensión que provocan los fuertes trasvases de energía (fundamentalmente desde el norte hacia el centro-sur de España), caídas agravadas por la ausencia de una infraestructura de transporte adecuada, ha puesto al sistema en la situación de alerta que hoy vive.

El problema se acentúa en épocas de sequía, con temperaturas inusualmente bajas y días cortos. El resultado final es que ese alabado modelo de funcionamiento eléctrico hace aguas y no precisamente hidráulicas. Los eléctricos aducen que no han invertido porque el Gobierno ha utilizado al sector para controlar la inflación bajando los precios de la energía en un 32% desde el 96. El Gobierno responde que no lo han hecho porque no les ha dado la gana, vista la diligencia mostrada para hacerlo en Sudamérica (caso de Iberdrola en Brasil) o en locas aventuras de diversificación en sectores como las telecomunicaciones y el ocio (caso de Endesa en AUNA y Quiero TV.

Dicho lo cual, la cuestión inmediata que plantea el plan energético que estudia el Gobierno o el propio informe del IEE es saber quién está dispuesto a poner dinero sobre la mesa, qué empresa está en condiciones de afrontar las inversiones necesarias para revertir la amenaza latente de apagón, teniendo en cuenta la situación por la que pasan muchas cuentas de resultados.

Porque el asunto no se resuelve solamente tirando de la tarifa hacia arriba. Dirigentes y dirigidos, regulador y regulados se enfrentan a la necesidad de un cambio de modelo que rebasa con mucho las voluntaristas declaraciones del Ejecutivo. Oír, por eso, que «el sector quedará totalmente liberalizado en 2003» allí donde el Gobierno sigue poniendo y quitando presidentes poco menos que a su antojo no puede sonar sino a broma.

Endesa ha cambiado su antiguo estatus de empresa pública por el de empresa privada intervenida, monitorizada o dirigida por control remoto desde el poder político. Endesa sigue siendo una empresa uncida al yugo del Gobierno de turno, el PP ahora, el PSOE en el futuro. La presidencia que ahora ocupa Martín Villa será ocupada dentro de unas semanas por Manuel Pizarro, un amigo del Gobierno, otro hombre de Rato. Y lo que vale para Endesa vale para Telefónica o para Repsol. Es esta obscena interferencia entre lo público y lo privado, esta colusión de intereses entre el BOE y la Ley de Anónimas lo que provoca el cúmulo de contradicciones que se advierten en sectores como las telecomunicaciones, la energía o los medios de comunicación. Todo es público, o casi. Nada es privado, o eso parece. Es la consecuencia de las mayorías absolutas y la ausencia de una oposición digna de tal nombre. Es el microclima en el que prospera con arrogancia la mala hierba de la corrupción. El resultado es que el nombramiento de presidentes y altos cargos no es el producto de la libre decisión de los órganos de gobierno de las sociedades, sino de alambicados procesos de negociación e interferencia política. La llegada de Ignacio Galán a la consejería delegada de Iberdrola fue consecuencia de un delicado juego de equilibrios entre Oriol, el BBVA y al BBK de Berroeta. La gran esperanza blanca de la eléctrica parece que está, unos meses después de nombrado, en el alero, cuestionado dentro y fuera de la empresa, pero con un Oriol obligado a mantener la posición por mor del qué dirán. Muchos de los problemas del sector eléctrico, en fin, son consecuencia de la inadecuación de los gerentes en ejercicio a los retos del momento. En otras palabras: las empresas no están en manos de los mejores. Más que por ingenieros de probada solvencia, quienes se sientan en el sillón de mando son, con honrosas excepciones, gentes ajenas al negocio obligadas a echarse en manos de firmas de consultoría y bancos de inversión, a quienes encargan un informe tras otro para que les muestren el camino a cambio de jugosas minutas.

La consultora McKinsey que preside en España Juan Hoyos, el Manuel Soto del Gobierno del PP, es seguramente responsable de más decisiones empresariales que toda la corte de pomposos presidentes juntos. Consultores y bancos de negocios no cejan a la hora de proponer y alentar grandes operaciones de fusión y absorción con las que hacer ganar a sus clientes el ansiado tamaño y ganar para sí mismos sabrosas minutas. Está muy extendida la idea de que las dificultades financieras por las que atraviesa el sector eléctrico, más las contradicciones del marco regulatorio aludidas, pueden propiciar una serie de grandes operaciones y movimientos societarios que van a dejar irreconocible el actual mapa sectorial de la energía. Se trata sin duda de algunos de los movimientos que fueron paralizados en el pasado reciente por la Administración. El propio Rato parece haber dado el banderazo oficial de salida al señalar días atrás a la agencia Bloomberg que la presencia de seis o siete empresas competidoras, como es ya el caso, en el sector eléctrico podría ser suficiente para que los responsables de defensa de la competencia «alivien los requerimientos» exigidos para autorizar operaciones de concentración en el sector. Ante Iberdrola, el oscuro objeto del deseo de todo el sector, se abre de nuevo la posibilidad de reeditar la nonata operación de fusión horizontal con Endesa, cosa que alegraría en grado sumo la despedida de Martín Villa y del propio Oriol, sin descartar una fusión vertical con Gas Natural, operación que ya intentó antes un Alfonso Cortina menos urgido que ahora por las presiones de la deuda. Pero, ojo, porque un nuevo jugador ha saltado al césped apremiado por la necesidad de tomar las posiciones de honor que competen a su condición de primer banquero español. A Emilio Botín no le gusta Unión Fenosa y quiere más. En realidad, el capo del Santander aspira a desplazar de un manotazo al BBVA de la preeminente posición que hoy ocupa en el sector energético español. ¿Cómo? Abandonando Fenosa y tomando posiciones en Iberdrola (¿con çngel Corcóstegui?) para, desde allí, intentar en su beneficio la fusión con Repsol. Palabras mayores.

27 Mayo 2001

Las eléctricas y el miedo a EDF

Jesús Cacho

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El Gobierno Aznar es víctima de su errática política en el sector eléctrico. El fantasma del apagón californiano, como Martín Villa recordó esta semana, es algo más que una fantasía. El Ministerio de Economía trabaja en el diseño de un nuevo pacto global con el sector. El miedo a la francesa EDF anima un proceso de concentración

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Dice el refrán que no hay peor cuña que la de la misma madera, o eso debió pensar Rodrigo Rato cuando el martes, camino del almuerzo organizado por APD en torno a los problemas de la famosa globalización, se enteró de que Rodolfo Martín Villa, puño de hierro en guante de seda, había hecho añicos la política(?) que el Ejecutivo viene siguiendo en el sector energético, en general, y el eléctrico, en particular.

Porque el presidente de Endesa vino a oficializar el caos en que se debate el Gobierno, errante vagabundo en un camino por el que desfilan los fantasmas de la fusión Fenosa-Cantábrico, la posterior Endesa-Iberdrola, y el folletón Hidrocantábrico, los cuatro jinetes del sector eléctrico español bailando la danza de un despropósito que conduce directamente al tobogán californiano, que de eso se trata, por ahí suenan las alarmas que han puesto a trabajar a Economía en la búsqueda, sin un Ministerio de Industria ad hoc, de un esquema definitivo que permita al Gobierno evitar lo que sería un grave error de política económica y un desastre para la industria.

El resultado del festival de leyes, reglamentos, decretos y demás parafernalia legislativa que ha inundado el sector desde 1996, es que la política energética, en general, y la eléctrica, en particular, es un pequeño caos, al punto de ya nadie piensa que la pesadilla de Cantábrico, las cuitas de Iberdrola o las aspiraciones de Endesa se puedan resolver aisladamente sin abordar, de una vez por todas, una solución global para el sector que respete los intereses de los consumidores y al mismo tiempo haga posible la existencia de empresas con el suficiente músculo financiero como para afrontar las inversiones necesarias en nuevo equipamiento.

Todo empezó con el famoso Protocolo Eléctrico de finales de 1996, que puso fin al Marco Legal y Estable de la época socialista, por el que, a las órdenes de Piqué, Nemesio Fernández-Cuesta sentó las bases de la liberalización del sector a cambio de una serie de compensaciones entre ellas los polémicos CTC que debían garantizar su viabilidad financiera. Pero los CTCs, muy menguados tras el episodio Endesa-Iberdrola, duermen en Bruselas el sueño de los justos sobre la mesa de despacho del comisario Monti, mientras el Gobierno Aznar no ha encontrado mejor ungüento para aliviar los escozores de la inflación que meterle mano de forma desconsiderada, en opinión de los eléctricos, a la tarifa, con bajadas, en un país donde todo sube, ciertamente llamativas.

Las empresas han tratado de romper el traje que les aprisionaba mediante fusiones destinadas a ganar tamaño y potencia financiera, pero ahí se han dado también de bruces con la política de un Gobierno que muestra un entusiasmo de converso en la defensa de los intereses de los consumidores, por no hablar de esa maravillosa política de Estado que pretendía asombrar a la vieja Europa con una liberalización radical de sectores clave, pensando que franceses y alemanes iban a caer rendidos de admiración, prestos a imitar los afanes del centro derecha español.

Y a todo esto, nadie responde la pregunta clave: ¿Quién acometerá las nuevas inversiones? Si el Gobierno se olvida definitivamente de los CTC, está obligado a pensar seriamente en lo ocurrido en California y a tratar de evitar aquí lo ocurrido allí. Cada punto de crecimiento del PIB exige al menos la instalación de 300 megawatios de potencia adicionales. Súmese el crecimiento acumulado en estos años, y hágase una sencilla operación aritmética, y se verá cuánta razón tiene Martín Villa cuando, con medias palabras, vino el martes a advertir que España no está tan lejos del caos eléctrico californiano.

La situación parece abocada a un gran pacto global, ¿un nuevo Protocolo?, entre el Ejecutivo y el sector eléctrico, en el que el Ministerio de Economía está trabajando después de que, tras el fiasco de la cumbre de Estocolmo, Aznar sorprendiera a Rato con un escueto arrégleme usted este fregado cuanto antes . En espera del diseño definitivo, el vicepresidente económico ha remitido este mismo mes a las eléctricas una especie de código de buena conducta, en el que les pide el mantenimiento del statu quo hasta el mes de octubre ni fusiones ni agresiones, please en que el Ejecutivo tendrá listo su nuevo diseño sectorial.

No parece haber mucho donde elegir. Admitida la quiebra de esa idea de asombrar al mundo liberalizando más rápido que nadie, se impone un cierto realismo que apunta a la consecución de tamaño como paso obligado para lograr un sector financieramente fuerte.

Parece inevitable que después del verano, o incluso antes, asistamos a una movida energética, más que eléctrica, en toda regla. El esquema sobre el que trabaja Economía contempla la creación de dos grandes grupos integrados, constituidos por Repsol+Iberdrola+Gas Natural, por un lado, y por Endesa+Fenosa+Cepsa, por otro. Sitúese en la cabecera del primer grupo al BBVA, hágase lo propio con el BSCH en el segundo, y tendremos definitivamente consolidado el sistema bipolar al que camina el poder, no ya industrial sino económico, español en el nuevo siglo, con el riesgo que ello supone para la competencia, por la capacidad de esos monstruos para influir sobre el Gobierno, y la dificultad del ciudadano de a pie para respirar.

Sin encaje en ambos grupos quedaría Hidrocantábrico, aunque engordada con la compra de Viesgo y, sobre todo, con la alianza con la portuguesa EDP, lo que daría lugar a un tercer actor en el mercado ibérico de la energía. Con las desinversiones que los dos macrogrupos citados estarían obligado a realizar, Economía alienta la creación de un cuarto grupo energético, incluso con mayoría de capital extranjero.

Estas son las grandes las líneas maestras de lo que puede empezar a pasar a seis meses vista. En áreas del Gobierno no falta gente abrumada por la eventualidad de tener que enfrentarse a operaciones de tal calibre. Aquí te conviertes en el rompeolas donde se estrellan todas las presiones. Hay mucho dinero y poder en juego, y al final nunca consigues contentar a nadie del todo, porque estos señores están acostumbrados a colegislar durante toda la vida, acostumbrados a mandar… .

Las ventajas del esquema descrito parecen obvias. Por un lado, los dos grandes grupos citados contarían con la fortaleza financiera suficiente no sólo para abordar las inversiones precisas en nuevo equipamiento, sino para dinamizar el entero panorama industrial español. Por otro, sería la excusa perfecta para dar definitiva entrada a los operadores extranjeros que quisieran vender energía en España. Finalmente, se formarían dos empresas con capacidad para hacer frente al empuje de la francesa EDF, convertida hoy, y más después del episodio Montedison, en el coco de media Europa.

La alternativa al esquema propuesto por Economía es volver a resucitar la operación Endesa-Iberdrola, idea de la que no han abdicado ni Martín Villa ni Oriol, y que puede recibir nuevo impulso tras el fichaje de Sánchez Galán como consejero delegado de Iberdrola.

Los que defienden esta tesis enfatizan las ventajas de las integraciones horizontales-industriales sobre las verticalesfinancieras, donde, además, los que deciden son banqueros con criterios no industriales. Por otro lado, la operación Repsol+Iberdrola no resolvería, afirman, el problema de tamaño que aqueja a Repsol frente a los grandes monstruos (Exxon, Shell) de la industria del petróleo. Finalmente, no hay sinergias claras sino estrangulamiento del mercado en las integraciones verticales de la cadena de valor energético.

Las cartas están echadas: O dos grupos energéticos girando en torno a los dos grandes bancos hispanos, o fusión Endesa-Iberdrola. No hay otra salida. La solución al dilema tendrá que ser rápida. EDF sigue de cerca el juego.