30 agosto 1992

El nombramiento no supone un especial cambio si se tiene en cuenta que la periodista valenciana estaba considerada la persona que controlaba el periódico - del que es co propietaria - desde 1972

María Consuelo Reyna Domenech asume la dirección de LAS PROVINCIAS al morir José Ombuena Antiñolo tras 33 años al frente del periódico

Hechos

  • El 29.08.1992 falleció D. José Ombuena, director de LAS PROVINCIAS desde 1959.
  • El 23.09.1992 Dña. María Consuelo Reyna asumió oficialmente la dirección de LAS PROVINCIAS.

Lecturas

Con motivo de la muerte de D. José Ombuena Antiñolo el Consejo de Administración de Federico Domenech S. A. nombra a Dña. María Consuelo Reyna Domenech como nueva Directora. Reyna Domenech pertenece a la familia propietaria del medio y es considerada como la persona que de verdad controla el diario LAS PROVINCIAS desde 1973.

30 Agosto 1992

Querido Director

María Consuelo Reyna

Leer

José Ombuena, mi director, nuestro director, ha muerto. Y a todos se nos hace un nudo en la garganta al decir en voz alta lo que no hubiéramos querido que sucediera jamás.

Estos últimos días, cuando todo parecía ya perdido, no lo queríamos creer. Parecía imposible que fuera a suceder, que lo fuésemos a perder. ¿Cómo está el director? Preguntaba alguien. Sin cambios. Y así un día tras otro, dándonos cuenta que la vida se le escapaba, que el director se nos iba, que a muerte estaba ganando la batalla, esa batalla para la que el director dijo un día que había que poner igual temple que en la primera jugada de la vida.

Se marchó de la redacción una tarde de agosto, normal como todos los días. Lo único distinto fue que, al despedirse, quizá un poco más cansado, quizá un punto triste, me dijo que, después de la operación, se tomaría unos días de vacaciones, esas vacaciones que ya no se tomaba desde hacía años. No le gustaba estar desconectado del periódico. Era su energía, lo que le hacía mantener joven aquella espléndida cabeza siempre alerta, siempre brillante.

Al día siguiente, me acerqué por su casa a darle ánimos y un abrazo, estuvimos charlando un rato, en su estudio, con Amparo, su mujer, y María Ángeles Arazo. Y, como siempre, habló de todos aquellos cientos de cuadros que tapizaban las paredes hasta el último milímetro. Lozano, Ribera, Berenguer, Arcas, Genaro Lahuerta… Tantos amigos, y tantos recuerdos que formaban parte de su rica biografía, estrechamente compartida con Amparo y sus tres hijas. Amparo, Geles y Natalia. Con ellas tenemos todos una deuda de gratitud por haberles robado durante tantos años a su marido y padre que vivía entregado a LAS PROVINCIAS.

Aquella mañana, intentó estar animado, pero ya había en él un algo distinto, como si tuviera un mal presagio aunque mantenía la tranquilidad de siempre y transmitía paz y serenidad.

En la puerta, al decirle adiós, nos dimos un abrazo y me apretó el brazo con un cariño especial. Y aquel gesto, en un hombre más que reacio a manifestaciones de afecto, me emocionó porque supe que temía algo y que aquella era su forma de transmitir afecto.

Hace ahora veinte años que comencé a trabajar con él en el día a día de construir con todo amor cada número de LAS PROVINCIAS. Con él he aprendido muchas cosas. Muchísimas. La primera y más importante de ellas es que en periodismo todo se puede decir – yel había dicho mucho en tiempos que nadie se atrevía a levantar la voz – siempre que se utilicen las palabras adecuadas.

Junto a él aprendí también que las convicciones sólidas, inamovibles, son peligrosas, que hay que defender las ideas propias, pero dejando siempre un punto a la duda, que no hay que ser de hierro, sino de acero templado: fuertes, pero flexibles.

“Vosotros no sabéis – escribió un día – el daño que puede causar una opinión sólida lanzada sobre la cabeza de un prójimo cualquiera. La descalabradura es inevitable. El hombre de opiniones sólidas no usa del corazón cuando debe mandar el corazón, ni de la cabeza cuando debe mandar la cabeza. Sus opiniones pertenecen al reino de lo mineral, de la materia más inerte y pesada”.

Me enseñó a que desde un periódico se puede hacer mucho bien y mucho mal. Que la historia se repite. Que no hay nada nuevo, pero todo es nuevo.

 Me enseñó a amar a Valencia cuyos rincones se conocía como la palma de la mano. Era una delicia oírle desgranar u visión de la ciudad que debió recorrerse miles de veces con andar pausado y mirada siempre atenta, siempre amorosa, acariciando cada una de las viejas piedras con que sus ojos se iban encontrando.

Y me transmitió también su eterna curiosidad por el mundo que le rodeaba al que, en los últimos tiempos, miraba más como espectador que como protagonista, como el decía, pero que continuaba apasionándole.

Música – de la ópera, a los cuplés – literatura, pintura, escultura, política, historia, teatro, religión… todo le interesaba. De todo sabía. Pero no con esa cultura superficial prendida con alfileres que solemos tener los periodistas. No. Nada de eso. La cultura del director era amplia y profunda y a él recurríamos cada vez que había una duda. De lo que fuera.

Le gustaba que las informaciones estuviesen sólidamente amarradas y documentadas, que no hubiera flecos que la prisa no nos empujara a hacer informaciones chapuceras y más de una vez me dio una cantosa bronca por alguna decisión rápida: “Es que me das vértigo”, decía.

Era alguien muy especial para todos nosotros. Un ser entrañable cada día más querido por todos. Quizá porque con el paso de los años lo hemos entendido mejor nos hemos ido aproximando a él.

A lo largo de todos estos años los que comenzamos con él, pocas veces hemos podido decirle cuánto le queríamos, cuánto lo respetábamos, cuánto significaba en nuestra historia, cuánto lo admirábamos, cuánto habíamos aprendido de él. No nos dejaba. Hacía como que no oía y muy rara vez se permitió emocionarse en público. Era sumamente sensible, sumamente tierno con su familia, pero sumamente reservado con una ternura y un afecto expresados muy a su aire.

El, un hombre fundamental en la historia de Valencia, un hombre fundamental en la historia de LAS PROVINCIAS; ha muerto silenciosamente, con la misma discreción con que vivió. Y ahora que ya no puede decirnos nada, ni hacer como que no nos oye, ni tan siquiera darnos una cariñosa regañina, se lo puedo decir: lo hemos querido mucho, director. Mucho. Más de lo que usted nunca imaginó, y su recuerdo, su huella y su enseñanza permanecerán en nosotros, en LAS PROVINCIAS y en Valencia, esa ciudad abierta, que usted tanto amó.

María Consuelo Reyna