29 noviembre 1978

El historiador retira valor al gobierno español de entonces consiguiera que España no participara oficialmente en la Segunda Guerra Mundial

Polémica entre el ex ministro Serrano Suñer y el historiador Antonio Marquina sobre la entrevista de Hendaya entre Franco y Hitler

Hechos

En los meses de noviembre y diciembre de 1978 intercambiaron en artículos de EL PAÍS sus distintas visiones sobre la reunión en Hendaya en 1940 entre el Führer de Alemania, Adolf Hitler y el Jefe de Estado español, Francisco Franco.

Lecturas

19 Noviembre 1978

HitIer consideró innecesaria en 1940 la entrada de España en el conflicto europeo

Antonio Marquina Barrio

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En contra de las tesis mantenidas hasta ahora por los historiadores franquistas y falangistas, Franco pretendió en diversas ocasiones participar, al lado de Italia y la Alemania nazi, en la segunda guerra mundial. Pero la seguridad alemana, y de Hitler, en que su triunfo sobre Gran Bretaña era inevitable, y no requería apoyos de terceros, el papel que el Führer atribuía a Francia en el «nuevo orden europeo», los sueños imperialistas de la Italia fascista -antagónicos a los españoles- y los manejos y sobornos de Londres entre los generales españoles impidieron que se concretara el viejo sueño de la llamada izquierda falangista para aliarse con las potencias del eje. El profesor Antonio Marquina Barrio, del departamento de Estudios Internacionales de la facultad de Ciencias Políticas de Madrid, revela en esta serie que comenzamos a publicar hoy cómo se realizaron, de la mano de Franco y su cuñado, Serrano Súñer, los contactos -de los que ahora se cumple el 38 aniversario- entre Madrid, Berlín y Roma de cara a esta posible entrada de la España franquista en la guerra. Para documentarse, el autor ha recorrido y revisado los principales archivos de Washington, Londres, Roma y Madrid, y ha tenido acceso a documentos inéditos hasta la fecha.

El 10 de mayo de 1940 el Ejército alemán desencadenó un formidable ataque sobre Holanda, Bélgica y Luxemburgo. Holanda era conquistada en sólo cinco días. El 20 de mayo los alemanes se extendían a lo largo de la costa del paso de Calais y los aliados, en un repliegue precipitado, gracias a las informaciones de Ultra, descifrando los cables alemanes, confluían en Dunkerque, consiguiendo reembarcar la mayoría de los 335.000 hombres. El 10 de junio entraba Italia en la guerra y España pasaba de la neutralidad a la no beligerancia, teniendo ya en cartera para la nueva configuración territorial que se avecinaba una serie de reivindicaciones, como Gibraltar, Tánger, Marruecos francés y rectificaciones fronterizas en Guinea Ecuatorial. En este momento se temían, sobre todo, las ambiciones italianas en los territorios del norte de África (1) tanto por españoles como por franceses. Las tropas españolas, con el visto bueno francés e inglés, entraron en Tánger el 15 de junio. Italia 1o consideró como un hecho consumado. Pero las intencíones españolas iban más allá, querían adelantarse a cualquier movimiento italiano y a sus ápetencias en Agadir y el Marruecos francés. El ministro de Asuntos Exteriores español, Beigheder, con el apoyo del embajador francés en Madrid, quiso obtener la cesión de Beni Zamal y Beni Egznaia, zonas ocupadas por las tropas francesas por razones estratégicas desde la campaña del Rif, y así evitar inseguridades en esta zona. Con este motivo se cursaron dos telegramas a Lequerica que, a la sazón, se encontraba en Burdeos, para hacerlos llegar al mariscal Pètain, más o menos en estos términos: «Para prevenir posibles levantamientos e insubordinaciones en la frontera entre el Marruecos español y francés, y a la vista de fidedigna información que las tribus están abrigando tales planes, el Gobierno ha dado órdenes a sus tropas de invadir las zonas amenazadas con el solo propósito de mantener el orden.» Estos telegramas no fueron llevados a efecto, gracias a la indiscreción de un ministio falangista en buenas relaciones con Italia. Mussolini se apresuro a notificar al Gobierno español que Italia necesitaba bases en la zona atlántica del Marruecos francés y que no toleraría tal actitud por parte de España (2). Franco hizo llegar, a través del embajador de España en Roma, las reivindicaciones españolas, y todo quedó en agua de borrajas. A su vez, Franco enviaba a Berlín al general Vigón para tratar de conseguir que los alemanes hiciesen sitio a las reivindicaciones españolas. El 19 de junio la embajada de España en Berlín enviaba al Ministerio de Asuntos Exteriores alemán un memorándum pidiendo la cesión a España del Marruecos francés y la asistencia alemana en la captura de Gibraltar. España entraría en la guerra tras un período corto de preparación de la opinión pública. La respuesta alemana anunciaba una consulta sobre el tema con el Gobierno español tras el armisticio con Francia.A mediados de julio, Mussolini, mediante una carta, urgía a Franco a entrar en guerra y conquistar Gibraltar, pues con la roca en poder de los británicos les era imposible a los italianos actuar con éxito en el Mediterráneo. Franco, tras demorar un poco la contestación, se negó a entrar en la guerra en aquel momento. De nuevo volvería a producirse un carteo entre Franco y el Duce a mediados del mes de agosto. Franco procedió ya a solicitar la ayuda del Duce en la consecución de las reivindicaciones españolas. La razón era que los alemanes tenían a punto un proyecto de protocolo con España en el que se solventaba la entrada de España en guerra, las ayudas económicas y militares y las reivindicaciones españolas. En el artículo XII se establecía la entrada en vigor del protocolo una vez que Italia diese su vistobueno a los dos Gobiernos (3).

La formación de los lobbies

En estas circunstancias no pensemos que sólo existían estos movirnientos diplomáticos al más alto nivel. Existían otros planes y movimientos tanto o más importantes. Los alemanes habían venido trabajando con bastante libertad en España desde la guerra civil, y poco a poco habían ido adquiriendo posiciones de control fundamentales en todos los ámbitos: en la prensa, radio, industria, comercio, finanzas, censura, policía, jóvenes militares, servicios de información y, sobre todo, en el Partido Falangista. Téngase en cuenta el apoyo que recibieron -los italianos en menos medida- desde carteras falangistas que trataban de llevar a cabo una política de consenso dentro del partido. La masa, se decía, la debía dar la derecha, y los cuadros de mando, las izquierdas. El problema estaba en que estas izquierdas estaban en un gran porcentaje a las órdenes de Alemania, y así lo detectaban los servicios de información británicos. Estas eran, se pensaba, dinámicas; aquéllas, de orden, y debían de ser completadas. Además, estos servicios de información calculaban en mayo de 1940 que existían en España entre 30.000 y 80.000 alemanes, de ellos 12.000 mantenían en regla sus documentos de identidad españoles, sin haber renunciado a la nacionalidad alemana. Los italianos, en julio de 1940, estimaban a los alemanes en unos 70.000. Los servicios de información americanos daban cifras aún más elevadas. No es extraño que en esta situación los alemanes echasen mano del intervencionista general Yagüe y le entregasen veinte millones de pesetas para su distribución entre el Ejército y la Aviación. Franco, con este motivo, le obligó a entrevistarse con él y le pidió explicación a una serie de actividades que tenía concretadas en doce puntos. El general Yagüe y trescientos de los principales implicados, fueron arrestados.

Por su parte, el nuevo embajador británico en Madrid, Samuel Hoare, activo como él solo, procedió a contactar con elementos eclesiásticos -Alemania tenía en la condenación del nazismo, a pesar de ocultaciones, uno de sus puntos más débiles-, elementos de la nobleza, de la economía y finanzas -concesión de navicerts, precios para los artículos-, y con determinados generales cuyas ideas antinazis y antifalangistas eran notorias, a quienes pagó sumas importantes, una vez que Italia entró en guerra, reservando una cantidad adicional de diez millones de dólares, que sería hecha efectiva a medida que estos generales cumpliesen los acuerdos convenidos y que se depositó en el Swiss Bank Corporation, de Nueva York (4).

Estos generales se harán notar antes de la visita de Serrano a Berlín.

El viaje de Serrano Súñer a Alemania

El 13 de septiembre de 1940 emprendía viaje a Berlín la misión española, formada por don Ramón Serrano Súñer y un séquito bastante numeroso de jerarquías del Partido Falangista: el general Sagardía, jefe de la Policía Armada; el teniente coronel Hierro, jefe de la sección madrileña de la policía motorizada, y el coronel Tomás García Figueras, secretario general del Alto Comisario de España en Marruecos.

El objetivo secreto de esta visita era sólo conocido por Franco y Serrano Súñer. En efecto, antes de la salida de Serrano había tenido lugar en San Sebastián una reunión bastante movida del Consejo de Ministros, a la que no asistió Beigbeder, en la que Franco y Serrano habían admitido que la guerra no había seguido el corto plazo que se esperaba; por ello, en vez de hacer una demostración de fuerza militar con respecto al Marruecos francés, para lo que hasta entonces se habían estado reparando, era mejor tratar de obtener esta reivindicación por medio de un acuerdo con Francia, tal como había sido hecho entre Rumania y Hungría con Transilvania, notificándolo a las potencias vencedoras para que diesen su visto bueno. La mayoría de los demás ministros se habían mostrado escépticos, pero pensaron que si Alemania estaba de acuerdo, España obtendría Marruecos y Orán, en cuya reivindicación existía unanimidad. En realidad, un previsible fracaso de Serrano satisfacía a la mayoría de los ministros. Los ministros estuvieron de acuerdo en que Serrano no debía discutir ningún reajuste de relaciones con Alemania.

Pero Franco y Serrano Súñer habían llegado a la conclusión que la ofensiva aérea de Alemania contra Inglaterra acabaría en dos o tres semanas con la resistencia británica. Por ello debían estar preparados para, en el momento oportuno, poderse sentar en la mesa de los vencedores y repartirse el botín. Serrano fue enviado a Berlín para ofrecer la cooperación de España en la forma de una ocupación del Marruecos francés y un ataque a Gibraltar. Serrano, con todo, no podía ofrecer este tipo de cooperación hasta que no estuviese completamente cierta la derrota de Inglaterra. Sin embargo, estaba autorizado a dejar caer la cuestión de Marruecos y Orán para tantear el terreno y ver las posibilidades. La misión, como podemos comprender, no era fácil, al contarse con muy poca capacidad de maniobra (5).

El ministro llevó consigo una carta de Franco a Hitler, fechada el 11 de septiembre en San Sebastián, en la que, tras expresar su amistad, procedia a presentarle a su ministro, quien explicaría de forma más precisa lo que el general Vigón ya había manifestado anteriormente. La carta expresaba en su último párrafo la firme fe en la inminente y final victoria de las armas alemanas.

El día 17 de septiembre tenía lugar la primera entrevista de Serrano Súñer con Von Ribbentrop. Serrano se presentó como un representante del Gobierno español y agente personal del general Franco, que traía una misión especial. España quería «estar presente de una manera efectiva» y, por ello, «participar en la guerra». Si las dificultades económicas por las que atravesaba el país no hubiesen existido, se habría entrado ya en guerra, era absolutamente necesario asegurar previamente el suministro de materiales indispensables, evitando el ser un peso muerto para Alemania, y preparar a la opinión pública, la juventud y el Ejército. Era deseo de Franco no entrar en el conflicto precipitadamente y distraer a Alemania de su principal objetivo. España esperaba con gran impaciencia la posibilidad de una operación contra Gibraltar, haciendo notar que los materiales para ello, especialmente la artillería, no habían llegado, pero que España entendería si en aquel momento Alemania no tenía interés en este asunto o si los italianos diesen prioridad a la conquista de Suez.

De aquí el ministro español pasó a hablar del contenido de la nota verbal entregada por la embajada de España en Berlín, las aspiraciones con respecto a Gibraltar y Marruecos, el temor a conflictos en el Marruecos francés, y que por motivos de seguridad y de expansión natural era justa su incorporación a España. Pasó luego a demandar Orán, ya que la población era española, y una rectificación de fronteras en la colonia de Río de Oro -Serrano entregó un mapa explicativo de las reivindicaciones. Esta acción en el campo de la política exterior, decía, era necesaria como elemento de consolidación de la revolución nacional y, con ello, se salvaba también la difícil situación defensiva de las islas Canarias. Habló también de Portugal, la influencia inglesa y las dudas de ese país sobre la victoria alemana. En cuanto a los temas económicos, España estaba dispuesta a admitir un régimen de comercio excepcional con Alemania, Ribbentrop, por su parte, expresó su satisfacción por haber rectificado España su postura y ya admitir, en principio, la posibilidad de entrada en guerra. Para el ministro alemán, la victoria de Alemania e Italia era absolutamente cierta, e Inglaterra sería derrotada de inmediato. La cuestión en aquel momento estaba en la reorganización de Europa y el mapa africano. España podría participar en esta tarea junto con Italia y Alemania, pero Ribbentrop hizo caso omiso de las propuestas concretas de Serrano, manifestando que España debía ceder una de las islas Canarias y que Alemania necesitaba bases en Agadir y Mogador con un hinterland apropiado.

España, reducida a una colonia

Aparte de esto consideró las propuestas españolas sobre ayuda económica y militar demasiado elevadas, especialmente en lo referente a gasolina -estos planteamientos no correspondían con sus planteamientos de guerra corta- y presentó unas proposiciones económicas de Alemania para con España que alarmaron con toda razón al ministro español -Serrano hizo ademán de marcharse, pero Ribbentrop no prestó atención- España quedaba reducida a una colonia. Los razonamientos de Ribbentrop dejaban bien en claro que nadie podía recibir algo por nada y que las propuestas españolas no se tomaban en consideración. Serrano pudo ofrecer una mayor flexibilidad en temas económicos, pero no pudo ceder en las demandas territoriales. En la despedida volvió a aparecer el tema de Gibraltar. España, según Serrano, entraría en guerra una vez que estuviesen instaladas cerca de Gibraltar diez baterías de 38 centímetros. No era un entrar inmediato, pues Inglaterra todavía resistía, pero era un avance sustancial. Serrano salvaba su prestigio.

Al día siguiente tenía lugar la entrevista con Hitler. En ella el tema central fue Gibraltar. Los planteamientos del Führer, aunque más moderados, también diferían de los del ministro español. Para Hitler la conquista de Gibraltar no era tan difícil como la presentaba Serrano, la colaboración que ofrecía y valoraba España no era tan importante como para revisar a fondo las condiciones bajo las cuales «podía luchar España al lado de Alemania y entrar en guerra inmediatamente ». Hitler estaba preocupado por la posibilidad de que Inglaterra pudiese maniobrar y colocar en contra de Pètain las colonias francesas en el norte de África, en la defensa de las islas del oeste de África y en la seguridad de las futuras posesiones en África central. Se tocó el tema de Marruecos, Serrano propuso una alianza militar defensiva de Alemania, Italia y España -sin que el Führer le hiciese demasiado caso-, y solicitó una rectificación de fronteras con Francía en los Pirineos. Como bien dice Serrano Súñer, «en aquella primera conversación las alusiones de Hitler a la participación de España en el conflicto europeo fueron indirectas y vagas. Tuvieron un tono meramente teórico». Como resultados tangibles de la misma hay que señalar la propuesta de Hitler de ponerse en contacto con Franco en la frontera hispano-francesa y la carta del Führer a Franco aclarando «las confusiones» que sobre el tema de Gibraltar existían.

Este mismo día Serrano Súñer tendría otra reunión con Ribbentrop. El ministro alemán resumió la postura del Reich en dos puntos: la cuestión militar, que se explicaría de forma palmaria en la carta del Führer, y la cuestión de las peticiones de trigo y otros artículos, que se estudiarían, en especial el tema de la gasolina. Las operaciones militares se consideraban limitadas. Ante la insinuación de Serrano del peligro existente en Marruecos o la necesidad de defender la costa cantábrica, Ribbeintrop contestó que Gibraltar, con la ayuda alemana, sería capturado segura y rápidamente, y que no existía un peligro inmediato en Marruecos o la costa atlántica. Volvían a chocar las dos concepciones. Sobre esta base de evaluación de la cooperación española no se podía avanzar en el tema de las concesiones territoriales. Ribbentrop siguió pidiendo Agadir, Mogador, una de las islas Canarias e, incluso, una de las islas de Guinea Ecuatorial y la propia Guinea, a cambio de los territorios que se cediesen en Marruecos a España. Serrano expresó sus dudas acerca de la aceptabilidad de estas, propuestas por parte de Franco e mcluso trató de desviar los intereses alemanes de Canarias a Madeira.

En esta entrevista Ribbentrop puso en conocimiento de Serrano sus próximas reuniones en Italia con el Duce y Ciano, pero dejándole por completo en la penumbra sobre lo que allí se trataría. Quedaron de acuerdo en volver a entrevistarse. Mientras tanto, el ministro español enviaría un informe de lo tratado a Franco y la carta prometida del Führer. Ribbentrop marchaba a Roma (6).

Conviene estar dentro, pero no precipitar

El informe de Serrano llegó a Franco antes que la carta de Hitler. El general Franco procedió a felicitar a su cuñado por lo bien que había llevado la entrevista. Lo curioso es comprobar en esta carta cómo Franco sigue en la línea trazada antes del viaje de Serrano. Insiste en la valoración de la ayuda española, en el tema de Marruecos, evitando enclaves o colonialismos económicos. Sólo en el capítulo de ayudas militares aparece el material pesado de treinta centímetros, que resultaba ser un error. No aparece para nada Gibraltar. Será al recibir la carta del Führer cuando Franco confirme sus sospechas de que Serrano había ido más lejos de lo que habían convenido. Esto ya se encargó Nicolás Franco de airearlo, pues estaba en contacto con su hermano, asesorándole en estos difíciles momentos.

La carta de Hitler, nada apremiante, señalaba sin lugar a dudas que la entrada de España en guerra debía comenzar con la expulsión de la flota inglesa de Gibraltar, e inmediatamente después con el ataque a la roca. Sólo así la interferencia inglesa en el Mediterráneo se evitaría. Este era el objetivo prioritario que se resolvería con certeza y rápidamente mediante la entrada de España en la guerra, pero Hitler dejaba a España el decidir sobre la intervención. La postura alemana ya expuesta a Serrano volvía a aparecer: la entrada de España en la guerra ayudaría a mostrar más enfáticamente a Inglaterra su situación de resistencia sin esperanza. La cooperación de España no era decisiva para la derrota de Inglaterra. Hitler prometía la ayuda de Alemania en caso de un ataque inglés, y el tema principal de negociación, Marruecos, aparecía desdibujado en una división del norte de África entre España, Italia y Alemania, y en un hipotético peligro de maniobras inglesas contra Pétain. Hitler prometía la ayuda económica y militar. Nada más con claridad.

Esta es la razón por la que el general Franco y Nicolás Franco, en la carta de contestación a Hitler, señalaban previamente el tema de Marruecos con una frase que no pertenecía a la carta de Hitler, sino al informe de las conversaciones: «reconocer las reivindicaciones españolas en Marruecos, con la sola limitación de asegurar a Alemania, a través de acuerdos comerciales, una participación en las materias primas de la zona». Se consideraban innecesarios los enclaves propuestos y se agradecía la propuesta de encuentro en la frontera española. Esto era lo principal de la carta, lo demás eran frases que se desmarcaban claramente de cualquier intento de reajuste de relaciones: la falta de recursos impedía una rápida entrada en guerra, aun cerrando el Mediterráneo existían materias primas que debían buscarse en otros lugares, acuerdo en que el primer ataque consistiría en un ataque a Gibraltar, etcétera.

El general Franco, a su vez, tras leer la carta de Hitler, había procedido de inmediato a añadir algunas recomendaciones a Serrano. Franco ya dudaba entre la posibilidad de prolongación del conflicto y una posible precipitación de los acontecimientos por Italia, de quien se temían las intenciones. Por ello, tras señalar que lo escrito anteriormente en la carta -ayudas, Marruecos- era en muchas cosas límites que no convenía rebasar, procedía a reiterar que convenía estar dentro, pero no precipitar, retrasar la intervención cuanto más mejor. La carta de Hitler, decía Franco, no era apremiante en este aspecto en contra de lo que afirmaba Serrano, y el protocolo propuesto había de mantenerse, de nuevo, en los límites propuestos, «como verás hay acuerdo completo entre el Führer y nosotros, sólo queda la apreciación técnica de algunos factores que no son lo concluyentes que él afirma».

La respuesta a Hitler antes citada, de 22 de septiembre, no deja lugar a dudas. Más aún, la segunda carta del general Franco a Serrano, el día 23. Franco increíblemente deduce de la carta de Hitler una aceptación implícita de guerra larga y el limitado alcance que da a los frutos de la acción italiana. Además cita noticias de aviadores alemanes en París sobre la no decisiva eficacia de los bombardeos sobre Inglaterra y la opinión de Samuel Hoare, embajador británico en. Madrid, de que la lucha continuaría. Esta misma idea la repite el día 24 en nueva carta a Serrano: «Corresponde asegurarse para una guerra larga». «La alianza -se refería a la propuesta italiana de la que hablaremos- no tiene duda, pero está completamente expresada en mi contestación al Führer y en la orientación de nuestra política exterior desde nuestra guerra.» «Ignoro lo que te van a pedir, supongo será lo que dijeron, un protocolo de principios sobre las conversaciones sostenidas y los puntos en que ha habido acuerdo, base para el futuro pacto de alianza.» «La agresión sin previo aviso a Gibraltar habría que examinarla despacio» (7).

Italia también opina

Von Ribbentrop procedió a conferenciar con el Duce y Ciano en Roma y a exponer, entre otras muchas cosas, la intención española de entrar en la guerra, la toma de Gibraltar, las ayudas pedidas y las reivindicaciones españolas. Todo ello entraría dentro de un protocolo que sería firmado por Serrano. Mussolini afirmó en un primer momento que las reivindicaciones españolas no entraban en conflicto con las aspiraciones italianas, pero posteriormente, en el curso de la entrevista, sutilmente, rectificó. El ataque a Gibraltar, tan solicitado por el Duce, debía ser pospuesto hasta después del invierno, a la vez que solicitaba Baleares, el eterno sueño fascista. España, dijo el Duce, era una carta que debía jugarse a su debido tiempo, por ello dejó caer la idea de que en vez de un protocolo germano-español, en el que se fijase la entrada de España en la guerra, podía llegarse a una alianza militar entre Alemania, Italia y España.

Estas restricciones mentales del Duce a las reivindicaciones españolas volvieron a repetirse al día siguiente, al tratarse ya de lleno la alianza militar tripartita. El Duce, al ser preguntado sobre si creía que los españoles podían administrar el área marroquí reinvindicada, se encogió de hombros y respondió preguntando a su vez sobre los preparativos militares españoles en la zona, las armas y los aviones con que contaba en caso de un ataque desde Marruecos francés. (8)

NOTAS (1) Documents on German Foreign Policy (DGFP). Serie D., V. IX, doc.379,380. (2) F. O. 425,417 doc. 42 y ss.; Office of Strategic Services Records (OSS), L. 49622, National Archives Building (NAB); Documenti Diplomatici Italiani (DDI),Nona Serie, Volumen IV. DGFP antes citado. (3) DGFP, serie D, V. X, doc. 405. (4) Para el tema alemán véase, entre otros: F. O. 371, 24508 folios 59,74,123; F. O. 371, 24515 folio 9; Ministero della Cultura Popolare, 427 (Spagna). Madrid, 27 junio de 1940. Para los sobornos ingleses, véase F. D. Roosevelt Library (New York), Morgenthau Diaries, 466, pp. 248250. (5) F. O. 371, 24516,214; F. O. 371, 49663, 23 y ss. (6) DGFP, Serie D, V. XI, doc. 48,62, 63, 66, 67; F. O. 371, 24516, folios 215, 217, 219; Ramón Serrano Súñer, Entre Hendaya y Gibraltar, Bárna, 1973. (7) DGFP, Vol XI, doc. 70, 88; F.O. 371, 24516, 215. Ramón Serrano Súñer, Memorias, Bama, 1976.(8) D.G.F.P. V. XI, doc. 73, -19; Les archives secrètes du Comte Ciano, (1936-1942), París, 1948, pp.339 y ss. «La cooperación de España no era decisiva para la derrota de Inglaterra»

22 Noviembre 1978

Para Hitler la entrevista de Hendaya fue una trata de ganado de segunda categoría

Antonio Marquina Barrio

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Franco acudió a la célebre entrevista de Hendaya dispuesto a entrar en el conflicto europeo. Cuando ya había comenzado a explicar a Hitler el «precio» de esta participación española -la entrega simple del Marruecos francés a España y un largo etcétera- se dio cuenta que el dictador nazi no deseaba, en aquellos momentos, que España entrase en el conflicto. De la entrevista Franco-Hitler, el único resultado positivo fue la formación de una alianza política España-Italia-Alemania, que en los términos expresados en Hendaya no satisfizo a los españoles. Con el cambio posterior de los resultados de la guerra es luego Hitler quien pide, de manera indirecta, la entrada española, pero ya Franco agrega Argelia a sus peticiones. El profesor termina su serie sobre el tríptico de entrevistas entre los dirigentes fascistas de España, Italia y Alemania a principio de los años cuarenta.

El día 23 de octubre tenía lugar la entrevista de Hendaya entre Hitler y Franco. Hitler, el día anterior, se había reunido con Pierre Laval en Montoire y dejó concertada una conferencia con el mariscal Petain para el día 24.Franco, previamente, había reunido a seis generales para pedir su opinión sobre las líneas a seguir en la entrevista. Estuvieron de acuerdo en manifestar que antes de consentir un acto de deshonor o cobardía o asentir a ser esclavos, todos los españoles morirían luchando de buena gana. Estos generales recomendaron a Franco que dijese esto a Hitler sin rodeos. Franco les contestó que no juzgaba oportuno sacar a relucir esta recomendación, a menos que fuese inducido a ello, pero que, en cualquier caso, no se dejaría intimidar.

Sin entrar en demasiados detalles de esta larga entrevista y ciñéndonos a la exposición de lo más trascendente, diremos, basándonos en documentos de testigos de excepción, lo siguiente:

Hitler no pidió a Franco entrar en guerra en Hendaya. Hitler se limitó a repetir sus ideas sobre el inminente aniquilamiento de Inglaterra, sobre Gibraltar, Marruecos y Canarias. Hitler preguntó a Franco si no quería formar una alianza política con él, que Franco interpretó como una petición de entrada en la guerra, por lo que comenzó a explicar la dificil situación española tras la guerra civil y que no podía justificar la entrada en guerra a menos que de ella resultase una sustancial ganancia territorial que sirviese para unir a los españoles en la empresa. Hitler le preguntó que qué consideraba como una sustancial ganancia territorial. Franco, entonces, es cuando procedió a «abrumar» a Hitler con las pretensiones españolas, sus justificaciones y sus detalles de forma larga y tendida. Hitler replicó que aunque había derrotado a Francia, estaba convencido que la nueva Europa no podía existir sin la gustosa cooperación de Francia, dado su peso cultural, político y económico. Hitler, además, manifestó que no estaba preparado para discutir cuestiones territoriales francesas hasta que no viese a Petain al día siguiente. En este momento, Franco se dio cuenta de su error y, un tanto aliviado, se apartó del plan que previamente había preparado con Serrano, declarando a Hitler que Petain era un fiel amigo de España y que él no haría nada que pudiese perjudicarle como jefe del Gobierno francés. Franco añadió que meramente había sugerido la cuestión de Marruecos para ilustrar lo difícil que era la posición española. Franco tomó esta postura tan blanda porque no quería arriesgar nada. La conversación fue, por tanto, meramente exploratoria, quedando además bien claro por confidencia de Hitler que era Italia la que quería presionar a España más duramente e incluso que Italia había solicitado bases en todo el territorio comprendido entre Málaga y Cádiz, no teniendo interés en Dakar y Casablanca. Franco se negó a cualquier tipo de cesión de bases o la utilización del territorio español como territorio de paso. Salió también a relucir el tema de Portugal, donde trató de terciar Serrano, pero el general Franco se desvió. Franco tampoco dio facilidades en el tema de Gibraltar. Los alemanes, a su vez, presentaron para la firma el protocolo de la alianza tripartita, en el que las compensaciones exigidas por España no aparecían. Es fácil de comprender la amargura de Serrano ante los resultados de esta entrevista por la retirada de anteriores promesas en Berlín. Serrano trató por todos los medios de volver a adquirir la posición perdida en su conversación posterior con Ribbentrop, pero fue inútil. Por ello, hubo de procederse por parte española a modificar el protocolo.

Franco, según testimonio de Serrano, tampoco quedó conforme, como además se justifica por el hecho de que a los pocos días tratara de reabrir las negociaciones. El artículo quinto del protocolo, aunque modificado por España, era claramente insatisfactorio. En vano se intentó introducir en el acuerdo suplementario la frase «en la zona francesa de Marruecos, que posteriormente pertenecerá a España».Los alemanes no lo ratificarían.

Con todo, Franco pudo decir a sus generales que las cosas habían marchado mejor de lo que se esperaba y que no había prometido nada. Hitler, a pesar de lo que se ha afirmado, no mostró resentimiento por lo allí ocurrido -una trata de ganado de segunda categoría- y dijo a su staffque no se podía esperar de España una ayuda militar en la guerra. Los que sí quedaron altamente entristecidos fueron los italianos.

Las negociaciones siguieron y se pudo llegar a una nueva reunión con Hitler en Berghof (1).

La supuesta resistencia en Berghof

Los fines atribuidos al así llamado consejo de guerra en Berchtesgaben no están suficientemente claros. ¿Fue la carta de Franco suficiente para abrir la negociación si los alemanes no habían cambiado su posición, no estaban dispuestos a concer nada, ni a presionar para la entrada, de España en guerra de inmediato? ¿Qué parte juega la derrota de Italia en Grecia? Veamos esto.

Serrano fue recibido en Berghof por Ribbentrop, quien de entrada le dijo claramente que no existía ninguna necesidad de ver al führer, a menos que pudiese llegar a un acuerdo previo con el Ministerio de Asuntos Exteriores alemán. Serrano amenazó con marcharse y pudo conseguir al día siguiente una entrevista con Hitler, a la que Ribbentrop insistió en estar presente.

En la entrevista con Hitler, Serrano recalcó una y otra vez la situación de no preparación, y que era necesario dar al pueblo español una empresa de política exterior para unificar y clarificar la situación interior. Pero Hitler y Ribbentrop siguieron en sus trece, no se podía sacrificar a Francia. Se podía ocupar en aquel momento Francia si Petain fuese recalcitrante, pero no el Marruecos francés. El führer, además, declaró que prefería, ante la eventualidad de conflictos en esta zona, que Gibraltar permaneciese en manos inglesas y África con Peatin. Seguía considerando el ataque a Gibraltar o un inmediato cierre del Mediterráneo como un golpe decisivo en sus efectos psicológicos contra Inglaterra para hacerla desistir de la lucha, pero se fijaba un tiempo de preparación para la operación que se tenía decidida. Hitler seguía confiando en sus ataques aéreos sobre Inglaterra. Serrano, a pesar de su ofrecimiento al führer para convencer a Franco, no pudo conseguir un cambio de posiciones.

La entrevista del día siguiente con Ribbentrop fue tan inconclusiva como la anterior. El intento de Serrano de mostrar que estaba mejor informado sobre la situación y refuerzos que recibía Inglaterra, no sirvió de nada. Serrano no le pudo convencer de la necesidad de un inminente ataque sobre Gibraltar. Serrano terminó de la misma forma que su conversación con Hitler. Utilizaría el tiempo de preparación para conseguir de Argentina, Canadá y Estados Unidos tanto trigo como fuese posible (2).

Ni alemanes ni franceses ni italianos admitían hechos consumados. La visita de Suñer fue un fracaso. La recepción fue fría y su partida más fría aún.

El embajador alemán informaría posteriormente, el 25 de noviembre, que Franco había reunido a los ministros militares para una reunión secreta, que se continuaría al día siguiente, y que ya habían aparecido algunas objeciones. El período de dos meses de preparación no parecía suficiente y no les parecía claro lo que Alemania ofrecía a cambio. El 29 de noviembre volvía a informar que el ministro de Asuntos Exteriores le había dado por escrito la posición de Franco. El apartado segundo aclaraba que el tiempo requerido para la entrada en guerra no podía ser definitivamente determinado, ya que junto al ataque a Gibraltar otras importantes acciones militares habían de ser tenidas en cuenta. Y el quinto señalaba que en opinión de Franco el ataque a Gibraltar debía coincidir con un ataque a Suez.

En diciembre tendría lugar una visita de Canaris a España. En enero de 1941, Ribbentrop instruiría a Von Stohrer para que demandase a Franco la entrada de España en guerra, a lo que Franco, diplomáticamente, no accedió. Aunque Hitler expresase su disgusto, no hubo presiones, como no las hubo en Bordighera por Mussolini.

Suez no pudo ser tomado y ello permitió incluso la maniobra de liquidar a la así llamada izquierda falangista y redefinir el papel político de la Falange en el nuevo Estado en mayo de 1941, Amagos de intervención alemana tuvieron lugar a raíz de esta crisis tan fundamental, pero sin consecuencias. Estos amagos volverían a repetirse con la entrada de Estados Unidos en guerra. Solamente un poco antes de la defenestración de Serrano se puede hablar de auténtica presión alemana para entrar en guerra. Esta presión se haría más fuerte tras la operación «Torch», en el norte de África. Por ello se decretaría la movilización.

Ya en 1943, Franco tendría con este motivo una conversación con el nuevo embajador alemán Von Moltke. Ante las presiones del embajador, Franco solicitaría Argelia y el Marruecos francés. El embajador respondería ser imposible, por habérselo ya ofrecido a Italia. Franco contestó: «Pues dejen a los italianos luchar por ello.» Era demasiado tarde.

El mes de mayo de 1943, supuso el cambio de táctica alemán con respecto a España por la negativa de Hitler a invadir la Península dada la situación de la guerra. España no entró en guerra, pero Serrano estaba convencido de que se habría entrado en guerra si los alemanes hubiesen dado a Franco el Marruecos francés. Franco creyó en la victoria alemana hasta bien entrado el año 1944.

La seguridad alemana en la derrota de Inglaterra y el papel atribuido por Hitler a Francia en el nuevo orden europeo, son fundamentales para explicar estos acontecimientos; pero no lo son menos los sueños imperiales italianos y los manejos subterráneos de Inglaterra.

(1) F. O. 371, 24.508, folio 270, 273; F. O. 371, 49.663 folios 23 y ss.; D.G.F.P.V. XI doc. 220; O.S.S. (N.A.B.) 58.933.

(2) Para estas entrevistas véase D.G.F.P.V.XI doc. 352, 353, 357; F.O. 425,417,140-141 y O.S.S. 58.933 citado.

26 Noviembre 1978

Puntualizaciones sobre las relaciones de Franco y Hitler durante la segunda guerra mundial

Ramón Serrano Suñer

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En los números de este periódico correspondientes a los días 19, 21 y 22 del mes actual han aparecido tres artículos firmados por don Antonio Marquina Barrio, de los que, encontrándome fuera de Madrid, sólo el último pude leer antes de mi regreso. Los tres artículos tienen el título común de «Franco quiso participar en la segunda guerra mundial», afirmación que si en un momento, el de la aplastante victoria de los ejércitos del III Reich en Occidente, a guerra casi terminada, con poca exposición por parte de España y valiosas compensaciones territoriales, fue cierta, no puede sostenerse sin más, sin matices, ni referencias a una actitud suya, muy distinta, que ya en el año 1940 tomó con la política que he llamado de «amistad y resistencia», que yo serví y conozco con la mayor proximidad.

Hay que presumir, con presunción juris tantum, como decimos los juristas, la buena fe en quienes escriben sobre temas importantes con el propósito de hacer historia. Para llevar a cabo con el debido rigor esta tarea hay que pensar que los hechos son su material propio; los hechos históricos en su descarnada y fría realidad, los hechos tal como son y se producen. Los hechos son brutales, decía Castelar, que, además del orador de elocuencia extraordinaria que todo el mundo conoce, era historiador con una muy sólida formación cultural producto de muchas lecturas bien seleccionadas y meditadas.Ahora bien, las fuentes de donde se extraen los hechos que se utilicen no pueden ser sólo los documentos más o menos auténticos. La historia llamada de los textos,que durante mucho tiempo estuvo en boga, está hoy considerada como insuficiente, porque el texto puede ser dudoso -y lo es con frecuencia- ya en su realidad, ya en su certeza y fidelidad. Por eso al «texto» hay que añadir otros factores; al «documento» hay que incorporar el «monumento», entendido éste no sólo en su significado vulgar y más inmediato, sino en la acepción de todo dato, objeto o testimonio, de utilidad para la historia.

Así entendidas las cosas, a quien trabaja con seriedad no puede molestar el afán legítimo de puntualización, de aclaración y aun de rectificación, tan pronto como se adviertan dudas, lagunas o errores.

Claro es que a los que sólo se proponen realizar un servicio con designios interesados o para dar satisfacción a odios y pasiones, como también a las personas de mente perezosa que reciben sin depurar informaciones y deformaciones propagandísticas, sin tomarse la molestia de un análisis racional, es inútil tratar de corregirlos en sus opiniones o actitudes: persistirán en su error -interesado o perezoso- y acaso gustosamente alimentado, y aun se mostrarán recelosos de que pueda alguien descubrir sus guaridas.

Hitler sí pidió a Franco colaboración

No es este el caso de los artículos de Marquina, en los que hay laboriosidad en la búsqueda de datos y documentos; pero incurre sin embargo en errores y confusiones que quiero resaltar como aportación a la verdad histórica. Así, al hablar de la entrevista Franco-Hitler en Hendaya, dice el articulista que

«Hitler no pidió a Franco entrar en guerra, en Hendaya. Que HitIer se limitó a repetir sus ideas sobre el inminente aniquilamiento de Inglaterra, sobre Gibraltar, Marruecos y Canarias». Y eso no es así. Soy testigo presencial, como asistente a aquella conferencia, de que fue todo lo contrario: Hitler le pidió a Franco la colaboración en la guerra empezando por el ataque a Gibraltar, y prueba de ello es que llevaba preparado un documento -un protocolo- para que España se adhiriera al Pacto Tripartito (pacto de alianza militar entre Alemania, Italia y Japón), pasando a la acción en el momento en que las conveniencias o la marcha de la guerra, apreciadas por él, lo exigieran. Fue así y no podía ser de otra manera, pues para Hitler y sus mariscales Gibraltar era el tema principal.

El mariscal Keitel dijo melancólicamente «que la historia hubiera sido diferente si nosotros hubiéramos tomado Gibraltar». Tanto interesaba entonces al Führer la posesión de Gibraltar que hay un testimonio suyo -documento C 134 de Nuremberg- en el que se dice: «Para la toma de Gibraltar nosotros habíamos hecho tales preparativos, que teníamos la certeza del éxito. Y una vez en posesión de la plaza habríamos.estado en condiciones de instalarnos en África con fuerzas importantes y de poner así fin al chantaje de Weygand» -el general francés-, y añade: «Si Italia puede aún decidir a Franco a entrar en la guerra, esto representará un gran éxito.»

Y aparte del proceso verbal recogido en aquel documento a que nos estamos refiriendo, existe la carta que Hitler dirige a Mussolini diciéndole: «Si vos, aprovechando vuestras relaciones personales con Franco, podéis obtener que éste modifique su punto de vista, habríais rendido un inmenso servicio a nuestra coalición. » (¿Qué importancia se puede dar frente a esa realidad a papeles y manifestaciones ocasionales y secundarias sin valor?)

La negativa de Franco a que se realizara esta operación tuvo enormes consecuencias sobre el desarrollo ulterior de los acontecimientos. Ya estaba próximo a su fin el año 1940 cuando el proyecto de atacar a Rusia no estaba todavía en la cabeza de Hitler, y fue preci.samente el fracaso de su plan de ataque a Gibraltar el que le hizo volverse hacia el Este y, con ello, como han señalado autorizados estudiosos del problema, se incubaba el desastre alemán en Rusia y el desembarco angloamericano en Africa.

Hitler pidió a Franco su participación en la guerra y Franco no aceptó porque no le ofrecían compensaciones de interés nacional suficiente y, además, porque en aquellas fechas, aunque Franco creyera -como creía- en la victoría alemana, estaba ya convencido de que la guerra iba a ser larga, y no quería por ello tomar ningún compromiso inmediato de participación en la contienda. Y fue precisamente allí, en Hendaya, donde se afirmó en Franco esta convicción cuando, de un modo que parecía puramente incidental, pero con toda intención, pregunio al Fülirer por la batalla sobre Inglaterra y expuso su extrañeza de que no se librara, escuchando de Hitler, a este respecto, sólo palabras vagas -«en cuanto mejore el tiempo será aniquilada»-, en las que se apreciaba un tono propagandístico y falto de sinceridad.

La verdad es que Franco no creyó nunca en que aquella batalla sobre Gran Bretaña llegara; y si lo mismo que a él nos parecía a los profanos, diré, sin embargo, que hombre tan inteligente y competente como el gran almirante Raeder, persona, además, simpática y bien educada, me manifestó entonces, en conversación privada conmigo, y luego públicamente también lo hizo, que, a su juicio, la operación era posible y debía de llevarse a cabo cuanto antes.

Ni presiones ni malos modos

Terminaré este punto diciendo que es saludable comprobar cómo Marquina consigna, frente a tanto disparate que se.ha escrito en relación con este tema, el hecho cierto de que no hubo presiones. Así fue; no hubo presiones ni malos modos ni allí, en Hendaya, ni luego durante nuestras conversaciones -patéticas- en el Berghof, pero también es cierto que HitIer dio comienzo a su exposición diciendo que tenía a su disposición doscientas divisiones, que era el dueño de Europa y que había que obedecer. (Palabras que recojo en mi ultimo libro no sólo -en base de mis recuerdos, que difícilmente se apagarán en mi memoria, sino, también, por las notas que me entregó firmadas -y que conservo- el barón de las Torres, que fue con Franco y conmigo el único español que estuvo allí presente, como por la parte alemana no estuvieron más que Hitler, su ministro Ribbentrop y su intérprete, Gross).

Aunque de la estación de Hendaya saliéramos sin firmar aquel protocolo, pensando que podía constituir peligro rechazarlo en absoluto, horas después, ya de regreso en San Sebastián, de madrugada, redactamos en Ayete un contraproyecto con la adhesión al Pacto Tripartito, pero desvirtuando tanto el preparado por el Gobierno alemán que, en el nuestro, quedaba exclusivamente en manos de España la determinación del momento para pasar a la acción. Y al amanecer del día 24 entregamos nuestro texto al embajador de España, que se apresuró a llevarlo al ministro Ribbentrop.

En cuanto a lo que se dice en el trabajo a que nos referimos de que Franco, pocos días después de la entrevista de Hendaya, intentara reanudar las negociaciones, se trataba más bien de lamentarse del desconocimiento del derecho español sobre los territorios africanos a que se refiere, considerado por Franco mejor y más fundado que el de Francia, como puede leerse en la carta de éste a Hitler, publicada en el libro mío citado, Entre el silencio y la propaganda, la Historia como fue.

En asunto tan grave como este, el acuerdo entre Franco, que decidía, y el ministro -yo-, que negociaba y discutía, fue absoluto.

28 Noviembre 1978

Ribbentrop acusó a un ministro español de estar al servicio de los ingleses

Ramón Serrano Suñer

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Para evitar mayor confusión en relación con los temas tratados en los artículos que analizo, convendría distinguir tres momentos: primero, mi viaje a Berlín en septiembre de 1940; segundo, el encuentro de Franco con Hitler en Hendaya -del que ya me he ocupado en el número anterior de este diario-, y el tercero, mi entrevista con Hitler en el Berghof.Las cosas empezaron así: el coronel Beigbeder, ministro de Asuntos Exteriores en aquel tiempo, hombre de una personalidad singular, con buena cultura «parcial», y con «su inteligencia», era muy inestable, por emplear una palabra hoy tan en uso. Tomó parte en la organización del alzamiento en Marruecos -devoto fervoroso de Franco al principio, y conspirador contra él más tarde-, fue primero falangista exaItado y germanófilo para rendirse muy pronto, pese a su honradez, a ciertos encantos de la embajada inglesa, que empezó así a conocer con demasiada familiaridad y rapidez los documentos, las noticias, los informes cifrados que llegaban a nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores. Alguien, creo que un coronel que luego fue ministro, informó al Generalísimo del malestar que ello producía en la misión militar alemana y en otros elementos de la embajada, y fue este el motivo por el que Franco, disgustado, preocupado por el mal humor de los nazis, en las horas más altas del poderío de éstos, decidió enviarme a Berlín -en razón de mi notoria germanofilia- para clarificar la situación y hacer saber, una vez más, al Gobierno alemán y a Hitler nuestros sentimientos de leal amistad y propósitos de colaboración; todo ello en la línea y en el tono que claramente resulta de las cartas que él me enviaba en avión, y en mano del teniente coronel Tomás García Figueras, ilustres africanista.

Al llegar a Berlín encontré, efectivamente, en mi primera conversación con Ribbentrop, un ambiente de recelo y desconfianza y así, al hablarle de apreciaciones nuestras sobre la situación de Inglaterra, me interrumpió con intemperancia diciendo que algún ministro español estaba al servicio, o poco menos, de la embajada británica en Madrid, a lo que yo hube de replicar que los ministros podíamos estar acertados o equivocados en nuestras actuaciones, pero que ninguno creía servir otro interés que el de España. No insistió sobre el caso Beigbeder, al que sin duda se refería, pero en seguida, ante otra rectificación mía, dijo irónicamente que nuestra fuente de información sobre las cosas inglesas,era la que Sir Robert Vansittart, alto jefe del Foreign Office, proporcionaba a nuestro embajador en Londres.

Ante tan delicada situación, yo, en mis conversaciones con Hitler y con el ministro Ribbentrop, cumplí el encargo de Franco -en términos que merecieron su elogio- de hacer protesta de nuestra verdadera amistad, de nuestra solidaridad, de nuestro deseo de una colaboración activa -por el momento imposible- tan pronto como se resolvieran satisfactoriamente los problemas del suministro de víveres, materias primas y armamento para la adecuada preparación del Ejército, entrando en cifras y detalles, preparados ya en Madrid, y siempre, que se garantizara a España la reivindicación de los territorios africanos, a los que más tarde hizo Franco referencia en Hendaya. Y no obtuve, ciertamente, sobre este punto, como señalan los artículos de referencia, declaración satisfactoria. Nada concreto. Nada efectivo.

Escena delirante

Pude apreciar, en las muchas conversaciones que allí celebré, el gran interés que Hitler y el Gobierno tenían por los territorios de Africa, aunque no estuvieran en la zona de influencia que Alemania proyectaba reservarse. No olvidaré nunca la escena delirante (muchas veces me la ha recordado con humor Antonio Tovar) que nos ofreció Ribbentrop señalando con un puntero, sobre un mapa colgado en la pared, una enorme extensión que abarcaba desde el paralelo del lago Tchad hasta Angola y Mozambique, cogiendo Camerún, el Africa Eucatorial francesa, el Congo francés y el belga, también Guinea y los territorios de Kenia y Tanganica. Todo aquello era la zona de intereses alemanes, el impeno que soñaban en el corazón de Africa, para el pueblo alemán. Y aún otro día, en reunión un poco ocasional -imprevista-, estando yo con Ribbentrop, con el subsecretario Weizseker y el bilingile Gross, me manifestó que también querían algunos enclaves en la zona de las pretendidas reivindicaciones españolas, tales como Mogador y Agadir, para establecer allí bases militares; y al referirse, de añadidura, a la necesidad de establecer otra base para sus aviones en Canarias, fue cuando yo, puesto en pie, le dije que interrumpía toda conversación y me marchaba a España, creándose así una gran tensión que fue resuelta por la cortesía, frecuente en los marinos, del citado subsecretario Weizseker.

¿Fracaso?

Se dice en los artículos de referencia que el viaje fue un fracaso. Veamos: ¿Fracaso por no haber conseguido satisfacción a nuestras reivindicaciones territoriales? Desde luego. ¿Fracaso por no haber concertado la entrada en la guerra? También. Dos fracasos que, con el definitivo de Hendaya, la participación armada en él conflicto no tuvo lugar.

¡Menguado triunfo hubiera sido aquel que nos condujera a la guerra por la concesión de unos territorios que, al fin, tal como se desenlazó el drama del mundo y son hoy sus ideas dominantes, habriamos perdido sin remedio por considerar ilegítimo el título de su adquisición!

29 Noviembre 1978

Hitler tenía minuciosamente planeado el ataque contra Gibraltar

Ramón Serrano Suñer

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Apenas transcurridos veinte días desde el encuentro Franco-Hitler en Hendaya, sin el menor propósito por nuestra parte de reabrir negociaciones con los alemanes, al contrario, deseando volver sobre lo tratado lo más tarde posible, fuimos nuevamente llamados por ellos. A mi despacho oficial del palacio de Santa Cruz llegó, sobre el mediodía del 14 de noviembre, el embajador alemán Von Stohrer con una comunicación de su jefe, Ribbentrop, para que me dijera que Hitler deseaba recibirme con urgencia en Berchtesgaden, en el Berghof, que era, como es sabido, su refugio en los Alpes bávaros. Amistosamente, el embajador me proponía que saliéramos juntos para allí inmediatamente, cosa, le manifesté, que no podía hacer, pues tenía que hablar primero con el Generalísimo, como lo hice, en aquel mismo día; y con él, y con los ministros militares Vigón, Varela y Moreno, celebramoss una conferencia -en la mañana siguiente, sábado- sobre si convenía o no que acudiera a aquella llamada y sobre la actitud que debía adoptar si acudía. De acuerdo todos en que lo hiciera, después de una primera vacilación de Varela, salí para París, no recuerdo exactamente si el domingo 16 o el lunes 17, y el martes 18, por la tarde, acompañado por el profesor Tovar y el diplomático barón de las Torres, llegué a la estación de Berchtesgaden, donde Ribbentrop y varios jefes militares me esperaban.No fue, pues, repito, mi viaje iniciativa nuestra, sino de Hitler, y no es cierto, por consiguiente, lo que ha escrito Marquina, ni hubiera sido lógico que, después de haberme llamado Hitler, me dijera Ribbentrop, como gratuitamente afirma el articulista, «que no existía necesidad de ver al Führer, a menos que pudiera llegar a un acuerdo con él» -con Ribbentrop-, y es igualmente inexacta la afirmación que hace de que yo «amenazara con marcharme».

Hitler notifica

La entrevista con Hitler fue por la tarde y, como casi siempre, estuvo acompañado por su ministro de Asuntos Exteriores y por el intérprete Gross. Hitler habló así: «He decidido atacar Gibraltar. Tengo la operación minuciosamente preparada. No falta más que empezar y hay que empezar.» Yo, que había escuchado silenciosamente y observado con atención al hombre tan poderoso que tenía frente a mí, comprendí, como lo comprenderá cualquier persona inteligente, con imaginación y sensibilidad para entender el dramatismo de aquel momento, que se trataba de una grave notificación. Hitler argumentó ampliamente parajustificar su decisión y su tesis: razones de orden psicológico; contrarrestar el mal efecto del imperdonable error cometido por los italianos en Grecia; la aceleración de la guerra para acabar con el derramamiento de sangre; también -¡ahora!- la defensa de las islas Canarias; la necesidad de cerrar el Mediterráneo… etcétera. Yo, con emoción contenida, con sinceridad, con el tono inconfundible de la amistad -patéticamente- contesté exponiendo las razones económicas, políticas y militares por las que nuestra entrada en la guerra no era posible. No se podía pedir a los españoles nuevos sacrificios pocos meses después de las devastaciones y la desgracia terrible de una guerra civil, pendiente el afán de reincorporar a la fe y a la tarea de la Patria a los que habían sido nuestros enemigos.Hitler escuchó al principio mis manifestaciones con un cierto malhumor, para acabar con un gesto de decepción, de cansancio y de tristeza. De las siete u ocho veces que tuve que hablar con él fue esta la ocasión en que le encontré más parecido a un ser humano. «Bien -me dijo-, España puede tomarse algún mes más para prepararse y decidirse.» (Este encuentro histórico puede conocerse con todo detalle en mi viejo libro Entre Hendaya y Gibraltar, publicado en 1947.)

Y me pidió que, no obstante, deseaba que pasáramos -como lo hicimos- a una gran sala contigua llena de mapas colgados en las paredes, y sobre un gran tablero central, en los que con banderitas se señalaba la posición de sus ejércitos, y donde el general Jodl, jefe de operaciones del cuartel general alemán, hizo una exposición muy detallada (de la que, naturalmente, poco entendí) del proyecto minuciosamente preparado para el ataque a Gibraltar. Terminada su explicación, les manifesté que, profano en el arte militar, me imaginaba, sin embargo, conocida su gran competencia, que todo aquello sería perfecto, pero que, por las razones apuntadas, no era posible nuestra entrada en la guerra.

¿Otro fracaso?… Para los alemanes.

Cuando terminamos era ya de noche, y contra nuestro deseo de volver rápidamente a España tuvimos que pernoctar en Berchtesgaden, lo que no era agradable en circunstancias de desacuerdo, teniendo en cuenta las expeditivas maneras de aquella gente ante las dificultades.

Nuestra política dilatoria

Es evidente el mérito personalísimo de Franco con la técnica de resistencia a intervenir en la guerra, compatible con la política de amistad hacia las potencias del Eje: la «no beligerancia». El era el jefe, él quien tenía el poder de decisión; y quien decidió. Pero en servicio de esa política me correspondió a mí el papel incómodo -y, en más de una ocasión, arriesgado- de ser elemento de choque; de ser el dialéctico en las confrontaciones personales, directas, con el Gobierno alemán. Por ello, creo que ninguna persona con rectitud de conciencia dejará de comprender y de considerar legítimas mis explicaciones y mi protesta ante la falsa atribución de una postura intervencionista de que fui víctima y que, pese a mis ideas y sentimientos -por otra parte, aquí, en España, muy extensamente compartidos-, era radicalmente contrarlo a la realidad de mi gestión.Los ataques de que me hacen objeto Hitler y sus generales -que constan en los documentos de Nuremberg- demuestran que aquella táctica dilatoria, resistente, fue apoyada por mí con alguna inteligencia y con energía. Así, el citado general Jodl escribió en su diario, autógrafo, estas palabras: « La resistencia del ministro español de Asuntos Exteriores, señor Serrano Súñer, ha desbaratado y anulado el plan de Alemania para hacer entrar a España en la guerra.» Y todavía, para completar la información del lector, se podían haber transcrito en el periódico, en lugar de la falsedad que figura al pie de una de las fotografías llamándome defensor de la entrada de España en la guerra, estas otras palabras del mismo general, pasando revista ante los gauleiters del Reich sobre las ocasiones perdidas, que se recogen en el documento L-172 de los de Nuremberg: «Nuestro tercer objetivo en el Oeste, el de llevar a España a la guerra a nuestro lado, y de crear así la posibilidad de tomar Gibraltar, falló por la resistencia de los españoles o, más exactamente, de su jesuítico ministro de Asuntos Exteriores, Serrano Súñer.» También las de Hitler, que en sus ataques contra Franco me califica a mí del más siniestro, por estar dedicado a la tarea de preparar la Unión Latina.

El testimonio de Ridruejo

Y en sus memorias, Ridruejo -siempre Dionisio en el recuerdo- cuenta con su palabra limpia, valiente y generosa, las reflexiones que yo le hice en conversación íntima, mantenida después de un viaje de exploración espontánea que él había hecho por el Oranesado; y dice, literalmente, que yo «le expuse claramente mi posición ante la guerra en estos términos: la intervención era imposible con nuestros medios actuales, y atraer para ello al Ejército alemán era inaceptable». Aparte de ésto, dice que añadí «que debía preocuparnos la idea de un exceso de victoria por parte de Alemania, y ello excluía la ruptura con Francia. Si apuñalásemos a Francia por la espalda habríamos eliminado nuestra única posibilidad de pensar en Europa al fin de la guerra, pues sólo aquel frente latino podría moderar el dominio de Alemania en el continente. Cada uno de los tres países, aislado, quedaríamos en peligro».Finalmente me referiré a la caballerosidad con que el general don Vicente Rojo, la primera figura del Ejército republicano, se manifestó en relación conmigo, brindándome sus mayores respetos porque en un momento crucial de, la vida de España supe colocar mi conciencia por encima de mi conveniencia. Todos estos testimonios capitales han sido aquí poco o nada difundidos, porque no siempre se escribe la Historia como fue.

Los que hablan o escriben en términos parecidos a los del, pie de esa fotografia a que me refiero, ¿es que no sabían nada de esto? ¿No tienen en cuenta, los insidiosos que todavía mienten o callan sobre nuestra salida victoriosa de una de las más graves crisis de nuestra hi storia, que una, política se mide, se pesa, se valora y califica, en definitiva, por sus resultados; y que la nuestra, de «amistad-resistencia», fue buena y acertada, puesto que nos libró a todos -también a ellos- de la invasión por los ejércitos alemanes y, en consecuencia, del deshonor si les dábamos paso a través de nuestro territorio en actitud sumisa, o de la guerra, si hubiéramos seguido una política de enemistad con Alemania?

Y todo ello, cualesquiera que fueran nuestras ¡das y venidas, nuestros discursos, nuestros sentimientos y nuestras palabras de amistad, que, al menos por mi parte, salvo las naturales reservas a ciertas conductas suyas, contrarias a la unidad moral del género humano, eran sinceras.

El terco andar del tiempo ha acumulado ya muchos años sobre mí, y con ellos una carga grande de escepticismo y de cansancio. Y a esta altura crónológica pesa tener que salir al paso de confusiones, a veces de puerilidades, imprecisiones y errores, aunque en algunas ocasiones sean producto de la buena fe. A quienes escriban con noble propósito para indagar y juzgar podría ofrecérseles el consejo que un poeta medieval daba a los jueces recomendándoles que hicieran justicia: sin amor, sin desamor, sin temor e sin cobdicia.

Sin olvidar que sobre todos hay un Juez que un día -a todos- ha de juzgar.

15 Diciembre 1978

Más datos sobre las difíciles relaciones entre Franco y Hitler en 1940

Antonio Marquina Barrio

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Las complejas relaciones hispano-germanas en el año 1940, entre la todopoderosa Alemania nazi en el segundo año victorioso de la guerra mundial y una España destrozada recién salida de la contienda civil, fueron analizadas en EL PAIS por dos personalidades bien diferentes. El profesor Antonio Marquina Barrio, los días 19, 20 y 21 de noviembre y el ex ministro de Franco en los años cuarenta, Ramón Serrano Súñer, que dio su versión de lo ocurrido entonces, los días 26, 28 y 29 de noviembre. La célebre entrevista de Hendaya, la de Serrano y Hitler en Alemania y la disposición o no de Franco para entrar en guerra junto al Eje, cosa que Hitler nunca le pidió, fueron analizadas minuciosamente a la luz de documentos en los citados artículos. Ahora, Antonio Marquina, puntualiza al señor Serrano Súñer, para que sea el lector el que juzgue.

Es perfectamente conocido para cualquier persona que escribe en periódicos o revistas de divulgación, aunque sean de cierta altura, que los títulos de los artículos o de las series de artículos son preparados y estudiados por la redacción, no por los autores, teniendo como primera mira conseguir un título de garra que despierte la curiosidad del lector. Por ello, el título general «Franco quiso participar en la II Guerra Mundial», que no es falso, aunque no recoja todos los matices, como es lógico, que aparecen sobre todo en el tercer artículo, debe verse bajo esta perspectiva. Sí quiero hacer la siguiente puntualización: la consideración de la entrevista de Hendaya como «una trata de ganado de segunda categoría» no es de Hitler, sino de un personaje importante, el intérprete Paul Otto Schmidt, que no asistió a la conferencia de Hendaya, pero que sí conocía lo que allí se trató. Esta frase la pronunció en una entrevista que tuvo con el profesor Donald Detwiler, el 28 de marzo de 1962 -la copia de esta entrevista está depositada en los archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores alemán-. Quede aquí también constancia de mi agradecimiento al profesor Donald Det wiler, gran conocedor de este período, por sus apoyos y ayudas en Estados Unidos.Una aclaración metodológica

En el tema de las fuentes, de lo que hay que desconfiar a priori, desde un punto de vista metodológicos, es de los «monumentos», y eso lo sabe cualquier investigador. Las memorias de personas y personajes, sobre todo si son polémicas, deben siempre ser aceptadas con un cierto grado de provisionalidad y necesitan ser contrastadas con otros «monumentos» y otras fuentes, en especial documentales de la época, buscando si es posible que sean de las mismas fechas en que se producen los acontecimientos e incluso, si ello también es posible, del mismo autor que posteriormente narra sus experiencias en forma de libro.

Solamente una vez que este quehacer riguroso y laborioso se lleva a cabo y que las fuentes documentales diversas y de países con intereses contrapuestos, que previamente han evaluado como buenos documentos, telegramas e informes, coinciden sustancialmente y añaden «sutilezas» que no están en las narraciones corrientes, parece conveniente su publicación. Todo lo cual no excluye cualquier afán legítimo de puntualización que, siempre que sea irrefutable, es muy saludable.

Comenzando con el segundo artículo de Ramón Serrano Suñer, del martes 28 de noviembre -que debería haber sido el primero-, hoy día la documentación consultable no permite el recurso a la exposición que se vuelve a repetir sobre las conversaciones en Berlín. Los artículos de los días 19 y 21 no dicen que estas conversaciones fueron un fracaso. Se limitan a recoger los silencios que sobre el tema existían y se apoyan en manifestaciones y documerrtos nada dudosos. Aquello no fue un fracaso, fue un fiasco, como bien dijo Manuel Halcón. Compárese la versión del día 28 con lo expuesto en los días 19 y 21. Basta con ello.

En cuanto a la entrevista de Hendaya, no parece muy correcto desmarcar la frase «Hitler no pidió a Franco entrar en guerra en Hendaya. Hitler se limitó a repetir sus ideas sobre el inminente aniquilamiento de Inglaterra, sobre Gibraltar, Marruecos y Canarias», para pasar a mostrar que Hitler pidió la colaboración de Franco en el asunto de Gibraltar y que la negativa de Franco a que esto se llevara acabo tuvo enormes consecuencias posteriores. Esto nadie lo ha puesto en duda, y bien claro se dice en el artículo del miércoles 22 que Franco no dio facilidades en el tema de Gibraltar, y que los alemanes presentaron el Protocolo, donde aparece con toda claridad el tema de la entrada de España en guerra. Lo que no se puede mantener es que las ideas de Hitler y la presentación que hace de las mismas en Hendaya giren alrededor del tema de la entrada en guerra, como se vuelve a repetir el día 26, y no en el de la alianza tripartita, en la que no estaba todavía decidido el momento de la intervención en guerra de España con el ataque a Gibraltar, dado el acuerdo previo entre Mussolini y Hitler. Prueba de ello es que Ramón, en diversas ocasiones, también lo denominó «alianza política».

Pero lo fundamental de la entrevista de Hendaya es que Franco va mal informado porque el ministro español no se percata del cambio producido en los planes de alemanes e italianos -véanse artículos de los días 21 y 22-. Esto tiene más importancia que mis posteriores afirmaciones de que no hubo presiones en la entrevista y que son aceptados, aunque ello implique una contradicción con su hasta ahora consultable cuarta versión de estos acontecimientos (cfr. Memorias, pp.295): «Franco hizo en la conferencia de Hendaya todo cuanto pudo para mantener nuestro difícil equilibrio frente a las presiones de Hitler.» Por si todavía quedase alguna duda procedamos a ampliar estos datos:

El gran fraude

En el otoño de 1940, Hitler intentó crear una coalición continental contra Inglaterra, de la que formarían parte Alemania, Italia, España y Francia, pero los intereses contrapuestos en materia territorial de estos países lo hicieron imposible, tal como se narra en mis dos primeros artículos. Hitler, entonces, trató de conseguir el apoyo de Mussolini, Franco y Petain, por medio de lo que él mismo calificó como «grandioserbetrug» (el gran fraude). (1).

El ministro prepara con el general Franco, en un contexto equivocado, la entrevista de Hendaya. Esto es clave, y nunca se ha dicho. y se debió decir. El argumento curioso y revelador que hizo su mella en Franco fue el siguiente: «Durante los últimos siglos, en cada guerra, España había perdido territorios, y el régimen se vería fortalecido a los ojos de los españoles si se pudiera mostrar con una ganancia de territorio, que en la guerra civil no se había luchado en vano.» (2). Estas son las razones por las que Franco, en cuanto Hitler le pregunta si no quería formar una alianza con él -el Protocolo, no lo olvidernos-, Franco, de inmediato, lo interpreta como una petición de entrada en guerra, de ahí lo de la ganancia sustancial de territorio, y sigue en la línea del plan previamente convenido con el ministro, hasta que se da cuenta de su error, y de ahí su precipitada retirada. Las ideas de Franco, evidentemente, diferían de las del ministro. Lo de Gibraltar, en estas condiciones, pierde la fuerza que pretende dársele saltándose los datos posteriores que aparecen en el artículo del día 22 de noviembre. Ramón Serrano Súñer sabe mejor que nadie que si Hitler hubiese dicho, adelante, España habría ido hacia adelante. Por tanto, consideremos el problema en toda su complejidad de piezas, tal como aparece en nuestros artículos, y no desliguemos una de ellas de su contexto, ni recurramos a citar documentos de Nuremberg sobre la importancia de Gibraltar, que nadie niega. Por otra parte, existen más datos, y éstos no documentales, como, por ejemplo, el testimonio de un personaje bien informado sobre el tema español, el mariscal Keitel. Dice textualmente en sus Memorias: «El Führer estaba planeando el apoderarse de Gibraltar con la aquiescencia de España, por descontado.» (3) Si no hay presiones, la resistencia de Hendaya es una resistencia sui generis, que diría el filósofo.

No parece legítimo, por ello, recurrir al fácil argumento de menospreciar la documentación hoy día ya accesible -e irán desclasificándose en el próximo quinquenio materiales fundamentales que todavía no lo han sido- con frases tales como «papeles y manifestaciones ocasionales y secundarias sin valor».

Otro aspecto importante corroborativo es el intento del ministro de ganar el terreno perdido tras la primera conversación entre Franco y Hitler en Hendaya. Citemos, entre otros, el memorándum alemán de la conversación entre Von Ribbentrop y el ministro español. Comienza con estas reveladoras palabras: «Serrano Súñer recalcó desde el principio que el Caudillo no había entendido las cuestiones concretas tratadas en la conversación con el Führer.» (4) ¿Es que el general Franco era un disminuido? ¿Habrá que hacer más caso a otros testimonios, como el del mariscal Keitel, cuando afirma el disgusto de Hitler por el rol jugado por Serrano Súñer en Hendaya, que «tenía a Franco en el bolsillo»? (5)

Además, tampoco es admisible la argumentación siguiente: «Ya estaba próximo a su fin el año 1940 cuando el proyecto de atacar a Rusia no estaba todavía en la cabeza de HitIer, y fue precisamente el fracaso de su plan de ataque a Gibraltar el que le hizo volverse hacia el Este y, con ello, como han señalado autorizados estudiosos del problema, se incubaba el desastre alemán en Rusia y el desembarco angloamericano en Africa.»

Es necesario conocer que, en julio de 1940, Hitler encargó a su Estado Mayor que estudiase los planes para un ataque a Rusia, y será a principios de diciembre de 1940, tras la visita de Molotov, cuando Hitler tome esta decisión definitiva. No se puede poner en conexión desencadenante «el fracaso de su plan de ataque a Gibraltar» y la campaña del Este, como Serrano Súñer afirma. (6)

En cuanto a los bombardeos de Inglaterra y el tono propagandístico de Hitler en Hendaya, conviene hacer también algunas precisiones. En el reciente libro de Memorias, página 294, se afirma también que Hitler aseguró que el aniquilamiento de Inglaterra era cuestión de muy poco tiempo, y en el libro Entre Hendaya y Gibraltar se pone de nuevo en boca de Hitler, en la entrevista en Berghof, las siguientes frases: «La aviación únicamente tiene en contra suya las condiciones meteorológicas, y a pesar de ellas el ataque contra Inglaterra no cesa ni un solo día y esperamos únicamente una bonanza duradera para llevar a cabo el ataque total sobre la Gran Bretaña con 4.000 aviones», que concuerdan con la minuta alemana de la conversación. Asimismo se debe recordar que el famoso bombardeo de Coventry tiene lugar el 14-15 de noviembre y que la operación denominada SEALION, de invasión de Inglaterra, no es definitivamente pospuesta hasta 1941, dadas las seguridades que ofrecía Göring (7).

La entrevista en Berghof

La carta de Franco a Hitler, tras la entrevista de Hendaya, tiene más importancia de la que se atribuye en los artículos del día 26 y 29 de noviembre. Esta carta, donde aparecen las reivindicaciones españolas sobre Francia y el mejor derecho español, curiosamente no se entregó a la embajada alemana en Madrid, sino que fue llevada en mano por la señorita Mari Carmen Fernández de Heredia, perteneciente a la secretaría privada del ministro de Asuntos Exteriores. Resulta difícil admitir que esta carta no tenga ninguna finalidad negociadora en aquellos momentos y sólo expositiva, como veremos.

En efecto, Ramón Serrano Súñer llega a Berghof llamado por Hitler -esto nadie lo niega- y es recibido en primer lugar por Von Ribbentrop, cuya tirantez con Serrano era ya conocida, tras lo ocurrido en Berlín. La cita exacta de lo expuesto en el artículo del día 22 y que Ramón niega pertenece a una conversación del propio Ramón Serrano Súñer en enero de 1944 con motivo del discurso de Franco del día 6, y que los servicios de inteligencia americanos evaluaron muy alto (13-2) y no más alto por tener algunas inexactitudes de fechas y lugares. (Aparte de esto el contenido contrastado con otros documentos es fiable.) Dice así: «… Ribbentrop trató de darme sus puntos de vista y sugirió que no existía necesidad de ver al Führer a menos que yo pudiese llegar a algún tipo de acuerdo («reach some agreement») con el Ministerio alemán de Asuntos Exteriores. Yo le dije que había venido para ver al Führer y que estaba preparado a dejar Berlín inmediatamente a menos que pudiese hablar con él en persona … » (8).

Pero veamos cuál es la información que envía el embajador inglés, Sir Samuel Hoare, que no era ciertamente un exaltado, a Londres, y que el Foreign Office consideró digna de ser impresa junto con otros pocos documentos del año 1940 (143 en total). Comienza así el telegrama: «Hitler llamó a Súñer para informarle que no sería aconsejable que España invadiese el Marruecos francés, ya que esto trastornaría la presente política de Hitler, quien también expreso su indignación por el movimiento español en Tánger.

Súñer replicó que España relvindicaba el derecho a ocupar el Marruecos francés y recordó a Hitler que España había contribuido directamente a la derrota de Francia manteniendo un numeroso ejército en los Pirineos…» (9). Sigue un resumen de la conversación y las opiniones de Ciano y Laval sobre el tema de la invasión del Marrueco francés.

Con estas breves puntualizaciones y a la vista de las diferentes versiones del tema, que el lector sea el que juzgue. Quede constancia de que no existe por mi parte ningún tipo de mala fe o animadversión para Ramón Serrano Súñer. Lo único que se ha querido mostrar con estos artículos es que lo escrito hasta ahora es perfectible.

Por otra parte, es muy encomiable la valentía de un personaje de la categoría de Ramón Serrano Súñer al escribir sus recuerdos de esta época, que sin ningún género de dudas quedó hace mucho tiempo muy lejos de su talante, como convincentemente muestra en sus Memorias.

Notas (1) Véase Donald DetwIler: Hitler, Franco und Gibraltar, Wiesbaden, 1962; Donald Detwiler: Spanish-German relations during the Second World War (estudio presentado en la American Historical Association en 1969); Kriegstagebuch, «Tägliche Aufzelchnungen des Chefs des Generalstabes des Heeres 1939-1942», Hans Adolf Jacobsen, V.H, Stuttgart, 1963, página 124. (2) N.A.B. O. O.S. 58933. (3) Wilhelm Keitel: Memoirs, London, 1965, página 121. (4) D.G.F.P. Serie D. VAI, doc. 221. (5) Wilbelm Keitel: página 126. (6) Véase Gerhard L. Weinberg: Germany and the Soviet Union, V.I., Leiden, 1954, página 106 y ss.; Andreas Hlllgruber: Hitlers Strategic: Politik und Kriegfürung 1940-41, Frankfurt am Main, 1965, página 352 y ss. Sobre el cuándo Hitler decidió atacar a la Unión Soviética, véase Gerhard L. Weinberg: «Der deutsche EntschIuss zum Angriff auf díe Sowjetunion», Vierteljahrsheftefur Zeitgeschichie, VI. 1953, página 301 y ss. (7) Véase, entre otros, B. H. Liddell Hart: History of the Second World War, New York, 1970, página 90. (8)N. A. B. 0. S. S. 58933. (9)F. 0. 425,417 doc. 122.

23 Diciembre 1978

Mi punto final sobre "Hendaya"

Ramón Serrano Suñer

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Por última vez, y por que no se tome a desatención con nadie, vuelvo sobre las consideraciones que sigue haciendo Antonio Marquina en relación con el encuentro Franco-Hitler en Hendaya. No seguiré su orden, porque en él me pierdo, y empezaré por el final de su artículo, donde manifiesta no tener animadversión contra mí. Tampoco yo la tengo, ni el menor ánimo de molestar a mi contradictor, y no se entendería la razón para que aquélla pudiera existir, pues no hemos tenido -al menos que yo sepa o recuerde- relación alguna anterior, social, humana, política ni profesional, y, repito, como dije en el primero de mis artículos, que presumo siempre en los demás, salvo prueba en contrarío -praesumptio iuris tantum-, la buena fe y la honestidad; que, especialmente, han de concurrir en un historiador a quien sólo la verdad debe mover en sus trabajos: la Historia concebida como testimonio y no como medio para dar rienda suelta a prejuicios hostiles, a la satisfacción de rencores antipatías, cuestiones o intereses personales.El historiador, o simplemente el cronista, ha de despojarse de todo asomo de orgullo, para rectificar sus aserciones o sus juicios cuando se le demuestre que carecen de fundamento. También debe librarse de la susceptibilidad que le induce a creer que es el destinatario de manifestaciones hechaserga omnes.

Libertad en la verdad, como escribía Unamuno, lo que permite, y aun obliga, a denunciar confusiones o errores. (Esto aparte del recurso a la Historia como elemento literario, o para hacer la Historia que se hubiera querido.)

Dos hechos esenciales

En mis artículos anteriores he situado en su punto real los hechos esenciales, que se resumen así:

Primero. Que los alemanes tuvieron gran interés en empujarnos, aunque sin violencia física ni malos modos -al menos en nuestra presencia-, para intervenir en la guerra a su lado; ya fuera como beligerantes, ya como sometidos, principalmente por su interés en la conquista de Gibraltar, a cuya posesión concedían la mayor importancia estratégica.

Segundo. Que Franco resistió, y que nuestra política de «amistad y resistencia» libró a España de la guerra, pese a la vecindad armada -Hendaya- del III Reich victorioso, evitando así pasar de espectadores a actores en la trágica contienda. Lo demás son conjeturas, hipótesis, palabras, cominerías, y éstos son he chos inconmovibles que sobrevivirán a aquéllas.

Por mucha que fuera nuestra humildad, nunca podríamos avenirnos a aceptar que no habían ocurrido, y en la forma en que ocurrieron, las cosas y situaciones que presenciamos; que vimos con nuestros ojos y escuchamos con nuestros oídos.

Algunas palabras y calificaciones sobre la entrevista de Hendaya como esa que se recoge en el artículo que comento de «una trata de ganado de segunda categoría» me parecen -ellas- una tontería grande, y lo mismo importa que las dijera Hitler, Paul Otto Schmidt o ese profesor americano que se cita por nota al pie del artículo o cualquier otro. La insistencia del señor Marquina en que en el Bergliof Von Ribbentrop condicionara mi conversación con Hitler a que previamente llegara a un acuerdo con él es absolutamente gratuita, y, para hacer las cosas seriamente, he apelado a los recuerdos de Tovar, a quien he llamado a Tubinga, y así me lo ha confirmado. No hubo conversación previa sobre el tema con Ribbentrop como condición puesta por él. En esa, como en otras ocasiones, Ribbentrop siempre trató de arrancarme algún compromiso para lucirse ante su führer.

En cuanto a la referencia que se hace a mi breve visita al vagón de Ribbentrop, diré que tuvo un doble objeto: primero, suavizar el ambiente, pues Franco estaba indignado al volver a su tren («esta gente lo quiere todo sin dar nada»), y en análogos términos, según supimos, se manifestaba Hitler con los suyos; segundo, la redacción del «comunicado» que había que dar a la prensa del mundo, pues era para nosotros algo importante y sumamente delicado, como le indiqué, teniendo en cuenta la repercusión inmediata que iba a producir en Inglaterra, y concretamente en mis relaciones siempre difíciles, para obtener los navicerts, con el embajador Hoare. Presenta Marquina los memorándums de los alemanes como si fueran documentos fehacientes, con equivalencia a actas notariales, cuando en realidad no eran más que unos apuntes informales, unilateralmente redactados, sin control ni intervención ninguna por nuestra parte, ni posibilidad de formular objeciones ni señalar errores, porque no se nos daba de ellos vista. Si allí se me atribuyen las palabras a que se refiere el articulista, una vez más fueron mal entendidas por el intérprete alemán Gross, buena persona, a mí parecer, pero hombre sin cultura; y esto segundo ya no es una apreciación mía, sino que tiene objetividad y valor universal, como podía decir el «filósofo» a que se alude elípticamente en el artículo. El profesor Tovar, con su gran precl sión intelectual, y específicamente de gramático, así como el barón de las Torres, con su inteligencia natural y su soltura corriente en el uso de la lengua alemana -las dos grandes asistencias con las que, por fortuna, conté-, se desesperaron, como yo, más de una vez, al ver la incapacidad de Gross para recoger cualquier matiz, tanto al trasladar nuestras reflexiones a los alemanes como cuando nos exponía las suyas. Lo que yo dije en realidad en aquella breve conversación en el vagón de Ribbentrop es que no «habíamos» -plural- entendido bien el alcance de las manifestaciones de Hitler sobre el desembarco en Inglaterra.

Bajo el epígrafe de «Gran fraude» se hacen en el artículo, unas consideraciones sobre el propósito de Hitler de crear una coalición continental contra Inglaterra de la que formaran parte Alemania, Francia, Italia y España, lo que, como afirma el articúlista, no fue posible por los intereses contrapuestos en materia territorial. Después de esta manifestación, que es cierta, Marquina, por su cuenta, transcribiendo unas palabras de Hitler en la conferencia, quiere deducir de ellas que Franco «las interpretó» como una petición de entrada en la guerra. La realidad es muy distinta: no hubo lugar a ninguna interpretación, como no lo hay cuando las actitudes o las palabras son claras -nulla est interpretatio-, según una conocida regla de hermenéutica. Franco no tenía que llegar a través de ninguna interpretación a saber que Hitler lo que quería era -lo que pidió- nuestra entrada en la guerra, pues nos manifestó, de una manera clara y directa, que todo estaba preparado y que había que empezar. Planteamiento este con el que ya se contaba, y la cuestión estaba para Franco en obtener las compensaciones territoriales de constante referencia.

Desde siempre había estado establecida la relación entre la entrada, o no, en guerra, y las concesiones, o no, de territorios. Estas exigencias territoriales Franco las acabó convirtiendo en un seguro contra la intervención en el conflicto armado.

El peso de la Marina

Si Franco, como militar, como casi todos los generales y jefes de nuestros Ejércitos de Tierra y Aire, creyó en la victoria del Eje -creencia compatible, como es sabido, con una política resistente a entrar en el conflicto-, esa creencia no era tan generalmente compartida por nuestros marinos, de guerra, sin duda por el respeto casi supbrsticioso que siempre tuvieron por la Marina británica. Cuando Franco, en una de las cartas que me envía a Berlín (véase página 341 de mi libro), me habla de lo complicado que resulta redactar en alemán su carta a Hitler y ponerla a máquina -naturalmente, también en alemán- me dice que ello ofrece grandes dificultades a «los entendidos» y establece una diferencia, que ya siempre continúa, entre «entendidos» e «intérpretes», yo, efectivamente, estando allí, durante mis primeros contactos con el Gobierno alemán, pensaba cómo se manejaría Franco aquí para llevar a cabo ese trabajo; en quién tendría a su lado para realizarlo. Beigbeder, que todavía era ministro de Asuntos Exteriores y conocía bien el alemán, no podía ser porque Franco no se fiaba de él. Con posterioridad supe que el autor de aquella difícil tarea era el capitán de navío don Alvaro Espinosa de los Monteros, autor de importantes servicios en silencio, calladamente, «como pasa el aura las montañas, respirando mansamente», (« ¡qué gárrula y sonante por las cañas! »).

Espinosa de los Monteros era en aquel tiempo agregado naval de nuestra embajada en Roma y allí, en un viaje oficial, le conocí, en mi privilegiada residencia de la «Villa Madama». Franco le llamó a Madrid en la ocasión referida, y además de realizar el trabajo que tantas dificultades ofrecía (que duró hasta las siete de la mañana), cambiaron, en aquellos días, ampliamente impresiones y reflexiones sobre los planteamientos de estrategia naval que hacía Espinosa de los Monteros, nada optimista, por cierto, en lo referente ala victoria alemana; pues él, por el contrario, pensaba -ya entonces- que perdería Hitler la guerra, por su relativa debilidad en el mar que no podría reforzar con eficacia la brillante flota italiana -una de las realizaciones importantes de Mussolini-, pues tendría poca efectividad en el combate por el deficiente entrenamiento de los marinos de aquel país en relación con la enorme experiencia de los ingleses. Como pronto se demostró en la batalla de cabo Matapán, en la que el acorazado inglés Warspitehundió a los cuatro grandes cruceros italianos Zara, Pola, Fiume y Giovanni de le Bande Nere. (El almirante Fioravanzo, jefe del Servicio de Inteligencia de la marina italiana, cuya amistad cultivaba con eficacia nuestro agregado naval, había publicado antes de esta batalla un artículo en la prensa titulado «Dominiamo il Mediterráneo», pero en conversación privada con Espinosa de los Monteros reconocía que no era así.)

Franco, pues, con anterioridad a su entrevista con Hitler, había reflexionado sobre aquellas circunstancias y discutido el tema de la vulnerabilidad de nuestras costas con aquel competente marino y también con el almirante don Alfonso Arriaga, quienes le expusieron su opinión de que Canarias y muchas capitales de nuestras extensas costas quedarían planchadas por los bombardeos de la escuadra británica en el contragolpe seguro que darían los ingleses ante la conquista de Gibraltar, de tan alto valor estratégico para los alemanes.

Todo ello lo tuvo en cuenta, con indudable astucia, en Hendaya cuando, con intención y cautela, para no irritar, se limitó a preguntar al alemán sobre la batalla de Inglaterra, con la esperanza de oír de Hitler los recursos con que podía contar para vencer las graves dificultades que se iban a presentar; y si tomó buena nota de la vaguedad y la endeblez de las manifestaciones que aquél hizo, no quiso, para evitar su enojo, reargüirle con las razones de los marinos españoles: los Stukas, cuya eficacia suplementaria o complementaria de la defensa artillera de nuestras costas no era bastante, etcétera.

Los hijos del ilustre capitán de navío Espinosa de los Monteros -militares tres, en excedencia voluntaria- -están consagrados a la noble y muy legítima tarea de dar a conocer la meritoria intervención de su padre en un momento tan delicado y en el que su opinión y consejo pesaron singularmente en las reservas que tuvo Franco en su conversación con Hitler.

Visita a Goering

En uno de los viajes que allí hice, precisamente para la firma del «Pacto Antikomintern» -cosa distinta del «Pacto Tripartito», que me negué a firmar-, el principal episodio fue mi visita al mariscal Goering, con el que yo no me había encontrado en ocasiones anteriores. Franco me pidió que solicitara de él una entrevista, aunque sólo fuera por razones y con finalidades de cortesía, pues Goering, como es sabido, era un hombre muy importante en el régimen -la segunda personalidad del Reich- y no quería Franco que se considerara olvidado o marginado por nosotros. Junto a la imagen suya que anda por ahí muy extendida -el hombre de los uniformes y de la pompa-, era campechano, simpático, listo, y,al hablarle yo de nuestras cosas, repitiendo las consabidas razones del estado ruinoso de nuestra economía, carencia de armamento, etcétera, él interrumpió mi pequeño discurso, no en términos destemplados, pero sí muy concretos y directos: «Bueno, bueno -ine dijo-, usted hace muy bien su papel, pero si yo fuera führer no me valdrían palabras y promesas y ya habría ocupado España, porque el valor estratégico de su geografía nos es indispensable.»

Me acompañaron en ese viaje, ade más del profesor Antonio Tovar (al que más de una vez me he referido, y del que siendo universalmente conocido por su competencia como filólogo creo innecesario hablar otra vez), el también profesor José Santa Cruz Teijeiro, catedrático de Derecho Romano en Valencia, que ha sido decano y vicerrector en aquella universidad, y muy germanista; había estudiado en la Universidad de Friburgo con los profesores Kinkel y el romanista máximo Otto Lenel, autor de la restauración del Edicto perpetuo, de Salvio Juliano, y fue compañero mío de estudios de toda la, vida, quien tuvo gran satisfacción en coincidir con Tovar, al que admiraba mucho. Por cierto que este último, Tovar, iba leyendo en el viaje un libro del poeta latino Tíbulo. Y mi otro acompañante -por mi muy delicada salud en aquellos días- era el doctor Dámaso Gutiérrez Arrese, médico prestigioso y gran amigo, persona inteligente y llena de curiosidad, a quien, tal vez precisamente por contraste -él era liberal-, le llamó mucho la atención todo lo que vio en la Alemania de entonces y especialmente le impresionaron las palabras que me dirigió Goering, y que al regresar comentaba constantemente las cosas del viaje entre su clientela muy amplia y su extenso círculo de amigos, como, en conversación reciente, hemos recordado el doctor Miguel Ortega Spottorno y yo.

Dicho esto, sospecho que a los lectores de prensa les estamos aburriendo y cansando con tanta insistencia en los mismos hechos, matices, distingos subalternos y confusiones, sobre la ya tan manoseada conferencia de Hendaya; y que por mucho interés que queramos dar a estas cuestiones, es lógico que ellos estén más atentos a los grandes y angustiosos problemas del presente y del futuro: la recuperación económica del país, la contención del espíritu de violencia que se ha desencadenado, y tantos y tantos más, también en el orden exterior, ante el grado que alcanza la movilización de las superpotencias, pese a declaraciones de dudosa sinceridad sobre la necesidad de reducciones sustanciales en los presupuestos militares, pues la realidad es que las tensiones subsisten y que sigue estando en vigor la fórmula clásica de que la preparación para la guerra es la mejor defensa de la paz.

Tengamos, pues, sentido de la medida y acabemos. Si por alguna razón estuviéramos personalmente obligados a mantener diálogo, tendríamos que cambiar el tema, ocupándonos, por ejemplo, del principio de la indeterminación en la física, de los progresos logrados en orden a la ingravidez del hombre en el Cosmos; o, para seguir más en el plano de controversia en que hemos estado, podríamos referirnos, pongo por caso (lejanos y desvanecidos recuerdos de estudios en mi juventud universitaria) a las discrepancias y discusiones que tuvieron lugar entre el eminente profesor alemán Zeumer y la Academia Española con motivo de la reforma de Ervigio al « Liber judiciorum», y sus ediciones.