21 junio 1969

Su último artículo fue contra el liberalismo y el Opus Dei bajo el título 'El Totalitarismo sin rostro'

Muere el periodista franquista Ismael Herráiz Crespo, del sector falangista anticapitalista defensor de la ‘revolución pendiente’

Hechos

El 21 de junio de 1969 falleció el periodista D. Ismel Herráiz Crespo.

22 Junio 1969

ISMAEL

Manuel Blanco Tobio

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A Ismael Herraiz le ha matado su corazón; tenía que ser así, porque lo echaba siempre por delante, como una guerrilla desesperada; porque se lo jugaba en cada refriega de la vida; porque lo llevaba siempre llameando. Mala dedicación, la de periodista, para un hombre de corazón vulnerable como el suyo. Tenía que ser así.

Y le hemos perdido. ¿Es verdad que ningún hombre es indispensable? No lo creo; nunca lo he creído. Miro a mi alrededor con melancolía y no veo quién podría ocupar el puesto de Ismael, a partir de ahora. Tiempos como los que él ha vivido, tan dramáticos e intensos, fraguan hombres singulares e irrepetibles, profundamente marcados. A Ismael lo modelaron guerras, revoluciones, crisis mundiales, conflictos ideológicos, dramas políticos, ciudades remotas. Era un trotamundos, poseído por eso que los alemanes llaman ‘Wanderlust’, la vocación andariega. Le llamaban las grandes convulsiones, las barricadas, los colapsos de imperios. Y de cada experiencia suya, regresaba con un testimonio periodístico denso y vibrante, porque no era un frío observador de los hombres y de los acontecimientos. Salieron así de su pluma clásicos del periodismo español e internacional como ‘Italia, fuera de combate’, que ha sobrevivido a los dramas históricos presenciados por él, muchos años después de desvanecerse en la memoria de las gentes nombres y episodios.

Como corresponsal y como diplomático, una parte importante de la vida de Ismael transcurrió en el extranjero. Ninguna ciudad europea le era extraña. Pero su compromiso vital estuvo siempre con España. Su inteligencia había sido enriquecida por Roma, Berlín, Viena, París, Lisboa; pero aquí estaban sus emociones, la raíz de su cultura, la preocupación por nuestro futuro. Nosotros, los españoles, éramos su pasión, que no tasaba ni medía, ni calculaba; estaba en la política intacto en sus convicciones; en su conducta, en sus lealtades, fiel a sí mismo y a los suyos. Nada pudo reblandecerle ni intimidarle. Era el suyo un perfil en coraje.

La personalidad de Ismael dejaba sus huellas dactilares en todo lo que tocaba, firmemente impresas. Y ese sello suyo dejó en ARRIBA, como Director, por tantos años. Llevaba a ARRIBA en las venas, como una parte de su ser y en él escriben muchos que con orgullo le llamaban y seguirán llamándole ya siempre, ‘maestro’. Bajo su dirección, ARRIBA fue una cátedra de periodismo español, brillante e innovadora, que contribuyó en la más alta medida a crear una conciencia socio económica hoy inyectada en nuestro desarrollo nacional. Creación suya fue el famoso equipo de economistas de ARRIBA, que este periódico legó a la Universidad española, como una simbólica ‘Fundación Ismael Herráiz’, que ahora está dando sus mejores frutos.

Este era el hombre y esta es su obra. El hombre, un errante guerrillero de la pluma, que, como Cyrano su espada, entregará a Dios sin mancha, su obra, tantas inolvidables páginas de nuestras vidas y de nuestro tiempo. Quisiera despedirme de él con la letra de una canción que le gustaba, que un día yo se la oí al general McArthur, y que fue escrita para hombres como Ismael Herráiz, falangista y alférez provisional: “Los viejos soldados nunca mueren… Sólo se desvanecen”.

22 Junio 1969

LA FIDELIDAD DE ISMAEL

Rafael García Serrano

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Por primera vez casi en quince días, me notaba como dado de alta. Durante ese tiempo – tan largo, metido en casa – a duras penas había conseguido, seguramente con desgana, sin ímpetu, cumplir mi diario compromiso con EL ALCÁZAR, pero, eso sí, con la implacable honestidad de los profesionales que aprendimos a servir  a las órdenes de Ismael Herraiz. Esta mañana comenzaba oficialmente el verano, y hacia el  mediodía trabajaba casi alegremente en un viejo tema muy querido y al que, también mi maestro y camarada Ismael Herraiz había dedicado alguno de sus párrafos: trabajaba sobre los sanfermines y Navarra para una televisión de Extremo Oriente. Cosa de poco. Orientaciones, Informes Históricos, datos precisos sobre el espacio y el tiempo del encierro y su vaga explicación para mentes alejadas de la nuestra. Debo decir, objetivamente, que me sentía con una cierta euforia. Justo en ese momento una llamada fraternal, con la voz dura de quien quiere dominar su emoción, me ha dicho:

  • Lo siento, voy a darte una mala noticia. Isma acaba de morir.

Ahora tengo que escribir, sobre todo esto y es inútil pensar en escribir, Ismael, después de haber besado tu frente fría en el cuartito casi monacal de un sanatorio que recordaba extrañamente a aquellos otros improvisados como hospitales de sangre hace ya muchos años, cuanto tu corazón – tan joven – era aún más joven, leve, alegre y no tenía en torno más peligros que los que pudieran derivarse del fuego o el hierro enemigo. Es tonto pensar en consuelos, Isma, pero si algo alivia mi pena es pensar que has muerto definitivamente de un balazo – balazo traidor del infarto de miocardio que ya había atentado tres veces contra ti – y que en tus labios morados residía la serenidad de los muertos de la guerra. He visto a muchos de tus camaradas de la Primera Centuria de Navarra – la de la noche y el silencio – que mandaron Lastra y Mayoral con tu misma expresión final.

¿Pero qué importa aquella guerra? Sabemos muy bien que aquella guerra santa y revolucionaria ya no está de moda. Una vez me diiste: “Somos unos derrotados, pero yo me niego a serlo”, y acepté tu tesis con la fe de un catecúmeno. Tú nunca pediste perdón por haber triunfado, ni tampoco te jactaste – jamás – de haber sido triunfador. Sé que la piedad de Dios te ha acogido como a un soldado muerto en combate, y lo único que me preocupa, salvo el sentirme huérfano de tu consejo, de tu ánimo entero, de tu radical entrega a España y a la Falange, es el enorme flanco que dejas descubierto en nuestras filas, cada día más livianas, escasas, pero cada jornada más auténticas y sinceras. Porque entre nosotros no se reparten prebendas ni honores, sino silencio. Ese silencio estremecedor, que ha acompañado a tus últimas campañas dialécticas. En estos años postreros has derrochado honestidad, sacrificio, inteligencia, información, estudio, perspicacia, analística, inigualable coraje…

¿Y qué? ¿Quién te ha hecho caso? ¿Quién ha tenido el valor de responderte? ¿Quién se ha enfrentado caballerescamente contigo? Nadie. Ni a la derecha ni a la izquierda. Todos han preferido rodearte con el gas venenoso del silencio, con el puerco silencio, con la podre del silencio con el fiemo del silencio. Tu inteligente valor era tan grande que no tenía más respuesta que la villana respuesta del silencio. Los grandes y altivos periódicos de la libre información – cuidadosamente censurada por los píos ye-yés, por la rutilante caca de la España del solar con ocinales y gallinejas – te respondían con el silencio y solamente unos cuantos, como perdidos guerrilleros, tratábamos de apoyar con nuestro fuego el tuyo, tan generoso, tan bello, tan desinteresado.

Tu corazón – ya herido desde aquel balazo en las afueras de Sigüenza, otoño dorado y frío de 1936, tras de haber colocado con tu brazo de superdoncel la bandera en las torres catedralicias de aquella ciudad – estaba lleno de España, de amor de España, de ira de España, de rabia de España, de dolor de España, de asco de aquella España, de esperanza en la España joseantoniana. A todo eso has permanecido leal, en ventura y desventura, hasta el mismo momento de tu muerte. Y eso sabiendo que ser leal no estaba bien visto por casi nadie y que para hacer carrera bastaba con un pequeño giro a este o al otro lado. Pero ni en la Primera Centuria de Navarra ni en las centurias madrileñas de la anteguerra, ni en la Academia de Provisionales de Granada, ni en los tabores de Regulares en que después serviste, ni en el formidable bastión de ARRIBA que tú hiciste invencible, era de recibo semejante maniobra. Fuiste leal a ti mismo y a tus camaradas y amigos. El que pueda decir lo mismo que levante el dedo, pedazo de tal.

He visto hoy en torno a ti a gentes fieles, jóvenes maduras viejas. Éramos todos como una España pequeñita y grandiosa que rezaba junto a ti, que esperaba la gran resurrección de España junto a ti. Enter todos no reuníamos más que la calderilla de la fidelidad, del valor de un amoroso entendimiento de la revolución y de la Patria. Poca cosa. O gran cosa. El tiempo ha de decirlo.

Un momento – perdona, Isma – algunos hemos abandona tu guardia. Estoy seguro de que lo comprendes. Había camaradas del periódico, camaradas de la vieja, pura e inmaculada Falange. Nos hemos confortado, tras la operación, con una copa. Y entonces un tipo desconocido nos ha preguntado:

  • ¿Ustedes son los amigos de ese periodista que siempre hablaba de España y de la Falange?

Un tanto avergonzados de nuestra debilidad respondimos que sí. Y el desconocido añadió_

  • Mi más sincero pésame. Todos hemos perdido algo de primera.

Era un tipo corriente, de edad confusa, como aquel llevaba las cantimploras a la línea de Buitrago, a Braojos, a Villavieja, a la Cuarta Caseta. Estoy seguro, Isma, de que tú le hubieras conocido.

Rafael García Serrano

22 Junio 1969

ISMAEL, FUERA DE COMBATE

Jaime Campmany

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Lo cambio todo. Cambio esta pluma con la que sudo el pan y la palabra de cada día y que hoy, más que nunca, me pesa en la mano como una torpe piedra. Cambio las palabras que yo más quiero de todas cuantas he escrito, el ejército innumerable de hormigas, como palabras, que encaramé por las columnas de los periódicos encima de mi nombre. Cambió mi colección de adjetivos incautos y de nombres fragantes. Cambio mis hojuelas de laurel, conservadas una a una entre las páginas de este montón de periódicos que es mi vida. Cambio esta pajarita de papel, criatura predilecta de mi amor y de mis dedos. Todo, todo lo cambio por no haber tenido que escribir este mensaje en forma de elegía para deciros, casi como en un parte de guerra, que Ismael Herráiz está fuera de combate.

Isamel ha muerto por el lado del corazón, que es lo que él tenía más tercamente cercado, más fieramente mordido. Tenía un corazón abrupto y fragoroso, como un monte, y tierno por dentro como una almendra dulce. Y no le daba descanso: lo llevaba siempre puesto, a flor de labios y a flor de pluma, como un manantial de palabras y de pasiones, desatadas y torrenteras. Muerto él, ¿quién queda en nuestra letras que salga el primero, a pecho descubierto, en todo los combates? Clamaba en todas las plazas y en todos lo desiertos, y arremetía con el mismo ardor contra gigantes y contra molinos. Muerto él, ¿quién volverá a tomar la pluma como se empuña una espada flamígera? Muerto él, ¿quién cantará las verdades del barquero al lucero del alba en el castellano más intempestivo?

Anduvo por la vida casi desnudo y desarraigado, como los hijos de la mar, y casi a salto de mata, desde la dirección de ARRIBA al Lejano Oriente; desde Lisboa a Moscú; desde Santo Domingo a  Viena. Compraba libros, cultivaba pasiones y esculpía, palabras como en amorosos puñetazos. Y al final del camino, cuando aún no había pensado en sentarse a descansar con la solemnidad fatigada de un viejo tigre, refugiaba toda la arrolladora catarata de su sangre de periodista de raza en un amor casi único, en un amor casi solitario: el amor de España. No he visto a nadie querer a España desde su profesión como la quería Ismael, con un amor tan imperioso, hecho y rehecho sucesivamente de acuciantes justicias, de urgencias inflamadas, de celosas mantas.

A este Ismael ‘arbitrario mío’, ¿quién le conoce? Ahí están sus crónicas de Italia, del milagro de Europa, de la Rusia o del Asía, para que llenen las antologías del mejor periodismo de la postguerra. Ahí están sus alegatos de acusador temible y terrible, en el que a veces parecía que hubiese reencarnado Quevedo, y entonces, blandía frases chispeantes como el rayo o como el látigo, y después, cuando contemplaba alguna nueve en el cielo político o económico o social de España, se acongojaba como un niño y nos llamaba a todos para convocarnos, para movilizarnos, para decirnos que había que hacer ‘algo’. Sabía afilar palabras como dagas y sabía descargar palabras como puños, y así a golpes de corazón enjaulado se iba defendiendo de la definitiva desilusión de todo lo que más amaba. Porque cuando todos nos resignábamos, cuando todos caímos vencidos por la conformidad, cuando todos caímos vencidos por la conformidad, cuando todos rendíamos los brazos con desaliento, Ismael, entonces, se lanzaba sólo, como un peñasco, desgajado, a declarar la guerra por su cuenta.

Un día de hace ya muchos años cuando yo era un alevín de periodista pululante por las redacciones de los periódicos, Ismael Herraiz, salió de su despacho de ARRIBA con un recorte mío en las manos. “¿Conoce alguien a este muchacho de apellido tan raro?” “Yo le conozco un poco”, contestó Rafael García Serrano. “Pues dile que venga y que escriba aquí todo lo que quiera”. Y volvió a meterse en el despacho. Desde entonces yo he escrito ‘aquí’ casi todo lo que he querido. Y hoy escribo lo que nunca hubiera querido escribir. Vivir es ir quedándose cada día un poco más huérfanos. Y como Ismael Herraiz ya no está junto a nosotros, un poco más huérfano me siento yo hoy, al no verle entre mis maestros. Cuando se fue César González Ruano, yo escribí como en un homenaje a su tierno cinismo que ‘ido César, a mí los muertos se me dan como a nadie’. Pero este muerto, amigos, se me ha dado muy mal. Muy mal. Ponerse delante de Ismael Herraiz, vivo o muerto, es algo que paraliza la pluma. La suya está ahora ahí sola y quieta. Estoy seguro de que nadie se atrevería a cogerla. Hace falta mucha fuerza en la mano y echarle mucho valor al brazo. No es sólo la pluma de un periodista alto y grande como un castillo. Es la pluma de un gladiador. De un gladiador que hoy, tocado por el rayo en el corazón abrupto y fragoroso, ha quedado definitivamente fuera de combate.

Por el ruedo ibérico veremos vagar la sombra de su figura que jamás conoció los burladeros (Pyresa).

Jaime Campmany

22 Junio 1969

EL SILENCIO DE ISMAEL

Antonio Izquierdo

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La voz de Ismael Herráiz acaba de hacerse silencio. Y yo no sé, en estos primeros instantes angustiosos, cómo vamos a hacernos a este definitivo silencio suyo.

Nos habíamos acostumbrado a preguntar habitualmente entre nosotros: “¿Qué dice Ismael de esto?”. De esto, de aquello o de lo otro; Isamel Herraiz tenía siempre la respuesta. Una respuesta contundente, intuitiva, culta e irrevocable. Su vida misma en lo profesional y en lo político, fue una respuesta contundente y honrada, una respuesta sin revisión posible. Se enroló en la Falange y ‘fichó’ por España. En medio de la caterva de lo ex – el calificativo lleva, y no lo oculta, su patente – fue un baluarte. Ha muerto de pie, como los árboles. Junto a las azules crestas del Guadarrama. Ha cruzado por la vía con honor y con dolor. No cayó jamás en la tentación de una deslealtad. Deja una máquina de escribir; un montón de libros y una medallita de la Virgen de las Angustias – la Patrona de los Provisionales – que prendió en su pecho hace ahora treinta y tantos años. No deja, claro está, ni una sola peseta.

Isamel Herráiz ha muerto a los cincuenta y seis años, en plena madurez y vigor intelectual.

El era un potencial de inteligencia periodística y de saber político. Su silencio equivale a una derrota brutal e inesperada. Si el periodismo es de alguna manera – y yo creo que sí, que lo es – una vanguardia combatiente de ideales, entusiasmos y creencias, bien podemos proclamar, que acabamos de perder nuestro mejor hombre. Lo vamos a llorar. Lo estamos llorando ya. En lo sucesivo nadie podrá volver a preguntar entre nosotros:

¿Qué dice de esto Ismael?… Vamos a tener que tragarnos las lágrimas para adivinar después lo que él diría. Lo que él nos dice – ya para siempre, señor – desde la infinita serenidad de su silencio.

Es en su silencio donde germinará, sin mácula ni retórica, su colosal ejemplo.

Antonio Izquierdo

Los que juegan con garbanzos

Lucio del Álamo

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En la mañana del sábado, marchando hacia arriba por una carretera de la sierra, a Ismael Herraiz se le había disparado el corazón. Atardecía ya cuando traían el cadáver a que pasase su noche final en el pisito iluminado de la calle de Vicente Gaceo, uno de los que quedaron en Rusia. En un rincón, la boca apretada, dorando silencios, estaba José Antonio Girón de Velasco.

Hace tres días, Herraiz me preguntaba por centésima vez en un año: “Es el segundo hombre de España con Franco; el primero, después de Franco, ¿no lo crees así?”. “Lo que yo crea – le dije – vale bien poco. Lo que cuenta para mañana es que hay millones de españoles que sí lo creen”.

Llegaban los hombres de la funeraria. Había un tejemaneje de nervios, de pasmo, de lágrimas rotas. Desde la mesa de trabajo de Ismael resbaló una cuartilla y fue a caer a los pies de Girón. La recogió, la leyó y se quedó mirando como muy a lo lejos. De pronto me dijo: “Toma. Creo que ahora ya es todo tuyo…”. Había escrita una sola línea, y aun ésta, como emborronada pr la muerte. Era la letra de Ismael, delgada y alta, entre pata de mosca y toca monjil. La más absurda letra para haber descargado con ella los tremendos mazazos de Italia fuera de combate, de la Europa de las patrias, del totalitarismo sin rostro. Eran cinco palabras justas: “Los que juegan con garbanzos”. Nada más.

Lucio del Álamo.