23 febrero 1982

Los acusados encabezados por el General Milans del Bosch se negaron a comparecer si el director de DIARIO16 estaba presente en la sala

Pedro J. Ramírez (DIARIO16) expulsado del Juicio del 23-F tras publicar acusaciones extrasumariales contra Álvarez Arenas

Hechos

  • El 23 de febrero de 1981 DIARIO16 publicó un reportaje sobre el 23-F que incluía acusaciones extrasumariales contra uno de los acusados. Al día siguiente el Tribunal ordenó la expulsión de la sala y la retirada de acreditación en el juicio al director de ese periódico, D. Pedro J. Ramírez.

Lecturas

El 23 de febrero 1982, día del aniversario del golpe de Estado del 23-F que coincide con el inicio del Consejo de Guerra que juzga aquellos hechos, el periódico Diario16 dirigido por D. Pedro José Ramírez Codina, donde se publican nuevas acusaciones que no figuran en el sumario contra uno de los acusados del juicio, Álvarez-Arenas. Los acusados considerarán aquello una provocación y se negarán a comparecer en el juicio si en la sala está presente D. Pedro José Ramírez Codina, llevando al Tribunal del Consejo de Guerra a retirarle la acreditación y le expulsa de la sala. Los directores de El Alcázar (Antonio Izquierdo Ferigüela), del Ya (José María Castaño Gómez del Valle), como La Voz del Progreso (Julio Merino González), como Heraldo Español (Fernando Latorre de Felez) publican editoriales contra Ramírez Codina por buscar notoriedad a base de provocar y responsabilizan a UCD por permitirlo como accionista de ese medio. En la misma línea se sitúan  Ricardo de la Cierva Hoces en Ya y Juan Blanco Ortega en El Alcázar, que se burla de que el dirigente de UCD Miquel Domenech Martínez se solidarice con Ramirez Codina, dado que era, precisamente, uno de los consejeros de INPRESA, la editora de Diario16 en representación de las acciones de UCD.

El periódico Diario16 se limitará a replicar al Ya en su editorial del día 27 criticando su radicalización  y, en una carta dominical D. Pedro José Ramírez Codina calificará de ‘fanático’ a Izquierdo Ferigüela y de ‘maldad’ a De la Cierva Hoces, los únicos a los que citaría por su nombre.

23 Febrero 1982

ASÍ ASALTAMOS EL PARLAMENTO

DIARIO16 (Director: Pedro J. Ramírez)

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Un diario, cuyas opiniones resultaban ya sospechosas para el conjunto de la clase militar, ha ha publicado unas supuestas revelaciones con graves acusaciones contra uno de los encausados. Lo hace una publicación con apoyos financieros del partido mayoritario, sin los cuales, seguramente, no le resultaría fácil hacer esos alardes tipográficos.

1,30 de la madrugada, cuando Tejero comienza a perder las esperanzas en que llegará su anunciada autoridad militar, por supuesto, recibe un refuerzo inesperado: una columna de la Policía Militar de Brunete que, a las órdenes del comandante Pardo Zancada y el capitán Álvarez-Arenas, entra en el congreso y se suma a los golpistas. Uno de los soldados que formaban parte de aquella columna cuenta con todo detalle la operación. Bajo el nombre supuesto de Miguel García revela una nueva e insólita dimensión del 23-F.

“Cuando te amenazan con pegarte un tiro en la nuca si das un paso atrás, no piensas en las Reales Ordenanzas Militares, confiesa Miguel García, uno de los miembros de la compañía de la Policía Militar que, al mando oficial del comandante Pardo Zancada, se unió a los golpistas en la noche del 23 de febrero…”

Aquel día, sobre las cinco y medio de la tarde, ya había un movimiento inusitado en los cuarteles que la División Acorazada de Brunete número 1 tiene en el Pardo. Los soldados, con la perspicacia que da la rutina, pensaron que algo grave está pasando: “Había mucha movida, como decimos entre nosotros”.

Miguel García, que estaba en Madrid cuando se enteró del golpe, volvió rápidamente al cuartel. “Entre los soldados había una gran expectación y un cierto temor”. Los oficiales y suboficiales, en dependencias aparte, discutían sobre los acontecimientos.

Desde el primer momento destaca entre los oficiales la figura de Álvarez-Arenas, personaje clave en los acontecimientos de aquella noche, según Miguel García, que lo recuerda como ‘un hombre que se movía por impulsos espontáneos. Un niño grande. La otra vertiente era la de una persona que ahora estaría considerada como héroe si hubiera triunfado el golpe’. La Policía Militar recibe la orden de acostarse con sus armas y vestida. El capitán Álvarez-Arenas lo deja todo claro: “Prohibido separarse de los subfusiles. Prohibido quitarse las trinchas o desabrocharlas. Prohibido escuchar la radio…”. (…)

En la nuca

Después de unos diez minutos de espera, la Policía Militar baja de los coches.

Álvarez-Arenas se dirige de nuevo a sus soldados: “Al que dé un paso atrás le disparo personalmente en la nunca”. Después ordenó a los que estaban en cabeza ‘seguir andando hacia las puertas del edificio nuevo del Congreso”.

Miguel García asegura que pudo escuchar perfectamente esta conversación entre Pardo y Álvarez.

Pardo – ¿Pero qué haces? ¿Dónde les llevas? (Preguntó mientras se dirigía hacia el capitán con muestras de desconcierto)

Álvarez – No te preocupes, Ricardo, sólo les llevo dentro para que no pasen frío.

Principio del fin

Álvarez-Arenas ‘sabía que a Tejero no podía engancharle de frente. Al fin y al cabo, se trataba de un superior’.

La única posibilidad era convencerle no sólo del fracaso del golpe, sino “demostrarle palpablemente que ya no tenía poder sobre sus propios hombres”. En efecto, En efecto, Tejero no podía tener certeza en la fidelidad de su 288 guardias por varias razones.

Hacia las diez de la mañana, algunos guardias civiles golpistas saltan por una ventana. Según Miguel García, ‘lo que no se ha explicado es que Álvarez-Arenas los estaba ordenando saltar’.

Con esta maniobra, Álvarez-Arenas ganaba puntos frente a Tejero. Infentó demostrarle que ya ni sus propios hombres le obedecían. Tejero debía rendirse con determinadas condiciones.

Un par de horas después se consuma, en efecto, la rendición. Acaba la aventura de Tejero y, paralelamente, la de los policías militares, única representación de la Brunete que se había unido a los golpistas.

24 Febrero 1982

Más arriba de la locura

Antonio Izquierdo

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El 33 por ciento de sus acciones de DIARIO16 pertenecen a la UCD, el partido del Gobierno, lo que podría explicar la generosa lluvia de millones de pesetas que han ido cayendo sobre él. Pedro J. Ramírez es un pobre diablo dedicado a la delación.

Los incidentes protagonizados por el director de DIARIO16 en el Servicio Geográfica Militar, antes de que se iniciase la sesión del martes en la vista del Juicio por el Pronunciamiento Militar del que se cumplía ayer un año, revisten una grave importancia que excede a la usual irresponsabilidad importancia que excede a la usual irresponsabilidad de Pedro J. Ramírez. He sido tantas veces destinatario de las felonías fabricadas en esa redacción que, en esta hora, resultaría por mi parte una generosidad la utilización de cualquier adjetivo. Prefiero ir a los hechos: si el periodismo se ejercitase con la noble y culta responsabilidad de otros tiempos difícilmente J. R. podría aspirar a ocupar un puesto de gacetillero en la más modesta redacción de España. Pero, dicho esto, me apresuraré a declarar que lo preocupante de DIARIO16 no reside en la manifiesta irresponsabilidad o en la insolencia de su director, sino en lo que puede esconderse detrás del periódico. Es un tema, cuando menos, curioso, al que deseo dedicar una atención preferente en los próximos días.

De momento, el 33 por ciento de sus acciones pertenecen a Unión de Centro Democrático, es decir, al partido del Gobierno, lo que podría explicar la generosa lluvia de millones de pesetas que han ido cayendo sobre DIARIO16. Este tercio, suficiente para ostentar la mayoría en consenso, está representado por hombres como Gabriel Arias Salgado, Javier Rupérez y otras personas destacadas, entre las que figura Miguel Doménech, presidente de los centristas de Madrid y cuñado de Calvo-Sotelo. Esta circunstancia le hace ser el periódico del Gobierno, el diario oficioso, el boletín oficialista…. Sigue en importancia de participación, un 10 por ciento de acciones reservados a un sector que se corresponde con el origen educativo de los hombres que figuran en los puestos de mayor responsabilidad del diario desde J. Ramírez, a Justino Sinova, pasando por su ex director, Miguel Ángel Aguilar… ¡Y otros muchos!

¿Por qué ese animilitarismo permanente, machacón, de ese periódico, referido, cuanto menos, al os cuadros de mandos que por razones de honor son fieles a su propio origen castrense? La explicación resulta tan evidente que apenas si necesita subrayados: en España, desde 1977 gobierna UCD y manda el marxismo con una u otra fisonomía. Es el consenso. En DIARIO16 gobierna, teóricamente, un Consejo de Administración con mayoría ucedista y manda el consenso con una variante sobre la versión de ese mismo consenso a escala política: la insinuosa infiltración de quienes, por una u otra razón, tienen mayores motivos de gratitud para el Régimen de Franco que cualquier otro grupo político de aquel desaparecido sistema. Por ahí, por ahí van las tesis de la Operación Sol y Sombra.

J. R. – el ‘loco de arriba’ como le llaman con desenfado los alegres leones de García Merás – es un pobre diablo dedicado a la delación, al fondo de reptiles, erguido como un fantoche sobre la omnipotente osadía que produce en odo tiempo y lugar, la ignorancia. No puede manchar el director de DIARIO16 el honor del os hombres que comparecen ante un Tribunal Militar: le falta todo, absolutamente todo para tal atrevimiento. No posee nada. La felonía cometida por DIARIO16 contra el capitán Álvarez-Arenas tiene más altas responsabilidades: su Consejo de Administración, las entidades que están representadas en ese Consejo de Administración y quienes dispensan sin grandes ni pequeños reparos, ríos de dinero para que DIARIO16 siga impunemente mintiendo, falseando, injuriando y atentando al honor de los españoles.

Antonio Izquierdo

26 Febrero 1982

La Provocación

Ricardo de la Cierva

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La provocación y la manipulación están clarísimas. No entiendo la implicación dramática , tantas veces denunciada, del Gobierno y su partido en el Consejo de Administración del diario protagonista.

Una de dos, o el director de DIARIO16 no previó la inevitable reacción que suscitaría en el tenso ambiente del proceso la acusación extra sumarial e innominada, a uno de los militares procesados a quien se afirma, sin la menor prueba y con todos los síntomas de la manipulación premeditada y alevosa, que coaccionó a sus subordinados con la amenaza de un tiro en la nuca – un capitán del Ejército español, titular de un apellido castrense cargado de prestigio – o el director de DIARIO16 si que previó la inevitable reacción. En el primer caso es un irresponsable; en el segundo un provocador. No veo tercer término al dilema, aunque, ante las declaraciones del interesado, publicadas en otro medio, parece confirmarse que el citado y maldito reportaje, redactado hace meses, se conservaba oculto como una carga de tiempo ‘hasta encontrar una oportunidad para publicarlo, que nos pareció – subrayo nos pareció – que era el aniversario del intento’. Se trata, por tanto de una provocación. Sin embargo un prestigioso titula en primera: ‘Los procesados del 23-F provoca el primer incidente’. Atrapados y fulminados por su trágico desliz, los verdaderos promotores del incidente – ¿por qué voy a renunciar yo al plural si ellos lo utilizan? – tratan torpísimamente de manipulaciones que bate incluso los anteriores récords inaccesibles de la prensa amarilla. Un titular objetivo del Herald Tribune. ‘Director español expulsado por el Tribunal militar que encausa el golpe’ se esgrime como un grito de solidaridad además de traducirse tope spanglish.

La comedida y reticente nota de la Asociación de la Prensa, que consiste fundamentalmente en una crítica de la irresponsabilidad y de la impunidad, se interpreta, convenientemente mutilada, como un gesto de solidaridad incondicional. No se subraya la prudente actitud de políticos y parlamentarios, incluido Felipe González, abrumadoramente condenatoria respecto a los auténticos provocadores, y se miente con descaro al atribuir a sólo dos periódicos de Madrid la insolidaridad con el autor del estropicio, cuando todos hemos podido leer en la página 2 de ABC que ‘una entrevista innominada de atribución problemática y fecha imprecisa, puede interpretarse como un acto de irresponsabilidad informativa’, y más grave aún, que ‘un texto periodístico de esta naturaleza puede poner en cuestión la solvencia de la Prensa como tal’. Cuando todos hemos subrayados en la página 8 de EL PAÍS que ‘la extensión de la frivolidad hace peligrar las leyes mismas’, tras criticar a quienes ‘enfatizan proclamas sobre la propia libertad mientras ponen en juego la de todos’. O la manipulación suprema de presentar al Presidente del Consejo General de la Abogacía como solidario con el provocador, especia tajantemente desmentida, con su firma, por el insigne jurista.

Huir hacia adelante, apelar a los voceros exteriores de la España negra, derribar las columnas para que las ruinas del templo sepulten a todos: he ahí la táctica. Presentarse como víctima, y perdonar generosamente al Tribunal Militar si éste repara previamente la ‘ofensa’. Jamás se había contemplado tal osadía en la historia de nuestra Justicia militar. Pero a la vez de presionar, querer intimidar incluso a la Sala de Justicia militar. Pero a la vez presionar, querer intimidar incluso a la Sala de Justicia y agraviarla entre comillas con una exhibición de insolencia que rebasa no ya los arrasados límites de lo responsable, sino los mismos umbrales de lo creíble: ‘Fui expulsado del antiguo almacén de papel del Servicio Geográfico del Ejército…, convirtiéndome así… en el primer condenado de la vista de la causa 2/81. ‘Mi condena llegaba… sin posibilidad de ejercer derecho de defensa alguno’. Toda una exhibición de respeto a la soberanía, a la dignidad y a la independencia del Poder Judicial, mientras los clásicos portavoces del antimilitarismo aprovechan el evento para predicar otra vez su exigencia de sumisión del poder militar al poder civil, como si hubiera, en la España constitucional y democrática, algo más que un solo poder común.

La provocación y la manipulación están, pues, clarísimas. Hay, sin embargo, dos hechos que no comprendemos casi nadie. Primero que un director general de la Secretaría de Estado para la Información y el nuevo director de la Oficina de Prensa del Ministerio de Defensa se reuniesen a cenar con el provocador la misma noche de la agresión, dando pie a que los manipuladores interpretasen el gesto como un apoyo institucional y no como lo que fue: una metedura de pata de orden cósmico, en la que no participó un representante institucional con sentido político infinitamente más aguzado, el presidente Pedrol. Segundo, la implicación dramática, tantas veces denunciada inútilmente, del Gobierno y su partido en el Consejo de Administración del diario protagonista. ‘No mandamos allí nada, y nuestros consejeros se van a marchar’, me decía hace pocas semanas el presidente Calvo Sotelo cuando le expuse los peligros de tal presencia, que ahora estallan. Ahora ya es demasiado tarde.

Ricardo de la Cierva

28 Febrero 1982

El ‘gran incendio’ de Chicago

Pedro J. Ramírez

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Hace falta ser tan fanático como don Antonio Izquierdo, o tan malvado como don Ricardo de la Cierva – en el mal sentido de la palabra, malo – para continuar acusando a DIARIO16 del desastre desencadenado en el antiguo almacén del Servicio Geográfico del Ejército.

A última hora de la tarde del domingo 8 de octubre de 1871 la señora Leary se dirigió al establo de su casa, situada en Dekoven Street, en el West Side de Chicago. Tenía la intención de ordeñar a su única vaca y portaba para ello una lámpara de queroseno. Cuando se disponía a iniciar su faena, la vaca derribó de una coz la lámpara de queroseno, prendiendo fuego a la paja esparcida por el suelo. El incendio se extendió a la casa de al lado y después a la siguiente. Como soplaba un fuerte viento y la mayoría de las construcciones eran de madera, toda la ciudad fue de pronto una enorme antorcha.

La señora Leary nunca comprendió que algunos exaltados enloquecidos pretendieran responsabilizarla de los 250 muertos y los 200 millones de dólares de pérdida con que finalizó el ‘gran incendio de Chicago’. Aun en el caso de que ella hubiera ocmetido una pequeña temeridad, dejando la lámpra al alcance de la vaca, la culpa del efecto multiplicador de la tragedia no podía ser suya, sino de las autoridades de la ciudad que ni siquiera había sido capaces de proteger a sus moradores contra un accidente casero tan nimio

El más elemental sentido común idnica que cuando existe una desproporción aparatosa entre el origen de un fenómeno y su desenlace, es una simplifación absurda vincularlos con una directa relación causa-efecto, pues es en medio de ambos polos donde realmente se encuentran las claves que explican el proceso.

Hace falta ser tan fanático como don Antonio Izquierdo, o tan malvado como don Ricardo de la Cierva – en el mal sentido de la palabra, malo – para continuar acusando a DIARIO16 del desastre desencadenado el martes en el antiguo almacén de papel del Servicio Geográfico del Ejército.

Cuando al filo de las diez y media de aquella mañana un colega me transmitió los primeros rumores de que los acusados se habían plantado en señal d protesta por la publicación del testimonio de un policía militar, embarcado sin comerlo ni beberlo en el asalto del Congreso, me llevé una de las mayores sorpresas de mi vida.

La historia de ese reportaje ya ha sido convenientemente explicada por Adolfo Salvador, sin duda uno de los miembros más fiables y rigurosos de la nueva generación de periodistas que vuelca todos los días sus afanes e ilusiones en la páginas de DIARIO16. Cuando se habló de la posibilidad de que fueran también procesados los soldaditos de reemplazo de la Policía Militar arrastrados al Congreso por le ansia testimonial del comandante Pardo Zancada, pensamos que el relato de uno de ellos podría tener valor periodístico, pues representaría un punto de vista diferente de lo ocurrido.

Luego, se impuso la cordura y no hubo procesamiento. Como en el artículo ya preparado no había ningún dato o aportación sustancial a lo sobradamente conocido por todos, decidimos ‘guardarlo en la nevera’ en espera de una fecha que diera realce al mero recuerdo de unas viviendas. Esa fecha era naturalmente el aniversario de los hechos. Varios días antes de que se supiera que la vista oral comenzaba el vienres 19 perparamos las páginas especiales para la efemérides del 23-F y optamos por incluir el testimonio del solado, sin imaginar que pudiera tener repercusión alguna en el juicio.

Sobre los escombros de la gran ciudad después de la catástrofe es muy cómodo hablar de la ‘inoportunidad’ de la señora Leary (¿quién diablos le mandaría ordeñar la vaca por la tarde y no por la mañana?) de su ‘imprudencia’ (¿Acaso no sabe usted que las lámparas de queroseno no se tienen que dejar nunca al alcance de las vacas?) y hasta de su ‘frivolidad’ (¿Leray?, irlandeses tenía que ser!… ¡Estos inmigrantes recién llegados ya no saben qué hacer para llamar la atención!). Pero son reflexiones impregnadas de esa pereza intelectual que sólo es propia de los necios.

Estoy seguro de que el artículo sobre el policía militar habría pasado completamente inadvertido, y ni siquiera pendería sobre este periódico la amenaza de una querella, si los procesados y sus defensores no se hubieran amotinado. Y estoy seguro también de que si este artículo no se hubiera amotinado. Y estoy seguro también de que si ese artículo no se hubiera publicado, los procesados habrían encontrado otro pretexto para amotinarse.

Reconozco que fue un pretexto bien elegido. En primer lugar, la confrontación era con la prensa, avanzadilla de la sociedad civil y – como ha subrayado el ‘Times’ de Londres – fiel reflejo del cambio generacional acaecido en nuestra Patria. En segundo lugar, era con DIARIO16, el periódico que mayor atención dedica a los temas militares, desde la perspectiva de que el respeto a las Fuerzas Armadas es compatible con la crítica a aquellos de sus miembros que acutén incorrectamente. En tercer lugar, era con un periodista – este que ahora escribe – cuyas primeras crónicas habrían rezumado un hondo escepticismo frente a la teoría mayoritaria de la defensa de que Armada era el ‘único jefe’ y todos le siguieron porque creían que detrás estaba el Rey.

Algo de esto debí imaginar cuando el segundo día, el coronel San Martín se plantó ante mí en uno de los descansos y me reprochó que la víspera me hubiera referido a algo tan irrelevante como el movimiento de sus piés. Desde el grupo de familiares, alguien preguntó entonces si ‘ya me lo había dicho’ y él respondió que sí.

La segunda gran sorpresa de aquella mañana infausta llegó cuando el presidente decretó nuestra expulsión, haciéndome correr bastante peor suerte que la de la propia señora Leary, quien en realidad no hubo de soportar sino las miradas desaprobatorias de sus convecinos. Comprendo que el tribunal había quedado en una situación muy difícil y que por encima de todo necesitaba encontrar una salida que garantizara la continuidad del juicio, pero nunca pensé que sería a nuestra costa y menos aún haciéndonos pasar el bochorno de una expulsión pública.

Fueron unos momentos imborrables. Nunca en mi vida había oído palabras tan injustas como las proferidas en tono exaltado y cruel por los defensores Gómez García y Escandell. Resultaba que aquellos deshilvanados recuerdos de un muchacho, que habíamos estado a punto de desechar por su escasa relevancia, constituían una ‘gravísima provocación a cualquier persona que tenga el mínimo sentido de la honestidad’ y hasta ‘una injuria gravísima a la totalidad plena de la institución militar’

El anatema del presidente cayó sobre mi como un mazazo. Era una inesperada excomunión profesional, planteada en términos sólo comparables a los de militar a quien arrancan sus galones en la plaza pública, delante de sus compañeros de armas, acusándole de un delito que no ha cometido y con relación al cual ni siquiera ha podido ejercer su legítim o derecho de defensa.

Fue al verme al día siguiente en el lugar principal de la primera página de los periódicos más influyentes de Europa; al reparar como personalidades de la entidad de Camilo José Cela, José María de Areilza o Antonio Buero Vallejo daban un paso al frente para ponerse a nuestro lado; al conocer la reacción de Peter Galliner, portavoz, como director del IPI, de los dos mil periodistas más importantes del mundo libre, y al desesperarme por el bloqueo de nuestra centralita telefónica durante casi setenta y dos horas, cuando superé mi aturdimiento y me di cuenta de la transcendencia de lo sucedido.

Ha dedicado muchas de las últimas horas a reflexionar sobre el caso, tanto en solitario como en compañía de las personas con quienes comparto la responsabilidad de encauzar los pasos del periódico. Nuestra conciencia está tranquila.

Yo he llegado a la conclusión de que si se quieren de verdad conocer las razones de este fuego lo que hay que preguntarse es por qué soplaba tanto viendo, por qué las casas eran todas de madera y, sobre todo porque desde hace meses se nos venía diciendo que hasta la menor incidencia había sido prevista, había sido estudiada y podíamos estar seguros de que sería resuelta.

Quiero decir, en definitiva, que la única persona que me parece que no tenía derecho a reprochar nada a la señora Leary era, querido Alberto Oliart, el jefe de servicio contra incendios.

Pedro J. Ramírez

03 Marzo 1982

El juicio del ’23-F’ o el principio de publicidad

Editorial (Director: Fernando Latorre)

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Sobre el honor del propio Tribunal caerán, estamos seguros, similares calumnias como las que se han vertido desde ese DIARIO16 a uno de los militares implicados en el 23-F y que hoy se sienta en el banquillo

Indudablemente, el pueblo tiene derecho a ser informado de lo que ocurre en la Sala y la Prensa tiene el derecho y el deber – no lo olvidemos – de informar con veracidad de lo que allí acontece, se dice y se hace. Pero ese derecho no puede ser tolerado cuando, en lugar de informar, se deforma diariamente la verdad. Y es sospechoso que sea, precisamente, un órgano del Gobierno, juez y parte en este juicio, el que le manera tal haga una transgresión de la Ley y conculque con sus mentiras y difamaciones el derecho de las personas a un veraz información al mismo tiempo que el derecho de toda persona a la fama y al honor.

Está claro, al menos para una gran parte del pueblo español, que aquí y ahora hay demasiados intereses en desestabilizar la democracia. Pero no son los que se sientan en el banquillo de los acusados los únicos posibles ‘desestabilizadores’, sino los que han provocado a lo largo de la transición a una Institución ejemplar, y pilar de todo sistema, como lo son nuestras Fuerzas Armadas. No somos nosotros, los que añoramos la paz de Franco, los ‘involucionistas’, sino ‘ellos’, los que quieren volver, no a 1960, ni siquiera a 1939, sino a 1931. Porque es palpable y notorio su deseo y su afán por volver a los años de la República, aunque admitan el disfraz de una democracia coronada hasta que llegue el momento de dar la cara públicamente. ‘Ellos’ son los que han dificultado la transición; ‘ellos’, los que han abierto viejas y cicatrizadas heridas. ‘Ellos’, los que han provocado hasta la saciedad y con saña a todos los españoles que habían hecho de su Patria y del Honor principio y guía de su conducta diaria.

No será este el último incidente provocado por los ‘asesinos’ a sueldo de nuestra verdadera libertad, ‘terroristas’ que atentan por la espalda contra el honor de las personas y las instituciones. Y porque sabemos que no será el último, esperamos de quien puede y debe mantenga sobre todas las cosas la independencia del Tribunal, pese a las múltiples presiones que, nos consta, se viene ejerciendo sobre él para que ceda en el uso de sus atribuciones. No es ya sólo el honor de los propios acusados quien está en peligro. Está en peligro el honor del propio Tribunal sobre el que, en un futuro no muy lejano, caerán, estamos seguros, las mismas o similares calumnias como las que se han vertido desde ese DIARIO16 a uno de los militares implicados en el 23-F y que hoy se sienta en el banquillo.

24 Febrero 1982

Libertad de expresión, sí (…pero para todos)

Julio Merino

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Sin acritud y sin animosidad pensamos que el ‘incidente’ ocurrido en el transcurso del cuarto día del juicio del 23-F se veía venir desde hace tiempo. ‘Tantas veces fue el cántaro a la fuente que al final acabó rompiéndose’. Traspasar los límites del buen gusto y creer que la ‘libertad de expresión’ (Y la Democracia) es una patente de corso para andar removiendo lo humano y lo divino lleva – tenía que llevar – inevitablemente a la situación límite.

Lo dijimos ayer, lo decimos hoy y lo diremos siempre: mientras no se acepte que la verdadera democracia es aquella que hace posible la convivencia de ideologías y criterios diferentes, jamás podrá decirse que estamos en democracia. Como hemos dicho también que frente al lado o junto al derecho de informar tiene que estar el derecho a respetar.

No. No es nuestra intención echar leña al fuego… entre otras cosas porque nosotros sí hemos meditado largamente y hemos decidido ‘reconducir’ nuestro comportamiento (¡Que nunca nuestros principios y nuestras ideas!). No es nuestra intención ‘pedir la cabeza’ de nadie – como ellos han hecho con nosotros tan sólo hace unos días – ni acusar a nadie de nada. Incluso lamentamos que las cosas hayan llegado donde han llegado… sobre todo en unos momentos tan difíciles para España. Precisamente, cuando más serenidad y objetividad se necesitan.

Pero, sería mucho pedirnos (¡ahora!) que ‘por solidaridad con un compañero’ o ‘en defensa de a libertad de expresión’ callásemos nuestras protestas y nuestras quejas.

Porque si Pedro J. Ramírez ha podido ser expulsado del local donde se está celebrando el juicio del 23 de febrero es porque Pedro J. Ramírez estaba ‘allí’… cosa que nosotros no hemos podido hacer porque nosotros no estábamos ‘allí’… (¡Ya que la Secretaría de Estado para la Información, creada por un Gobierno que se dice demócrata y que dice defender la libertad y la igualdad, no nos concedió las acreditaciones solicitadas).

Los privilegios y las discriminaciones conducen siempre a la arbitrariedad y al silencio.

Y cuando se dice defender la ‘libertad de expresión’ hay que saber que los demás también tenemos derecho a esa ‘libertad de expresión’. Lo contrario – que es lo que aquí sucede – arrastra siempre al servilismo o a la dictadura. (Y un ‘demócrata de toda la vida’ nunca querrá ser servil ni dictador).

Otra cosa es el fondo de la cuestión. Es decir, la información que dio lugar a la protesta de los procesados, defensores y codefensores del 23-F… y la posterior decisión del presidente del Consejo Supremo de Justicia Militar y presidente del Tribunal de la causa que se sigue en el Servicio Geográfico. En eso no entramos (aunque tengamos nuestra opinión muy clara), porque siempre hemos defendido que cuando llega la hora de la Justicia hay que saber esperar el fallo de los Jueces. Intentar adelantarse a la Justicia con presunciones ideológicas demuestra que ni se cree en la Justicia ni se admite el Estado de Derecho donde esa Justicia tiene que ser columna vertebral.

Por eso, hoy decidimos: libertad, sí… pero, para todos.

Y recordamos el viejo refrán que dice eso de: ‘quien siembra vientos, recoge tempestades’.

24 Febrero 1982

Primer incidente

Martín Prieto

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Coincidiendo con el primer aniversario del intento de golpe del 23 de febrero de 1981, la cuarta jornada de la vista que se sigue contra los 33 procesados por su participación en el mismo, se inició ayer con tres horas y media de retraso, por la negativa del capitán Alvarez-Arenas a comparecer en la sala del juicio, en protesta por la publicación en DIARIO16 de una entrevista a un supuesto policía militar, que estuvo en el Congreso en la noche de su ocupación, en el que se vierten graves acusaciones contra el encausado.. Fue secundado por el resto de procesados, que se negaron a comparecer en la sala hasta tanto no se retirara la acreditación al director de DIARIO16, Pedro J.Ramirez, petición a la que accedió el presidente del tribunal. La vista se reanudó luego con la lectura de las declaraciones de doce oficiales de la Guardia Civil y del capitán de navío, Camilo Menéndez. Una campaña de octavillas y pintadas, en apoyo a los golpistas, se registró ayer en varias capitales españolas. En Madrid, mientras en el Congreso de los Diputados se desarrollaba la sesión con normalidad, se producían diversos incidentes, entre los que cabe destacar el intento de boicoteo ultraderechista a un acto democrático, que se celebraba en la Facultad de Derecho, y el lanzamiento de dos cócteles-molotov en la Glorieta de Bilbao. En relación con este hecho, la policía detuvo a nueve personas, algunas de ellas menores de edad.

Por favor, siéntense. El defensor del capitán Alvarez-Arenas tiene la palabra.Así, a las 13.30 horas de ayer, primer aniversario de la intentona del 23 de febrero, con tres horas y media de retraso sobre el horario normal de sesiones, se constituía la Sala que está enjuiciando a los presuntos golpistas.

El defensor de Alvarez-Arenas, con recursos de oratoria ceñuda, hizo constar, en nombre propio y del resto de la defensa, su enérgica protesta por la publicación de un reportaje en el DIARIO16 de la mañana sobre el comportamiento de su defendido durante la incorporación de la Policía Militar de la Acorazada al Congreso ocupado por los guardias civiles de Tejero. «Grave intromisión e interferencia en la actuación judicial», «gravísima provocación a este Consejo, al Ministerio Público, a la defensa, a los procesados y, a cualquier persona que tenga un mínimo sentido de la honestidad», «agravio a la institución militar y al honor de sus miembros», «intolerable e ignominiosa calumnia» y otras frases por el estilo dieron el tono de la intervención del letrado Gómez García.

A continuación le fue concedida la palabra al fiscal, que lamentó la publicación del reportaje y la inoportunidad de la fecha y anunció la instrucción al fiscal de la I Región Militar para que ejercite la acción penal que corresponda para el debido esclarecimiento de los hechos determinados en el citado reportaje. El fiscal resaltó que no se afirmaba en tal reportaje que la información hubiera sido recogida en la Sala y que nada, por tanto, impedía la continuación de la vista.

El Presidente de la Sala concedió la palabra al letrado y coronel Salvador Escandell, quien habló en nombre del teniente general De Santiago (ambos defienden al coronel Ibáñez Inglés) y, en tono aún más tronante que el empleado por el defensor de Alvarez-Arenas, se refirió a la «injuria gravísima» sufrida por su defendido y por toda la institución militar. Aquí sonaron los primeros aplausos, cerrados, en las filas de los familiares de los encausados.

A continuación el Presidente anunció la suspensión de la acreditación periodística de DIARIO16 «hasta que se provea sobre el incidente por el artículo Así asaltamos el Parlamento». Las palabras del Presidente fueron apagadas por otra salva de aplausos y gritos de «fuera»,» fuera» (principalmente voces femeninas). Tras un toque de campanilla y pedir orden en la Sala, el Presidente prosiguió: «Por los servicios de orden compruebesé el cumplimiento de esta orden».

Pedro J. Ramírez, director de DIARIO16, quien está informando del juicio para su periódico, tomó sus notas hasta ese momento, en que la Policía Militar que guarda la Sala se incorporó, y, tras algunas dudas iniciales sobre qué periodista retirar, le acompañó a la salida. Un alto funcionario de la Secretaría de Estado para la Información evitó el bochorno de que el director de DIARIO16 fuera conducido bajo directa presión de la policía militar al exterior del recinto.

Varios periodistas acompañaron al expulsado, mientras se repetían gritos de repulsa por parte de familiares. Voces perfectamente identificables como procedentes de los asientos reservados a las comisiones militares que asisten como observadoras al proceso gritaron repetidamente «¡A la mierda!», mientras Pedro J. Ramírez y otros periodistas abandonaban la Sala.

Restablecido el silencio, el Fiscal continuó solicitando la lectura de declaraciones. A los escasos minutos, Pedrol Rius, decano de los abogados, abandonaba el estrado de los observadores jurídicos, seguido de otros letrados. Hay que tener en cuenta que de la Sala se entra y se sale durante las sesiones a voluntad; de hecho, Pedrol regresó a la vista. Pero esta salida de Pedrol para recabar in formación sobre el director de DIARIO16 provocó otro movimiento de periodistas, que abandonaron la Sala en el entendimiento de que se estaban produciendo retiradas en protesta por la decisión del Presidente del Tribunal. Finalmente, con ocho periodistas en las tres filas de sillas reservadas a la Prensa, continuó la sesión hasta las dos y media. Ya en la sesión de la tarde la Prensa se restituyó a sus puestos.

Todo había empezado bien. Acaso demasiado bien; en un ambiente de cierto recelo entre familiares de los procesados y periodistas, pero que iba alcanzando cotas de aparente cordialidad. Obligados a convivir durante las esperas en espacios muy reducidos, se acaban comentando las cosas con respeto y hasta cierto humor, ya que no con simpatía. Se alargaban los minutos sin que se constituyera la Sala y un grupo de periodistas bromeaba con la esposa y una de las hijas del capitán de navío Camilo Menéndez sobre los errores en la identificación de fotografías, sin que nada hiciera prever la tensión y la agresividad de pocas horas después.

Pronto el murmullo del amplio pasillo en el que se espera para acceder a la Sala corrió la noticia de que los procesados se negaban a presentarse a juicio si no se retiraba el autor del artículo matutino de DIARIO16. Creían, al parecer, que cubría la información. Sacados de su error, exigieron la retirada del informador del periódico. Pedro J. Ramírez fue requerido por el general Toquero, jefe de Prensa de la Defensa, y durante tres cuartos de hora intentó convencerle de que se retirara voluntariamente para poder continuar el juicio. Llegada de Pedrol y reunión permanente del Tribunal y los defensores para encontrar una solución a esta original huelga de procesados. Incitaciones a la calma y la reflexión por parte de los responsables militares del seguimiento del juicio y cierto aplanamiento de ánimos y conductas por parte de todos y que quisiera reflejar en estas líneas.

Pese a los incidentes reseñados, no se produjeron ni demasiadas malas caras ni nerviosismos. El entendimiento de que hay que hacer uso de elevadas dosis de buena voluntad está en la conciencia de la mayoría. Y así, esta suerte de 23-F contra la Prensa por parte de los procesados ha podido llevarse -el asunto no está solventado- sin más tensiones que las inherentes al problema, que no son pocas. Y en el comportamiento de los periodistas que cubren este proceso, en su responsabilidad, reside, hasta ahora, el mayor mérito.

¿Podía el Presidente de la Sala hacer otra cosa? Tres posibilidades tenía en su mano: obligar a comparecer en la Sala a los procesados mediante coacción de la Policía Militar; proseguir el juicio sin ellos y -prácticamente seguro- sin la presencia de algún abogado; resolver peligrosamente el incidente mediante la expulsión de DIARIO16 de la Sala. Lo primero probablemente hubiera conllevado una presión física sobre Milans, Armada, Torres Rojas o San Martín. Lo segundo, la suspensión de la vista hasta que un nuevo letrado estudiara tan largo sumario. Lo último, lo decidido por el Presidente del Tribunal implica terreno ganado por los procesados, que pueden, a lo que se ve, decidir a qué hora empiezan las sesiones y qué periodistas van a informar sobre sus conductas públicas. El Presidente no tenía muchos resquicios por los que enderezar una decisión justa y procesalmente irreprochable y es muy posible que haya tomado una decisión que pretendía sabia.

Otras consideraciones caben sobre este incidente. La primera, que nada hace suponer que vaya a ser el último. Ayer -y ese el peligro de la expulsión de Pedro J. Ramírez, a quien, encima, no se le evitó siquiera el castigo con el bochorno de la expulsión física y pública- los procesados han ganado un escalón en su pulso con la Sala. Acaso sea el momento de decir ahora que aquéllos no guardan Sala: cruzan sus piernas o simplemente hacen esperar al Tribunal o no lo saludan al retirarse. La hora de los interrogatorios y de la mayor intensidad del juicio no puede esperarse, a la vista de lo de ayer, con demasiado optimismo.

Ayer, estos hombres, alguno de los cuales podría haber sido condenado a muerte, de no mediar un proceso democrático, que reformó el Código que los juzga, pretendieron enjuiciar una información que, en su día, será analizada por los Tribunales. Y, desdichadamente, con la ayuda de sus abogados defensores lo consiguieron en parte. Y acerca de los calificativos de éstos, leídos en representación, lo menos que puede afirmarse es su abierta demagogia, destinada a excitar sentimientos elementales de dignidad militar. Su recusación de ayer a la Prensa en la figura de DIARIO16 denota su completo desconocimiento del significado de la libertad de expresión, sus límites y sus correcciones y su lúcido análisis sobre la relación entre prensa libre y sociedad libre.

Por lo demás, la breve vista de ayer dio para la lectura de declaraciones de oficiales de la Guardia Civil que tomaron el Congreso y la del capitán de navío Camilo Menéndez. Capitanes y tenientes de la Benemérita afirmando impávidos que fueron al Congreso a ayudar, a prestar un servicio, a obedecer y salvar al Rey. El capitán Ignacio Román llega a declarar que no obedeció la orden de retirada del general Aramburu en la creencia de que éste quería dar un golpe de Estado. Camilo Menéndez es un monumento a la teoría de nada entre dos platos, a la bonhomía y al hombre a quien nadie hace caso, sin que ello disuelva sus responsabilidades. En honor de su esposa y de su hija, amablemente indignadas con este periódico, dejemos así las cosas en una jornada en la que los periodistas recibieron una bofetada y colocaron la otra mejilla. Todo estará bien si es la última que se reparte.

24 Febrero 1981

Un manifiesto insensato

YA (Director: José María Castaño)

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La fecha del primer aniversario del 23-F ha sido turbada por un incidente gratuito y provocador. Un diario, cuyas opiniones sobre los hechos que se juzgan resultaban ya sospechosas para el conjunto de la clase militar, ha hecho coincidir la publicación de unas supuestas revelaciones sobre lo acontecido la noche del 23 de febrero de 1981, que contienen graves acusaciones contra uno de los encausados con el aniversario. No entramos en la veracidad de lo que se relata. Sencillamente nos preguntamos qué sentido tiene renovar la inquietud, crear un clima más denso, provocar la reacción de acusados y defensores y volcar sobre la mesa de la opinión pública acusaciones que, de ser ciertas, debieran denunciarse por otras vías sin necesidad de convertirlas en provocación y pasto de comentarios.

Mas aún sorprende que lo haga una publicación con apoyos financieros del partido mayoritario, sin los cuales, seguramente, no le resultaría fácil hacer esos alardes tipográficos. Salimos cada día pidiendo serenidad, destacando las palabras del Rey en las que se pide serenidad, reclamamos justicia serena y sin interferencias y tenemos que acabar reconociendo que esa serenidad que pedimos hay que exigírsela casi de manera exclusiva a los propios medios que la requieren. Porque el pueblo español, aunque preocupado, está sereno y confía plenamente en la justicia de os jueves, a los que, por los síntomas, el diario en cuestión está, si no enmendado, sí ampliando la página.

No podemos sumarnos a las torpes solidaridades que puedan producirse en este caso. Estamos con la libertad de expresión, pero conocemos los techos de las condiciones – que existen – y apreciamos el bien público y el recto caminar de la justicia por encima de cualquier derecho al pataleo. No podemos admitir que se supedite todo ello al posible éxito comercial y decimos esto desechando cualquier sospecha que vaya más allá en las intenciones de la publicación. Sería deleznable que un diario que se ha comprometido expresa y voluntariamente a evitar la difusión de cualquier texto que pudiera interferir la buena marcha del juicio se volviera ahora de sus promesas y rompiera la tranquilidad del mismo con un manifiesto que, por lo menos, hay que calificar de torpe y desafortunado.

Con ‘revelaciones’ como éstas no sólo se entorpece el juicio – ahí están los hechos y no aprobados el comportamiento de los acusados ni de gran parte de los asistentes a la sala – sino que contribuye a la creación de un ruido público, que diría Balmes – no opinión pública-  pórtico para el confusionismo. Todo iba bien hasta el momento. Incluso ciertos ‘juicios paralelos’ que algunos profesores universitarios estaban realizando en sus aulas no salían de ellas y apenas tenían altavoz difusor. Pero la desafortunada publicación del impetuoso colega nos ha sumido en la mayor tristeza. No es serio, no favorece la convivencia en momentos tan delicados esa especie de pedrada que se ha lanzado al juicio, con rompimiento claro de los límites de la sensatez. Si el colega quería dar la nota con ese manifiesto provocador, lo ha conseguido. Lo difícil va a ser restaurar la imagen de los medios que piden serenidad y no la tienen ellos mismos, y lo que es más grave, volver a recomponer las comparecencias en el juicio sin que medien más sospechas de animadversión que las que hasta ayer se daban.

11 Marzo 1982

Pedro Botero

EL Diablo Cojuelo

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Pedro Botero me ha dicho que aconseje a Pedro Jeta Ramírez. Y del mismo modo que encuestó la quema de la Bandera nacional, exaltó el divorcio, se mostró partidario del aborto, de la misma manera puede comenzar una campaña para saber si el personal está o no a favor de los cuernos. De lo que austan en el ruedo y de los que, imperceptiblemente para ellos, llevan colocados ciertos ‘caballeros’ debajo del sombrero. Aunque algunos perforan las alas y son imposibles de ocultar. J. R., tan experto en cosas tantas, podría fomentar esta campaña de una manera fina. Experiencia no le falta ni para ese reportaje ni para muchos otros, cual lo de levantarse una buena mañana como ministro que otros Pedros o bien otros Rodríguez lo escribieron bien claro.

El Análisis

GRAN JUGADA MEDIÁTICA Y UN TRIBUNAL DE RODILLAS ANTE LOS ACUSADOS

JF Lamata

¿Mentía o no ese anónimo que aseguraba aquellas barbaridades contra Álvarez Arenas? ¡Qué más daba! La realidad es que DIARIO16 y su director, D. Pedro J. Ramírez, habían acertado de pleno. Se guardaron la nota para publicarla justo el día del aniversario, para el mismo día en que arrancaba el Consejo de Guerra, la noticia así caería como una bomba y podría hasta ‘condicionar’ aquella primera sesión del juicio militar. Y el Sr. Ramírez estaría ahí, en el propio juicio, deseando que alguno de los acusados le insultara o algo así. (No hay nada mejor que ser identificado como periódico enemigo de ‘los malos’ para dispararse en tirada).

Pero la cosa salió mucho mejor de lo que el Sr. Ramírez pudo haber previsto… ¡Los acusados se negaron a comparecer si estaba presente el Sr. Ramírez!  Y aún más rocambolesco… ¡el tribunal se plegaba ante los acusados y echaba de la sala al Sr. Ramírez, retirándole la acreditación! Uno pensaría que lo lógico de un tribunal si los acusados exigen algo, es precisamente no hacerlo para no parecer débil ante los acusados, pero lo que uno pensaría no fue,  lo que pensó el tribunal del General Gómez de Salazar. A afectos legales, aquella resolución del Consejo de Guerra senía anulado testimonialmente acreditándose su injusticia. Mercantilmente, la tirada de DIARIO16 no había hecho más que dispararse para arriba desde el 23-F y seguiría subiendo. En cambio el diario YA, al polemizar con DIARIO16 por aquella historia,  no haría sino caer para abajo. Y el hecho de tanto el Sr. Ramírez como su jefe, D. Juan Tomás de Salas fueran insultados por EL ALCÁZAR significaba aún más jolgorio para ellos – aunque simularan malestar o querellas – porque se veían significados como ‘los enemigos de los malos’. Un éxito.

J. F. Lamata