16 octubre 1990

Premio Planeta 1990 – Antonio Gala con ‘El manuscrito carmesí’

Hechos

Fue noticia el 16 de octubre de 1990.

16 Octubre 1990

Pico de oro

Miguel Bayon Pereda

Leer

Antonio Gala es capaz de hablar como escribe y de escribir como habla, lo cual quizá fuese moneda corriente en tiempos de Cicerón, pero en la España del Programa 2000 y de Crystal mueve a pasmo. Es Gala un cumplido hipnotizador de audiencias, desde la extasiada ante el televisor a una tertulia de españolas en un centro cultural en tierra extraña. Puntúa su verbo florido a ritmo de exquisitos bastonazos, y de su boca fluye caudal de sentencias, bien engarzadas con metáforas de cuidado peso y luminotecnia. Puede que el Gala orador supere al escritor. Porque, si con la pluma es múltiple -dramaturgo, articulista y, ahora, por fin, narrador-, con la voz no escatima elegancia y voluntad de profundizar. Hablando es andaluzamente barroco, vertiente conceptista, si bien se adorna con imágenes de raíz árabe; pero nunca habla por hablar, es decir por lucirse. Habla por entenderse y por entender, convoca al oyente, le hace crecer por dentro como hay que hacer con los lectores y con los cómplices.

Viajando se ve a la gente. Con Antonio Gala he coincidido en dos viajes muy extramuros, a Bagdad y a Asilah. Innecesario decir que el Gala público -recitador de sus propios versos de amor y arrayanes en un ultramoderno teatro iraquí, ponente sobre cercanías hispanoárabes en un palacete aljamiado cerca de Tánger- abrumó de brillantez en el desempeño del papel que en esos parajes se le adjudicaba. Pero mucho más interesante, en mi opinión, era el Antonio capaz de elogiar con humor y emoción a ese gordo tipo globo terráqueo que, expandiéndose en su chilaba, se arrodillaba a rezar al purpúreo crepúsculo, en un cafetín a orillas del Tigris; o el Antonio que, siempre con la lengua viperina a punto para retratar con un mote al mandamás o al pedante de turno, jamás tiene un gesto de reproche o siquiera de indiferencia hacia el camarero, el taxista, el recadero, los mil subalternos que, en un viaje de esa guisa, suelen ser objeto de desabrimiento o mofa por parte del guiri.

Como escritor, y como personaje público, no ha perdido Gala un ápice de ética; de ahí que, desde arriba, se le tilde a menudo de radical, lo cual es tremendo pecado en estos tiempos. Su postura anti OTAN levantó ronchas, pero años antes bien que le ponían por las nubes los socialistas; quienes consideran de buen gusto cambiar (es decir, cambiar en la dirección de ellos) no pueden estar contentos con un tipo como él.

Para ilustrar cualquier debate sobre la transición y sus límites, podría valer una anécdota bagdadí. Al oír cómo nuestro chófer le dirigía guasón a un policía una súplica de repertorio: «Aíni» («Ojitos»), comentó Gala: «Eso en España no se le dice a un policía. Todo lo más, en mi tierra, ‘Mi arma’; pero ‘Ojitos’, eso no. Todavía no hemos llegado a eso».