20 noviembre 2011

Hasta el año 2004 estuvo considerado el máximo 'gurú ideológico' del rotativo del Grupo PRISA

Muere el histórico editorialista del diario EL PAÍS, Javier Pradera

Hechos

El 20.11.2011 murió el histórico editorialista del diario EL PAÍS, D. Javier Pradera.

21 Noviembre 2011

Pradera

Juan Luis Cebrián

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Conocí a Javier Pradera un día de invierno a comienzos de los años sesenta. Era todavía responsable del clandestino Partido Comunista para la Universidad y mi amigo Julio Rodríguez Aramberri, que militaba conmigo en una confusa facción progresista demócrata cristiana, había enlazado con él para ver de colaborar con su grupo. Quedamos citados a mediodía en una terraza de las que entonces proliferaban en la Castellana. Fue una entrevista difícil. Javier parecía desconfiar de nuestras intenciones y durante largo tiempo nos sometió a un preciso interrogatorio sobre las mismas. Cuando se levantó para despedirse nos dijo: «Volveremos a vernos, pero tened en cuenta que os causaré problemas». Pasaron 15 años antes de que nos volviéramos a encontrar en los albores fundacionales de EL PAÍS. Nunca me causó problemas y sí, en cambio, me ayudó a resolver muchos.

Javier abandonó el partido poco después de aquel encuentro, en compañía de Jorge Semprún y Fernando Claudín, como consecuencia de sus diferencias con Santiago Carrillo. Años antes había pedido la baja en el Ejército, después de los sucesos de 1956, cuando una operación de la policía desarticuló gran parte del aparato comunista en la clandestinidad. Él era teniente jurídico, y portaba un apellido resonante en los círculos del franquismo. Su padre había sido un «mártir de la Cruzada», su tío era un diplomático considerado, su suegro Rafael Sanchez Mazas, falangista e intelectual orgánico del régimen. Los militares encontraron engorroso que un personaje así fuera a la cárcel por comunista. Cuando fue detenido exhibió su condición profesional y se negó a declarar ante la policía política, pidiendo hacerlo a sus superiores castrenses. Escapó así de la tortura. Durante años fue uno de los enlaces en Madrid de Federico Sánchez, el alias de Jorge Semprún como enviado especial de Carrillo. Se veían en los más variados lugares. No pocas veces en casa del sacerdote Jesús Aguirre, que acabaría sus días como Duque de Alba, y otras muchas en el Estadio Bernabéu, donde combinaban la conspiración con la hinchada. Javier fue por esa época una leyenda entre los jóvenes estudiantes descontentos con la dictadura.

A EL PAÍS llegó de la mano de Jesús Polanco y Pancho Pérez González. Desde el primer día mostró un entusiasmo indescriptible por colaborar en los trabajos del periódico. Era uno de los intelectuales más sólidos que nunca he conocido, hombre de vastísima cultura y con una formación jurídica de una solidez incomparable. Tras su abandono de la clandestinidad política se había dedicado a Alianza Editorial, de cuya mítica colección de bolsillo fue el genuino creador. Desde allí se dedicó a proporcionar a una España provinciana y aislada su visión cosmopolita y moderna de la cultura mundial. Llegaba al periódico con un bagaje de conocimientos y de contactos personales que casi ningún otro podía aportar. Su solo nombre era además una especie de sello de identidad de las posiciones progresistas del diario. Con su ayuda organizamos diversos grupos de reflexión que me ayudaran en la tarea de edificar la opinión del periódico. Enrique Fuentes, Luis Ángel Rojo, Jesús Aguirre, Alfredo Deaño, Clemente Auger, y tantos otros, ayudaron así a configurar el diario de la Transición. Javier escribía los editoriales, no todos, claro está, pero muchos de ellos. Logró establecer un estilo peculiar y riguroso, construyéndolos como piezas a un tiempo didácticas y polémicas. Pasábamos interminables horas discutiendo, más sobre la oportunidad o la forma que sobre el contenido en sí de los artículos, respecto al que rara vez discrepamos. Solo una vez lo hicimos seriamente, cuando encabezó un escrito pidiendo el  para el referéndum de la OTAN convocado por Felipe González. Muchos lectores protestaron porque creían que aquello empañaba la independencia del diario. Yo procuré defender su postura cuando el Defensor del Lector me preguntó sobre ella, explicando que al fin y a la postre quien marcaba la línea editorial era el director del diario, y no él. Lo interpretó como una descalificación y se fue. Estuvo un año alejado de EL PAÍS y creo que ambos vivimos aquello con enorme tristeza y dolor. En realidad su relación conmigo era la que tiene un maestro con su discípulo, y yo no cesaba de aprender. Amigos comunes lograron convencerle para que volviera y desde entonces no ha dejado un solo día de contribuir a marcar la postura de EL PAÍS. En sus manos la pluma era como un bisturí. Diseccionaba la realidad y ordenaba sus despojos sobre la mesa, como un forense que realiza una autopsia.

La historia de nuestro periódico no hubiera podido escribirse sin él, y yo no hubiera podido ejercer de director sin su ayuda. No tenía la experiencia ni el saber político que él derrochaba. Era una persona de una lealtad hacia sus amigos inquebrantable, poseedor de una inmensa bondad, que ejercía de forma severa, y de la mente más lúcida de cuantas he conocido en mi vida. La democracia y la cultura españolas han perdido con su muerte a uno de sus mejores valedores.

21 Noviembre 2011

El maestro, el amigo

Joaquín Estefanía

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Javier Pradera hubo de vivir bajo el síndrome de un acontecimiento del que era difícil que hablase: su padre y su abuelo, con un día de diferencia, fueron asesinados en San Sebastián, en 1936, por grupos incontrolados del bando republicano. Por ello tuvo más valor la apuesta que hizo de pasarse al bando de los vencidos de la Guerra Civil y convertirse en uno de los grandes pensadores de la transición democrática en España. Hizo suya la idea que expresa Santos Juliá en sus textos: para derribar la barrera divisoria entre vencedores y vencidos, para reconstruir la mínima comunidad moral en que consiste cualquier Estado democrático era preciso que gentes procedentes de los dos lados de la barrera estableciesen una corriente en ambas direcciones para sentarse en torno a una mesa, hablar, negociar y llegar a algún acuerdo sobre el futuro. Esto ocurrió en España con los encuentros de hijos de vencedores y vencidos en las universidades desde mediados de los años cincuenta, con la política de reconciliación aprobada por el Partido Comunista en junio de 1956, con el Coloquio de Múnich de 1962, con la reunión de las comisiones obreras y de movimientos ciudadanos en locales facilitados por parroquias y conventos, con las iniciativas de diálogo y colaboración entre comunistas y católicos en los años sesenta y en las Juntas Democráticas. «En todos ellos», escribe el historiador, «se trataba de mirar el futuro sin dejarse atrapar por la sangre derramada en el pasado, de hablar por eso un lenguaje de democracia que daba por clausurada la Guerra Civil o, para decirlo como entonces se decía, que consideraba la Guerra Civil como pasado, como historia, no como algo presente que pudiera determinar el futuro».

Esta fue la principal idea-fuerza que representa la vida pública de Pradera: su compromiso militante como intelectual (primero desde las filas del Partido Comunista, que abandonó en los años cincuenta cuando la expulsión de sus amigos y camaradas Jorge Semprún y Fernando Claudín, y luego desde la cercanía crítica al socialismo de Felipe González); como editor en casas de libros como el Fondo de Cultura Económica y Alianza (donde fue uno de los precursores del libro de bolsillo); como uno de los constructores centrales de la línea editorial de EL PAÍS desde que nació este periódico, y en sus columnas y tribunas de opinión; y como agitador cultural codirigiendo la revista Claves de Razón Práctica. En cada uno de estos aspectos, Pradera tuvo un rol central, y el conjunto de todos ellos muestra su significación en el mundo de las ideas, la política y la cultura española en las últimas décadas.

Una de las últimas cosas que creí haber aprendido de Javier Pradera -de las muchas que me enseñó- es a no escribir necrológicas en primera persona (porque hablar de la persona desaparecida sobrevalora al que la escribe). La lección no ha sido provechosa puesto que en estos momentos no puedo reprimir la necesidad de escribir sobre su faceta más privada desde la admiración moral a su persona. Existen otras dos variantes en su existencia mucho menos reconocidas por quienes no han pertenecido a su círculo más cercano. La primera, la de maestro indiscutible de una generación de intelectuales de casi todas las ciencias sociales, politólogos, economistas, sociólogos, juristas,… Sería casi imposible adjuntar los nombres de todos aquellos que se han sentido concernidos por su ansia de conocimiento, por su paraguas protector, sus discusiones interminables, sus ansias de aprender y de explicar, animados de forma exhaustiva para que divulgasen sus investigaciones y publicasen sus tesis. Su influencia ha sido seminal en ellos. Ha sido el mejor de todos.

La segunda, la de amigo de sus amigos: generoso hasta el límite, dispuesto a compartirlos, que se identificasen como tales en su amistad y complicidad y por tanto en el resultado de sus experiencias, su sabiduría y sus afectos, sin reservas mentales. Este verano, ya enfermo, viajó a Biriatú, pueblecito vasco-francés emplazado a orillas del Bidasoa (en que el Jorge Semprún quería ser enterrado, envuelto en la bandera republicana, y al que había sido transterrado Unamuno), para preparar el homenaje que merecía su amigo de correrías políticas, al que tanto quería, y que se celebrará el próximo sábado día 26. Pradera ya no podrá participar en un acto que se había esmerado en organizar, para reparar en parte el ninguneo al que la clase política y la sociedad civil española había sometido a un ciudadano universal como Semprún.

Javier Pradera ha muerto trabajando hasta el último momento. Dejó dicho que «quería vivir pero no durar». Dictó a su mujer sus últimas dos columnas a EL PAÍS, dado que no le quedaban fuerzas para ponerse al ordenador, dejó terciada la lectura de un libro sobre la Guerra Civil (Palabras como puños) con el que se confrontaba línea a línea en un esfuerzo de concentración impresionante, trataba ansiosamente de comprender la crisis del euro y el papel de la prima de riesgo en las dificultades de nuestro país y, sobre todo, analizaba con minuciosidad la campaña electoral, la única de la democracia que por su enfermedad no pudo seguir directamente (y en la que no pudo votar). Y dejó algunas páginas de unas memorias que se le resistieron en los últimos años de su vida -porque como buen editor siempre prefería leer a otros que escribir sobre sí mismo- cuyo contenido sólo conoce su mujer, Natalia Rodríguez Salmones, sin cuyo amor, complicidad y compañerismo es casi imposible entender la figura de Javier Pradera.

21 Noviembre 2011

Editorialista de la Transición

Patxo Unzueta

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Desde poco después de su aparición, en 1976, hasta poco antes del referéndum de la OTAN, en marzo de 1986, Javier Pradera fue editorialista de EL PAÍS. Lo fue, por tanto, durante casi todo el periodo de la Transición. Al análisis de ese periodo ha dedicado luego varias monografías, la más conocida de las cuales, La Transición en España, fue publicada en enero de 1989 por la revista UNO. En 1996 coordinó, junto a Santos Juliá y Joaquín Prieto, la serie Memoria de la Transición, publicada por capítulos en este periódico y más tarde como libro en Taurus. Pradera redactó varios capítulos de la serie: sobre la Reforma de Suárez, sobre las primeras manifestaciones de la corrupción, sobre la comparación entre las transiciones del Sur de Europa y las del Este de Europa tras la caída del Muro.

El trabajo de escritor de editoriales se distingue de otras especialidades periodísticas en que es anónimo, no lleva firma, y en que lo que escribe debe reflejar, no lo que piensa su autor sino lo que piensa el medio, o sea su director, para el que trabaja. Los editoriales de Pradera tuvieron gran influencia en las vicisitudes de la Transición, pero, de acuerdo con un rasgo muy acusado de su carácter, casi siempre actuó más como número dos de alguien que como protagonista (como asesor del príncipe antes que como príncipe). Una actitud que le venía de los años de clandestinidad y que hizo exclamar a su número uno de entonces, Jorge Semprún, que lo fue entre 1955 y 1964: «Qué hubiéramos hecho, me pregunto, de no existir Javier Pradera», según recoge J. Luis Losa en Caza de rojos (Madrid, 2005).

Pocos meses después de dimitir como editorialista volvió a escribir en EL PAÍS, ahora como articulista, y desde 1993 como columnista fijo, y se integró al Consejo Editorial del periódico. En la reunión de ese órgano celebrada el 21 de octubre de 2008, Pradera tuvo una intervención inolvidable para los presentes, unas 20 personas. Eran los días en que, a raíz del auto del juez Garzón sobre el franquismo, y del recurso contra el mismo presentado por el fiscal, estalló una violenta polémica en la prensa española en la que se llegó a comparar la ley de amnistía de 1977 con la de Punto Final de Argentina y se dijo que había habido un pacto de silencio sobre el franquismo y que el sistema político español estaba lastrado por ello de un cierto déficit democrático.

Con tono unamuniano al principio y más calmado luego, Pradera tomó la palabra para decir que otras cosas serán discutibles, pero que la comparación de la ley de Amnistía con lo ocurrido en Argentina era un disparate jurídico e histórico y una ofensa para los antifranquistas que la consideraron en su día, octubre de 1977, un triunfo democrático y una medida necesaria para culminar la reconciliación entre los españoles. Recordó que su padre y su abuelo, carlistas, habían sido asesinados por los milicianos en San Sebastián al comienzo de la guerra, e invocó los discursos de Marcelino Camacho y Xabier Arzalluz en el Congreso al votar la ley (Arzalluz subrayó el sentido reconciliador de una norma votada tanto por personas con muchos años de cárcel y exilio como por otras que habían formado parte de gobiernos causantes de esa cárcel y ese exilio).

Amigo de Pradera desde fines de los setenta, he sido testigo de muchas situaciones que me han hecho sentir una gran admiración hacia él. Pero ninguna me ha producido una emoción tan grande como ese discurso de cinco minutos lleno de dignidad y también de bondad.

21 Noviembre 2011

Javier Pradera, el gurú ideológico del Grupo PRISA

J. F. Lamata

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«Entreténemlo y dale conversación, que es uno de los tíos más listos de España», le dijo Juan Luis Cebrián, joven director de El País, a su adjunto, José Luis Martín Prieto en 1976, según relato de este último. Ese «tío tan listo» era un hombre alto de ilustre apellido que iba a convertirse en editorialista del diario más vendido de España.

El Huerfanito

El histórico columnista de ABC, Jaime Campmany, entrañable enemigo de Javier Pradera, se refiría a él siempre con el mote de ‘el Huerfanito’, según Campmany porque Pradera «se dedicó durante toda la postguerra a exhibir la desgracia que suponía haber perdido a su padre y a su tío durante la guerra civil española. Víctor Pradera había sido el líder del derechista partido Tradicionalista (Carlista) durante la Segunda República y se alió al grupo de José Calvo Sotelo en el Bloque Nacional, que se enfrentó al Frente Popular de todas las izquierdas en las elecciones de 1936. Ni Calvo Sotelo ni Pradera saldrían vivos a ese año.

Con esa trayectoria todo parecería indicar que Javier Pradera se convertiría en uno de los principales adeptos a la dictadura del general Franco. Abogado, ganó oposiciones al Cuerpo Jurídico del EJérico del Aire ganando lo que podría haber supuesto un trabajo cómodo por décadas, pero Pradera decidió sacrificar todo aquello por la defensa de uno de sus principales valores: la libertad.

En el PCE

En 1956 el nombre de Javier Pradera saltó en toda la prensa nacional, al ser identificado como cabecilla de la revuelta universitaria de ese año dirigida desde la sombra por el dirigente del PCE ‘Federico Sánchez’ (Jorge Semprún). La noticia fue muy relevante porque los cabecillas de aquella movida tenían ilustres apellidos vinculados con el franquismo como Dionisio Ridruejo, José María Ruiz Gallardón o el propio Pradera. Pero conforme en los años sesenta Semprún era expulsado del PCE por discrepancias con Santiago Carrillo, Pradera se iba alejando del comunismo. Semprún y Pradera han demostrado su amistad y respeto mutuo en sus distintas publicaciones.

En los primeros años de democracia, al crearse el diario El País, Jesús Polanco le convirtió en el editorialista del periódico y en el jefe de la sección de Opinión, logrando los editoriales escritos por Pradera la mayor influencia que ningún otro editorial del resto de periódicos. El director de Diario 16, Pedro J. Ramírez, intentó imitar el ejemplo de El País con Pradera y puso al frente de la sección de Opinión de su diario a otro antiguo militante del PCE y viejo amigo de Pradera cuyos apellidos también alcanzarían gran importancia en el mundo periodístico: Federico Jiménez Losantos.

A pesar de su pasada amistad Pradera y Jiménez Losantos acabarían confrontados por sus alineamientos políticos y es que a partir de los años ochenta Javier Pradera tomaría partido claramente a favor de un político: Felipe González, llegando a ser considerado un invitado habitual de ‘la Bodeguilla’, aquella sala monclovita donde González charlaba con sus afines. Lo cual no significa que político y periodista estuvieran siempre de acuerdo: ‘¡A ver, vosotros que sois tan listos, arreglar los problemas del país!’ le examó González en una ocasión.

El máximo exponente del felipismo mediático

Pradera se lo jugó todo en el referendum de la OTAN en 1986, en el interés de la política europea Felipe González tuvo que cambiar de opinión y pedir el ‘Sí a la OTAN’. A pesar de su antigua militancia comunista, Javier Pradera apoyó la postura felipista y también hizo campaña a favor del ‘Sí’, lo cual generó muchas críticas dentro del propio El País. Pradera resolvió la crisis dando el portazo y abandonando sus cargos en el periódico, casi al mismo tiempo que lo hacía por motivos similares Jiménez Losantos en Diario 16. Sin embargo, mientras el turolense se pasó al «ABC», Pradera reapareció dos años después firmando artículos en El País y a pesar de que se había asegurado que el periodista había firmado que nunca iba a volver a hacerlo en aquella casa. Ahora Pradera pasaba a ser miembro del consejo de Administración del Grupo PRISA coincidiendo con ilustres figuras españolas como Ramón Mendoza o el Duque del Alba.

Aunque fuera únicamente columnista y no periodista, Javier Pradera se mantuvo como ‘gurú ideológico’ del periódico y uno de los principales líderes de opinión del momento, con artículos mordaces e ingeniosos, hasta el punto de que se llegó a asegurar que era Pradera quién marcaba la agenda del PSOE. El propio Rodríguez Ibarra denunciaría públicamente que los Comités Federales parecían seguir las indicaciones que ese día había marcado en su columna Pradera.

El nombramiento de Jorge Semprún como ministro por parte de González, también fue considerado por algunos fruto de la influencia del periodista. Aunque Pradera centraba sus críticas en dirigentes del PP como Francisco Álvarez Cascos, los críticos al felipismo en el PSOE como Enrique Múgica, Peces Barba o, por encima de ningún otro, Alfonso Guerra, fueron fruto de sus críticas. Otro político al que Pradera fustigó en los noventa fue al líder de Izquierda Unida, Julio Anguita. El político llegó a acusar públicamente a Pradera de no ser un periodista, sino «un recadero de Felipe González».

Al servicio de PRISA

Tras la llegada del PP al poder se produjo una de las mayores guerras mediáticas, al mezclarse la entrada de la televisión digital (Vía Digital de Telefónica vs Canal Satélite Digital de PRISA) con el oscuro ‘caso Sogecable’ en el que el juez Gómez de Liaño intentó sentar en el banquillo al presidente del Grupo PRISA, Jesús Polanco. Javier Pradera salió entonces en defensa de su patrón, y cargó las tintas contra todos los que le acusaban, en especial contra los periodistas de El Mundo: García Trevijano, Casimiro García Abadillo (al que llegó a acusar de xenófobo por meterse con el juez argentino Bacigalupo), el comunista Javier Ortiz y, naturalmente Pedro Jota Ramírez. Ortiz le contestó en una ocasión con la frase: ‘la cantidad de dinero que se ahorraría Polanco si supiera escribir’. También desde «Hoy por Hoy» Pradera lanzó importantes dardos Pedro Jota y su grupo, a los que trataba de ligar con los escándalos de Mario Conde, De la Rosa y Villalonga.

Retirada paulativa

Tras la mayoría absoluta del PP en 2000 Pradera dimitió como miembro del consejo de PRISA y aunque mantuvo sus colaboraciones de El País y la Ser, y con ello su influencia. Fue él quién denunció tras el 11-M que Aznar había presionado a El País para que dijera en su titular que el atentado había sido obra de ETA y no de Al Qaeda. El propio ministro portavoz en funciones, Eduardo Zaplana, se dirigiría a la SER para replicar la información.

Con la llegada de Rodríguez Zapatero al poder, vino el cambio generacional con la llegada de Javier Moreno a la dirección de El País, en mayo de 2006, entró la nueva generación de PRISA. Félix Monteira o Ernesto Ekaizer abandonaban el periódico, Haro Tecglen había fallecido un año antes. Pradera quedaba en segundo plano, publicando artículos semanales, y apenas intervenía alguna vez en CNN Plus con Antonio San José o José María Calleja.

Una de sus últimas polémicas se produjo en 2009 con motivo de la condena al director de la SER, Daniel Anido por una demanda del PP por «revelación de secretos», Javier Pradera intervino nuevamente en defensa de sus compañeros de PRISA, motivando una respuesta del portavoz del PP, Juan José Güemes.

Su última aparición en televisión fue con motivo de la muerte de su gran amigo Jorge Semprún el pasado junio. Seis meses después Javier Pradera ha dicho adiós tras publicar su último artículo para El País, «Al borde del abismo». El fin de Pradera pone de manifiesto un fin de etapa generacional en periodismo, en un momento en el que los grandes columnistas de referencia, aquellos cuyas plumas podían derribar a políticos, han ido siendo reemplazados por los tertulianos vehementes, situación fruto de una profesión en constante evolución.

21 Noviembre 2011

Editorialista de EL PAÍS

Víctor de la Serna Arenillas

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Javier Pradera, el editorialista que marcó la etapa fundacional de El País con artículos de opinión que definieron todo un estilo periodístico, ha fallecido a los 77 años tras una carrera marcada por la militancia política, la labor de editor de libros, la dirección de la sección de opinión del periódico de Prisa y, finalmente, la revista Claves de Razón Práctica, que fundó con Fernando Savater en 1990.

Durante aquel decisivo primer decenio de vida de El País, hasta su abandono del diario, sus editoriales y artículos estuvieron entre los textos más celebrados e influyentes del periódico, y uno de ellos pasaría a la Historia periodística: el editorial que, con el título «El País, con la Constitución», encabezaba el número que se logró editar e imprimir en la noche del 23 al 24 de febrero de 1981 y que se convirtió en símbolo del rechazo ante el golpe de Estado de Tejero y, finalmente, de su fracaso.

Como tantos personajes de la lucha contra el franquismo y, luego, de la Transición, Pradera procedía de una familia identificada con el Régimen. Su abuelo, Víctor Pradera, dirigente del Bloque Nacional junto a José Calvo Sotelo, y su padre, Javier, fueron asesinados por milicianos republicanos al estallar la Guerra Civil. Pero el joven Pradera ingresaría en el Partido Comunista en 1954, un año antes de terminar sus estudios de Derecho, y fue muy activo en la clandestinidad antifranquista. Diez años más tarde abandonó el partido tras las expulsiones de Fernando Claudín y Jorge Semprún.

Durante los años 60 desarrolló su labor como editor en Tecnos, el Fondo de Cultura Económica y Siglo XXI, para pasar después a dirigir Alianza Editorial, propiedad de Jesús de Polanco. Con éste daría el salto al diario El País, perteneciendo a su equipo fundacional.

Fiel al espíritu de colaboración con el Gobierno socialista de Felipe González, el ex comunista Pradera promovió en 1986 un manifiesto de intelectuales a favor del sí en el referéndum sobre la OTAN, y ante la oleada de reproches de los lectores del periódico dimitió de sus cargos en él y anunció que nunca más volvería a escribir allí. Pero en 1989 se reincorporaba como columnista y editorialista, y ha seguido hasta su muerte.

Ayer mismo se publicaba en El País su última columna, como siempre vitriólica en sus juicios sobre la derecha, vaticinando el caos ante la llegada al poder del «registrador de la propiedad de Santa Pola». Su conclusión era de total pesimismo: «La capacidad del mundo de avanzar hacia el abismo y sumergirse en sus honduras parece marchar en contra de las posibilidades racionales; sin embargo, hace un siglo sucedió algo muy parecido».

Otros escritos suyos del último año denunciaban el «programa de gobierno tan vacío de contenido como repleto de simplezas» de Rajoy o criticaban al «desfachatado vicesecretario de comunicación del PP Esteban González Pons» en torno a los trajes de Camps.

En el pasado, Javier Pradera se distinguió también con algunos de los artículos más críticos de las investigaciones «conspiranoicas» de EL MUNDO sobre los atentados del 11-M. No encontró nunca tiempo, por su parte, para criticar el juicio subsiguiente ni, más tarde, para comentar las novedades judiciales -en particular, en torno al comisario Jesús Sánchez Manzano- que sí que han venido a avalar varias de las alegaciones de este periódico.

Y es que pese a sus altibajos en su relación con El País, Pradera siempre se mantuvo fiel a la línea de éste, de defensa sin fisuras del Partido Socialista y de ataque directo a quien se enfrentase a él o a sus políticas.

Pradera era viudo y deja dos hijos.

Javier Pradera, editor y columnista, nació el 28 de abril de 1934 en San Sebastián y falleció en Madrid el 20 de noviembre de 2011.