15 diciembre 1985

Fue subsecretario de prensa y propaganda con el ministro Ramón Serrano Suñer

Muere el filólogo Antonio Tovar Llorente, que evolucionó durante la dictadura del franquismo filonazi a la oposición al régimen

Hechos

El 14 de diciembre de 1985 se hizo público el fallecimiento de D. Antonio Tovar Llorente.

15 Diciembre 1985

Hermano personal

Pedro Lain Entralgo

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Con la prematura muerte de Antonio Tovar -siempre es prematura la muerte de un hombre, pero mucho más la de los hombres cuya vida es trabajo creador y donación constante-, muchas y muy importantes cosas hemos perdido los españoles.Hemos perdido un gran sabio. Desde su edición crítica de las Églogas virgilianas, poco anterior a nuestra guerra civil, hasta su monumental Catálogo de las lenguas de América del Sur, su ingente obra de filólogo ha ilustrado de manera eminente la filología clásica, así latina como griega, las lenguas de la Hispania prerromana, las lenguas americanas, el vascuence, el antiguo eslavo, el celta, el gótico, la lingüística comparada. «En lo tocante a su actividad científica», decía en Tubinga, con su alta autoridad intelectual, el profesor Eugenio Coseriu, «la producción de Antonio Tovar pertenece al dominio de lo absolutamente extraordinario». Siempre se ha pensado que el llevar trigo a Castilla es un buen ejemplo de acción inútil. Pues bien: Antonio Tovar supo demostrar que en modo alguno fue acción inútil, en su caso, la de llevar filología y lingüística a la docta Alemania.

Hemos perdido un gran maestro. Docenas de discípulos, muchos de ellos eminentes, lo proclaman en España, en Alemania y en las dos Américas. En él ha tenido parte principalísima el florecimiento de los estudios clásicos, una de las mejores realidades de nuestra actual vida científica, en la España ulterior a la guerra civil. Con medios precarios, que bien precarios fueron los que a su llegada encontró en Salamanca, o con medios holgados, como los que luego tuvo en Tubinga a su alcance, nunca Tovar ha dejado de infundir el afán de saber y de investigar en quienes como maestro le escuchaban.

Hemos perdido un gran universitario, y no sólo como docente, también como rector. Que hablen los que como tal le conocieron cuando en Salamanca, además de heredero de don Miguel de Unamuno, supo acometer, más allá del Unamuno universitario, la puesta al día de su entonces decaída universidad. Las vicisitudes de la vida española segaron en flor todo lo que Tovar tan certera y ambiciosamente había iniciado. Sólo a esta luz puede ser bien entendida su brillante gestión rectoral

Ejemplaridad moral

Hemos perdido, en fin, un hombre en quien la ejemplaridad moral competía con la excelencia científica. Pocos españoles han sabido ser tan profunda y tan permanentemente fieles a su conciencia y a su deber. Bien puede decirse de él que, además de filología y lingüística, supo llevar a Alemania una espléndida versión española del imperativo categórico que Alemania hace dos siglos enunció.

Tod.o esto hemos perdido los españoles con la muerte de Antonio Tovar. Pero, además de lo que, como español, en esa pérdida me toca, a mí se me ha muerto un hermano personal. Hermanos naturales son los que la sangre y la estirpe nos depara. Hermanos personales, los que adquirimos por obra conjunta de la libertad y el destino. Queriendo hacer libremente nuestra vida de españoles y bregando con el destino de vivir históricamente en España, hermanos personales llegamos a ser Antonio Tovar y yo, desde que hace casi cinco decenios nos conocimos. El desgarro de sentir que ya nunca podré verle es lo que hoy domina en el dolor de haberle perdido.

En el curso de su última enfermedad, un agravamiento súbito le puso al borde mismo de la muerte. Aunque sólo por unos días, logró salir de un trance cuya amenazadora gravedad él mismo percibió. «He llegado a la frontera», me decía poco después, y murió con el deseo de decirme cuál había sido su experiencia de ella. Ya la ha atravesado. Es bien seguro que habrá sido para penetrar en el país que su ejemplar vida mereció.

15 Diciembre 1985

Memoria de un rebelde

Juan Luis Cebrián Echarri

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Desde muy joven he participado de la fascinación intelectual y personal que Antonio Tovar era capaz de proyectar en torno suyo. Esto es algo que dije hace poco más de un mes, en el homenaje que se le rendía en Madrid, a propuesta de la Sección de Derechos Humanos de la Cruz Roja Española, y cuando su jovialidad y las promesas de llamarnos en seguida, a la vuelta de cualquiera de los viajes que a ambos nos acosaban, no permitían sospechar para nada lo largo e interminable que podía ser en esta ocasión el suyo. Nos despedimos con una referencia leve a la operación próxima -«sin importancia», matizó- a la que pensaba someterse.Y ésa es la última imagen que voy a guardar, felizmente, de él, apoyado en el bastón que le acompañaba desde que hace años sufriera un accidente de automóvil, rodeado de amigos y allegados, humildemente ufano por la gente que le quería.

Antonio Tovar era un hombre rebelde. «¿Qué es un hombre rebelde?», se pregunta Camus en el umbral de su ensayo del mismo título. «Un hombre que dice no. Pero negar no es renunciar: es también un hombre que dice sí desde su primer movimiento». Guardo en mi archivo personal un puñado de cartas manuscritas, con caligrafía más propia de un galeno que de un estudioso del idioma, que Antonio comenzara a enviarme hace casi 20 años desde su refugio intelectual de Tubinga. Yo había publicado por entonces en Pueblo un pequeño artículo apoyando su candidatura a la Academia -disputada por los reaccionarios de siempre, que le oponían con singular descaro al padre Félix García-, y a partir de ese hecho, y de una indirecta relación familiar, enhebramos una correspondencia que se ha prolongado hasta este mismo verano, salpicada de discusiones, divagaciones y entusiasmos. «… tienes mucha razón de pensar que el nombramiento para la Academia me uniría más a Madrid y, en definitiva, a España», me escribía en 1967. «Por lo demás, la renta per cápita que aquí dan a los filólogos no es superior, sino inferior, a la que pagan ahí, y filólogo hay, como el muy pío señor Balbín, por ejemplo, que gana más ahí que yo en Estados Unidos. Lo que pasa es que para eso, además de ser filólogo, o sin serlo, que da lo mismo, hay que ser amigo, y decir amén. Y eso, y no la pobreza, es lo que hace inhabitable nuestro país».

Tovar nos ha legado así un hermoso testamento de actitudes: su permanente protesta, su permanente análisis, su permanente compromiso moral con lo que le rodeaba encarnaban del todo la imagen del maestro. Sólo su bondad era comparable a su inteligencia; de ambas procedía esa intransigente manera de ser, esa rectitud profunda de su entendimiento, que le llevaron a no claudicar jamás. Muchos van a hacer ahora el recuento de su aportación intelectual al conocimiento del castellano, del euskera o del quechua. Otros evocarán su contradictorio apasionante y radicalmente honesto, comportamiento político.

Pero para este tiempo de la evocación por los amigos, yo he preferido espigar ese mínimo recuerdo epistolar de un hombre que ha muerto de la misma manera en que voluntariosa y estoicamente había vivido: incapaz de decir amén a nada.

15 Diciembre 1985

La vida como enseñanza

José Luis López Aranguren

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A poco más de dos semanas de la muerte de Pablo Serrano, se nos ha ido otro hombre igual que él, tan insigne como entero y verdadero. Personalmente yo le conocí tarde, bien entrados los años cincuenta, y desde el primer instante aprecié a la persona de una vez que era, al hombre con quien, incondicionalmente, se podía contar, al enemigo de las componendas, del estar a bien con todos, de las conciliaciones y los eclecticismos.Cuando, en 1965, ocurrió mi suspensión y subsiguiente separación de la cátedra, Antonio Tovar acababa de venir trasladado a la universidad de Madrid. Con suma discreción, pues era incapaz de aprovechar oportunidades para protagonizar cambios de postura, pero también con total firmeza, sin asomo de duda, pidió la excedencia del recién conseguido traslado y, desde entonces, nunca más volvió a enseñar oficialmente en España. Pronto nos reencontramos en Estados Unidos y reiteradas veces estuvimos juntos, en la universidad de Illinois, en Indiana, donde él enseñó hasta aceptar la cátedra de la universidad de Tubinga Meses después de aquella decisión suya, y no por mediación fámiliar, su hijo mayor y la mayor de mis hijas se conocieron y, en agosto de 1969, se casaron, con lo que nuestra amistad se reafir mó en parentesco.

Vascología

Era un sabio, sí, con toda suerte de honores académicos. Tras la filología clásica y las lenguas in doeuropeas, se distinguió, con renombre internacional en la investigación de las lenguas preromanas de la península Ibérica, particularmente en la vascología, y asimismo en las lenguas de Indoamérica del Sur. Pero su cultura era interdisciplinar y trasdisciplinar, y así, en el ámbito filosófico, son muy importantes sus libros sobre Sócrates y Platón.

Era, a más de sabio, un gran intelectual en la acepción técnico-política de la palabra, a la que yo tanto atiendo: un hombre, por carácter, quizá congénito, pero sobre todo personalmente labrado, muy directo y, a la vez, muy crítico; crítico, para empezar, consigo mismo y con su propio pasado; intransigente, incómodo cuando hay que serlo; compro metido también, plenamente, en las causas que, a su juicio, lo merecían.

Aunque oficialmente ya dije arriba que no volvió a enseñar en España, su vida entera fue una enseñanza y siguió enseñándonos a todos. Gran profesor, más amigo de sembrar saberes en seminarios que de conferenciar para grandes auditorios. Siempre estaba dispuesto a enseñar, sencilla y eficazmente, a todos, a nuestros nietos, por supuesto, a los discípulos, a los grandes y a los chicos, a quien quiera que se acercara a él con ánimo de aprender. Cuando, no hace mucho, se dedicó en la revista Enrahonar, del departamento de Filosofía de la universidad Autónoma de Barcelona, un homenaje a otro filósofo y amigo fallecido, el catalán Pep Calsamiglia, yo escribí de él que vivía la filosofia.

Vivir la enseñanza

Análogamente debe decirse de Antonio Tovar que vivía la enseñanza, que su doble vocación era la de la enseñanza y la investiga ción; quiero decir que, a mi juicio él aprendía en la investigación y en seguida enseñaba lo investiga do, graduando, según los oyentes, su varia lección. No todos somos iguales. Y si, comparándome con Calsamiglia, yo confesé que no fui capaz de aquella su fusión de filosofía y vida, paralelamente debo agregar aquí que mi verdadera investigación ha consistido, sobre todo, en aprender de los demás y, en especial, de los jóvenes, que tampoco llegué a esa fusión de enseñanza y vida, encarnada, a mi parecer, en Antonio Tovar. Tanto que, en sus desvaríos, paradójicamente lúcidos, de los últimos días ensayaba seminarios con las enfermeras del Hospital Clínico, que, con solicitud ejemplar, le han cuidado. Una de esas noches pareció morir, pero, pasajeramente, se recuperó, y entonces, vocacional enseñante, expresó el deseo de poder exponernos la experiencia, única, de haber traspasado la frontera de la vida… y haber vuelto a ella. Pero, por desgracia, tan precariamente vuelto a ella que se llevó para siempre consigo su última lección.