16 abril 1994

Pera ha reemplazado al fallecido Miguel Ángel Valdivieso, cuya viuda, también participa en el reparto de voces de la película

Se estrena ‘Misterioso Asesinato Manhattan’, comedia de intriga de Woody Allen, que en España tendrá la voz del actor Joan Pera

Hechos

El 16.04.2018 se publicó en prensa el artículo sobre el estreno de la película ‘Misterioso Asesinato en Manhattan’.

Lecturas

PRIMERA PELÍCULA DE WOODY ALLEN TRAS EL ESCÁNDALO MIA FARROW

PERSONAJES Y SUS VOCES EN ESPAÑA

  •  Larry Lipton  (Woody Allen) –  Joan Pera.
  •  Carol Lipton (Diane Keaton) – María Luisa Solá.
  • Paul House – Dionisio Macías.
  • Ted – Javier Dotú.
  • Marcia Fox – Marta Angelat.
  • Helen Mos – Mercedes Montalá.
  • Lillian House – María Dolores Gispert.

REPRESENTANTES DE ‘LOS CLANES DEL DOBLAJE’

Tando D. Joan Pera, como Dña. María Luisa Solá, como Dña. Marta Angelat representan dos importantes clanes de actores de doblaje en España, establecidos en Barcelona, sus respectivos hijos también trabajan en el sector. En el caso de D. Joan Pera, su hijo D. Roger Pera tiene un pequeño ‘cameo’ en la película. D. Joan Pera es la voz de Woody Allen desde la muerte de D. Miguel Ángel Valdivieso. La viuda de valdivieso, Dña. María Dolores Gisbert, también participa en la película poniendo la voz al personaje de Lillian House.

16 Abril 1994

La comedia como liberación

Ángel Fernández Santos

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Hay un indicio bastante fiable de la madurez profesional de un cineasta, sobre todo cuando tiene detrás una obra amplia con la que cotejar cada nueva película que hace. Este indicio consiste en que sus trabajos de ahora, aunque estén muy elaborados, no lo parecen. Es esta una pista de la plenitud: como si hubiese adquirido el don del alquimista y todo cuanto toca, por barro que sea, se convierte en sus manos en oro. Woody Allen acomete en Manhattan murder mistery un empeño aparentemente menor, porque menor es su motivación: no tanto entretener a los demás como entretenerse a sí mismo, buscar en el trabajo un escape de las ásperas tensiones en que le ha metido su vida privada. El mismo así lo confesó en una entrevista emitida hace seis o siete meses por la televisión italiana. Que su situación íntima era un avispero se percibía en la casi insostenible tensión dramática que hay detrás de la locuacidad, casi verborrea, de Maridos y mujeres, su obra anterior, realizada en el preludio de la tormenta. Aquel avispero tenía que estallar por algún lado y lo hizo en una grieta del periodismo amarillo. Y para olvidar esa pesadilla Allen imaginó otra, Manhattan murder mistery: el trabajo como terapéutica, como bálsamo y analgésico. Y a la severidad de Maridos y mujeres quiso oponer una comedia indulgente: nada que demostrar con ella, sólo el placer de hacer cine destinado a colmar el placer de verlo.

Pero de esta decisión de ligereza le sale a Allen una película de gran peso, cargada de otro tipo de gravedad, aunque a primera vista parezca lo contrario; porque recupera en ella las fuentes, que parecía últimamente haber perdido, de la risa, y son estas fuentes calas en las raíces ocultas del comportamiento. Un pasarratos es siempre más, mucho más que un simple pasarratos.

Y lo es porque para alcanzarlo es indispensable en quien lo hace solvencia de oficio combinada con despreocupación por la técnica, porque oficio y técnica no son en él mecánicas de filmación ni matemática de elaboración, sino naturaleza: no discurren por caminos de cálculo intelectual, sino de cálculo diluido en el instinto. Cuando un cineasta -es el caso difícilmente alcanzable de Luis Buñuel- tiene fundidos su oficio y su estilo, puede permitirse hacer una cosa y su revés sin que el movimiento de inversión se perciba y el truco se note, porque ha dejado de ser truco y se ha convertido en un signo vivo de su gama natural de expresión, de su verbo visual noble. De ahí que Allen se permita en Manhattanutilizar a su antojo modelos y géneros, pues mientras los adopta les da la vuelta; mientras les obedece los pulveriza.

Y de ahí que le salga una mezcla incatalogable de comedia y thriller y que, con fórmulas de aquella y de este, obtenga un híbrido raro y sin antecedentes, en el que une hilos muy dispares, pero que, pese a esta disparidad, se engarzan cómodamente y dan lugar a escenas perfectas, de entramado ágil y divertidísimo, al mismo tiempo por su precisión y por su espontaneidad, como la escena de la claustrofobia de Woody en un ascensor y la del barullo de la grabación en una llamada telefónica, que entran en cualquier selección de grandes momentos del humor hecho imagen.

Tras su búsqueda de originalidad por la originalidad, que surgió de la brillante pero epidérmica, La rosa púrpura del Cairo, Allen incurrió en repeticiones manieristas e hizo cine inferior a él. Pero, como apuntó en Delitos y faltas, y sobretodo en Maridos y mujeres, el cineasta entra en otro de sus momentos dulces: un acuerdo casi perfecto entre lo que busca y lo que encuentra, una maravillosa capacidad para llevar a su redil personal juegos y esquemas despersonalizados por su uso y abuso en las tradiciones del cine de su país.

Y, al fondo de todo, tras las actuaciones en estado de gracia del propio Allen, Anjelica Huston, Alan Alda, Diane Keaton y Jerry Adler, surge incontenible la verdadera protagonista de esta deliciosa película: Manhattan, la isla universal, más hecha para el cine que nunca.

17 Abril 1994

Allen vuelve a reírse y a hacernos reír

Carlos Boyero

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El tópico asegura que es necesario o aconsejable que la vida del artista atraviese un túnel o un infierno existencial para que su obra ofrezca lo más valioso, trágico y conmovedor de si mismo. Había expectación morbosa por comprobar el desolado estado anímico de Woody Allen, un incestuoso pederasta, un monstruo libidinoso, un mentiroso contumaz, segun la moralista opinion de la mayoría de sus escandalizados compatriotas. Despues de su tortuosa separación de Mia Farrow y de las sórdidas acusaciones de ésta, imagino que muchos espectadores de su próxima película esperaban el exorcismo de sus pecados, la dramática autojustificación, la súplica de redención.

El argumento de la tenebrosa y sabia Maridos y mujeres resultaba diáfano sobre la catarsis sentimental que estaba atravesando su creador. Por lo tanto, era previsible que Misterioso asesinato en Manhattan chorreara desesperado nihilismo y datos biográficos, que estuviera más cerca del Bergman exclusivamente sombrío y de la masturbatoria Recuerdos (la única de sus películas que me parece estrictamente detestable) que del Allen enamorado de la risa, de la ironía y de la complejidad de la vida. Afortunadamente, ha triunfado la paradoja.

COMEDIA HILARANTE.- Estar hecho polvo le ha servido a Woody Allen para parir una comedia hilarante, agradeciblemente gamberra, fluida, abarrotada de energía y de gracia, con un ritmo, una alegría y una tensión que se contagian al espectador, rodada con pulso y maestría (la secuencia del ataque claustrofóbico en el ascensor y la del grupo de amigos telefoneando al presunto asesino evidencian el magistral dominio del Allen actor y del Allen director sobre el complicado mecanismo que provoca la carcajada), terapeútica, absolutamente divertida.

La historia de Misterioso asesinato en Manhattan se inspira en algunas de las fijaciones de Hitchcock (un matrimonio de yuppies sospecha que su encantador vecino se ha cargado a la esposa) y las desarrolla en el más genuino estilo Allen. Su afición como espectador al más puro y duro cine negro (hay largos, sentidos, nada gratuitos, deliciosos homenajes a Perdición y a La dama de Shangai) no le hace caer en el peligroso mimetismo. Allen sabe que el cine negro no es su terreno, aunque lo admire, y utiliza el intrigante punto de partida y la estructura de una película de suspense para volver a hablar de las cosas que conoce: la difícil estabilidad de las relaciones de pareja y la necesidad de compartir emociones que espanten la rutina y reafirmen el sentimiento amoroso, la forma de vivir y de relacionarse entre la burguesía ilustrada de Nueva York, los celos, la asumida neurosis, la tragicomedia que acompaña a las situaciones límite.

Allen tiene la sana o insana, nepótica o lógica costumbre de utilizar como actrices a sus mujeres mientras que dura la relación. Romper con Mia Farrow le ha servido para reencontrarse en su cine con su antigua novia y musa Diane Keaton. El acontecimiento ha sido gozoso para ambos y la pantalla está encantada de mostrarlo.

QUIMICA Y SENTIDO DEL HUMOR.- Hay química y compartido sentido del humor entre Allen y Farrow, existe la complicidad de dos personas que se conocen profundamente y se divierten trabajando juntos. Han envejecido, pero su vitalidad y el ritmo de sus batallas dialécticas sigue intacto. El cálido e inteligente Alan Alda y la inquietante y sofisticada Anjelica Huston saben que la parte del león no les corresponde a ellos y aceptan con humildad su papel de secundarios de lujo.

Allen está empeñado en que el futuro le recuerde como uno de los mejores y amorosos retratistas que ha tenido Nueva York y le exige al extraordinario Carlo di Palma que fotografíe con mimo los rascacielos, los puentes, las otoñales hojas de los árboles, las avenidas, la noche de esta ciudad mágica, viva, monstruosa, incomparable. Allen introduce la música que más ama en esas preciosas imágenes. La mezcla resulta maravillosa para los paladares con sentido del gusto. Las canciones y los sonidos de Erroll Garner, Ben Webster, Art Tatum, Cole Porter, Paul Desmond, Dave Brubeck, Coleman Howkins, Benny Goodman, arropan la vertiginosa investigación criminal de estos detectives aficionados. Qué alegría me produce ver hacer el ganso nuevamente a Woody Allen, definido por la despechada Mia Farrow como «un alma vacía en la que sólo existe la resonancia». Qué buen sabor de boca te deja esta enloquecida, amena y admirable película.