22 junio 2022

Editó su propia revista, llamada también LA CLAVE, que tuvo que cerrar a comienzos de la crisis económica

Muere José Luis Balbín Meana, presentador del mítico programa ‘La Clave’, que pasó de cofundador de Izquierda Unida a pedir el voto para el Partido Popular

Hechos

El 22 de junio de 2022 fallece D. José Luis Balbín Meana.

24 Junio 2022

‘La clave’ de Balbín, gloria y caída del programa que cambió la televisión española

Juan González Bedoya

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La carrera profesional de José Luis Balbín no se reduce al icónico espacio de tertulias, pero lo marcó de por vida

En el otoño de 1975, con el dictador Franco en un lento camino hacia la muerte, los medios de comunicación bullían en aguas turbulentas. Lo viejo no acababa de morir; lo nuevo no acababa de nacer. El panorama —los triunfos y los peligros— los describió Forges en dos viñetas memorables, publicadas en Informaciones, “el diario de la tarde” que financiaban varios banqueros, con más pena que gloria, a la cabeza Emilio Botín, el abuelo de los Botín actuales. “Hoy es la corrida de los periodistas”, le decía un Blasillo forgiano a su compañero de fatigas, paseantes por una ciudad sin edificios. “¿Por dónde los corren?”. “Por doquier”. Se hacían eco de un periodismo de combate, muy minoritario, que sufría censuras, arrestos, cierre de medios y, muchas veces, palizas. ¡Políticos del viejo régimen que abandonan un barco que parecía hundirse, cientos de curas en una cárcel de Zamora, pintadas contra el líder de los obispos, el cardenal Tarancón —”Tarancón al paredón”—, ETA matando a diario y ruido de sables en los cuarteles! Nada bueno parecía posible. Pero había periodistas y medios que a veces se atrevían a contarlo, contra toda censura. La dictadura trataba de contrarrestarlos con maledicencias. La viñeta de Forges lo retrató con un jovencísimo periodista —por entonces todos éramos jóvenes— subido a un piano, desgreñado, barbudo, flacucho. Su padre le dice: “O depones tu actitud o corro por el barrio la especie de que eres periodista”.

Primavera de 1976. El dictador ha sido enterrado con gran parafernalia, pero nada parece cambiar. De pronto, el rey Juan Carlos, de viaje en Nueva York (26 de abril de 1976), filtra a una reportera de la revista Newsweek la opinión que le merece su primer ministro, el presidente Arias Navarro, franquista de la primera hora (se le conocía como el Carnicerito de Málaga, por la represión que dirigió en esa provincia acabada la guerra): “Es un desastre sin paliativos”, reconocía Juan Carlos I. Tres meses después, elige como presidente a Adolfo Suárez, que lo ha sido todo en el Movimiento Nacional franquista, sobre todo director general de RTVE entre 1969 a 1973. Llega citando a Antonio Machado, un poeta muerto en el exilio: “Está el hoy abierto / al mañana. Mañana, al infinito. / Hombres de España, ni el pasado ha muerto, / ni está el mañana en el ayer escrito”.

Empieza el tiempo de José Luis Balbín, un periodista legendario desde todos los puntos de vista, fallecido el miércoles a los 81 años. Asturiano de Pravia —”el pueblo del general Riego”, le gustaba presumir—, ha estudiado Derecho y Periodismo en Madrid sin apuros económicos, hace amistad con compañeros que iban a hacer carreras sobresalientes —Rodolfo Martín Villa, Fernando Suárez, José María Otero, entre otros— y entra con apenas 22 años a escribir editoriales en la afamada Página Tres de Pueblo, otro diario de la tarde en Madrid, el periódico de los sindicatos verticales. Pronto es su corresponsal en Alemania y, más tarde, en París. Como ha salido de España sin hacer el servicio militar, es reclamado de mala manera como un prófugo sospechoso. Cuando regresa, a la fuerza, sufre el primer episodio de ostracismo.

La clave, gloria y caída

La carrera profesional de Balbín no es solo La clave, pero el mítico programa, con sus glorias y caídas, lo marcó de por vida. Siempre en polémica, suprimido muchas veces y renacido según los vientos de la política, la primera temporada, en el otoño de 1976, solo duró 12 semanas. Iba a tratar el tema de los caciques. Regresó pronto. El Gobierno Suárez se convenció de que un programa como el de Balbín, con audiencias inimaginables ahora, era la mejor manera de explicar al pueblo las ventajas de una democracia que se abría paso con dificultad.

Cuando Miguel Ángel Toledano hizo a Balbín el encargo de pensar en un programa de debate —”¿Te apuntas?”, lo retó el director de TVE—, en España no había tertulias en los medios. La clave fue una novedad, objeto entonces de bromas y maledicencia. Hoy son plaga. La fórmula ideada por el periodista asturiano era, además, extravagante. La clave empezaba con los invitados formando un corro, conversando de espaldas al espectador, de pie, sin prisas, mientras sonaba una música compuesta para el programa por Carmelo Bernaola. Después, venía una película escogida sin trabas por Carlos Pumares, sobre el tema que iba a desarrollarse más tarde: la corrupción, el juego, el marxismo, el divorcio, los dineros de la Iglesia, la OTAN, el Opus Dei, la homosexualidad, la droga, el aborto, los libros, la Constitución, la brujería, los emigrantes…

El escenario incitaba al reposo y el debate se desarrollaba sin prisa, hasta altas horas de la madrugada del sábado. Balbín fumaba en pipa y hablaba poco. Los invitados, que volvían de cenar mientras los espectadores disfrutaban de la película, no alzaban la voz, no se interrumpían, no se zaherían. En todos los programas solía haber invitados extranjeros de primerísimo nivel, como Olof Palme, Noam Chomsky, Bernard-Henri Lévy, Truman Capote o Gore Vidal. La traducción simultánea no solo no molestaba al espectador, sino que resultaba atractiva. La lista de los participantes españoles de la política, la ciencia y la cultura era también sobresaliente: Tierno Galván, Ramón Tamames, Alfonso Guerra, Julio Anguita, Santiago Carrillo, Federica Montseny, Severo Ochoa, Lidia Falcón, Gustavo Bueno, Santiago Amón o Ángel González.

La corrupción, punto final

Pese a esa pluralidad, La clave fue el gran dolor de cabeza de los sucesivos directores generales de RTVE que lo soportaron entre 1976 a 1985, en el mejor sentido de la palabra soportar y sostener. Otros lo detestaban, pero no se atrevieron a suprimirlo del todo. Lo hizo definitivamente José María Calviño cuando gobernaba el PSOE, aquellos años con una mayoría aplastante en gran parte de las instituciones políticas, sobre todo en el Congreso y el Senado. Creyeron poder soportar el escándalo de eliminarlo. El programa vetado iba a debatir sobre la corrupción, con Alonso Puerta en el centro de la disputa. Había sido concejal socialista en Madrid, tenía denuncias que hacer y fue más tarde uno de los fundadores de Izquierda Unida. Se emitieron 408 programas y solo unos pocos no lograron llegar a los hogares.

Tertulianos previsibles o gritones

“En las tertulias actuales ya sabemos lo que van a decir todos”, solía quejarse Balbín. “Gritan, se interrumpen, se insultan, tratan de temas sobre los que no son expertos”. Presumía, entre todas, de la que moderó sobre el Estado social junto a Santiago Carrillo, Manuel Fraga, Alfonso Guerra, Miquel Roca, Xabier Arzalluz y Agustín Rodríguez Sahagún. Resistente y gran dialéctico, de una enorme cultura, que exhibía con gran simpatía —recitaba versos o contaba chistes con gracia portentosa—, supo sortear los tira y afloja, sin ceder en su independencia. No fue un camino de rosas porque convivió con directores generales muy distintos, en ideología y carácter, como Rafael Ansón, Jesús Sancho Rof, Fernando Arias-Salgado, Carlos Robles Piquer, Eugenio Nasarre, Fernando Castedo y José María Calviño. Con este había convivido sin estridencias, incluso como su director de los Informativos de TVE, desde donde Balbín demostró una especial originalidad cuando nombró a Luis Carandell y a Víctor Márquez Reviriego cronistas de las Cortes (Carandell en el Congreso, Reviriego en el Senado) para que ejercieran a la manera de Wenceslao Fernández Flórez. Duraron muy poco.

El prestigio de Balbín fue inmenso, y nunca declinó. Año tras año fue acumulando todos los premios que se conceden a la profesión periodística. Cuarenta años después, pasear a su lado era un continuo parar. Reconocido por jóvenes y mayores, mujeres y hombres le pedían autógrafos o lo felicitaban por haberles facilitado crecer cada fin de semana como mejores ciudadanos, gracias a un programa que fue termómetro fiel de una sociedad en construcción tras el largo apagón de la dictadura franquista.

25 Junio 2022

La pipa de Balbín

Javier Redondo

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EN 1996, el sociólogo Bourdieu publicó Sobre la televisión, basado en un experimento ruinoso: explicar en televisión aspectos socioculturales y evitar que la audiencia dispusiera de estímulos distractivos. En la pantalla sólo aparecía el busto parlante -sin más atributos que su saber- sobre fondo gris; todo neutro, incluida la monotonía de su voz. Que Bourdieu se planteara en los 90 la posibilidad de que la TV priorizara la palabra y se sustrajese del entretenimiento resulta enternecedor. Sartori, más realista, redujo después sus intervenciones a dos minutos, tiempo en que cifraba la capacidad de atención sin descuidos. En Homo videns sostiene, de otro modo, que el sofista ha derrotado al socrático: lo decisivo es la construcción de la interpretación de un fenómeno; no la indagación sobre los hechos. También sugiere, posplatónico, que nuestra caverna es la pantalla: vemos las sombras y lo que hacen; transportan reliquias y objetos por el tabiquillo…

Lo que va de Balbín a hoy en el plató son cuatro cosas: el uso del tiempo, pues Balbín dedicaba La Clave a un único tema; la ausencia de público, que con su aplauso dicta veredicto inapelable sobre el criterio y opinión más populares; la música, rótulos e imágenes que acompañan hoy las intervenciones para reconstruir el contenido del discurso, en manos del productor; que el político se ha igualado con el comunicador y participa de la función -contribuyó sin querer al desprestigio de la política, creyendo erróneamente que se aproxima a la audiencia- [«No soy un político comentarista», anunció Feijóo en el reciente retorno de la edad adulta] y, por último, el sentido de la segmentación. Balbín trataba de que la audiencia se forjara un criterio sobre los hechos con la ayuda de periodistas -que proporcionaban información- y académicos o ensayistas -que nutrían de enfoques y nociones-. No disponía a sus invitados en trincheras, de modo que los juicios se podían cruzar y policromar; no eran de ida y vuelta. Balbín moderaba: templaba, ajustaba y arreglaba; evitaba el exceso. No era un jefe de pista. En La Clave de Balbín no había ruido. Su pipa es la Transición, concordia y sosiego; no división, populismo.

Balbín no sabe que me prendé de esto cuando escuché su voz en la radio. Un día la encendí antes de que comenzara la hora del deporte. Estaba en el uso de la palabra. Atendí un rato a la tertulia. Era en la rutilante e incómoda Antena 3 radio. Ya no dejé nunca de escuchar. La conversación es un placer: escrito en el día de San Juan.

02 Julio 2022

‘La clave’

Fernando Savater

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Hoy añoramos al gran José Luis Balbín, pero sobre todo a aquellos ciudadanos que disfrutaban con un programa como el suyo

Guardo de La clave, aquel programa emancipador de comienzos de nuestra democracia, muchos recuerdos entrañables y divertidos. Siempre envueltos en respeto, porque fue un espacio eminentemente respetable como ya no hay ninguno y porque yo era muy joven y aún respetuoso cuando fui invitado varias veces a él. Allí conocí personalmente a Bernard-Henri Lévy, con el que me fui de copas después de presenciar el vapuleo que dio a comunistas y socialistas que le cayeron en suerte esa noche. Raimon Obiols estaba entre ellos y B-HL me preguntó quién era. Le presenté como el Felipe González de los socialistas catalanes y comentó: “il doit faire de progres” (aún debe progresar). En cambio, me frustró no encontrarme con Herbert Marcuse (perdonen, soy de mayo del 68), principal invitado de un programa sobre los intelectuales en el que también debía participar yo. Marcuse voló de EE UU a Alemania, antes de venir a Madrid, y en Starnberg sufrió una hemorragia cerebral que en pocos días le costó la vida. Me contó Balbín que en su lecho de muerte insistía en devolver a La clave el importe de su billete de avión, puesto que no podría asistir… Fue sustituido por Truman Capote, de modo que en cuestión de mitología intelectual no salí perdiendo demasiado. Otro invitado, todo un descubrimiento, fue Jean d’Ormesson. Sartre acababa de fallecer y un periodista le preguntó cuál consideraba su obra principal. D’Ormesson, respondió, admirablemente: “Más que una gran obra memorable ha dejado innumerables muestras de un enorme talento”. A un pipiolo como yo esa serena precisión le impresionó como el aria de un gran tenor…

La clave acabó cuando los prebostes socialistas se sintieron amenazados por su libertad. Hoy añoramos al gran Balbín, pero sobre todo a aquellos ciudadanos que disfrutaban con un programa así.