21 julio 1981

Pasó de ser admirado por los 'ultras' por poner la letra franquista al himno español a ser repudiado por el bunker por sus conspiraciones a favor del Conde de Barcelona

Muere el escritor José María Pemán: seguidor de Franco, de la Don Juan de Borbón y defensor del uso de la lengua catalana

Hechos

El de julio de 1981 se conoció el fallecimiento de D. José María Pemán Permatín.

Lecturas

21 Julio 1981

Un gran señor jerezano

José María de Areilza

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Los juicios que, tras su muerte, han merecido la vida y la obra de José María Pemán se centran, sobre todo, en la actitud humana del escritor gaditano. Personas que disintieron de sus manifestaciones ideológicas, gentes de su edad y autores más jóvenes que él, destacan la generosidad personal del escritor muerto como un rasgo trascendente de su carácter. Por otra parte, se ha señalado como fundamental en su actividad como autor la capacidad que tuvo para dotar de especial gracejo una prosa que alcanzó su mayor popularidad cuando se publicaba en forma de artículo periodístico. Los artículos de Pemán, decía ayer su colega, el también académico Gonzalo Torrente Ballester, es lo que más perdurará del autor de El divino impaciente. Buero Vallejo decía, por su parte, que será difícil olvidar la importancia de algunos dramas del escritor de Cádiz. En estas páginas ofrecemos otras opiniones sobre la significación del prolífico autor fallecido.

«La oratoria de este hombre es como una catedral de perfiles clásicos levantada con sillares volcánicos». Así calificaba el verbo inflamado del joven abogado gaditano uno de sus adversarios políticos en los primeros tiempos de la República. Pemán tenía la grandilocuencia de su numen meridional inspirada todavía en la leyenda castelarina y en la tradición mellista. Párrafos largos, redondos, armónicos, proferidos en cascada, a los que el ceceo prestaba un coeficiente de sencillez popular, especie de antídoto de cualquier solemnidad o pedantería.Era un hablar garboso y risueño; adoctrinador y anecdótico; dialéctico e irónico a la vez. Levantaba fervores. Ponía en pie los auditorios. Dejaba fuera de combate a compañeros de candidatura o de tribuna que renqueaban en la tartamudez subsiguiente en medio de la indiferencia del público. Así lo conocí yo en esos años de andanzas mitinescas y electorales. Tenía el aticismo del castellano pulcro y la fuerte raigambre del pensamiento político como una vertebración invisibles del caudal discursivo.

Monarquismo racional

Era Pemán exponente del sentir conservador de aquellos años. Pero su fidelidad se hallaba inscrita en la institución monárquica a la que José Antonio, su paisano, había declarado «gloriosamente bendecida». El planteamiento del orador gaditano se situaba en la necesidad de rescatar la Corona para que siguiese aglutinando la sociedad española en torno a los ejes de continuidad nacional y de integridad territorial.

Pemán empezó a luchar por el retorno del Rey desde el 15 de abril de 1931, convencido de que se trataba de un error histórico considerable, que acarrearía innumerables perjuicios a la cohesión y a la paz entre españoles. Su monarquismo no era cortesano, sino racional; no estaba teñido de vanidades, sino anclado en interpretaciones profundas de nuestro ser. Buscaba la reconciliación y la integración. El era hombre inequívoco de la derecha, pero buscaba su compleintritario machadiano en la izquierda. No quería aislarse en la exclusividad totalitaria. Su trayectoria intelectual de escritor y de académico, de dramaturgo y de periodista abrían sin cesar el cauce de su liberalismo hacia el rival político, el adversario, el exiliado, el que había sido quizá su más enconado enemigo.

Ese talante generoso y humano flameaba en él como una bandera. Sirvió al bando nacional durante la guerra en una empresa poética conmemorativa. Nunca en los mezquinos rencores a la vengativa persecución.

Y mantuvo los años largos de la espera bajo el franquismo con una severa dignidad que le valió desdenes y censuras, pero también un acrecentado respeto en la opinión.

No soy crítico autorizado para enjuiciar su obra considerable de hombre de letras de articulista soberano, de juguso narrador de cuentos breves, de auto r teatral de notables éxitos. Sí puedo explicar, en cambio, su credo político desde que ocupó en los años sesenta la presidencia del consejo político del que era entonces el jefe de la Casa Real española, don Juan de Borbón.

Pernán intuyó certeramente el inmenso valor de la Monarquía, que ofrecía como plataforma de encuentros y más tarde como ámbito efectivo de convivencia para las fuerzas del espectro ideológico español que se iban alumbrando en la nueva sociedad. Veía la Corona más como una fuerza que como un poder. La estimaba símbolo de superación; instancia arbitral última; referencia permanente y código de ejemplaridad. Por supuesto, nunca ponía en duda la necesidad de un desenlace democrático. Naturalmente, la exigencia estricta de una monarquía que fuese constitucional para el futuro de España.

Tenía para sus amigos el tesoro de su delicadeza, la intimidad de su casa y el regalo de su diálogo. Era un gran señor jerezano y yo lo visté alguna vez en el Cerro Viejo, entre viñedos, capataces y perros ladradores, mientras entraba al atardecer una leve brisa marina por los alcores. Pero en el contexto de su conversación se le traslucía también, junto al inmenso bagaje del clasicismo escolástico, una punta del ingenio del Bearne a lo Montaigne, hecho de contrapuntos volterianos y de humor erótico, que en su genio estaba presente como un ramillete de la dulce Francia de su linaje.

21 Julio 1981

Las intuiciones del naufragio

José María Alfaro

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El mundo y la inspiración de José María Pemán -a semejanza de bastantes cosas españolas- resulta, en varios aspectos, la expresión de una paradoja más. El abanderado del sentimiento tradicional, de la religión y la patria, como él se contemplara en los momentos álgidos de su popularidad y boga, era un producto de determinadas influencias francesas, especialmente. Bien sabido es que en el arco de las ideas definidoras de nuestro viejo y romántico tradicionalismo figuraban ya desde sus orígenes las de importación francesa. Haciendo de lado nombres como el de Barruel -el beligerante jesuita contrarrevolucionario-, de tan indiscutible influjo en la instrumentación antiliberal y reaccionaria de los comienzos del siglo XIX, las figuras de Bonald y José de Maistre -el de Las veladas de San Petersburgo- van a tener una importancia decisiva en la dialéctica de los ardorosos defensores españoles del «trono y el altar».De manera parecida a la de otros supuestos casticiÍsmos españoles, hay que aprender a mirar por encima de los Pirineos para descubrir sus auténticos orígenes. Del mismo modo que para rastrear la espectacular carrera literaria de José María Pemán no podemos conformarnos con la referencia a su amanecer poético a la sombra del popularísimo regionalista Gabriel y Galán, para estudiar el desarrollo de su presencia social y política se hace necesario desbordar los influjos juveniles recibidos de un Balmes, un Donoso Cortés, un Vázquez Mella e incluso un Cándido Nocedal.

Cuando, por ejemplo, escribe sus Cartas a un escéptico en materias de formas de Gobierno, los conceptos que maneja, así como sus maneras de razonar -descontado su brillante e ingenioso gracejo andaluz-, proceden en no pequeña medida de la lectura de las gentes de «Acción Francesa», no tanto de sus capitanes Maurras y Daudet, como de su ágil y revisionista alfil Jacobo Bainville.

El cielo intelectual pemanlano se nos muestra así, examinado bajo esas luces, de una mayor complejidad. El costumbrismo de distinta graduaciones, con Fernán Caba llero, los hermanos Quintero y el padre Luis Coloma, en una andaluza gradación de dioses mayores va a fundirse con unos ingredientes de muy diversa valoración. Sus primeros y magníficos artículos de temática andaluza -recogidos en un libro temprano que creo recordar que se titulaba La vencedora mantenía, con gracia directa, una frescura aparentemente sin otras intenciones, aparte del moralismo que nunca falta en la vasta producción del autor de El divino impaciente.

En efecto, José María Pemán fue un moralista muy recortado con arreglo a los patrones del conservadurismo español, todavía pren dido a las nostalgias tradicionales La burguesía española que inicia la reacción frente a la II República e impone muchos de sus gustos durante los cuarenta años de la era franquista, lo toma por autor de cabecera. Sus artículos periodísticos -sin duda lo mejor de su producción- fueron la consagrada frase, de obligada lectura.

El historiador futuro de la sociedad españoladel tiempo que acaba de nasar tendrá que resolver en la selva ingente de sus, artículos para formarse una idea cabal del el clima sociológico español del último medio siglo.

Pese a su clara adscripción a una sensibilidad de sentido tradicional, en Pemán se perciben nítidamente -los barruntos de la crisis. Recuerdo a ese respecto una luminosa explición de José Ortega Gasset. «Eso que se llama crisis». escribe el autor de La rebelión de las masas, «no es sino el tránsito que el hombre hace de vivir prendido a unas cosas y apoyado en ellas, a vivir prendido y apoyado en otras».

José María Pemán pertenecía a los primeros; tenía no obstante las intuiciones del naufragio, pero estaba poseído por una preclamada vocación de centinela de Pompeya.