13 julio 2001

Apoyó al PSOE electoralmente y llegó a comparar al PP con el franquismo, a Aznar con Franco y a anunciar que si la derecha gobernaba se exiliaría

Muere el prestigioso humorista izquierdista Miguel Gila, y desde la derecha mediática recuerdan su pasado franquista

Hechos

El 13.07.2001 falleció D. Miguel Gila Cuesta.

14 Julio 2001

El humor de la guerra

Juan Cruz Ruiz

Leer

El humor de Gila era una manera de vengarse de una España terrible que a él le persiguió toda la vida, la España solemne que quiso la guerra y la prolongó en una posguerra que no acababa nunca.

En esa atmósfera pesada y engreída de la España que ganó, la España nacional, aquel sarcasmo ingenuo combinaba la reflexión chistosa sobre las costumbres asustadas de los españoles con la capacidad de surrealismo de los mejores humoristas, en una tradición que fue desde Jardiel a Azcona, pasando por Tono y Mihura. Gila era un solitario, y usó el humor para reírse de la sombra de la solemnidad y de su propia sombra. El humor fue la mejor arma contra la solemnidad y el miedo, y una manera también de advertir que estábamos vivos, que la contienda había interrumpido la ilusión o la esperanza, pero fue incapaz de anular la risa.

¿Era risa? En aquella España del dolor y la arbitrariedad, la burla de Gila desataba la risa, qué duda cabe, pero otorgaba a los españoles que necesitaban ese alivio un instrumento de burla que iba contra la raíz del régimen: las armas, las ganas de hacer la guerra. Hoy, cuando ha pasado tanto tiempo, parece que aquella ocurrencia reiterada del gran humorista perseguido era, simplemente, una respuesta literaria ante su propia aventura humana, pues él fue una víctima muy destacada de los vencedores de la guerra, que le persiguieron con saña, le humillaron, le condenaron y le amargaron la vida. Su reflexión sobre la guerra fue también una manera de referirse a esta pelea de buenos y malos que es tantas veces la vida misma.

Como la guerra es el símbolo más permanente de este maniqueísmo, incluso cuando la posguerra hacía ya que el recuerdo de la contienda civil fuera una nebulosa parecida a las batallitas de los que hicieron la guerra, Gila siguió utilizando ese símbolo para explicar la absurda condición bélica del ser humano. Hace una semana, tan sólo, Televisión Española traía de nuevo a Gila a la pantalla para que le viéramos reírse de la guerra en horas de máxima audiencia. Es verdad que convirtieron su humor, ese humor de Gila, en un artilugio más del consumo, pero en cuanto él mismo aparecía en la pantalla, con su voz gangosa y con su aspecto de paleto a quien su falta de ignorancia había hecho sabio o al menos sensato, ya se ganaba de nuevo la nostalgia de los que habíamos reído con él cuando estaba prohibido reírse de la guerra y a los que le han seguido viendo como una de las apariciones más saludables y filosóficas en este país en que gran parte de los filósofos hace tiempo que tomaron vacaciones.

Gila era un soldado fracasado que, además, no entendía por qué se tenían que hacer esas guerras ridículas a las que él iba siempre con materiales obsoletos y sin convicción alguna. En ese sentido, fue también una metáfora del ciudadano que no sabe qué tornillo está siendo en la mecánica del mundo, un charlot español que enarbola una banderita en medio de una guerra que siempre manejan otros.

Y no sólo era risa, también era surrealismo. Gila lo introdujo en su manera de reírse de la realidad, de presentarla como un mecano que se podía desmontar gracias al uso ambiguo de las palabras; y fueron las palabras -las preguntas- las que le sirvieron a él para introducir en sus monólogos claves que primero fueron suyas y después resultaron instrumentos de burla de ese Gila cabreado con el suceso principal de su vida: la interrupción física y sentimental de la libertad. Fue un español simbólico, un cordón umbilical entre la biografía de millones de españoles y el sueño anterior a la guerra. Después vino esta señora viscosa de las armas y los mosquetones y lo dejó tirado en una cuneta de la que se levantó para reírse. Miquel Horta, el editor, se empeñó en poner en discos todos sus monólogos, en dejar para la posteridad su ansiedad por sobrevivir. Y sobrevive, vaya que si sobrevive este hombre que hasta el final vivió muy cansado de tanta guerra.

14 Julio 2001

¿Es el paraíso? Ahí va un hombre genial y bueno

Maruja Torres Manzanera

Leer

Le conocí en el 72 o 73. Hay cifras que no se recuerdan porque predominan el hombre y su época, nuestra época. Miguel Gila (por una errata salió impreso Manuel) me recibió, para una entrevista con destino a Fotogramas, en un apartamento alquilado por semanas, en el Paralelo barcelonés. Había regresado para poner en escena una obra de teatro, La pirueta, una pieza del absurdo en la que demostraba que era mucho más que un cómico con boina. Venía de Latinoamérica, de Argentina, de tiempos y países que le permitían expresarse y ser como no consentía el chato franquismo del final. Estaba con su esposa, preciosa y porteña creo, que llevaba unas botas rojas de caña alta y una melena negra espectaculares. Se querían mucho. Se han querido hasta el final, me parece.

Como lo que yo le pregunté era irrelevante, reproduzco aquí algo de sus respuestas: ‘Todo está como siempre’, me dijo, refiriéndose a España. ‘En los quioscos de las Ramblas siguen expuestas las novelas de Somerset Maugham y de Vicki Baum. Sólo ha cambiado la edición, la fachada’. En Argentina había hecho teatro experimental, eran tiempos de inquietud para el país hermano, y él disfrutaba trabajando de forma independiente, mientras se ganaba la vida con la publicidad.

Aquí no tuvo la acogida que merecía. En realidad, todo el mundo prefería a Gila el de la boina. Que no era menor. Pero él era más. Cuando terminó La pirueta regresó a América. ‘Vivir allí me ha servido de mucho’. Su tipo de humor, decía, ‘no es de un país determinado’. Y tenía razón. Ni de una época.

Le volví a ver en un par de ocasiones más, ya en democracia. Argentina se había convertido en un infierno, y esto prometía. Era socialista. Tanto, que cuando lo de los GAL y la corrupción, pese a estar dolido, siguió arrimando el hombro incluso a aquellos que, aunque correligionarios suyos, preferían creer que hacía chistes a ponerle los medios para que desarrollara su genio escénico.

Pero era bueno y fiel, y sabía lo que había sido una España insolidaria y asquerosa, y temía que volvieran ‘a ganar éstos’ (su vocabulario de posguerra: como el de mi madre). Tenía un chiste (por llamar de alguna forma sus aforismos, sus filosofías) que nos resumía como país y como destino en lo universal: ‘Ésos sí que son ricos: tienen sopa y corbatas’.

También me dijo, en aquella lejana entrevista con la esposa de botas rojas y sonrisa cariñosa, que se había ‘sentido libre al darse cuenta de que se puede vivir prescindiendo de muchas cosas que no son necesarias, que las hacemos necesarias nosotros mismos, no sé por qué. Ropas, coches, aire acondicionado… una serie de objetos propios de la sociedad de consumo que vamos acumulando sin comprender que nos esclavizamos nosotros mismos’.

Esto lo contó en la España del desarrollismo y, como mucho, del Seat 1400. Casi treinta años después, pienso con ternura en el hombre que para vivir sólo necesitaba su cerebro y su corazón, un buen amor al lado y un teléfono sin cable y sin línea. En una de las ocasiones en que le volví a ver siguió mirándome con su aire tierno y avispado: como si en todo aquel tiempo me hubiera estado cercano y se sintiera más o menos a gusto con lo que había visto.

Le quería mucho, como todos nosotros, creo. Es difícil habituarse a la idea de que ya no está, sobre todo tratándose de un hombre que se daba ya, forzosamente, en palabra fugaz, en imagen empanada entre dos o tres estupideces de espectáculo televisivo al uso. Más libros, más imágenes y más vídeos de Miguel Gila me faltan y nos faltan.

Ganas dan de agarrar el teléfono sin cable y sin línea y preguntarle al cielo sin Dios por qué se ha llevado a Gila y no a otros.

14 Julio 2001

Hasta luego, maestro

Pedro Ruiz

Leer

Disculpa, Miguel, la leve indiscreción que al dictar estas líneas pueda cometer. Es sencillamente para que quienes no te han visto en los últimos días sepan que hasta anteayer tu cerebro brillante y lúcido nos acompañó pletórico. Que hablábamos de submarinismo y de libros y de conflictos y de sentimientos y de muchísimas cosas con tu certera palabra y tu mucho más certero silencio.

En la habitación 168 de la clínica donde hemos tenido nuestras penúltimas conversaciones me decías hace unos días: «¿Quién carajo entiende la vida?». Y ambos recordábamos a Chaplin cuando afirmaba que una vida no da tiempo más que para ser amateurs. Amateurs nacemos y amateurs nos vamos.

Me gustaría que quienes te admiran supieran que ya estabas inventando otro nuevo mundo en el pequeño mundo de tu habitación. Que te bullían en la cabeza docenas de nuevas ideas desde la cama. Que estabas imaginando, elaborando y casi redactando sin papel ni lápiz una serie de televisión sobre dos enfermos que estaban en una cama como la tuya. Que te preocupaba en qué sitio de tu casa ibas a ubicar más cómodamente el ordenador para reincorporarte a tu escritura y tus dibujos enseguida. Que para mantener en forma tu formidable cabeza hacías permanentes recorridos imaginarios por las calles de Buenos Aires, soñando diversos trayectos, para visualizar portal a portal todos los paseos que te hubiera apetecido repetir.

Los artistas somos raros. Extravagantes. Estrafalarios. Y ello, no pocas veces, hace que enfermemos de alguna suerte de dolencia psicológica que choca con la rígida organización de la Administración. Pocos saben que a la dolencia que ha suspendido momentáneamente nuestras conversaciones se sumaba una desazón de ese orden. Espero, y si puedo intentaré en lo posible, que la Administración, o las administraciones mitiguen ese pesar que de tu cabeza se ha bajado a tu salud.

Como el talento es inextinguible estoy seguro de que en algún sitio al que los demás iremos debes estar. Y me quedo con las últimas palabras que te oí: «Maldito el momento en que empecé a fumar. Uno cree tontamente que eso forma parte de la vida y después descubre que es parte de la muerte». Como coincidía contigo en eso de que la civilización es un gran teatro, sé que esta caída de telón no es más que el fin de la función de tarde. Estoy convencido de que nos veremos en la de la noche. Hasta luego, maestro.

14 Julio 2001

Perdona que te moleste ahí arriba

Guillermo Fesser

Leer

¿Está Gila? Que se ponga. De parte de un admirador. Bueno, él me conoce porque llevo un programa de todo a cien en la radio. Corchopán le dicen. Gracias, muy amable. Esto, antes de que se retire, una curiosidad que me ronda desde hace tiempo… ¿Sabe usted si los angelitos comen chuletas de cerdo? Ah, que no está autorizado… De acuerdo, espero… Naná… nananá… hazme el amooooor… aprisiónameeee…

¿Miguel? Hola chato, mira, perdona que te moleste ahí arriba que sé que acabas de llegar y estarás con los problemas de la mudanza. Ah, que no te has llevado mucho. Claro, lo justo: unas gafas para leer de cerca y la almohada con forma de mariposa. Lo normal. Oye, cuando te asignen un cuarto fíjate que tenga armario empotrado, que los armarios desahogan mucho, ¿eh? Y que te lo den con fondo, que ahora hacen unos armarios que por un lado te roza la chaqueta con la pared de yeso y por el otro se trituran los botones con las puertas. Y la jabonera del lavabo la exiges con agujeritos. Si… eso es, porque si no desagua se te queda la pastilla hecha un chicle y no veas lo molesto que es… De acuerdo.

Oye, escúchame Miguel, que te llamo para darte las gracias antes de que se me pase. Por lo tuyo, por qué va a ser. Escúuuucha… Quiero que sepas que muchas de las sonrisas que los oyentes de Gomaespuma me achacan te las deben a ti. Con tu disco aprendí, dándole 500 vueltas en las tardes de infancia, a inventar mis reflexiones sobre la vida. Porque eso que ahora llaman monólogos y que tantos importan de la comedia norteamericana, ya lo inventaste tú, en castellano y con boina de rosca-chapa, hace más de 50 años.

Tú, pequeño gran Gila, me enseñaste que el verdadero sentido del humor reside en la capacidad de reírse de uno mismo y que, pesea a lo cruentas que puedan llegar a ser las guerras, uno siempre ha de estar dispuesto a negociar con el enemigo sin perder la sonrisa.

Que te tienes que ir ya… Vale, pero que lo sepas. Adiós, Miguel… Te vamos a echar de menos… ¿El verano? No, a Cullera ya no vamos. Nos hemos hecho de una ONG y así nos vamos más lejos y nos sale gratis. Sí, te dejo… Cuídate y me saludas por favor a Tono, a Mihura y a Luis Sánchez Polack. Hasta siempre, adiós.

28 Julio 2001

Gila

Ángel Palomino

Leer

Deliberadamente he dejado pasar los días de duelo y lágrimas por respeto al difunto Miguel Gila, a quien tanto admiré por su talento y su enorme capacidad para transmitirnos ese humor limpio, sorprendente e inteligible en cualquiera de las edades del hombre. Un humor tan mondo y nítido que ni siquiera parece intelectual. Y lo es: surrealista.

El primer libro de Gila – una antología editada por Taurus – lo prologué yo. Y en él referí que en las noches de España, un día de cada semana, las calles quedaban desiertas como si un ángel-escoba hubiese pasado llevándome por delante automóviles y peatones. El ángel era la radio y estaba anunciado:

  • Hoy toca Gila.

Miguel Gila se  ponía ante el micrófono y metía a la gente en casa. A toda la gente; nadie quería perdérselo.

Este es mi homenaje a la memoria del actor-humorista (sí, era humorista; no contaba chistes) con mi reconocimiento por el bien que nos ha hecho en su larga carrera, y por un pequeño cuadro que tengo en mi despacho. Uno de médicos: el paciente metido bajo la campana de campanario. El médico, caraboniato narizotas, con un martillo picapiedra entre manos, dice: “Ahora vamos a ver si de verdad es ordo”.

Durante los días de duelo se han producido las habituales manifestaciones de simpatía ya admiración, afecto, miradas a lo alto – “se que estás por ahí, Miguel Hermano” – y chistes telefoneando a Dios para preguntarle a Gila, o a Gila dándole recados para Dios.

Pasadas esas horas de dolor y panegírico, los biógrafos y documentalistas de prensa, radio y televisión deberían ahora, sin prisas, estudiar la asignatura: han creado un Gila tan virtual como las guerras, las operaciones quirúrgicas o los diálogos telefónicos que nos contaba.

A Gila nadie – ni borracho ni sereno – lo fusiló, nunca estuvo en la cárcel y nunca fue exiliado político. Como él, en uno de sus monólogos más divertidos, Radio Nacional y TVE podrían haber iniciado sus necrologías con estas palabras:

“Miguel Gila nació sólo porque su madre había salido a pedir perejil a una vecina. Bajó y se lo dijo a la portera: “Oiga, que he nacido y mi madre no está en casa. Soy niño”.

Apenas tenía diecisiete años cuando empezó la guerra y no ha contado formalmente lo que hizo en aquellos días. Nunca se alistó en el 5º Regimiento, el de Líster, aunque lo haya dicho o haya dejado que lo digan, pero puestos a ubicuar con ocasión de un homenaje a Dolores Ibarruri “(Informe Semanal 14-7-01) declaró “Fui a alistarme a las Milicias Populares y me destinaron, afortunadamente, al 13º Regimiento, Batallón Pasionaria”. No consta.

Terminada la guerra, los mozos que habían estado en la zona republicana y no eran prisioneros acusados de presuntos delitos fueron movilizados y a Miguel Gila lo destinaron al Regimiento de Infantería Toledo, en Zamora. Cayó muy bien; pronto era chofer del coronel, cargo de confianza en el que se ganó muchas amistades y simpatías. Allí empezó a colaborador en Radio Zamora y en el periódico ‘Imperio’ (Prensa del Movimiento), lo que aumentó su popularidad. Ingresó en la Organización Sindical como funcionario del sindicato relacionado con el trigo y el pan.

Se ha dicho en la Televisión del Estado que esos años los pasó en diversas cárceles franquistas y desde una de ellas empezó a colaborar en La Codorniz. Justamente, en esa época de periodista y funcionario sindical inició su colaboración en el semanario de humor, lo que le animó a buscar trabajo en Madrid, a donde se trasladó acompañado de su primera esposa. El zamorano Carlos Pinilla, subsecretario que fue de Girón, le ayudó proporcionándole trabajo en el diario EL ALCÁZAR. Sus amigos y compañeros de Zamora le despidieron con una comida-homenaje: el diario ‘Imperio’ informó del acto en crónica titulada “Adiós al camarada Gila”. Durante su época zamorana pronunció un pregón de fiestas, y en la Semana Santa participaba como penitente en la Cofradía de Excombatientes. Esta fueron sus prisiones.

Nunca fue exiliado político. Marchó a América en pleno éxito, cuando su primera esposa dio en perseguirlo acusándolo de adulterio, tan mal visto entonces. Durante esos años venía libremente a España, donde su fama crecía gracias, entre otras cosas, a la televisión y al famoso anuncio de Filomatic y el gustirrinín. Cuando acá llegó la democracia siguió viviendo allá hasta 1985.

A los biógrafos no les salían las cuentas, ignoraban los años de Zamora; peliaguda incógnita; si no estaba en Madrid, en algún sitio tenía que estar. Solución: en la cárcel.

En ‘La Codorniz’ sí estuvo preso: en la ‘Cárcel o La Comisaría de Papel’, motivo por el cual quedaron lamentablemente rotas sus relaciones con el semanario y con Álvaro de La Iglesia.

Vivimos una época de escaso rigor informativo y a Miguel Gila se le ha premiado su brillante carrera artística con alabanzas justas – que no necesitaban disparatas biografías – sin que nadie, absolutamente nadie añadiese a los normales y merecidos elogios alguna rectificación.

Me sumo a los elogios, pero sugiero que se corrijan en los archivos de agencia EFE y RTVE – que son del Estado – los errores que en los días pasados dieron lugar a historiales tan chapuceros. Estas biografías sí parecen balas disparadas por beodos.

Un respeto. A Gila y al lector.

Ángel Palomino

24 Agosto 2001

Los curricula

Jaime Campmany

Leer

En un artículo tan respetuoso como implacable y publicado hace unos días en estas mismas páginas, Ángel Palomino corrige algunos datos falsos del currículo de Miguel Gila. El propio interesado se ocupó en insertarlos dentro de su biografía, y nos ofreció la vida de un excombatiente del ejército rojo, nada menos que en el mítico 5º Regimiento, un cautivo en las cárceles de Franco, perseguido político y exiliado por fin en América. Bueno, pues no. Miguel Gila jamás luchó a las órdenes de Enrique Líster, aquel cantero que emigró a Cuba y luego se convirtió en comunista y soldado legendario, ni fue soldado del 5º Regimiento a no ser en exaltación poética, cuando recitaba los famosos versos de Rafael Alberti «¡Soy del 5º Regimiento!», y ni siquiera perteneció a las Milicias Populares.

Lo del cautiverio franquista es otro invento. Jamás estuvo en la cárcel, sino colaborando en el diario «Imperio» (Prensa del Movimiento) de Zamora y luego en aquel inolvidable semanario de humor «La Codorniz», junto a Miguel Mihura, Tono, Enrique Herreros y tantos otros grandes del mejor humor del siglo XX. Son inolvidables aquellos personajes suyos de grandes narices, narices como berenjenas, que aparecían en las páginas de «La Codorniz». No sólo es falso que fuese un perseguido político, sino que en varias ocasiones (y este dato corre de mi cuenta y no de la de Ángel Palomino) actuó en los festivales de variedades que se organizaban en La Granja todos los 18 de julio, y dicen los que allí lo vieron actuar que Franco se desternillaba de risa con sus chistes del teléfono. «Oiga, ¿es el enemigo?», etcétera. Hacer reír a Franco, un mérito, eh.
Es cierto que se fue a América, pero no empujado por la política sino por su enfurecida mujer, que le acusaba de adulterio, y lo que ya no sé es si en aquella cuestión de faldas intervino también el marido de la chorba, si es que lo tenía. Pretende Ángel Palomino que se rectifiquen las falsedades en las biografías de Miguel Gila que se conservan en los archivos de agencias de prensa, diarios y revistas, y eso por respeto a la verdad, a los lectores y al propio Miguel Gila. Pero esa es una propuesta inquietante. Si hubiese que rectificar todas las mentiras que la transición política ha deslizado en el currículo de personajes públicos o famosos, tendríamos trabajo suficiente para acabar con el paro en el sector. Con esas mentiras podríamos llenar un archivo tan grande y casi tan interesante como el de Simancas.
Repasando las biografías ahora utilizadas en los periódicos o en las presentaciones de políticos, pájaros de plumón, gentes de la farándula, famosos, famosillos y famosuelos de vario pelaje, académicos del jardín o a la violeta, profesores, eruditos, pretendientes, cucañistas y paseantes en Cortes, cae uno en la cuenta de que toda la España notoria desde el año 39 en adelante fue combatiente de los ejércitos republicanos, estuvo cautiva en las cárceles franquistas y tuvo que exiliarse a América para salvar el pellejo o para vivir al sol y no en el trullo. Todo eso, al modo y manera de Miguel Gila, el humorista genial que quiso darnos, con su amañada biografía, uno de sus más divertidos chistes. «Oiga, ¿es el quinto regimiento? ¿Sí? Pues dígale a Gila que se ponga al aparato».
Una legión de batuecos, celtíberos y carpetovetónicos arrepentidos y avergonzados de sus propias vidas, pretende borrar su pasado y convertirlo en un mérito para el futuro. No tienen la gallardía de confesar lo que ahora, después de haberle visto los testículos al toro, creen que es vergonzoso. Acuden en legión a remediar la historia de su vida pasada, como esas mozas acostaderas y maritornes que iban después a la buena madre Celestina para que les remendara el virgo.
Jaime Campmany