16 octubre 2007

Premio Planeta 2007 – Juan José Millás gana con su obra ‘El Mundo’

Hechos

Fue noticia el 16 de octubre de 2007.

16 Octubre 2017

Millás conquista el Planeta con una evocación de su niñez y adolescencia

Carles Geli

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En un afán de seguir elevando el listón literario del galardón iniciado ya en la edición del año pasado con Álvaro Pombo, el Planeta distinguió ayer la potencia fabuladora del escritor y periodista Juan José Millás, que con una novela de corte autobiográfico consiguió los 601.000 euros del premio mejor dotado de las letras españolas. Millás presentó la obra El mundo bajo el título de A ciegas y el pseudónimo de Tiresias, el vidente ciego de Tebas más famoso de la literatura clásica.

En un afán de seguir elevando el listón literario del galardón iniciado ya en la edición del año pasado con Álvaro Pombo, el Planeta distinguió ayer la potencia fabuladora del escritor y periodista Juan José Millás, que con una novela de corte autobiográfico consiguió los 601.000 euros del premio mejor dotado de las letras españolas. Millás presentó la obra El mundo bajo el título de A ciegas y el pseudónimo de Tiresias, el vidente ciego de Tebas más famoso de la literatura clásica. Ayer tuvo explicaciones para ambos aspectos. «Ser vidente y ciego son las condiciones del escritor, que para ver tiene que escribir a ciegas», comentó en relación al seudónimo escogido. Sobre el título aseguró: «No podía llamarse de otro modo porque refleja el proyecto de un adolescente de escapar de esta calle, pero se la encuentra por todas partes porque el mundo era esa calle».

En un Palacio de Congresos de Cataluña, en Barcelona, que congregó a un millar de selectos comensales del sector editorial, el escritor valenciano admitió que algunos aspectos de su biografía tejían el hilo narrativo de la novela, en la que se presenta la niñez y adolescencia del protagonista, que de joven deja su mundo cargado de referencias para trasladarse con su familia a Madrid. Es algo que vivió el propio escritor, el cuarto de nueve hermanos, y que contaba apenas seis años, según recordó ayer, cuando sus padres dejaron la Valencia natal para trasladarse a la capital. «Si se navega en la vida de los escritores, siempre hay algo que se rompió», comentó. «Escribimos para rehacer lo que se rompió. Tengo claro qué pasó antes y después de los seis años. En esa infancia, no fui feliz».

La adolescencia, el asalto del recuerdo y el paso del tiempo se dibujan como un tema recurrente en Millás, como ratifica el último articuento -así ha bautizado su particular mezcolanza entre periodismo y literatura- que tiene colgado en su página oficial en Internet, titulado Biografía. En esta obra, que el escritor reconoció que tenía escrita desde hacia años aunque por pudor no la publicó, juega con las palabras que le transportan a todos los objetos que han pasado a lo largo de su vida. Ese recuerdo no deja de ser una variante del tema de la identidad y del doble que ha marcado buena parte de su trayectoria literaria, que arrancó en 1972 cuando abandonó sus estudios de Filosofía y Letras y decidió presentar la historia Cerbero son las sombras al premio Sésamo de novela corta, que ganó en 1974 y que le permitió ver publicado su primer libro en 1975.

Vendrían después una serie de novelas más formales –Visión del ahogado (1977), El jardín vacío (1981)-, que cosecharon a la par ventas modestas y críticas elogiosas, pero que no daban pistas del que acabaría siendo uno de los grandes nombres de la narrativa española de los 80.

La primera prueba del nacimiento de un escritor diferente, del Millás en estado puro, sería Letra muerta (1984), donde empezaría sus particulares inspecciones a la conciencia de los personajes, a entrometerse literariamente en los recovecos piscológicos con un estilo de una falsa transparencia.

El formalismo quedó definitivamente dinamitado con El desorden de tu nombre (1988), donde Millás encontró su distancia y un formato al que después recurriría otras veces: una novela como contenedor o semilla de sus cuentos. Había ganado gran capacidad de atracción de los lectores como demostró sólo dos años después cuando en 1990 obtenía el premio Nadal con La soledad era esto. La eclosión de su figura le llevaría a realizar las primeras colaboraciones estables en prensa, en este mismo diario, y que le permitirían con el paso del tiempo abandonar su trabajo en la compañía aérea Iberia. La recopilación de sus artículos en Algo que te concierne (1995) marcaría el despegue de una actividad que ha acentuado su juego favorito: el de borrar las fronteras entre realidad y ficción y el de ofrecer siempre la otra mirada, en algunos casos cercana a la irrealidad.

El orden alfabético (1998), No mires debajo de la cama (1999) y Dos mujeres en Praga (2002, premio Primavera de novela), completan la biblioteca básica de un autor que con el Planeta ha conseguido el tercer gran premio literario de su carrera, otorgado en su 56 edición por un jurado integrado por Alberto Blecua, Alfredo Bryce Echenique, Pere Gimferrer, Carmen Posadas, Rosa Regàs, Carlos Pujols y Soledad Puértolas, quien indicó que la novela de Millás, «está escrita con elegancia, ironía y tiene un final glorioso».

Millás se impuso ante 468 obras más, la mayoría procedente de España (211), pero también de Estados Unidos (12) y hasta de Australia (1), y que tenían en la novela histórica el género predominante.

EL NOMBRE COMO RECLAMO

En una sector editorial cada vez más marcado por las exigencias de las reglas de la industria del ocio a la que está abocada sin remisión, la marca es un reclamo y una garantía de mínimos. Y ante la evidencia -salvo honrosas excepciones- de que el consumidor de libros ignora los nombres de las editoriales, el del autor se impone. En cualquier caso, es una manera de desmarcarse de entre los 68.930 títulos editados el año pasado, por ejemplo. Y en segundo término la garantía de una considerable cifra de ventas, de un público fiel que adquirirá lo último de Juan José Millás forma parte de este exquisito elenco que puede ir de Arturo Pérez-Reverte a Javier Marías, pasando por Isabel Allende, por poner tres casos. Tener un nombre-reclamo así en el catálogo es caro. El fichaje de Millás por Seix Barral el año pasado con la novela Laura y Julio ya desató un alud de especulaciones, desmentidas por la editorial, de un precio desorbitado. Con el Planeta, de alguna manera, se garantiza la continuidad del autor en la casa. No obstante, Seix Barral ya cuenta para otoño del 2008 con un nuevo libro de relatos muy intimistas. Y, de pasada, le da lustre al premio.

16 Octubre 2007

El Planeta recupera el brillo mediático y las lentejuelas gracias a Millás e Izaguirre

Llucía Rami

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El Planeta se rinde al folletín. Tras un intento por lavar su nombre el año pasado, cuando premió a Álvaro Pombo, el galardón opta de nuevo más por las cifras que por las letras. Nada genera tantos ingresos como dos personajes mediáticos. Con ellos, la publicidad está hecha de antemano.

Juan José Millás y Boris Izaguirre son una marca. El primero es el rey de la columna naïf; con el segundo llegó el escándalo. Cada uno a su modo, etiquetan tendencias. Y hay quienes las siguen como una moda. Desde ayer, son ganador y finalista del bienpagado Premio Planeta.

Madrileño de adopción, Millás (Valencia, 1946) ha hecho del detalle costumbrista casi un género literario. Él lo llama articuento, y sobre el papel de periódico se convierte en fábula de lo cotidiano. Bajo el título A ciegas, el relato con el que el autor ha obtenido los 601.000 euros del Planeta relata la niñez y la adolescencia de un chico que nació en una ciudad de provincias y que pronto se trasladó a Madrid.

«El seudónimo con el que me presenté, Tiresias», explica Millás, «alude a que el narrador es porque es vidente y ciego a la vez, una condición de todo escritor que para ver debe escribir a ciegas. De ahí, el título del relato». Sin embargo, A ciegas no llegará a la calle con ese nombre sino con el de El mundo. También hay explicación para ello: «Éstas son unas memorias de infancia y adolescencia de un chico que vive en una calle cuyo único sueño es escapar de esa calle. Cuando lo consigue, se da cuenta de que allí donde va, la encuentra, porque es un trasunto del mundo».

En lo que Millas cuenta hay algo de Cerbero son las sombras, su segunda novela, y algo de su propia niñez y adolescencia. Tras instalarse en Madrid, el autor trabajó en una caja de ahorros y en Iberia antes de dedicarse a la literatura y sus articuentos. En 1990 ganó el Nadal con La soledad era esto. Con Dos mujeres en Praga recibió en 2002 el Premio Primavera.

Por su parte, un compañero de Millás en La ventana de Gemma Nierga en la Cadena Ser, Boris Izaguirre contempla el paisaje de un suculento consuelo finalista. Mister fashion glam se embolsa 150.250 euros por una historia de dos hermanas que viven la evolución de un país sudamericano desde la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días.

A Izaguirre (Caracas, 1965) le gustan los culebrones dentro y fuera de su vida. No en vano fue guionista de La dama de rosa y rubí. Ni dudó luego en morrearse con el peruano Jaime Bayly por televisión, quien, por cierto, recibió el mismo galardón que él en 2005. La ganadora entonces fue Maria de la Pau Janer, y Juan Marsé declaró que el nivel de las obras era, más que «bajo, subterráneo». Luego abandonó el jurado.

Marciano de Crónicas y «homosexual catódico», según su propia terminología, Izaguirre es periodista desde los 16 años, copresentador de Channel nº4 y ex escandaloso mediático. Pese a estar en todas partes, ha encontrado tiempo para escribir novelas como El vuelo de las avestruces y Azul petróleo. También es autor de los ensayos Morir de glamour y Verdades alteradas, en las que juega a ser Truman Capote.

En Gio y las palmeras, título con el que se presentó al Planeta, Izaguirre daba pistas en el seudónimo: Julia Brideshead Ponti. Sin duda, Brideshead hace referencia a Retorno a Brideshead, de Evelyn Waugh, su libro de cabecera.

El Gio del título original (Planeta comercializará el texto como Villa Diamante) también tiene historia. Se refiere al arquitecto italiano Gio Ponti, «que decidió hacer una casa en Caracas que vivirá todos los sucesos políticos amorosos y criminales de Venezuela». Allí, dos hermanas se enamoran del mismo hombre y desencadenan la fábula de Izaguirre, que dedica su texto a Terenci Moix.

Así, una novela costumbrista y un drama familiar hispanoamericano han sido seleccionadas por un jurado sin discrepancias. Alberto Blecua, Alfredo Bryce Echenique, Pere Gimferrer, Carmen Posadas, Soledad Puértolas y Carlos Pujol aseguran que el nivel de las obras finalistas está «muy por encima de la media».

Millás e Izaguirre recogieron anoche sus galardones en el Palacio de Congresos de Cataluña en una noche a la altura de lo que se espera de los Planetas. Empezando por el propio Izaguirre que, rompiendo cualquier protocolo, se dedicó a parlotear con los medios cuando el jurado aún no había hecho público su fallo. El venezolano, chistoso, afirmó que para él era «un honor, como para todos los finalistas, haber recibido este premio».

El anuncio del ganador y del finalista no fue el único momento de intriga de la noche. Así, hubo expectación por el momento en el que el ministro de Cultura, César Antonio Molina, se encontró frente a frente con Rosa Regàs, miembro del jurado. La cosa no pasó a mayores.

Se echó en falta la presencia de un mayor número de escritores. El gremio estuvo representado por Espido Freire, Javier Sierra y Susana Fortes. Sí hubo, en cambio, mucha presencia de miembros de la política, encabezados por la ministra Carme Chacón, el conseller de Cultura, Joan Manuel Tresserras, el presidente de la Generalitat, José Montilla, el alcalde de Barcelona, Jordi Hereu, y la diputada Ana Pastor.

13 Enero 2008

Un retrato por Boris Izaguirre

Boris Izaguirre

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Al Premio Planeta lo rodean sombras, leyendas urbanas y todo tipo de envidias. Se dice que está apalabrado, al estilo de las designaciones de candidatos presidenciables. Que un ejército de editores colabora con sus ganadores. Y, lo más aterrador, que genera parejas de hecho que normalmente terminan enfrentadas al final de la gira nacional de treinta días que acompaña el premio.

Como finalista de la edición de este año, no pienso aclarar ni desmitificar ninguna de estas leyendas. Y aunque el ganador, Juan José Millás, sea archiconocido por los brillantes proyectos sombra que publicó en esta revista -reportajes en los que el escritor se convertía en la sombra de una persona durante un periodo de tiempo-, mi andadura junto a él por un país preelectoral, dividido y pletórico en su nuevo riquismo, ha arrojado más luz y gozo que ninguno de los otros matrimonios planetarios, sin duda. Sólo que, una vez concluida la travesía, Millás sigue siendo el mismo misterio, ingenuo y sabio al mismo tiempo; un escritor que gana el premio mas mediático de la lengua española y lo comparte con una vedette.

Conocí a Juan José Millás en una carretera, al principio del año 2000. Íbamos a un bolo de La ventana. Así llamamos a las emisiones en directo del programa radiofónico del que ambos somos colaboradores. Tocaba Teruel, ese lugar que muchas veces no existe, y viajábamos en un coche alquilado a través de carreteras con paisaje lunar. Íbamos en silencio hasta que el chófer decidió parar en uno de esos restaurantes herederos de El planeta de los simios. Entramos, y Millás los comparó con un western posnuclear, y yo sonreí ante la metáfora al tiempo que me reconocía cohibido. Los escritores, cuando viajan juntos, prefieren el silencio porque en realidad están pensando en una frase mortal, perfecta, que sintetice su pensamiento y genialidad.

Uno de esos camareros atrapados en el tiempo miró en mi dirección y musitó dos palabras: Crónicas marcianas. Y lo que había sido un paraje desolador se pobló de personas, señoras con acentos aragoneses, valencianos, andaluces y hasta canarios; sombreros, alguna ruana de color y servilletas de papel acompañadas de bolígrafos. Millás observaba más que atónito, sublimado por esa inesperada agitación. Y, en el deseo de construir otra metáfora sintetizadora, espeté:

-Juanjo, la fama es… vulgar.

Una secreta admiración ha crecido en mí desde entonces hasta la noche del fallo del Planeta. Avancé en la cavernosa sala repleta de ojos hasta divisar a Millás en una mesa claramente ganadora. Fui a abrazarle y de inmediato recibí la embriaguez de su colonia, envolvente, paternal. Cuando se alejó para verme la cara, los dos sabíamos quiénes seríamos a partir de esa noche, pero yo quise ver más y vi a un caballero meticulosamente vestido. La camisa de rayas oscuras perfectamente planchada, ningún pelo fuera de sitio en su rostro, los ojos taladrantes pero jamás torturadores. Y el silencio, su mejor abrigo.

Al día siguiente, los dos nos enfrentábamos a los medios de comunicación. Y a la sensación de, en sus palabras, «ser un marciano para el otro». Ésa parecía ser una clave perfecta para lo que se avecinaba. De nuevo, la pulcritud de su aspecto resultaba fascinante. ¿Cómo conseguía que sus camisas estuvieran tan bien planchadas en un viaje? «Me gusta tomarme las cosas con mucha tranquilidad. Me despierto siempre muy temprano. Escribo de madrugada, cuando todo está quieto y puedo trabajar solo. Escribo hasta las ocho, cuando se despierta el resto de mi casa; entonces leo la prensa y hago vida familiar. Y regreso, casi siempre a corregir, hasta el mediodía. Camino una hora todos los días, por un parque cerca de mi casa. Me gusta el cambio de las estaciones. Soy metódico». Esa última palabra se convierte en un mantra. Y siembra otras claves para el resto de la gira. «No vamos a ser escritores que se avergüenzan de su éxito y de ganar un premio como éste, quejándose de una gira interminable, de viajar en primera y a buenos hoteles y de cenar siempre bien. No, vamos a disfrutarlo. No seremos quejicas del éxito», me atrevo a decir, sentado a su lado. «Somos Batman y Robin». La fiesta acaba de empezar.

La primera parada de la gira es Santiago de Compostela y llego tarde al aeropuerto. El avión despega desde la pista satélite de la interminable T-4 de Barajas. Llevo líquidos en mi equipaje y me arriesgo a perderlos. Milagrosamente, consigo subir a bordo. Y Millás ya está sentado, nada de sudor, una nueva camisa impecablemente planchada, su abrigo de cuero negro colgado por un azafato feliz. «Apuras demasiado el tiempo», dice, «¿sales ganando?». No tengo respuesta, le veo como ese profesor universitario que te enfrenta contigo mismo y te hace ver que llevas demasiados accesorios, peso innecesarios.

Hablamos del proceso de escribir. «Corregir es lo más difícil», explica. «Lo he contado muchas veces, pero una vez me devolvieron un artículo porque era muy largo. Empecé a quitar cosas y me gustaba el resultado. Al final lo quité todo, lo escribí más corto y quedó perfecto. Eso te lo da el periodismo, sin duda. Un artículo obligatoriamente ha de ser exacto, ni una palabra más ni una menos. Un concepto claro». El azafato se emociona de vernos y se abraza a mí con una efusividad que divierte a Millás. «La prueba de que este país ha cambiado», dice, «es estar junto a un hombre que habla repetidamente de su marido y todos lo asumimos como si siempre hubiera sido así».

Durante el viaje, volvemos a nuestros temas comunes. Sarkozy es uno de ellos. «Mi teoría es que es bipolar y vive todo como si fuera un subidón. Los bipolares», explica Millás, «evaden continuamente el bajón. Si te fijas en las acciones de este hombre, todo es dinámico, grandioso. Rescata azafatas en África, se divorcia, se marcha a Eurodisney con Carla Bruni, lucha por liberar a Ingrid Betancourt. Se comporta como un superhéroe, para evitar enfrentarse a ese instante en que no pueda sostener estar arriba». Otro tema recurrente es mi fascinación por los ricos. Están desprotegidos, no tienen amigos verdaderos, le explico. Millás mira el paisaje gallego y dice: «Ahora, discúlpame, voy a dar una cabezadita».

En Santiago salimos a pasear por sus calles vacías la noche de un domingo de noviembre. «Los domingos, sea donde sea, son terribles y tristes», sentencia. Yo viví en Santiago apenas llegué a España, conocí en estas calles a mi marido y dejé la ciudad, como a Caracas, con un regusto de frustración y amor. Delante de la catedral me dijo que ésta es como una montaña persecutoria: vayas donde vayas en Santiago, te sigue, te señala, te domina. «Una noche, mi marido me dijo: ‘¡Sácame de aquí!’, y yo me di cuenta de que ésa era la frase de nuestro amor. Sácame de aquí, llévame al mundo, déjame crecer», le digo entre lágrimas, sacudido por el camino recorrido. Y Millás me toma por los hombros, conmovido ante mi desequilibrio. De nuevo su colonia recorre el silencio.

Mis amigos, que son sus lectores, me acribillan a preguntas. ¿Cómo es? ¿Serio? ¿Honoris causa? ¿Aburrido? Mi obsesión es que terminaré la gira sin descifrarlo.

En una de las ruedas de prensa, Millás me dice al oído: «Es curioso cómo los periodistas de cultura jamás se emocionan. Vas a una rueda de prensa después de un partido de fútbol y todo son gritos, imprecaciones, movimiento. Llegas aquí y están todos en silencio como si estuvieran en una clase de anatomía. Sólo hablas tú, y vas pensando que ellos en realidad desean estar en tu sitio, ser ellos los merecedores del premio». Al cabo de media hora, lo que ha sido un secreto se verbaliza en su voz, y los periodistas se quedan atónitos. El más valiente se excusa diciendo que la convocatoria es muy tempranera, pero Millás, el caballero metódico, el padre bien abrigado y de hablar reposado, ha dejado claro su punto de vista.

Unos días antes, en un estudio de Telemadrid, la presentadora nos preguntó qué nos parecía estar allí, y Millás soltó: «A la entrada he visto una pancarta que pone ‘aquí se manipula la información’. ¿Es verdad?». Lo pregunta sin perder su adorable frenillo y de nuevo me admiro de ir a su lado. El espeso silencio se cierne, su pregunta no es tal. Es una declaración de principios.

En Barcelona, en una escala de la gira, cenamos con Gemma Nierga y su esposo, Antonio. Los Planeta también conyugados. Lo llamamos «la cena de los esposos». Millás está divertido: «Desde que voy con Boris, no dejo de ver gays en todas partes. Ayer mismo, en un estudio de cocinas, el chico que las mostraba iba vestido con unos pantalones bajos, un flequillo tapándole media cara, siempre sonriente, y yo me dije: ‘Vaya, qué gay tan moderno’. Al cabo de un rato empezó a hablarme de su novia». Todo el mundo ríe, y él también. «Es que, de verdad», agrega, «el cambio de este país es asombroso».

Mientras Millás decide el vino -un proceso metódico, estudiado y certero-, Gemma me cuenta cómo su hijo Pau, de dos años, ha reconocido a Millás de inmediato porque hace un año el escritor le regaló un zoológico de madera. «Cada animal venía envuelto en un papel diferente», cuenta Gemma. Imagino a Millás envolviendo las cebras y los leones, y me doy cuenta de que de niño nunca recibió un presente tan esmerado.

Isabel, la esposa de Millás, es una mujer tan inquietante como él, un ojo que no cesa de analizar. En la cena hablamos de nuestro tema favorito, los medios de comunicación. «Que una novela te ofrezca escapismo», expone Isabel, «es lo correcto. Imaginas mundos, te solazas en ellos, pero sabes que están encerrados entre tú y las páginas. Cuando la televisión empieza a jugar con la realidad, como sucede en los realities, la manipulación, la tergiversación puede acarrear serios problemas de identidad al espectador. Y a los que fabrican ese tipo de programas». En uno de esos programas, Svetlana, una chica rusa, iba a protagonizar una reconciliación con su novio español que terminó en su asesinato en la trágica intimidad de su hogar. Lejos de ser retirado de la programación, el espacio vio su audiencia incrementarse en los días posteriores a la noticia. Millás se enciende contra la televisión. «Es intolerable porque ha creado un mundo intolerante, castigador, señalando permanentemente lo que califica de malo, oprobioso, o que no puede ser aceptado de ninguna manera, cuando al mostrarlo lo está convirtiendo en fuente de alimentación. Hipócrita, despiadada. La televisión no puede continuar volviendo freaks a todo lo que le da la gana. No somos normales, pero tampoco monstruos. Somos, escogemos. La televisión cada vez más nos impide escoger». Millás me mira, su plato limpio, las manos sobre la mesa, su pulcritud es como la de un obispo o la de un estadista comprometido. «Con el premio has dicho que pasas a ser el escritor y no el hombre mediático. Aprovéchalo. Tú mismo lo dices, la televisión te escoge a ti, nunca al revés. Aprovecha tu tique de salida».

La gira se nos ha convertido en un viaje iniciático hacia nosotros mismos. Cosas mías se instalan en el discurso de Millás y anhelo incorporar la meticulosidad, ese bisturí preciso, en mi vida. En Valencia recorremos la ciudad hasta dar con la plaza Redonda. «En uno de mis viajes me perdí y aparecí aquí. Con sus tiendas de hilos, mantequerías, esta forma redonda, un solaz curioso, inquieto, ruidoso en medio de la ciudad». En efecto, es un sitio propio de la imaginación de un escritor. Y la constatación de esas dos Españas, la triste y pobre de su infancia y la nueva rica y poderosa de la actualidad. Entre nosotros se ha creado un mundo extraño, cosas en común, separadas por océanos y edades. Acudimos juntos a ver Blade Runner, en mi opinión la película que mejor puede unirnos. «Porque es realmente una película moderna, invencible al tiempo», concluye Millás. Siempre cariñoso, solos en la sala de cine, Millás lo agradece: «Es el mejor regalo de Navidad». En varias ocasiones Millás nos ha definido como «felipista, yo, y Boris, más bien de la generación de Zapatero. Hemos sido muy despreciativos hacia la de Boris y Zapatero. Los vemos como niñatos que nunca han luchado por nada, lo han tenido todo menos discurso. Cuando en realidad, en silencio, poco a poco, han ido construyendo ese discurso…». Millás no termina la frase, no sabemos si lo hemos hecho con acierto.

Hacemos una firma juntos en Madrid. En la de Vigo nos recibieron como si fuéramos estrellas de rock. Amigos maliciosos se jactan de que para Millás todos estos recibimientos serán cosa nueva, pero su comportamiento es de nuevo encantador. Comentamos cosas entre nosotros, conversamos con nuestros lectores. Millás me mira siempre como si yo fuera el experto mundano, y él, un caballero encantado de aprender. La historia de Pigmalión al revés. «Con Boris he aprendido a quitarme prejuicios». ¿Y cuáles eran? «Me asombra cómo gestionas tu éxito y tu relación con la fama», informa.

Millás disfruta de la buena mesa. Se aproxima a Alba, Lola o Laura, las maravillosas chicas Planeta en cualquiera de las ciudades de la gira, y dice: «Hoy vamos a cenar muy bien». Y ordena. En Santiago organiza un festín que incluye nécoras, percebes, almejas, pulpo y un primero de pescado para todos. Y, como siempre, su selección del vino, albariño, es inmejorable. También recuerda incidentes de su larga carrera como escritor. «Cuando empecé a publicar, era imposible que una novela lineal fuera considerada digna. Todo era experimentación. Y a veces la experimentación jugaba malas pasadas a sus autores. Uno de ellos ganó un prestigioso premio con una novela que era toda sin puntos ni comas. Enviaron un avance de la misma para publicarlo en El País Semanal, y el corrector de EL PAÍS, ante aquel texto sin puntos ni comas… los colocó. Una vez impresa la revista, alguien se dio cuenta de que la razón de ser de ese texto era la ausencia de puntos y comas. Demasiado tarde, no podían corregir la corrección. Lo bueno de todo esto es que el texto, claro, había quedado infinitamente mejor». Tras las risas, intuyo el mensaje de Millás: un escritor es un ser libre, que debe atravesar distintos infiernos y premios, para volver siempre a la novela lineal.

La última ciudad es Zaragoza. Antes de separarnos tengo ganas de decirle que su libro me ha obligado a enfrentarme con una parcela de mi vida que descubro totalmente abandonada en el fondo de un lejano, oscuro armario. Mi propia infancia. Y que la revelación me ha conmovido, sacudido, destrozado. «La columna vertebral de toda existencia es la infancia», dice. «Allí se gestan todos los elementos del resto de tu vida. Es aterrador revisarla, o aceptar que ella vuelva a ti el día más inesperado. Lo hace, tenlo por seguro, vuelve, te enfrenta, te machaca. Y se va para volver otra vez».

En Zaragoza se hacen las fotos de este reportaje. Salimos en medio de un viento inclemente a una gasolinera cercana. Volvemos de regreso al Planeta de los Simios. Todas las parejas terminan, la nuestra no iba a ser distinta. El fotógrafo se fija en mis zapatos rojos y pide que los coloque más en primer plano. «Y aquí es cuando todo esto se convierte en un reportaje de moda», exclama Millás. Entonces hago la pregunta final: ¿un escritor debe crearse una vida para contarla luego, o simplemente escribir? Millás reposa sus ojos abrumados por el sol. «Se puede empezar así, viviendo algo que luego pueda darte una buena novela. Pero a partir de ahí, escribir es lo único que tienes».