3 enero 2000

Poseía el título de Condesa de Barcelona

Muere María de las Mercedes de Borbón, madre del Rey Juan Carlos

Hechos

El 2.1.2000 falleció en Lanzarote Dña. María de las mercedes de Borbón y Orleans.

Lecturas

Mercedes de Borbón y Orleans falleció en Lanzarote rodeada de toda la Familia Real.

03 Enero 2000

La gran mujer que pudo reinar

Jaime Peñafiel

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Ha muerto la madre del Rey que podía haber sido reina madre.

La noticia de la muerte de Su Alteza Real Doña María de las Mercedes de Borbón y Orleans, a pesar de los 90 años cumplidos el pasado 23 de diciembre, ha sorprendido a los españoles en la misma medida que a la Familia Real, ya que nadie hacía presagiar tan repentino final de una de las vidas de trayectoria más dramática no sólo sobrellevada, sino superada, con una admirable dignidad.

La condesa de Barcelona, popularmente conocida como Doña María, no nació en Sevilla, como aparece en muchas biografías, sino en Madrid, el 23 de diciembre de 1910, en el número tres del Paseo de la Castellana, hoy sede del Ministerio para las Relaciones con las Autonomías. Y lo hizo, exactamente, en una salita que más tarde sería el despacho del almirante Carrero Blanco y de Carlos Arias Navarro, cuando éste fue designado presidente del Gobierno, dos figuras no precisamente apasionadas por la Monarquía.

Lo que sucedió es que, cuando la niña tenía sólo ocho años de edad, se trasladó con su familia a Sevilla donde su padre, el infante Don Carlos de Borbón, fue nombrado capitán general. Y allí se convirtió en la más sevillana de los no nacidos en Sevilla.

No había cumplido 21 años cuando la proclamación de la República, el 14 de abril de 1931, obliga a sus padres a exiliarse, como todos los miembros de la Familia Real. Y es en Italia donde María de las Mercedes se vio obligada a allegar fondos a su casa y a ganarse la vida realizando trabajo de miniado. Difícil subsistencia.

Pero en Roma no todo fue triste y negativo. Allí, conoce, un 14 de enero de 1935, al primer y único amor de su vida. El milagro se produce en el transcurso de un baile, en Villa Saboya, con motivo de la boda de la Infanta Beatriz, hija del rey Alfonso XIII, con Alejandro de Torlonia. Al mismo evento asiste el infante Don Juan de Borbón, Príncipe de Asturias, un oficial de la Marina británica, por concesión del rey inglés, que está haciendo prácticas en el destructor Winchester.

Don Juan se encuentra esa noche con una prima que no recordaba haber visto jamás, joven, alta, rubia y de bellísimos ojos de la que se enamora apasionadamente. Y en aquel baile se prometen aunque nadie lo sabe. Fue un mutuo flechazo.

Una vez incorporado a su destino naval, Don Juan escribe a María de las Mercedes su primera carta de amor. Pero ante su sorpresa, no es ella quien le contesta, sino el padre, el infante Don Carlos que, sin respeto a la intimidad de su hija ha interceptado la correspondencia.

El autoritario padre, que así se las gastaban entonces, no autoriza las relaciones hasta que se cumplan dos condiciones. Primero, como hombre, Don Juan, debía tener seguridad en la firmeza de sus sentimientos. Segundo, como Príncipe de Asturias, debía obtener la aprobación del Rey, su padre. Mientras tanto, aquel noviazgo, contaría con la oposición del padre de la novia.

Como es bien sabido, todo se superó. El 12 de octubre de 1935, en la Basílica de Santa María de los Angeles de Roma, se celebró la boda del Príncipe de Asturias y la Infanta María de las Mercedes, que lo era desde su nacimiento, por concesión de Alfonso XIII.

El exilio, como quien dice, no ha hecho más que comenzar. La Guerra Civil española agrava aún más la situación y aleja la posibilidad de un regreso a la patria. Don Juan lo intenta ofreciéndose al general Franco después de convencer a su joven esposa: «Tranquilízate María. Tú amas tanto como yo a España. Sobre todas las cosas. Y te avergonzarías, como yo, si cuando se están muriendo tantos españoles, yo permaneciera insensible».

No pudo ser. El general Franco, por motivos espurios, se negó a aceptar tal gesto de generosidad. Y el exilio continuó lleno de privaciones difíciles de creer.

Para empezar, Doña María de las Mercedes y su familia, viven en una modesta casa en Viale di Parioli, propiedad del cantante Tita Ruffo, en cuyos bajos hay abierta una peluquería, una perfumería y una droguería.

Aquí nacería, el5de enero de 1938, el hoy Rey de España, el Príncipe Juanito.

Por entonces, ya había nacido, en Cannes, el 30 de julio de 1936, la Infanta Pilar.

Pero la mala suerte familiar llegaría con el nacimiento, el 6 de marzo de 1939, de Margarita, una hermosa niña, pero ciega.

Fue la primera de las numerosas tragedias que asolarían la vida de Doña María de las Mercedes. Aún le quedaría que sufrir el más duro golpe que una madre es capaz de soportar: la muerte de su cuarto hijo, el Infante Don Alfonsito, nacido el 3 de octubre de 1941.

No había cumplido el Infante aún los 15 años, cuando un accidente, mientras jugaba con una pistola con su hermano Juan Carlos, de 18 años, acabó con su vida. El arma estaba cargada sin que los niños lo supieran, se disparó accidentalmente y provocó la muerte del niño que recibió un tiro en toda la frente. Como para volverse loca.

A estas tragedias hay que añadir los ataques llenos de insultos, difamaciones e infamias que desde el Régimen y a todos los niveles, se prodigaban contra su esposo, el conde de Barcelona, a quien Franco engañó en reiteradas ocasiones.

De todo esto era silente testigo Doña María, siempre a la sombra de su esposo, callada y sufridora.

Como si aún no hubiera sido suficiente, el 22 de julio de 1969, se ve impotente de impedir el enfrentamiento entre padre e hijo, entre Don Juan y Don Juan Carlos.

Aquel día, cuando el entonces Príncipe llama por teléfono a Estoril a Villa Giralda para comunicar que «Franco se ha decidido y me ha nombrado sucesor a título de rey», el jefe de la Casa Real española cree que su hijo le ha traicionado y, no quiere ver ni entender, lo que entre lágrimas intenta explicarle llena de dolor, su esposa, y es que no había otra salida, que Juanito lo ha hecho por salvar la institución y que el general no le ha permitido ni consultar con su padre… o lo toma o lo deja.

Pero todo en balde. Don Juan no atiende a razones porque se siente traicionado y rompe con su hijo.

Aquí se hallaba esta esposa sacrificada y doliente, y esta madre excepcional, intentando que la brecha no fuera más allá de lo humanamente aceptable. Son varios meses intentando recomponer la relación entre padre e hijo. Nunca hubo quien sufriera tanto.

Pero al final, el 14 de mayo de 1977, se produce el milagro. Don Juan de Borbón, hasta ese día jefe de la Casa Real Española, renuncia a todos sus derechos históricos y dinásticos, en favor de su hijo en el transcurso de una ceremonia triste y mezquina. El presidente Suárez y Torcuato Fernández Miranda impidieron la elección de un escenario digno, como era el Palacio Real, que tan generoso gesto merecía y que Don Juan había pedido.

Y allí estaba Doña María, junto a su esposo y junto a su hijo. Como lo había estado siempre. En lo bueno y en lo malo. No podía faltar el sobresalto del 23-F, del que supo cuando, encontrándose en Estoril, regresaba del cine en compañía de su esposo. «Han dado un golpe de Estado», le dijo un ayudante y hasta que compareció su hijo el Rey en TVE creyó morir.

Dios le ha permitido a parte de larga vida morir en paz, rodeada de toda la Familia Real hijos, nietos y hasta biznietos. Desgraciadamente, no podrá ver, nunca, casado a su nieto el Príncipe Felipe, el heredero. Y también, el cumpleaños de su hijo, que el próximo miércoles celebraría su 62 aniversario.

Con todos los honores sus restos reposarán en el Panteón de Reyes de El Escorial, como una Reina de España que moralmente lo fue.

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Doña María de las Mercedes de Borbón y Orleans nació el 23 de diciembre de 1910 en Madrid y murió ayer en Lanzarote de forma repentina.

03 Enero 2000

Doña María

Javier Tusell

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Cuando Jesús Pabón, eminente historiador que fue delegado de la causa monárquica en España, tuvo su primer encuentro con quien habría de ser nuestro actual Rey, escribió en sus notas íntimas que le parecía más un Orleans que un Borbón. Tal juicio nacía, en quien lo hizo, no sólo de la apariencia física, sino de su conocimiento de lo que habían sido rasgos destacados de esa dinastía: la simpatía espontánea y la llaneza en el trato.Hay personajes de las familias reales que cruzan la historia como de puntillas, pero de los que cabe pensar que han tenido una influencia que algún día podrá ser valorada en sus términos precisos. Doña María de las Mercedes de Borbón y Orleans sólo aparece, sin especial protagonismo, aunque siempre como personaje importante, en las ya numerosas biografías escritas sobre su marido y su hijo. De otros textos, más superficiales pero más específicamente dedicados a ella, se extrae sustancia histórica a partir de anécdotas de apariencia irrelevante para apreciar su perfil histórico.

Doña María conoció a don Juan de Borbón en Roma con ocasión de la boda de la infanta Beatriz, hermana de Alfonso XIII, con el príncipe Alejandro de Torlonia en 1935; meses después se casaron en la misma ciudad, teniendo ella 24 años y su marido 21. Era la tercera hija de don Carlos de Borbón, príncipe de Dos Sicilias, y de doña María Luisa de Orleans. Su padre, que, siendo capitán general en Sevilla, mostró una actitud reticente frente a la dictadura de Primo de Rivera, había estado casado en primeras nupcias con doña María de las Mercedes, hermana mayor de Alfonso XIII, quien para ella siempre fue «el tío Rey».

Tras su matrimonio, doña María siguió el rumbo que las circunstancias marcaron para su marido. Importa señalar que la biografía colectiva de la familia real española abunda en episodios en los que predominan las dificultades. La espontaneidad de doña María le hizo, pasado el tiempo, dar cuenta de ellas en ese género de entrevistas que, en general, resultan poco propicias a citar asperezas políticas o dificultades personales. Sobre los años de la estancia en Portugal citó algunas ausencias de quienes, por su pertenencia a la nobleza, debían haber estado más cerca. A veces incluso hizo alguna mención a problemas materiales («íbamos como sardinas en lata», dijo de una embarcación que les prestaron). Evitó, en cambio, juicios agrios relativos a Franco, pero, de forma inevitable, se le escapaban. El general, «una vez más, no se portó bien», aseguró en relación con la Ley de Sucesión. «Siempre pasaba igual», añadió en relación a las entrevistas con su marido. «Juan iba con toda sinceridad de buena voluntad y, aunque fueran bien, al final le hacían una mala faena». «Yo, que creo que soy capaz de perdonar todo», llegó a decir, «nunca pude perdonar a Franco» lo mal que se portó con los suyos; no sólo con su marido, sino con su familia sevillana, de la que permaneció tanto tiempo alejada.

Hubo un momento, no tan lejano en el tiempo, en que doña María jugó un papel esencial en la historia de España. De sus declaraciones parece deducirse que don Juan daba por perdida la posibilidad de que Franco le nombrara un día como sucesor. Resulta probable que fuera así, pero la decisión de 1969 debió resultar ofensiva para el preterido y creó una incomprensión, breve pero dura, entre padre e hijo. Un conflicto como aquél sólo el afecto maternal podía liquidarlo y ella supo cicatrizar la herida. «Juan era todo corazón y en las adversidades se crecía», explicó; «aunque hubo quien quiso malmeter, él no quiso hacer nunca nada contra su hijo». Pero también se refirió, como de pasada, a la dificultad de la situación, separada por tanta distancia de su hijo. «Yo», añadió, «le llamaba por teléfono de vez en cuando, pero se nos partía el corazón y preferíamos escribirnos». Aquellas llamadas y aquellas cartas influyeron, sin duda, en el destino colectivo de los españoles.