16 diciembre 1995

Era miembro del Consejo de Estado

Muere en accidente el General Manuel Gutiérrez Mellado, ex Vicepresidente del Gobierno y militar clave de la Transición

Hechos

El 16 de diciembre de 1995 se conoció la noticia del fallecimiento de D. Manuel Gutiérrez Mellado.

16 Diciembre 1995

El valor de un hombre

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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EL CAPITÁN general Manuel Gutiérrez Mellado, fallecido ayer en accidente a los 83 años de edad, era un hombre valiente. De «gran valor físico y moral», como dijo Jordi Pujol, antes de añadir: «Y muy, muy buena persona». Fue esa combinación de bondad y valor lo que hizo de él un símbolo con el que mucha gente se identificó. Seguramente pocos españoles de este siglo habrán alcanzado en vida un reconocimiento tan unánime. Su absoluta falta de pose o retórica, especialmente respecto de sí mismo, contribuyó, por contraste, a engrandecer su figura; pero también a hacer de él un personaje próximo. A Gutiérrez Mellado se le quería. Las sociedades necesitan símbolos con los que identificarse, y ninguno tan representativo de la dignidad y autoridad moral como el de ese hombre de aspecto frágil que el 23 de febrero de 1981 se enfrenta a un golpista armado y resiste su intento de abatirlo, o la de ese militar demócrata que el 4 de enero de 1979, en el funeral por un general asesinado por los terroristas, exige disciplina a quienes, brazo en alto, reclaman la vuelta del «Ejército al poder». La inteligencia y buen sentido con que dirigió la modernización del Ejército, determinante en su acatamiento de la Constitución y adaptación al régimen de Monarquía parlamentaria, le hacen acreedor del agradecimiento de los españoles. Así, el afecto, la admiración y el agradecimiento de sus compatriotas le acompañan en su despedida de este mundo.

16 Diciembre 1995

Un general valiente

Pilar Urbano

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¿Quién era este hombre? Un militar cien por cien. Y un demócrata. Por eso, y sólo por eso, le aborrecían muchos militares. Fue un puntal en la Transición.

Manuel Gutiérrez Mellado, el Guti, sustituyó al teniente general De Santiago y Díaz de Mendívil en la Vicepresidencia para Asuntos de la Defensa, cuando este militar («el elefante blanco», decían) se opuso a la legalización de los sindicatos. Después, dio la cara avisando a los tres ministros militares de la inminente legalización del Partido Comunista: «Les llamé uno por uno. Les dije que el presidente Suárez estaría a su disposición, al otro lado del teléfono, porque no se iba de vacaciones de Semana Santa. Y que, si tenían algún escrúpulo de conciencia, hablasen con él».

En otoño de 1977, detecta anómalos movimientos de civiles y militares. Entre ellos, una extraña reunión en Játiva, a la que asisten -de paisano- los generales De Santiago, Alvarez-Arenas, Coloma Gallegos, Miláns del Bosch, Prada Camillas, el almirante Pita da Veiga… Se está preparando un pronunciamiento militar y una acción de fuerza. Desde Moncloa, con tacto y por sorpresa, Gutiérrez Mellado dispara su contraofensiva: un ajedrez de repentinos ascensos y cambios de destinos, situando en puestos claves a generales de patente democrática y leales al Rey. Así, Gabeiras pasa a ser jefe del Estado Mayor del Ejército; Quintana Lacacci es nombrado capitán general de Madrid; Pascual Galmés sustituye a Miláns del Bosch en el mando de la División Acorazada Brunete (DAC), auténtico «cinturón blindado» de la capital de España.

El 17 de noviembre de 1978, durante un acto militar en Cartagena, se produce el «incidente Atarés». Ciertamente, es un incidente; pero denota el estado de crispación que el Gobierno ha de afrontar con los nervios bien templados: Atarés, general de la Guardia Civil, grita: «¡La Constitución es la mayor mentira!». Y, con excitación creciente, agrega: «¡Arriba España! ¡Viva Franco!», subiendo cada vez más el tono. Algunos militares allí presentes aplauden. Gutiérrez Mellado conmina al general a que abandone la sala y le comunica: «Queda usted arrestado». Después, ordena a todos: «¡Firmes!» Y les recuerda que «un general ha de llevar las estrellas con honor». A estas palabras, Atarés responde con el insulto, llamándole «¡traidor, masón, cerdo, cobarde, espía!».

Gutiérrez Mellado será el único miembro del Gobierno que asista al entierro del general Ortín Gil, gobernador militar de Madrid. Es también insultado y zarandeado por algunos militares de inferior graduación, mientras la masa castrense grita: «¡Ejército al poder!». Así están los ánimos.

Otro militar asesinado por ETA. Otro sepelio tenso. Y otro incidente en el que Gutiérrez Mellado planta cara al temporal involucionista: ocurre en el Hospital Gómez Ulla. Hay gritos contra el Gobierno, la democracia y el Rey. Gutiérrez Mellado se impone con autoridad: «Los que estén de uniforme, ¡firmes y en silencio! Y los que sepan y quieran rezar, que recen». El capitán de navío Camilo Menéndez Vives replica: «¡Antes que la disciplina, está el honor!». Y se arma la bronca.

Gutiérrez Mellado es también quien destituye fulminantemente al general Torres Rojas en la jefatura de la DAC, en cuanto tiene la primera noticia cierta de «movimiento de sables» y de «presión golpista». En su lugar, situará a José Juste. Será un cambio clave, para que la asonada del 23-F no triunfe.

Gutiérrez Mellado es el mismo hombre que, durante la moción de censura a Adolfo Suárez, en mayo de 1981, salta desde su escaño, como impelido por un resorte de instinto, cuando el diputado canario Sagaseta afrenta a un cuerpo del Ejército: «La Legión está cometiendo crímenes -dice el parlamentario- y desertando en Fuerteventura». La réplica del teniente general, improvisada y espontánea, resiste el más exigente análisis: «¿Se ha dicho aquí que la Legión comete crímenes? Pues yo pido que se estudie una ley para que ningún diputado ¡ninguno! pueda decir eso, si no está probado… por muy diputado que sea».

Sin apego al poder, el mismo 23-F, a la hora de desayunar, el teniente general -que desde hace un mes sabe que no seguirá en el nuevo Gobierno de Calvo Sotelo- le pregunta a su mujer: «Carmen, ¿lo tienes ya todo listo…? Porque me gustaría que hoy durmiésemos ya en nuestra casa de Fortuny».

Hoy, con el general de cuerpo presente, se hace inevitable la evocación de aquel funesto evento de los tricornios de la ira: ¡un universo de atropellos en el hemiciclo! Tejero encaramado a la tribuna, delante de Landelino Lavilla, sostiene su pistola Astra en la mano derecha. Ha dicho ya el «¡todos al suelo!». Vuelvo a ver y a oír las ráfagas de metralletas…, el graderío desierto, como si de repente a todos se los hubiese tragado la tierra. Sólo Suárez, Gutiérrez Mellado y Carrillo permanecen inmóviles en sus escaños. Después, los guardias que trepan por las escalerillas del hemiciclo, cacheando a sus señorías… y las voces hoscas, altaneras, mangoneantes: ¡ya pueden levantarse! ¡las manos sobre la barandilla! ¡que se vean las manos! ¡silencio, silencio! ¡que nadie se mueva, o se mueve esto! ¡las manitas quietas!

El Guti intenta salir de su escaño azul. Suárez, para impedírselo, le tira de la chaqueta. El vicepresidente se suelta, se zafa con brío, con nervio. Sale al espacio enmoquetado. Va flechado. Se encara a Tejero: «¡Deme esa pistola y salga usted de aquí inmediatamente…!» Hay un altercado áspero y breve. Sólo se oye el final de la frase: «¡Aquí el teniente general soy yo!». Y Tejero: «¡Echen al suelo a este diputado!». Varios guardias civiles le interceptan el paso. Le agarran por el cuello de la americana. Le zarandean, hasta casi hacerle caer. Uno es el guardia Andrés Barriga. Otro, Miguel Peláez. El teniente Ramos Rueda le insta a sentarse: «No va a pasar nada, pero vuelva usted a su sitio, mi general». A medio metro, quieto, con la pistola dirigida hacia arriba, a punto de intervenir, contempla la escena el teniente Boza Carranco.

Para siempre, el vídeo de RTVE capta la imagen bochornosa, cara y cruz de una misma moneda: la desfachatez bravucona y la dignidad valiente. Un gallardo y anciano jefe militar, con los brazos en jarras, el mentón alzado, el rostro tenso, un leve rasguño en la barbilla… Y un teniente coronel de ojos saltones, desorbitados, que en vano trata de derribarle al suelo, alevosamente, poniéndole la zancadilla por detrás, mientras su dedo índice derecho se apoya nervioso en el gatillo de la pistola. «Si yo hubiese obedecido a Tejero, si hubiese caído al suelo, o si me hubiese dejado derribar… lo que hubiera caído por los suelos habría sido el Ejército español, el Ejército leal a la Constitución y a Su Majestad el Rey», declararía después el teniente general. Una vez más, había cumplido como un hombre de una pieza: «Cuando el viento sopla en contra, no cabe esconderse en la trinchera: ¡hay que saber dar la cara al aire! ¡y vaya si se nota que escuece!». Así se lo oí decir en cierta inolvidable ocasión.

Durante el asalto al Parlamento, Tejero manda que a Suárez se le recluya en el despacho de ujieres; y que en la Sala de los relojes se retenga y vigile de modo especial a Gutiérrez Mellado, Carrillo, Rodríguez Sahagún, Felipe González y Alfonso Guerra. Dispone que los sienten separados y cara a la pared. Rodríguez Sahagún, ministro de la Defensa, en el centro de la sala. Luego, con zafiedad, ordena: «¡Y aquí no se habla, eh!».

De vez en cuando, a lo largo de la noche, la tos de Gutiérrez Mellado corta el silencio en la Sala de relojes. Rodríguez Sahagún le hace un gesto para que deje de fumar. Al teniente general no se le va de la cabeza el deseo de que le traigan su uniforme. Militar hasta las cachas, si tiene que morir, quiere llevar puesta la guerrera caqui. Se le saltan las lágrimas -nadie lo percibe- evocando a Carmen, su mujer: «¡Esta noche me gustaría que cenásemos ya en nuestra casa de Fortuny!». Y a sus hijos: Luis, Manuel, Ana, Carmen…

El guardia civil que tiene más cerca se llama Juan. Es extremeño. Gutiérrez Mellado capta su mirada deferente, de respeto. Incluso percibe que se siente avergonzado por estar allí reteniéndole, a punta de metralleta. Ya de madrugada, Juan le dirá: «Mi teniente general, yo… ni sabía cómo se llamaba este edificio ni a qué veníamos… Estoy preocupado, créame, porque no sé cómo va a acabar esto». Gutiérrez Mellado se quita las gafas, cierra los ojos, se pasa la mano huesuda por encima de la cara, con un gesto de doloroso y profundo cansancio: «Lo malo, muchacho, es que cuando se empieza una cosa así… no se sabe nunca cómo va a terminar».

16 Diciembre 1995

Un político en el sentido más alto

Adolfo Suárez González

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Es notorio que he tenido la inmensa suerte de conocer y tratar en profundidad al capitán general don Manuel Gutiérrez Mellado y contar, en circunstancias muy difíciles para España, con su apoyo, su consejo y su amistad, sobre todo cuando fue vicepresidente de mis gobiernos, encargado de los Asuntos de Defensa. Estos momentos son, entre españoles, propicios al elogio. En este caso, es justo que así sea. Pero creo que el capitán general que acaba de dejarnos querría, sin duda, ser recordado, ante todo, como lo que siempre quiso ser, y lo fue en alto grado, como un gran soldado, leal a España, al Rey, a la democracia, como un militar hasta la médula, al que sus virtudes castrenses y su amor a la milicia -como estilo de vida, como profesión vital- le hicieron estar abierto siempre a las exigencias de los tiempos y a la puesta en forma de los Ejércitos de España para responder con dignidad y gallardía a los nuevos retos.Don Manuel Gutiérrez Mellado no ha sido un político en el sentido vulgar de la palabra. Sí lo ha sido en el sentido más alto del término. El ideal al que dedicó su vida fue el Ejército, su modernización, su adecuada instalación en la moderna democracia española, el cumplimiento digno y riguroso de la alta misión constitucional que en ella le corresponde, su contribución esencial a la defensa de España y de la paz mundial.

Su tarea nunca fue fácil. Pero supo cumplirla con rigor militar y con una extraordinaria entrega personal. En los años de la transición política se encontró -nos encontramos- con unos Ejércitos que aún vivían y se vertebraban en tomo al recuerdo de una guerra civil, acaecida hacía 40 años, que había enfrentado dramáticamente a los españoles. Él, en los gobiernos en que ocupó la vicepresidencia, luchó denodadamente para que los Ejércitos de España miraran al futuro y se pusieran al servicio de la voluntad nacional, libremente expresada, y de la más ancha y generosa idea de España -la España de todos los españoles- encarnada en la Monarquía democrática.

Su labor principal -y su vida- tuvieron que superar incomprensiones. Supo hacerles frente con enorme inteligencia y extrema generosidad, como un soldado. En la mente de todos los españoles perdurará durante mucho tiempo la imagen que el capitán general Gutiérrez Mellado dio del Ejército español la noche del 23 de febrero de 1981. Los golpistas no le hicieron caer al suelo. Su figura -pequeña y nerviosa- fue capaz de resumir en su resistencia física la enorme dignidad del Ejército, los valores de gallardía, entereza, firmeza y lealtad. Supo demostrar, en esos tensos, minutos, que, frente a la sinrazón de la fuerza, se puede oponer siempre, con éxito indudable, la fuerza de la razón. Fue una lección que no podrá olvidarse jamás.

Pienso que España y la democracia -y todos los que la servimos- tenemos con el capitán general Gutiérrez Mellado, con el marqués de Gutiérrez Mellado, una deuda de gratitud y de reconocimiento perdurable. Sólo la historia, con su juicio, y Dios, en quien él creía profundamente, que es dador de todo consuelo y reconocimiento, podrán saldarla. En esa confianza entrañable ofrezco a su memoria mi reconocimiento y mi tremendo pesar por su desaparición que -estoy seguro- se une al de la inmensa mayoría de los españoles. Entre ellos, como uno más, quiero enviar al capitán general don Manuel Gutiérrez Mellado, al marqués de Gutiérrez Mellado, al hombre entrañable que ha sido Manolo Gutiérrez Mellado, mi adiós más emocionado y mi abrazo más fraterno.

Amigo Manolo, ¡que Dios te otorgue la recompensa que depara siempre a los hombres buenos, entregados, coherentes y leales!

Adolfo Suárez fue presidente de los gobiernos en los que Gutiérrez Mellado sirvió como vicepresidente y ministro de Defensa.

16 Diciembre 1995

Se ha ido dejando el rastro de inocencia de los elegidos

Eduardo Serra

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Eduardo Serra es vicepresidente ejecutivo de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD), que presidía Manuel Gutiérrez Mellado, y fue secretario de Estado de Defensa.

Un hombre bueno se ha marchado. El cielo ha querido teñir de blancura la tierra para que sea éste el color que rodee la marcha de quien, habiéndolo sido todo, se ha ido dejando el rastro de inocencia que sólo dejan los elegidos.Me ha cabido el honor de conocer y admirar al militar ejemplar que, con su trayectoria castrense, culminada en el gesto del 23 de febrero, logró que no se rompiera el marco de paz que queríamos tener y ello con la incomprensión de -al menos- algunos compañeros; y que tuvo el mérito de no moverse nunca de donde sus convicciones le decían debía estar y al que le cupo la satisfacción (creo que la mayor de su vida) de que al final la casa matriz del espíritu militar español (la Academia General Militar) le reconociera como uno de nuestros grandes capitanes.

Aunque «sus hechos grandes e claros non cumple que los alabe pues los vieron», entiendo que España le debe no poco de su reciente historia. Tengo para mí que el, general Gutiérrez Mellado, el capitán general Gutiérrez Mellado, pasará no sólo a la historia de España sino a ese otro círculo mucho más exclusivo de la leyenda española, ése donde están el Cid, Hernán Cortés, Guzmán el Bueno y unos pocos más, y que serán nuestros escolares del futuro los que graben en sus retinas esa imagen indeleble del militar que supo simbolizar la dignidad de los españoles frente a la matonería y la barbarie. («Tan famoso e tan valiente»).

Como una estela ha dejado para los militares españoles el mejor regalo: ha demostrado a todos que la verdadera y última finalidad del militar es el mantenimiento de la paz. Espero que no olvidemos nunca esa lección.

Además de ello, en los últimos años he disfrutado del privilegio de trabajar codo a codo con Gutiérrez Mellado en su infatigable lucha por combatir las drogodependencias que estaban -están- asolando a una parte importante de nuestra juventud.

Ha sido maravilloso poder recibir esa lección de fe en la vida y en la juventud que nos deparaba cotidianamente este octogenario ejemplar y que nos ha, no sólo, dirigido e inspirado, sino también animado constantemente en esta batalla contra gigantes que parecían molinos. («¡Qué maestro de esforzados y valientes!»).

Es imposible reflejar en unas líneas las enseñanzas, las emociones y, en definitiva, lo que nos ha sabido transmitir a todos cuantos nos cruzábamos en su camino. Su última gran obra, la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (que propongo se llame a partir de ahora Fundación Gutiérrez Mellado) celebraba precisamente esta semana y bajo la presidencia ejemplar de Su Majestad la Reina, la reunión del Consejo General del Patronato.

Con la voz disminuida por la fatiga pero el espíritu joven de siempre, el general agradeció a los patronatos una vez más su apoyo y no exhortó una vez más a conseguir nuestros objetivos y también nos asombró a todos los que, viendo su estado de salud, nos dijo que pretendía ir a su queridísima Cataluña (que no sé si tuvo plena conciencia de lo que la amaba este «militar castellano», como él se solía referir) para decir a un grupo de jóvenes que «merece la pena vivir la vida».

Ha alcanzado en vida los más altos honores y reconocimientos a los que se puede aspirar. Pero no estoy seguro que España y los españoles seamos conscientes de lo que debemos a Manuel Gutiérrez Mellado que, como no podía ser de otra manera, ha muerto en acto de servicio. («Aunque la vida perdió, dexonos hartó consuelo su memoria»).

Descanse en paz.

Eduardo Serra Rexach

16 Diciembre 1995

El general Gutiérrez Mellado

Alberto Oliart

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Alberto Oliart fue ministro de Defensa del 27 de febrero de 1981 hasta el 2 de diciembre de 1982.

En septiembre de 1976 todavía es incierto el futuro de España. Somos muchos los que recibimos con alegría esperanzada el discurso del Rey el día de su coronación. Pero nos ha sorprendido el nombramiento de Adolfo Suárez, ministro secretario general del Movimiento, como presidente del Gobierno. En aquel otoño de 1976 el ánimo de los que queremos que nuestro país se convierta en una democracia, qué aleje en este último tercio del siglo XX, de una vez por todas, su pasado de contiendas civiles, golpes militares y dictaduras, que se incorpore plenamente a los países libres y democráticos del mundo, y con ello entierre y aparte para siempre de nuestra vida colectiva la tragedia de la guerra civil, nuestro ánimo, repito, oscilaba entre el optimismo y el desaliento. Se produce entonces la dimisión del teniente general Santiago de Mendívil. Se ha de nombrar para sustituirle a otro militar. Algunos nombres que suenan significan un retroceso; otros, que se demora el proceso de cambio. Estoy con un amigo, en aquel momento, en Nueva York. Los dos estamos de acuerdo que si Adolfo Suárez es capaz de nombrar a Gutiérrez Mellado para ese puesto, el camino hacia la libertad y la democracia está asegurado. Y llega la noticia de su nombramiento. Mi amigo, Jaime Carvajal y yo nos abrazamos. Se está cumpliendo, ahora es seguro, lo que el Rey anunció en su mensaje de coronación y Adolfo Suárez en su primer discurso como presidente del Gobierno.Contra todos los temores, todas las inclinaciones adquiridas, contra los vientos del pasado y las lealtades a un ayer que ya no tenía futuro, pero sí fuerza y penetración en el mundo militar, Gutiérrez Mellado sirve sin desmayo ni vacilación al proyecto de reforma política que el Rey quiere y Adolfo Suárez, hábil y valiente, desarrolla desde la presidencia del Gobierno.

Hombre de visión moderna, mentalidad amplia y generosa, Gutiérrez Mellado crea, organiza, pone en marcha y dirige el primer Ministerio de Defensa de nuestra historia moderna. Conocedor profundo de los temas militares en el mundo moderno, la organización que concibe va desde los órganos que han de diseñar la política militar hasta los que han de proyectar la política industrial y económica de la defensa nacional. Y pone a las fuerzas armadas a las órdenes directas del presidente del Gobierno, es decir, del poder civil, aunque el Rey sea, como símbolo que ostenta la representación de la nación, el jefe supremo. Pero es el Gobierno y su presidente el que dirige, ordena y administra la defensa nacional y los ejércitos a los que se les encomienda.

Experto, quizá como ninguno en aquellos momentos, crea el Centró de Información de la Defensa, el CESID; y con él el primer servicio de inteligencia integrado, superador de las divisiones anteriores y capaz de llegar a ser lo que ha sido: uno de los mejores servicios de información de los países occidentales europeos. Al mismo tiempo, inicia e impulsa la reforma de las Fuerzas Armadas, sobre todo el Ejército de Tierra, con el objetivo de la total profesionalización y despolitización de sus componentes.

Después de las elecciones del 79, cubre con su prestigio el nombramiento del primer ministro civil de la Defensa desde los tiempos de la Segunda República; y colabora con su consejo, experiencia y entusiasmo en todo lo que se le pide sin querer nunca figurar en un primer plano de atención o actualidad.

Los que le conocimos y compartimos con él las tareas del Gobierno sabemos de su honestidad integral, de su permanente serenidad y buen juicio y de su modestia. Era un hombre sin doblez; en él, la lealtad a sus principios, al presidente del Gobierno y al Rey fluía con la naturalidad de lo que forma parte de la propia naturaleza de uno. De nada presumía, de nada se jactaba; sólo su humanidad era más grande que su sencillez.Cuando empezaron las luchas internas de UCD y las maniobras de unos y otros a favor y en contra de Adolfo Suárez, un día, antes de iniciarse el Consejo de Ministros, sería a finales de octubre o primeros de noviembre de 1980, nos reunió a todos los ministros, ausente el presidente, en la sala del Consejo; y de una manera llana, justa y severa nos advirtió contra el peligro de divisiones, intrigas y ambiciones. Habló como un soldado, sin retórica; y como un hombre de bien.

Su apoyo incondicional a la reforma política, y con ella a la democracia y a la libertad, le atrajo la enemiga e incluso el odio de aquellos que hundían sus lealtades, convicciones, sus deseos de conservar un poder que se les escapaba o sus ambiciones en un pasado que ya no tenía futuro. Mucho le dolió al general, aunque nunca profiriera una palabra de reproche, la incomprensión o la animadversión que su compromiso militar y político le acarreaba; sobre todo la de sus compañeros.

La noche del 23 de febrero de 1981, al enfrentarse a Tejero y a los oficiales golpistas, su gesto, su figura solitaria y desarmada se convirtió para los españoles en un testimonio y símbolo del hombre que defiende los derechos y la libertad de sus conciudadanos. El general, cuando le recordaban o le alababan el valor que entonces demostró, siempre respondía que no había hecho otra cosa que aquello que le habían enseñado en la academia militar.

Después del golpe, y al salir del Gobierno, sufrió y le dolió lo que creyó olvido de su labor, de su obra, de su esfuerzo, de su mérito. Y es verdad que más de uno lo trató con el menosprecio peor: el del silencio o el del olvido. Y al general le dolía lo que creía un trato injusto o inexplicable ingratitud. En su sencilla, leal e inteligente rectitud no cabía la comprensión de la torcida dureza de la vida política, de cómo los que te suceden o te ven perder necesitan, en cierto modo, olvidarte y que te olviden. Se refugió en su mujer y en sus hijos y en sus amigos.

Pero no le olvidó el pueblo. Gentes que no lo conocían lo paraban por la calle, le expresaban su agradecimiento, su cariño, su admiración. Y aquel reconocimiento público general y anónimo le servía de consuelo y compensación. Hace ya tiempo que para todos, incluso viejos adversarios, el general se había convertido en el hombre y el militar a quien se respeta y se admira y se quiere sin reservas. Llegó para él el máximo honor, el de capitán general de los ejércitos.

Hoy el capitán general don Manuel Gutiérrez Mellado ha muerto rodeado del amor y del sentimiento de su pueblo, que no olvida lo que hizo por su libertad. Como nunca lo podremos olvidar ninguno de los que con él estuvimos en los difíciles, duros, ingratos y apasionantes momentos de nuestra reciente historia política. Paz y honor para el general Gutiérrez Mellado.

16 Diciembre 1995

Un general para la paz

Miguel Ángel Aguilar

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Manuel Gutiérrez Mellado, combatiente sublevado el 18 de julio de 1936 , acabó prestando los más relevantes servicios a su país: desempeñó un papel decisivo para que los ejércitos de Franco llegaran a ser los ejércitos de España, demostró su lealtad hacia el Rey y hacia sus compatriotas arrostrando la más cruel de las pruebas, la de la difamación en sus propias filas. Supo salvar el honor de sus compañeros de armas el 23 de febrero de 1981 y con un programa mínimo -que nunca se repitiera la guerra civil- se entregó a la búsqueda de la concordia, que quería instaurarse con la Constitución. Fue un general para la paz.Franco había vivido cuarenta años de la victoria militar y había necesitado para ello mantener encendido el rescoldo del conflicto. Ésa era, la justificación determinante de su poder, recibido de una junta de generales en un aeródromo de Salamanca el 12 de septiembre de 1936. A su muerte, el poder revertía en buena proporción en los militares, a quienes Franco había constituido en garantes de la perennidad del régimen. Al menos inicialmente, los militares conservaban la capacidad de otorgar o denegar el nihil obstat para los cambios necesarios, que en resumen se cifraban en la tarea prioritaria de firmar la paz. Manuel Gutiérrez Mellado fue llamado a la primera línea de esa batalla en septiembre de 1977 para reemplazar, en la vicepresidencia para Asuntos de la Defensa al general Fernando de Santiago y Díaz de Mendívil, que había optado por bloquear las reformas emprendidas por Adolfo Suárez.

El nombramiento de Gutiérrez Mellado quiso ser interferido por los tres ministros militares -Pita da Veiga, Álvarez Arenas y Franco Iribarnegaray-, que manifestaron su disconformidad en La Zarzuela. El nuevo vicepresidente conocía bien que se trataba de acabar con la exclusión de los derrotados. Se hacía necesario pasar del principio bélico que propugna la aniquilación del enemigo a nuevas bases cívicas que permitieran la competición pacífica por el poder entre leales adversarios.El joven teniente de artíllería Manuel Gutiérrez Mellado había cumplido con valor temerario misiones en el Madrid republicano de la guerra civil. Había seguido después la carrera del militar profesional y así llegó a alcanzar delicadas responsabilidades en el Alto Estado Mayor, cuando ocupaba la jefatura el general Manuel Díaz Alegría. Al producirse la irrupción de la Unión Militar Democrática, en 1974, Gutiérrez Mellado padeció una campaña insidiosa que pretendió inhabilitarle sobre la base de sus afinidades con la redefinición del papel de los ejércitos propugnada por la UMD, para cuya cúpula encausada ante un consejo de guerra quiso inducir actitudes de clemencia. Enseguida fue nombrado gobernador militar de Ceuta, y meses después regresó a Madrid para ocupar la jefatura del que todavía se llamaba Estado Mayor Central en el Cuartel General del Ejército.

Eran momentos de graves dificultades. Entre los militares profesionales predominaba un sentimiento de orfandad por la desaparición de Franco y todavía apenas se había iniciado el proceso del trasvase de lealtades al Rey. A la proximidad del Portugal revolucionario se sumaban los fantasmas de la sectaria educación recibida en las academias, los fuegos de campamento de los ultras atrincherados en el búnker, la incomprensión hacia las reformas en curso y sobre todo la criminal acción de los terroristas etarras decididos a encontrar siempre la dosis de provocación necesaria para impulsar el golpismo. El general Gutiérrez Mellado estuvo también en esa primera línea rindiendo el honor debido a las víctimas y soportando en ocasiones la ira indisciplinada de sus compañeros de armas, sumidos en la exasperación.

Gutiérrez Mellado se esforzó en dar a conocer a los militares la Constitución que iba a someterse a referéndum y de la que sólo llegaban a las salas de banderas versiones tergiversadas por la prensa ultra, siempre incitadora del golpismo para poner fin al pretendido deshonor de la reforma. En Cartagena, un general de la Guardia Civil, Atarés, le interrumpió en público para insultarle sin que semejante indisciplina mereciera el correctivo adecuado. Así sucedió también con los protagonistas de la Operación Galaxia, y esa levedad de la justicia militar fue el mejor campo abonado para el 23-F.

Pero para todos nosotros, la imagen imborrable del general Manuel Gutiérrez Mellado será siempre la de aquella tarde en que sin más armas que las de su honor hizo frente al entonces teniente coronel Tejero. Siempre le veremos ponerse en pie, salir del escaño y sujetar la mano que empuñaba la pistola, y acreditar su brava condición de artillero, impasible a los disparos, sin el menor atisbo en sus gestos de cualquier reflejo defensivo. Mucho antes había conquistado un lugar indiscutible en la mejor historia de España.

17 Diciembre 1995

El hombre de la transición militar

Javier Tusell

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Durante las semanas finales de 1975, cuando ya era inminente la transición a la democracia, circuló en los medios monárquicos un informe acerca del Ejército español, sus actitudes políticas y su juicio sobre el Rey y el inmediato futuro. Iba dirigido a los más íntimos consejeros de don Juan y de don Juan Carlos y su contenido da la sensación de haber sido asumido por este último de manera completa y plena.Don Juan Carlos dijo, en efecto, por esas mismas fechas, algo muy parecido a una afirmación que se repite en ese texto. El futuro Rey era consciente de que no disponía de todo el tiempo para llevar a cabo la transición porque, en lo que respecta al Ejército, la situación era muy complicada. En los siguientes tres años los ascensos que habían de producirse de forma automática en la cúpula militar beneficiarían a personas poco propicias a la democracia y, además, existía el peligro de que los más jóvenes en la oficialidad derivaran hacia posiciones revolucionarias semejantes a las del Ejército portugués.

Este informe demuestra que, el elemento militar constituyó la máxima dificultad en el camino a la democracia. Durante años hemos dicho, una y otra vez, que los militares opuestos a ella fueron una minoría. Ahora, 20 años después, no hay inconveniente en afirmar que la oposición a la libertad en los medios castrenses fue mucho mayor que cuanto entonces se dijo.

En ese texto se cita a varios altos mandos del Ejército español de entonces y el lector obtiene una impresión devastadora. No se trata sólo de que no fueran demócratas, sino que, además, tenían escaso prestigio entre sus subordinados. Con todo, lo más sorprendente es que algunos de quienes aparecen mejor conceptuados -Milans del Bosch, como monárquico, o Fernando de Santiago, como profesional- jugaron un papel netamente regresivo.

Entre los altos mandos aparecia una figura, Manuel Gutiérrez Mellado, que hubo de convertirse en protagonista fundamental de la transición militar. Él, junto a Diez Alegría, fue una pieza crucial en la que don Juan Carlos y Adolfo Suárez se apoyaron para hacer posible el advenimiento de la libertad.

Gutiérrez Mellado fue uno de esos actores del cambio político español que tuvo un papel más decisivo y, sin embargo, ha sido también quien exhibió menos su protagonismo. Tras el Rey, Suárez y Carrillo, hubo una segunda fila de protagonistas en esta gran operación en la que él figura de modo destacado.

El cambio en el Ejército fue muchísimo más difícil que en la Iglesia. Tarancón, otra de esas figuras de segunda fila tenía tras de sí y lideraba una Iglesia que había cambiado desde hacía tiempo. Gutiérrez Mellado debió empujar suavemente al Ejército en dirección a la democracia y la verdadera transición en sus filas tuvo lugar después del cambio en la sociedad y en la política española. Como Tarancón, también Gutiérrez Mellado guió la transición en su parcela por razones de principio, pero también por otras derivadas de su condición profesional. El cardenal actuó por motivos religiosos y Gutiérrez Mellado por razones exclusivamente militares.

De los grandes actores de la transición, quizá Gutiérrez Mellado fue quien más sufrió. La razón obedece al carácter retardatario del mando militar, pero también a la incomprensión de la extrema derecha española que le llamó «señor Gutiérrez» cuando fue un ejemplo óptimo de un militar que supo cumplir sus deberes. No nos ha dejado memorias, pero sí esa expresiva imagen de un anciano oponiéndose a un hombre armado que intenta derribarle durante el golpe del 23 F.

Recuerdo haberle visitado en el edificio, más bien lóbrego, del Consejo de Estado. Tenía el rostro macilento y daba la sensación de haber soportado el duro peso de una tarea dificilísima. No quería volver sobre el pasado y asumía lo que hizo como una obligación más. Pero es difícil imaginar que otro hubiese podido cumplir mejor el papel histórico que a él le tocó.

17 Diciembre 1995

Héroe

Manuel Vicent

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Han sido necesarios millones de años para que los hombres dejaran de andar a cuatro patas. Es la primera cota estratégica que la humanidad conquistó. Algunas personas, llevan esa categoría en el fondo del espíritu: la simple dignidad de estar de pie. Por eso los españoles hemos agradecido al general Gutiérrez Mellado que no lo tumbaran. A los soldados el valor se les supone. Sus actos de heroísmo suelen acontecer en los desiertos, en alta mar o en la profundidad de los barrancos. Luego los cronistas, de guerra nos cuentan sus batallas. No todos les creen. Pero la buena estrella le deparó al general Gutiérrez Mellado un lance de oro: demostrar en directo a través de la televisión cómo se comportan los héroes. El asalto al Congreso corrió a cargo de unos cuatreros que llevaban la guerrera desabrochada y frente a ellos el general se mantuvo derecho y en jarras. No se permitió siquiera un reflejo condicionado cuando las balas a su espalda le silbaron por la oreja. Ese vídeo hoy es el mejor spot publicitario de la dignidad personal. Con el tiempo se convertirá en la versión moderna de los antiguos cantares de gesta: formas de transmitir viejas hazanas a las nuevas generaciones. Esas imágenes, del valor de un hombre se pasarán infinitas veces por televisión mezcladas con anuncios de detergentes, colonias varoniles, cremas y pastas: junto con otras mercancías entrarán a formar parte de la conciencia colectiva. Era uno de esos militares con diseño anglosajón que en los países altamente tecnificados acuden al despacho en traje gris con paraguas y que no acostumbran a perder ninguna guerra. Desde la época de Esparta se sabe que cualquier nación regida por su propio Ejército es una nación militarmente débil. Por eso Gutiérrez Mellado jugaba al bridge. Pero nunca olvidó que la primera hazaña que el ser humano realizó fue ponerse en pie y que esa cota nunca había que perderla, puesto que costó millones de años conquistarla. Gracias, general, por no haber sido tumbado. Esa fue, sin duda, nuestra gran victoria.

21 Diciembre 1995

Gutiérrez Mellado, consejero permanente de Estado

Fernando Ledesma Bartret

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Presidente del Consejo de Estado

Durante casi cinco años -los últimos de su vida- he tenido el honor y la inmensa satisfacción de trabajar al lado de don Manuel Gutiérrez Mellado, capitán general, consejero permanente de Estado. Todos los jueves y algunos otros días de cada semana, en reuniones que con frecuencia se prolongaban mañana y tarde, el consejero Gutiérrez Mellado exponía su parecer en relación con los asuntos consultados al Consejo por el Gobierno de la nación y los de las comunidades autónomas. Como testigo de tan importante fase de su vida, iniciada en junio de 1994, fecha de su nombramiento como consejero presidente de la Sección Primera, me ha parecido un deber dar a conocer lo que, en otro caso, habría quedado en las actas de las sesiones de trabajo y en el recuerdo de quienes, como compañeros suyos, disfrutamos de su permanente actitud afectuosa y sencilla, de su agudeza para captar en un instante el núcleo básico de los problemas, del rigor de sus intervenciones, de su lealtad constitucional, de su preocupación por el prestigio de las instituciones que articulan la vida nacional y de su gran amor a España.El general -como le llamábamos casi siempre, eludiendo así, intencionadamente, otros tratamientos que legalmente le correspondían, pero que parecían producirle un cierto rubor, pues hasta tal grado llegaba su modestia- emanaba ternura y creaba a su alrededor un clima de naturalidad, franqueza y afecto que hacía muy fácil la comunicación y el diálogo sinceros. A ,veces, al amparo de ese ambiente propicio, en el interlocutor surgía espontáneamente el comentario de admiración hacia lo mucho que había hecho por la convivencia pacífica. Ése era justamente el momento en que el general se removía en su butaca, cruzaba una pierna sobre la otra y, con elegancia, desviaba la conversación hacia otros derroteros más impersonales. Tan lejos como de la autocomplacencia estaba siempre el general de la descalificación de aquéllos de quienes discrepaba. Las intervenciones del general -dentro y fuera del Consejo se caracterizaban por la diafanidad. Exponía su pensamiento con frases cortas, claras, desprovistas de hojarasca, dando la impresión de haberlo sometido previamente a un proceso selectivo decantador de las ideas principales. Tenía la rotundidad y la fuerza persuasiva de la claridad. Cuando hablaba demostraba creer profundamente en lo que decía. La congruencia y la utilidad de sus opiniones, potenciaban su capacidad de convicción. Elegía el argumento principal y prefería una razón fuerte a varias débiles. Le molestaba andarse por las ramas e iba directamente al grano. Dominaba la elocuencia de lo conciso y directo. A su condición de militar -la que más le enorgullecía, a la que quería servir sin desmayo, en la que había aprendido, como tantas veces repetía, cuanto de bueno había podido entregar a los demás- asociaba su lealtad constitucional. «Lealtad», dijo textualmente el general en el inolvidable discurso pronunciado en septiembre de 1994 ante los cadetes de la Academia General Militar de Zaragoza, «en todas las direcciones, hacia el superior, hacia el subordinado, hacia el igual. Lealtad a España, a sus leyes, a nuestro comandante supremo: el Rey, y a los que rijan el Gobierno de la nación, así como a las gentes de los rincones de España». En la búsqueda de la solución objetiva y justa para las cuestiones que le eran consultadas, se servía de la ley en cuanto expresión de la voluntad general democráticamente expresada, interpretada siempre y leída a la luz de los valores constitucionales. Y cuando la ley no daba una respuesta unívoca, sugería la solución más proxima a la satisfacción de los intereses de los más débiles, la que mejor contribuyese a extender la igualdad, aquélla que con mayor fuerza vertebrara la pacífica convivencia y mejor suerte deparara a España.

Porque el amor a España o, más precisamente, el amor al pueblo español era para don Manuel lo primero. El suyo era un patriotismo sin exclusiones y sin concesiones demagógicas. Predispuesto a dar sin esperar nada a cambio, mantenía una actitud que equilibraba el legítimo orgullo de lo que históricamente España ha sido, es y puede ser en el futuro con la tensión exigente de quien vive movido por el deseo de contribuir a resolver los problemas propios de una sociedad en permanente evolución. Nunca oí al general ningún comentario reduccionista o simplificador de una realidad compleja. Sus análisis eran lúcidos y realistas. Infatigable oteador de cuanto ocurría dentro y fuera de nuestras fronteras, el general salía al paso de los problemas colectivos para implicarse personalmente en la búsqueda de soluciones idóneas. Vivía un patriotismo dinámico, generoso y servicial. Cifraba la grandeza de España en su capacidad para afrontar democráticamente los retos de su constante progreso en beneficiode todos.

El Consejo de Estado, institución con cerca de cinco siglos a sus espaldas, por la que, semana tras semana pasan, en proyecto, leyes, reglamentos, acuerdos por medio de los cuales quien tiene la legitimación democrática para gobernar pretende satisfacer las más profundas aspiraciones del pueblo soberano, le proporcionó al general la oportunidad de influir tan eficaz como discretamente -con una discreción que imprimió a la institución, sin duda por considerar que así se sirven mejor los intereses generales- en la marcha de los asuntos que a todos nos conciernen.

Se ha dicho, con razón, que el general Gutiérrez Mellado supo convertir al Ejército vencedor de la gerra civil en el Ejército de la España democrática. De esta dimensión de su ejemplar biografía ya han hablado otras personas con mayor autoridad y conocimiento. Quien escribe estas líneas lo hace con el propósito de dar a conocer una faceta su personalidad que quizá no sea suficientemente conocida y también con la voluntad de adherirse al homenaje que recibe quien fuera durante 11 años ejemplar, admirable y queridísimo consejero permanente de Estado.

Don Manuel afirmó que las Fuerzas Armadas están constituidas «por hombres y mujeres entusiastas con entrega total a su quehacer profesional, identificados con la sociedad en la que deben estar integrados y capaces de merecer el amor de su pueblo». Todos hemos podido comprobar el enorme cariño con que el pueblo español ha despedido al general en su fallecimiento. El Consejo de Estado quiere estar en la primera línea de ese clamor nacional.

Fernando Ledesma Bartret