27 noviembre 1989

Responsable de crímenes durante la represión de la post-Guerra Civil

Muere Carlos Arias Navarro último presidente del Gobierno con el General Franco y el primero del Rey Juan Carlos

Hechos

El 27.11.1989 falleció D. Carlos Arias Navarro, Marques de Arias Navarro

Lecturas

28 Noviembre 1989

Arias Navarro

ABC (Director: Luis María Anson)

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Anoche moría en Madrid Carlos Arias Navarro. Tras el asesinato de Carrero Blanco fue designado presidente del Gobierno por el generalísimo Franco. El 12 de febrero de 1974 pronunció un discurso ante las Cortes en el que anunciaba la apertura del régimen y que despertó el interés y la esperanza en la clase política y en el pueblo español. El espíritu del 12 de febrero quedo truncado meses después con la sustitución de Pío Cabanillas, el ministro más liberal del Gobierno. Tras el fallecimiento de Franco, Arias presidió el primer Gobierno de la Monarquía restaurada. Pronto se reveló que no era, pese a su buena voluntad, el hombre adecuado para pilotar el cambio de rumbo que España necesitaba: él mismo al darse cuenta de la firmeza del Rey para conducir a España, según los designios de su padre, el Conde de Barcelona, hacia la Monarquía constitucional y el pluralismo democrático, presentó su dimisión. Era un hombre sereno, cordial, bien intencionado y fiel a sus ideas. Su balance al frente de la Alcaldía de Madrid fue muy positivo y su vida política, al margen de ciertas sombras que no es oportuno recordar en la hora de la muerte, merece el respeto de los españoles.

30 Noviembre 1989

ULTIMATUM

Manuel Vázquez Montalbán

Biografía

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Suele decirse entre nosotros los españoles, que no es de bien nacidos meterse con los muertos. Somos una pandilla de caines que después de habernos perseguido en vida con el chuzo en todo lo algo, descubrimos el cariño que sentimos por los otros cuando ya están tapiados y bien tapiados en los cementerios. Pero se me ocurre que no todos los muertos merecen la misma tregua y algunos han sido tan determinantes de nuestra vida y nuestra historia que hay que dar sentido a su muerte por el sentido que tuvieron en vida. Me place haber opinado sobre Carlos Arias Navarro en vida casi lo mismo que ahora opino ya muerto, por lo que no se trata de un desquite a toro pasado, sino de un acto de memorización en estos tiempos de desmemoria.

No se ha muerto un anodino político más del franquismo, sino un personaje especialmente construido para perpetuarlo desde aquellos tiempos en que fiscal de una Málaga recuperada para el cristianismo y sus valores humanos, no dejó rojo con cabeza y así cimentó la fama de cruzado intransigente que le llevaría a ser gobernador civil de provincias hambrientas y difíciles, director general de Seguridad en tiempos en que los derechos humanos en España brillaban en botas de los que los pisoteaban, ministro de la gobernación del mismo signo y, finalmente, primer ministro ya en el último cuarto de siglo, pero con criterios usureros heredados de la lógica de una victoria sangrienta. Lo mejor del balance vital de don Carlos fue plantó árboles en Madrid durante su etapa de alcalde. No ha habido dictador sin invernadero, nietos o animales de compañía. Don Carlos puso unos cuantos árboles en su vida de airado cíclope vigilante de las esencias del franquismo.

Teoría de la generosidad

Cuco Cerecedo, en paz diferente a la de don Carlos descanse, dejó un retrato suficiente de nuestro hombre al subcalificarlo como ‘Carnicerito de Málaga’, en homaneja a su etapa de ‘hombre de leyes de guerra. Se entiente. En el salvajismo de una guerra es posible atribuir el celo exterminador de don Carlos a la legítima defensa frente al celo exterminador de sus adversarios, aunque se sumó a una causa ilegítima y tan inútil que la Historia ha demostrado la desmedida relación que hubo entre la sangre derramada y los logros alcanzados. Cuarenta años después de aquella corrida africana, la vida civil española tuvo que reconstruirse sin tener en cuenta, aparentemente, las razones de los alados, abriéndolas bajo las alfombras o las moqueas, eso sí, sin tocarles ni un pelo, ni un duro.

Rebajemos pues la cuenta de don Carlos las crueldades de la guerra, porque las guerras generan crueldad. Pero es que en la paz no mejoró su talante, por más que se sumara a la gracción sonriente del régimen, dotado como estaba de una excelente dentadura y de esos pómulos que exigen casi la sonrisa. Sus compromisos como hombre de gestión no admiten dudas: les gustaba reprimir porque no otro fue el oficio de los gobernantes de los años duros  o de los directores generales de Seguridad, obligados a proteger interrogatorios inconfesables, aquellos ‘hábiles interrogatorios’ de los que hablaba la castrada prensa que ni quitaba ni ponía rey pero ayudaba a su señor. Los vencedores de la penúltima cruzada española desconocieron la virtud de la generosidad y mantuvieron la pena de muerte hasta que la muerte nos separó, como mantuvieron la doble verdad en los sótanos de sus comisarias.

La única generosidad del régimen la aplicaba sobre sus incondicionales y fruto de la misma fue que don Carlos, a pesar de que no haber sabido guardar la vida de su jefe del Gobierno Carrero Blanco, ascendiera a jefe de Gobierno Carrero Blanco, ascendiera a jefe de Gobierno en el contexto de una España real que sólo podía tomarse a cachondeo la farsa franquista. Era tal la distancia entre la España real y la oficial a comienzos de los años setenta que hasta el cardenal Tarancón parecía un miembro de la Resistencia y a su manera, lo era, porque los resistentes no eran los antifranquistas, sino los franquistas cercados en el bunker del disparate y la crueldad.

Persistencia en la crueldad

Porque a pesar de que corrían vientos de modernidades, don Carlos persistió como jefe de Gobierno en sus antiguas prácticas, pertrechado en un culto a la muerte totalmente legionario. Nada más ser nombrado primer ministro y mientras sonrería con el espíritu de febrero democratizador en los labios, ordenaba corresponsablemente la ejecución Puig Antich, un joven anarquista catalán utilizado como prueba evidente de que la sonrisa no quitaba lo valiente. Y fue don Carlos el avalador de aquella carnicería de septiembre de 1975, ante la perplejidad ensangrentada de España y del mundo entero. Cuando se supo que los cinco condenados a muerte habían sido ejecutados, el despropósito se instaló en la ciudad española y sin embargo le echó valor al asunto don Carlos. A lo hecho pecho, fue el lema rampante sobre campo de gules de una vida que ahora los historiadores pueden reducir a cinco líneas de diccionario enciclopédico. A mi juicio, Carlos Arias Navarro no se merece tan escaso balance.

Fue un profesional del franquismo. A su manera se dedicó a interpretar el hieratismo de la esfinge y llegó a descubrir sus códigos más secretos. Entre semiólogo y halagador profesional, don Carlos se inclinaba ante Franco como un bailarín de cualquier baile regional de bastones y ante doña Carmen como un galán del NODO de la escuela Valentino, modernizada por algún apunte de Lubitsh, como en esa impagable carcajada que doña Carmen y don Carlos se intercambiaban ante las cámaras, poco después de la muerte de Carrero y como desmentido hilarante de que la salud de Franco y de doña Carmen estaba por los suelos. Tanta muerte y tanta capacidad de carcajada.

Por todo ello, niños del futuro, si alguna vez os topáis con alguna calle o plaza dedicada a perpetuar la memoria de un tal Carlos Arias Navarro (alguna ya la hay) no paséis indiferentes, como si se tratara del inventor del parchís o del primer medidor de la distancia entre Pinto y Valdevoro. Don Carlos merece un lugar propio en la Historia de la Crueldad Ibérica, pero también en la de los Trepadores de Pirámides.

Manuel Vázquez Montalbán

28 Noviembre 1989

Arias, desbordado por su tiempo

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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Como en el caso de los actuales mandatarios de la Europa del Este, Carlos Arias Navarro -fallecido anoche- trató vanamente de establecer un compromiso entre el viejo régimen, al que de corazón pertenecía, y las fuerzas aperturistas de la España de los 70. Tras haber servido al franquismo como fiscal encargado de la represión política en Málaga, Arias fue el ministro de la Gobernación al que «le mataron» a Carrero Blanco. Paradójicamente la protección de la Señora de El Pardo, le catapultó a la jefatura del Gobierno. Contra todo pronóstico, trató de dar satisfacción a los sectores más renovadores del franquismo promocionando el «espíritu del 12 de febrero» y la angosta Ley de Asociaciones Políticas. La insuficiencia de estas medidas quedó pronto patente y fue su gobierno el que ratificó las condenas a muerte de los patéticos últimos dias del franquismo. Después de leer con sincera emoción el testamento político de Franco pronto quedó clara la imposibilidad de conciliar sus añejos principios con las demandas del tiempo que venía. A pesar de haber sido inicialmente confirmado por el Rey, Arias se convirtió en un obstáculo de la voluntad integradora de la Corona. Su perplejidad al ser destituido en 1976 sólo se vio superada por el desconcierto que le produjo, un año después, su fallido intento de acceder al Senado. Descanse en paz.

30 Noviembre 1989

Memoria de Arias Navarro

Federico Jiménez Losantos

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Hay quien piensa que los periódicos no tienen memoria, que en las noticias de cada día mueren todas las del siglo, que en la impresión de la novedad se agota el recuerdo. Yo pienso lo contrario: la prensa escrita, en la época de la televisión, está obligada a tener memoria, a tener criterio, a tener sentido, a tener idea de las cosas del futuro y sobre todo del pasado. Un pesador célebre dijo una vez que España era ‘el país de los antepasados’, porque todo se nos iba en rememoraciones hidalgas, pues bien, tal parece que un merlín encantador nos ha quitado esa costumbre de mirar atrás y sólo nos dedicamos a mirar hacia adelante olvidando que el criterio y el discernimiento nacen de mirar atrás, a lo que somos y no a lo que seremos, a lo que nos ha hecho y no a lo que podemos hacer.

Semejante enfermedad del cerebro tuvo ocasión de manifestarse a la muerte de Dolores Ibarruri. Ahora vuelve a aquejarnos al morir Arias Navarro. Por alguna extreñas superstición, anclada en tiempos peores, piensan muchos que cuando muere un personaje público lo mejor es hacer como si no hubiera existido. No hemos aprendido a separar el respeto a la persona del juicio al personaje. Pero obligación del comentarista político es intentarlo. O retirarse.

Mirando la biografía política de Arias Navarro, lo que sorprende es que estemos donde estamos y no donde podíamos estar. Es milagroso que a pesar de que Arias tuvo en sus manos la posibilidad de acelerar o frenar la transición democrática, la transición se hiciera y llegara a buen puerto.

En la izquierda se recuerda – en voz baja, todo hay que decirlo – las responsabilidades represivas de Arias Navarro en Málaga, en las postrimerías de una guerra civil que algunos quisieran eterna. Para mí, lo peor es, sin embargo, su carrera como superpolicía político coronada, o mejor, rematada, con su estadía en el Ministerio del Interior.

No dudo de lo que algunos cronistas de lágrima fácil aseguran sobre los méritos de Arias como alcalde de Madrid, ahí demostró que era hombre de capacidad y hasta de sensibilidad, buenos parques lo demuestran; pero la importancia política de Arias estuvo en el Ministerio del Interior y en la Presidencia del Gobierno, y cuando contemplamos su paso por ambos cargos, a uno se le sobrecoge el ánimo. Sólo un régimen en estado de descomposición pudo consentir que al ministro del Interior, responsable de la seguridad del presidente del Gobierno se le ascendiera cuando a ese presidente lo volaron por los aires. Lo normal hubiera sido cesarlo y, tal vez, procesarlo, pero ponerlo en el sitio del difunto Carrero fue algo verdaderamente disparatado. Los historiadores achacan a doña Carmen Polo la intriga que llevó a Arias a la Presidencia. Sólo en intrigas palaciegas pudo basarse semejante promoción.

Pero tuvo Arias en sus dos Gobiernos, el último de Franco y el primero del Rey, ocasión de tomar en sus manos el futuro de España, y no lo hizo. En el primero, los reformistas o democratizadores del régimen – Gabriel Cisneros, Jáudenes, Ortega – le inventaron el ‘espíritu del 12 de febrero’ la perestroika del franquismo. No la aprovechó. Y cuando el Rey tuvo que hacer equilibrios entre la continuidad y la transformación después de confiar en Arias por obligación, tuvo que decapitarlo por necesidad. Tal parece que el único que no se enteró de que estabamos haciendo la transición fue Arias Navarro, y que no se enferase de eso todo un presidente del Gobierno confirma que la democracia española vive, malvive, de milagro. Digámoslo con todo respeto al hombre ido, pero también con todo el respeto que merece la libertad de España

Federico Jiménez Losantos