17 septiembre 1994

Muere el filósofo austriaco Karl Popper

Hechos

Falleció el 17 de septiembre de 1994.

18 Septiembre 1994

Maestro y sabio

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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NACIÓ CASI con el siglo, y con el penúltimo aliento del mismo desaparece.. Ha marcado su época y su mundo. Ha muerto Karl Popper, posiblemente el contemporáneo a quien mejor cuadra ese título que no es académico, sino suma de cualificaciones de humanidad, lucidez y pensamiento el de sabio. Se formó en el Círculo de Viena, ciudad en la que había nacido en 1902 y que en la época de entreguerras fue la capital de la razón y del sentimiento, de la nueva estética y del pensamiento, de la modernidad.Como tantos otros protagonistas de aquella era vienesa emigró a Londres -tras varios años en Nueva Zelanda- cuando, desde Alemania, Hitler anunciaba ya la extensión de la barbarie por Europa. La fortaleza de la civilización y la libertad en aquellos terribles años de nazismo y guerra en el continente fueron forjando su obra. La filosofía de la ciencia es un saber que casi se identifica con su nombre. El criterio que forjó de delimitación de lo científico es ya parte sustancial del saber de nuestro tiempo.

Popper aplicó dichos criterios también al terreno de las ciencias sociales. Su crítica de los totalitarismos en La sociedad abierta y sus enemigos, publicada en 1945, es sin duda uno de los cuatro o cinco libros más influyentes de nuestro siglo. Izquierdista en su primera juventud vienesa, pronto rompió con el marxismo, al que reprochó (en La miseria del historicismo) un fatalismo incompatible con el individuo libre y racional. Su filosofía rescata al individuo del determinismo de clase, raza y nación. Ojalá le leyeran más muchos de nuestros contemporáneos tan adictos al mito de uno u otro tipo.

Clásico indiscutible del pensamiento contemporáneo, su obra es un conmovedor alegato en defensa de la libertad. El propio autor relativizaba sus principios con esa ironía tan propia del hombre libre. Pero dificil es discutir que Popper ha representado una de las mayores aportaciones a lo que constituye el saber contemporáneo de la humanidad.

18 Septiembre 1994

Contra el historicismo

Miguel Boyer

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Con el final de la larga vida de Karl Popper termina una obra filosófica que ha tenido una influencia extraordinaria en la primera mitad del siglo.Durante la primera parte de su vida Popper dedicó sus energías a la confrontación intelectual con sus amigos, los filósofos positivistas del Círculo de Viena, a los que por otra parte admiraba. Pero, mientras los positivistas condenaban como sinsentidos la metafísica y, en general, todos los enunciados cuya verdad o falsedad no pudiera determinarse empíricamente, Popper pensaba que lo importante es distinguir o demarcar la ciencia de la pseudociencia, o incluso las otras actividades respetables -como la metafísica o la ética-. Su famoso criterio de falsabilidad establece que sólo son científicas las teorías cuyas consecuencias puedan refutarse empíricamente, y con él se puede diferenciar claramente teorías como las de Newton o Einstein, de pseudo-ciencias como la astrología, el materialismo histórico o el psicoanálisis, que consiguen «explicar» a posteriori cualquier cosa que ocurra, pero que no predicen nada rigurosamente y no son, por tanto, refutables. Y las reglas del método científico que Popper recomendaba conducen a proponer teorías que hagan predicciones atrevidas, contrastarlas severamente con la experiencia y rechazarlas si ésta las refuta. La observación y el experimento no pueden nunca probar la verdad de una teoría científica -Popper rechazaba el principio de inducción- pero sí pueden refutarla, probar su falsedad. El progreso científico consiste en rechazar teorías equivocadas e ir encontrando y quedándose con las supervivientes, que se aproximan más a la verdad.

La última parte de su obra en filosofía de la ciencia estuvo dirigida a combatir a la nueva ola de filósofos escépticos y relativistas respecto a la ciencia. Ese combate ha hecho ver a las generaciones actuales su parentesco («aire de familia»), con sus anteriores oponentes los positivistas de Viena, en su racionalismo y cientificismo comunes. Hoy día la filosofía de la ciencia de Popper aparece claramente inadecuada, aunque todavía no se haya consagrado un nuevo consenso en este campo. Por una parte, si los científicos hubieran aplicado su riguroso método de rechazar las teorías que chocan alguna vez con la experiencia, ninguna teoría habría sobrevivido, pues todas ellas tuvieron y tienen anomalías. En segundo lugar no son las teorías aisladas las que se confrontan con la experiencia -como en el esquema arbitrario de Popper- sino el conjunto de toda la construcción teórica. Por último, al rechazar el inductismo como hace Popper, no hay manera de sostener que las teorías mejor corroboradas son las que se aproximan más a la verdad y este es un fracaso definitivo para un realista.

Aunque la filosofía de la ciencia de Popper -con todo su enorme interés- haya sido superada, quizá permanezca más su filosofia política. En La sociedad abierta y sus enemigos (1945), hizo una disección demoledora de las tendencias totalitarias, implícitas o explícitas en el pensamiento de Platón, Hegel y Marx. Y en su Miseria del historicismo (1957) refutó formalmente esta tendencia tan dominante en el pensamiento occidental, con un argumento que me parece indiscutible: cómo el conocimiento desempeña un papel decisivo y creciente en nuestra sociedad y el progreso del conocimiento es impredecible. De ahí dedujo un liberalismo que sólo es conservador para los totalitarios o para quienes no le conocen de primera mano: Popper cree que hay que hacer experimentos sociales -al contrario que su compatriota Hayek-, pero que sean reversibles sin demasiados traumas sociales, si resultan fallidos.

18 Septiembre 1994

El filósofo de la socialdemocracia

Javier Tusell

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La significación de Popper en la historia del pensamiento político es, sin duda, de primera importancia. Su libro acerca de La sociedad abierta, aparecido durante la Guerra Mundial, o su Miseria del historicismo, cuya primera redacción es todavía anterior, son dos de las obras esenciales que, como el Camino a la servidumbre de Hayek, supusieron el renacer del pensamiento liberal tras los años treinta, que en todo el mundo vieron enfrentarse a los totalitarismos de distinto signo. Si en España su influencia ha sido muy posterior, ello deriva de una cierta marginalidad de nuestro país.

Las ideas políticas de Popper se integran dentro de un sistema filosófico global en el que juega un papel decisivo la teoría del conocimiento. Lo característico del filósofo es la actitud del racionalista crítico que empieza por considerar que la Humanidad avanza gracias a los errores que va descartando en el transcurso de su evolución. Es eso lo que le permite elevar a la categoría de valor esencial la tolerancia porque, caso de no existir ésta, los posibles caminos que se cerrarían a los humanos serían innumerables. En cambio, gracias al ejercicio de la libertad, la Humanidad ensaya caminos de prosperidad.

En su origen las sociedades humanas fueron tribales, sometidas a lo mágico; sólo con el transcurso del tiempo el espíritu crítico fue capaz de cambiar el fundamento de la existencia en común. Sin embargo los seres humanos siempre estarán amenazados por el espíritu gregario que los sume en la irresponsabilidad y en la sumisión a principios supuestamente excelsos.

El peligro de este «llamamiento de la tribu» reside en la época contemporánea en lo que Popper denomina «historicismo», es decir, esta concepción que supone que la Historia responde a leyes previsibles. Quienes las conocen no sólo tienen en sus manos el supremo saber, sino también la posibilidad de realizar el cielo en la tierra; a fin de cuentas los «historicismos» no son otra cosa que totalitarismos. Pero frente a esta teoría de la Historia, Popper reacciona asegurando que ésta es imprevisible y no está sometida a leyes, y que, por tanto, los que pretenden hacer el cielo sobre la tierra suelen conducir al infierno. Popper propone una «ingeniería parcial» capaz de hacer que las cosas funcionen un poco mejor. La democracia para el filósofo es tan sólo un sistema de Gobierno que permite sustituir a los que están en el poder. En lo social, Popper defiende esa mejora parcial que se concreta en la planificación y la redistribución. El autor ha sido interpretado como el filósofo de la socialdemocracia. Su espíritu ha sido una lucha de racionalismo sobre el totalitarismo milenarista, aunque a veces dé la sensación de demasiado escéptico como para justificar la democracia de fin de siglo.

19 Septiembre 1994

Popper no

Eduardo Haro Tecglen

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Nunca quise a Popper. No quiero a los liberales darwinianos – la supervivencia del más fuerte, la lucha por la vida -, no quiero a los conversos del comunismo que se apasionan por el dogmatismo del antidogmatismo, no amo a quienes creen que el modelo de Estados Unidos es no solamente el menos malo de los posibles, sino el óptimo: con sus bolsas de pobreza inmensas – «el Tercer Mundo para oprimir desde casa – y su gendarmería universal. Nunca amé a quienes han arrastrado del totalitarismo de su infancia la aplicación del totalitarismo a la democracia. Y desprecio, se lo aseguro, a quienes homologan, en las tragedias del siglo, nazismo y marxismo (‘La sociedad abierta y sus enemigos’). Por favor; son dos cosas distintas, aunque la práctica y las guerras las hayan igualado aparentemente. Marx no ha sido nunca un delincuente.

Pero viene aquí su memoria por la televisión. Es también un converso: le gustó al principio, la detestó al final. En su último escrito incide en el error intelectualoide de creer que su democratización la ha hundido. En sus primeros años «ofrecía buenas películas y otras cosas discretas». Y ahora. Pero sus programadores la hacen «para el pueblo»: mal asunto. Aristocraticismo orteguista – «No es eso, no es esto» – marañoniano. Ático o vienés. «Educamos a nuestros niños en violencia»; siglos atrás se les hacían espaditas, luego, escopetitas, para que aprendiesen a matar, y se les llevaba a las ejecuciones púbicas para que supieran cuál era la buena manera de comportamiento. La atribución del crimen a la televisión es ya cosa de pequeños psicólogos populistas. Seguía creyendo, mientras moría, que la televisión es un arma política: peor aún, que habla como si fuera Dios: él hablaba como si fuera Dios – y tiene sus sacristanes -, aunque su esencia fuese limitada a la crema mundial, de la que descienden tantos servidores del orden goetiano, sin mirar a la justicia. Pedía la censura: hay que poner ‘bajo control’ a la televisión. (¿Bajo qué control, bajo que doctrina; bajo qué incitación a la otra violencia?).

(Amo a Benedetti, sencillo y humilde, sin ánimo de pensamiento mundial; y a Daniel Viglietti, que montan su teatro ambulante hoy en el María Guerrero: allí estaré). (Somos de otro mundo).

20 Septiembre 1994

Popper

Francisco Umbral

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Ya le he mandado un telegrama de pésame a Boyer por la muerte de Karl Popper. Supongo que don Miguel Boyer estará desolado y su señora se habrá puesto de alivio de luto, que es una cosa que le sienta.

Lo peor que le podía pasar a la socialdemocracia de derechas, al neoliberalismo narcisista, ahora que están empezando a pegar el gatillazo, es que se les muriese el hechicero de la tribu dineraria (aunque él fue antimonetarista). Popper escribió precisamente contra «la llamada de la tribu», pero la gran tribu de oro, el neocapitalismo antipuritano, cada vez llama a más gente, e incluso es lo que, con otros nombres, está de moda en España. El propio Mario Conde (si no citas a Conde en una columna, estos días, es que no estás al loro) era un popperiano nada reprimido, y quizá su error ha consistido en eso: en que mientras los otros pájaros piparros son popperianos inconfesos, popperianos vergonzantes, él, Mario Conde, ejerció un popperismo sin rubor, luchó contra el fundamentalismo de la tribu capitalista metiendo ideas nuevas, jugando a la sociedad abierta que le gustaba a Popper. Pero estamos en un sistema cerrado, el socialfelipismo, más el contrafuerte del dinero clásico, y, como dice Jesús Cacho, Conde era un intruso en el laberinto de los elegidos. Popper es el padre de un liberalismo desvergonzado que, socapa de hacernos más libres, lucha contra todas las supersticiones de la tribu, desde Platón a Marx, pero escribió poco, sospechosamente, sobre la superstición de la riqueza, que es la que hoy nos gobierna.

Si Boyer es o era un popperiano ortodoxo, ya digo, Conde es o era un popperiano heterodoxo, un príncipe de la desvergüenza que se atrevió a poner en efecto todo lo que Popper postulaba en cuanto apertura al mundo, al porvenir, a la Historia (antihistoricismo). Conde, quizá, ha sido un ingenuo que quiso hacer realidad lo que en el anglovienés sólo era hipótesis, una hipótesis que en él podía cambiar al día siguiente. Pero habría que hacer en Madrid unos funerales calvinistas por Popper y que fueran todos los que son y están, más algunos que son y no están, o que están y no son, para que tuviésemos la foto de la conjura popperista en Madrid, en la que también entra el señor Pujol, que a mí me parece que está defendiendo muy bien Cataluña en lo que Cataluña, o su burguesía, tiene de popperiana sin saberlo. Ha muerto el último gran reaccionario progre, y quienes aquí le deben millones, fortuna y algún ministerio, ahora callan como putas, es la consigna, cremallera, mientras que sobre Popper, en los papeles, sólo se han pronunciado los literatos y los redactores económicos. España, la España de hoy, la España de Felipe González, es popperista sin saberlo, porque aquí hemos saltado de la cuenta de la vieja al capitalismo dialéctico sin solución de continuidad, o más bien pasando por la utopía cuatrocaminera del 82, que fue como la Quinta Sinfonía plebeya que le ponía otra música a la letra confusa de lo que decía el PSOE. De Franco a Popper, ésa ha sido toda la transición. De la autarquía de un capitalismo cerrado a la ordalía de un capitalismo desbragado.

En los funerales de Popper, en la Almudena, que es la basílica del socialfelipismo, quería yo ver a todos éstos, a Boyer, a Solchaga, a Rubio, a Rojo, a los banqueros y los ministros que nos han hecho un socialismo popperiano y ahora no saben cómo salir del lío, porque en Popper no están previstos Roldán ni Ibercorp ni Mario Conde ni Carmen Posadas (que ahora vuelve al periodismo, bienvenida), ni la Salanueva ni Naseiro ni Polop ni el novio de Polop. En Popper entramos a saco, como en todo, y le dejamos hecho una braga. Los que le deben sus pelotazos ni siquiera han tenido el detalle de mandarle al muerto una interflora.

22 Septiembre 1994

Subjetivismo

Patxo Unzueta

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En su entrevista televisiva del otro día, y tras reconocer sus juveniles inclinaciones petainistas, Mitterrand encontró consuelo en el argumento de que «siempre será mejor evolucionar de la derecha a la izquierda que a la inversa». Es una apreciación teñida de subjetivismo, pero es verdad que hay en España bastantes personas que la comparten. Bastantes: aquellas cuya trayectoria vital ha ido del conformismo (ante el franquismo) a la rebelión (contra el felipismo). Puede ser un prejuicio, pero muchas otras personas tienden a considerar más lógico, y hasta más moral, el camino inverso: fueron rebeldes, y hasta izquierdistas, contra Franco, y con la edad y la democracia se han hecho moderados.Uno de esos antiguos falangistas convertidos en marxistas-leninistas abominaba el otro día del «craso conforrnismo,, y la «claudicación» política de Karl Popper, el sabio vienés fallecido el sábado pasado en Londres. Popper: ¿De qué le sonaría ese nombre al famoso columnista de la competencia que unos días antes establecía una filiación entre «la línea que diseñara Popper» y la propuesta de rebajar las contribuciones empresariales a la Seguridad Social que por aquellos días discutía el ministro Solbes con Miquel Roca? ¿Qué campanas habrán oído esos comentaristas que han presentado estos días a Popper como prototipo de ideólogo reaccionario, derechista por antonomasia, opuesto a cualquier reforma?

Confundir el antiutopismo con la reacción es una simplificación contra la que ha protestado, por ejemplo, Ralf Darhendorf. El propio Popper, a diferencia de su coetáneo y paisano Hayek, con el que a menudo se le relaciona, se proclamó compatible con el reformismo socialdemócrata. Reformas sí, siempre que se trate de evitar sufrimientos a los seres humanos, y no de pretender hacerlos felices para siempre. Buena parte de la confusión reinante en España la tienen esos liberales de corazón que sin embargo, cuando hablan por la radio o escriben en los periódicos, se manifiestan como si fueran unos fanáticos sin remedio; esos héroes de las corridas que, tras despacharse a gusto contra el Gobierno -y, a veces, el colaboracionismo de la oposíción-, rematan afirmando que aquí lo que falta es libertad de expresión.

Este verano, un prestigioso medio de comunicación informaba de la constitución de la AEPI (Asociación de Escritores y Periodistas Independientes) afirmando que su objetivo era luchar contra el monopolio existente en los medios de comunicación, y que en la misma estaban representados la primera emisora de radio de España y redactores de tres de los cuatro principales periódicos de la capital. Tal vez no sea del todo coherente hablar de monopolio en esas condiciones, pero esto también puede ser un juicio subjetivo.

Como lo es el del ex conseller Planasdemunt, condenado por estafa y utilización de cargo público en su beneficio particular, que ha declarado: «Yo sé que no he participado en nada». O el del socialista vasco Jáuregui, exculpando a su vicesecretario, imputado en relación con un fraude masivo en unas oposiciones, por su convencimiento de que les inocente», pero, a la vez, porque «no hay pruebas» de su culpabilidad. Considerar a la propia convicción moral instancia inapelable de justicia resulta equívoco: supone erigir a la conciencia en juez y parte.

¿Será popperiano Aznar? Si lo fuera, practicaría el método de prueba y error, y no insistiría tanto en repetir la misma jugada. Pero es cierto que se ve muy presionado por sus hooligans. Un ultramoderado reformista del franquismo convertido ahora en feroz fustigador del felipismo le reprochaba hace unos días no ejercer «una auténtica función de contrapoder que acabe obligando al presidente del Gobierno a ( … ) dimitir o disolver las Cortes». El bloqueo de la negociación para la renovación de las vacantes institucionales ¿será una estrategia de contrapoder?

03 Octubre 1994

Popper

Manuel Vázquez Montalbán

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Estuve fuera de juego a la muerte de Popper, pero pude observar cómo emergían popperistas a rendir homenaje a uno de los pensadores más improbables de este siglo y de buena parte de los anteriores. El autor de La miseria del historicismo ha tenido su expiación en esta vida y en la otra en las adoraciones nocturnas de un tipo de seguidores, chicos de buena familia que han llevado siempre encima un Popper de bolsillo, como una botella petaca de la que de vez en cuando se toman un latigazo para compensar las asechanzas de la realidad. Desde que se consumó la crisis del marxismo estatalizado, los popperistas se han puesto pesados cual moscas cojoneras, especialmente los que llevan pajarita y trabajan a la vez de broker y de funcionario del Estado, al tiempo que, con el riñón bien cubierto, jalean las reconversiones industriales, los contratos basura, las de sertizaciones del aparato improductivo, etcétera. Son Terminators tatcherianos que no practican la antropofagia social con los dedos como doña Margaret, sino con cubertería de plata como mister Popper. No recurren a la zafiedad del pensamiento de la dama de hierro, sino a sutilezas popperianas como la de que en la historia no hay nada inevitable porque es obra de personas individuales… «sin ninguna ley trascendente que las determine».La beata Gelsomina no se pronunció sobre la utilidad de los señoritos popperianos, aunque al decirnos que hasta las piedras son necesarias en el orden del universo, sin duda les incluía. Pero previo uso del Tranxilium, porque en cuanto se les concede la condición de columnistas aficionados se ponen agresivos y van por la historia gritando «¡de rodillas!» y contando los crímenes que no ve el ojo del enemigo para no llenarse los ojos de cadáveres propios. Y además, con una prepotencia dandista que no sé, no sé de dónde sacan pa tanto como destacan.

09 Octubre 1994

Más sobre Popper

Francisco Javier Bernard Morales

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Ante la reciente muerte de Karl Popper se han sucedido diversas declaraciones sobre su obra. Destaca entre ellas, por ir contracorriente, la de Eduardo Haro Tecglen. Éste lanza un condensado y feroz ataque contra Popper desde las páginas de EL PAÍS, en su habitual columna de las páginas de radio y televisión. Haro afirma que no le gusta Popper porque equiparó en su obra el nazismo y el marxismo, cuando son dos cosas distintas, aunque la práctica y las guerras las hayan igualado aparentemente. Marx no ha sido nunca un delincuente». Es evidente que esta última afirmación es cierta: Marx no fue un delincuente y, añadimos, Hitler sí. Sin embargo, Haro no tiene en cuenta que la obra política de Popper se dirige contra los fundamentos intelectuales del totalitarismo, de los cuales, la plasmación práctica es una consecuencia. Dicho de otro modo, Marx nunca fue un hombre de Estado; Lenin, Stalin y Mao sí lo fueron, Son, pues, ellos quienes deben ser comparados con Hitler. Curiosamente, en La sociedad abierta y sus enemigos se encuentran más ataques a Platón -quien, por cierto, tampoco acometió crímenes conocidos- que a Marx.El día 26, un lector que en su firma se define como investigador del CSIC apoya la diatriba de Haro con una curiosa carta en que pretende separar en la obra de Popper la filosofía de la ciencia de la filosofía política. La primera habría supuesto algo así como un gran esfuerzo en la búsqueda de la verdad, mientras que la segunda reflejaría la ceguera del liberalismo ante los problemas de la humanidad. Se equivoca el investigador, pues Popper, más que un esforzado buscador de la verdad, fue un incansable denunciador del error. Esa lucha contra el error es lo que une de forma armónica su filosofía de la ciencia y su filosofía política. Popper no critica al «científico Marx», sino que desenmascara el carácter acientífico del marxismo. El marxismo se muestra como una utopía más, poco distinta en el fondo de La República de Platón. Marx, en realidad, no aspiraba a una sociedad mejor, sino a una sociedad perfecta, y creía haber descubierto unas presuntas leyes del desarrollo histórico que llevarían indefectiblemente hacia ella. Lamentablemente, lo perfecto es enemigo de lo bueno, por lo que toda mejora no es más que un fraude que tiende a perpetuar la imperfección existente. La grandeza de Popper es haber mostrado que el materialismo dialéctico y el materialismo histórico no, pueden aspirar a la consideración de científicos. El futuro nos pertenece y no está regido por leyes ineluctables. Por eso, la sociedad es abierta.

Francisco Javier Bernard Morales