20 noviembre 2002

Varias playas quedan contaminadas de chapapote

El barco petrolero ‘Prestige’ se hunde en las costas españolas: se piden responsabilidades del Gobierno del PP

Hechos

El 19.11.2002 el ‘Prestige’ se hundió ante las costas españolas cargado de más de 60.000 toneladas de fuel.

19 Noviembre 2002

Una catástrofe que no ha de repetirse

ABC (Director: José Antonio Zarzalejos)

Leer
Cerca de cuarenta kilómetros de costa contaminados por el fuel-oil, con un coste económico aproximado de noventa millones de euros y alrededor de cinco mil familias afectadas, más los incalculables daños ecológicos producidos, son el rastro dejado tras de sí por el petrolero «Prestige» en la denominada «Costa de la Muerte» de Galicia. El barco, propiedad de una naviera griega y con bandera de conveniencia de Bahamas, sufrió el pasado 13 de noviembre una vía de agua a 45 kilómetros de la costa gallega, mientras navegaba con 77.000 toneladas de fuel-oil en sus bodegas. Según diversos documentos adelantados por ABC, y pese a la insistente negativa de las autoridades gibraltareñas y del embajador del Reino Unido en Madrid, el «Prestige» se dirigía hacia Gibraltar. No se comprende la actitud de «sostenella y no enmendalla» del representante británico, empeñado en negar la evidencia con una contumaz postura proteccionista hacia su colonia, que ha actuado con evidente irresponsabilidad.
El accidente del petrolero, que ayer ya fue remolcado fuera de las aguas jurisdiccionales españolas, ha tenido y tendrá una especial repercusión en los sectores pesquero y marisquero, para quien tanto la Xunta de Galicia como el Gobierno -ayer, presidida por el vicepresidente Mariano Rajoy, se reunió una comisión interministerial para abordar el asunto- preparan una serie de ayudas económicas que alivien en lo posible la gravedad de las pérdidas. Aun siendo muy importante la desgracia -y puede crecer en las próximas horas, ya que una nueva mancha de fuel se dirige hacia la costa-, su magnitud podía haber sido mucho mayor si no se hubiera actuado con diligencia y eficacia para alejar al «Prestige» de la costa lo más rápido posible. De las 77.000 toneladas de fuel-oil que transportaba el barco, tan sólo se han vertido al agua cerca de 4.000, una cantidad pequeña si se mide en términos relativos. Las labores de remolque del petrolero llevadas a cabo por Salvamento Marítimo han resultado decisivas para evitar una catástrofe de irreparables dimensiones -la mayor de la Historia, según el Gobierno-; y es justo destacarlo así, como han hecho distintas voces de la oposición -aquellas que no aprovechan para convertir cada suceso en un oportunista ariete en contra del Ejecutivo-.
El «Prestige» no es, desgraciadamente, un caso aislado dentro del tráfico marítimo internacional. Las «banderas de conveniencia» son un paraguas bajo el que se refugian muchos armadores cuyos barcos no cumplen las normas mínimas de seguridad o de derecho laboral. El caso del petrolero siniestrado es un ejemplo perfecto. Se trata de una obsoleta embarcación monocasco (a partir de 2005 estos barcos tendrán prohibido el transporte de crudo), que no había sido revisada desde 1999, cuando la normativa europea obliga a una revisión anual para los transportes marítimos de riesgo. Ese mismo año recibió dos sanciones por infracciones de seguridad en Nueva York y Rotterdam. De nada sirven las normas si no se vigila su observancia, y parece claro que el «Prestige» no las cumplía y que su presencia en el mar suponía un evidente peligro.
La Unión Europea tiene ahora la obligación de tomar medidas para tratar de evitar nuevos casos en el futuro. El establecimiento de un «corredor» alejado de la costa para los barcos que transporten combustible o sustancias contaminantes, el endurecimiento de las sanciones y un mayor rigor en las condiciones de navegación son algunas de las soluciones apuntadas y que el Ejecutivo debe plantear en Bruselas para que la seguridad marítima crezca y España no vuelva a verse sacudida por una nueva catástrofe económica y ecológica como la que vivimos estos días.

20 Noviembre 2002

A pique

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

Leer

Desastres como el del petrolero Prestige, hundido ayer frente a las costas gallegas tras una semana de agonía, revelan la impotencia de las autoridades europeas para acabar con las estrategias empleadas por empresas petroleras y armadores para burlar la normativa sobre seguridad. El desastre, cuyo alcance final es todavía una incógnita, plantea también dudas sobre quién defiende el interés público cuando se entrecruzan diversos intereses privados.

Ya casi no sorprende que cada vez que se produce un accidente de este tipo sea difícil establecer datos tan elementales como el origen y destino de la carga y hasta la naturaleza exacta de la misma. Tras la no resuelta polémica sobre si el barco se dirigía o no a Gibraltar, cuyo atractivo deriva de su condición de paraíso fiscal, el Grupo Popular en el Parlamento Europeo solicitó ayer de la Comisión de Bruselas que investigue si el producto que transportaba contenía una proporción de azufre superior a la autorizada.

Sorprende menos que los buques siniestrados sean viejos, por un lado, y utilicen, por otro, banderas de conveniencia de países menos exigentes en materia de seguridad. Tras los accidentes de los años setenta, las petroleras dejaron de utilizar sus propios barcos y trasladaron esa responsabilidad a armadores que con frecuencia diluyen la suya subarrendando el servicio a otras compañías. Gran parte del transporte de mercancías peligrosas se efectúa con este sistema y estos riesgos.

Una consecuencia de este tipo de siniestros suele ser la aparición de personas que pontifican (a posteriori) sobre lo que debería haberse hecho y no se hizo. En este caso, con la misma seguridad se afirma que ha sido un acierto alejar al buque de la costa, para evitar una contaminación mucho mayor, como que ése fue el principal error al ampliar el abanico de costa afectada por efecto de los vientos y mareas. La duda es quién tiene la última palabra sobre tales cuestiones. Se supone que no será el armador, aunque cuente con asesoramiento técnico.

El Prestige se fue ayer a pique en una zona de la mar de 4.000 metros de profundidad. La hipótesis más favorable es que las temperaturas abisales solidifiquen el fuel, lo que casi eliminaría el peligro de nuevas mareas negras; pero otros expertos temen que antes de llegar a esa profundidad el líquido se derrame de los tanques y suba a la superficie, agravando el problema.

Es evidente que un problema tan repetido exige medidas conjuntas de la UE, incluyendo la prohibición, como ayer solicitó el Grupo Socialista del Parlamento Europeo, de que los barcos que transportan mercancías peligrosas puedan circular con bandera de conveniencia; pero, como indicó también ayer el ministro francés de Transportes, no es tanto cuestión de normas como de una policía marítima que inspeccione los buques y las haga cumplir. El debate que se celebrará el jueves en el Parlamento Europeo podrá ser el marco para plantear estas cuestiones. Mientras tanto, y como primera medida, es urgente ayudar a los afectados y combatir la marea negra allí donde llegó.

24 Noviembre 2002

El Prestige y la teoría del mal menor

ABC (Director: José Antonio Zarzalejos)

Leer
Cualquier gobierno del mundo sabe que el desencadenamiento de una catástrofe, por inevitable que resulte y remota que sea su causa, levanta de inmediato en la opinión pública un debate sobre las responsabilidades de la tragedia y la capacidad de respuesta de las administraciones afectadas por sus consecuencias. En ese sentido, la marea negra producida en las costas gallegas por el vertido del petrolero «Prestige» ha provocado una intensa polémica sobre la actuación del Gobierno español, en la que se han lanzado graves acusaciones de pasividad sobre las autoridades encargadas de hacer frente al problema.
Diez días después del comienzo de la crisis, cabe afirmar con poco riesgo de error que el Gobierno español actuó de manera esencialmente correcta al optar por el alejamiento del buque de las costas de Galicia. Así se han pronunciado la mayoría de los expertos, aunque no faltan voces partidarias de otras opciones, como el acercamiento al puerto de La Coruña o incluso el bombardeo y hundimiento inmediato del «Prestige», cuyo alcance nunca podrá ser evaluado.
En todo caso, hay que destacar que el Gobierno, coordinado por el vicepresidente Rajoy, tomó su decisión de optar por el alejamiento una vez escuchados todos los expertos, que aconsejaron esta solución como la más viable y menos peligrosa. Acercar el buque a puerto suponía arriesgarse a un vertido masivo de fuel en la misma costa, y bombardearlo con fósforo ofrecía numerosos inconvenientes medioambientales, sin garantizar que el combustible ardiera. Sólo la actitud de los armadores y del patrón del «Prestige», empeñados en salvar la carga, estorbó la maniobra de alejamiento introduciendo una deriva de regreso que propició que el hundimiento final se produjese a una distancia lejana, pero sin garantías.
En conjunto, la actuación gubernativa ha sido correcta, aunque se haya echado en falta una mayor diligencia inicial y, sobre todo, una dosis de tacto en el manejo de la crisis. La presencia inmediata de autoridades de rango tardó varios días en tomar cuerpo, y las declaraciones iniciales, dirigidas al ámbito diplomático al señalar a Gibraltar como destino final del buque, ofrecieron la sensación de falta de conciencia sobre el calado del problema. Por el contrario, la pronta habilitación de ayudas a los pescadores damnificados y el establecimiento de líneas de crédito blando ha compensado en cierta medida la lentitud de reflejos inicial en el abordaje de soluciones de urgencia al vertido.
La otra cara del problema es de calado internacional. La presencia de barcos cargados de mercancías peligrosas en condiciones de seguridad muy deficientes constituye un problema de alto riesgo que la Unión Europea está tardando más de la cuenta en resolver, pese a las medidas adoptadas tras el naufragio del petrolero «Erika» frente a la costa de Bretaña, en 1999, medidas que aún no han entrado en vigor. La navegación en aguas internacionales de verdaderos barcos-pirata, muy antiguos, de procedencia dudosa y con cargas mal identificadas resulta un peligro evidente que urge alejar a través de una intensificación de los controles y de sanciones disuasorias.
Conviene recordar, a este respecto, que la UE marcha en este campo muy por detrás de Estados Unidos, donde barcos como el «Prestige» tienen prohibido atracar por una férrea legislación surgida de catástrofes anteriores. Precisamente por esta rigidez normativa norteamericana, los armadores de estos buques eligen rutas europeas para el transporte de sus mercancías, en ocasiones con desaprensiva despreocupación de los riesgos que comportan.
En resumen, la catástrofe del «Prestige», cuyo alcance aún no puede ser determinado -ni siquiera es posible identificar aún la procedencia de las nuevas mareas de combustible que han alcanzado incluso zonas protegidas del litoral gallego-, resulta un preocupante revés ambiental y socioeconómico, pero queda el magro consuelo de saber que podía haber sido mucho peor. La posibilidad de que el barco hubiera derramado la totalidad de sus depósitos en las cercanías de la costa habría dejado en pañales la tragedia del «Mar Egeo» y provocado una devastación muy superior a la sufrida. Lo único que cabe esperar es que se cumpla el pronóstico de los expertos y los tanques del petrolero aguanten la presión abisal o, caso de romperse, el combustible se solidifique con las bajas temperaturas del fondo marino. En este caso, la desolación de la catástrofe podrá contar con el consuelo de un mal menor que, en todo caso, podría haberse evitado con una legislación internacional más rigurosa.

24 Noviembre 2002

Gibraltar, el Prestige y la prensa

César Alonso de los Ríos

Leer
El martes pasado denunciaba yo en esta columna esa excepción para el fraude, para el crimen y para la piratería que es el Peñón, y advertía acerca de la ausencia de conciencia que tienen los ciudadanos españoles sobre el peligro que representa en todos los órdenes esta excrecencia colonial. Ni siquiera la tragedia que nos ha traído el «Prestige» ha conseguido interesar a los medios periodísticos por las relaciones entre este barco criminal y Gibraltar. Tan sólo ABC -que yo sepa al menos- ha sido el único periódico que ha mantenido una tensión informativa sobre el tema. Los otros lo han escamoteado, y alguno, como EL PAÍS, llegó el miércoles a criticar al presidente del Gobierno por haber involucrado a Gibraltar en la polémica. Pero ¿acaso no se habían enterado de que este barco criminal hacía escalas allí sin ningún tipo de control y acaso no se sabía que se dirigía allí en esta su última singladura?
Al menos estos periódicos deberían haber atendido a las informaciones de un colega «extranjero» y, por tanto, no sospechoso de animosidad ibérica contra esta base desestabilizadora del orden y el Derecho Internacional. En efecto, «Le Monde» publicó el jueves y el viernes crónicas reveladoras sobre las vinculaciones entre el «Prestige» y una empresa fantasma que tiene su residencia «jurídica» en Gibraltar. Porque esas banderas de conveniencias, esas tripulaciones mercenarias, esos capitanes del hampa, esas cargas mortales necesitan puertos francos, permisivos hasta el escándalo en punto a las exigencias de calidad y seguridad. Y Gibraltar -deberían saberlo algunas cabezas de chorlitos- es uno de estos puntos negros en los mapas de la piratería de nuestro tiempo. Y lo fue en esta ocasión, trágica para la naturaleza, la riqueza y la población gallegas. Pero ¿cómo iban a introducir la cuestión de Gibraltar en el discurso político e informativo sobre el «Prestige» sin dar bazas al Gobierno español que puedieran permitirle una fuga a sus responsabilidades por la forma de enfrentarse a la tragedia? Y, sobre todo, ¿cómo iban a citar a Gibraltar sin caer en un patriotismo que ellos consideran impropio de un progresismo que se precie? Esto es lo que piensan algunos periódicos y sus editorialistas y algunos -muchos- analistas políticos tan repugnantemente preocupados por mantenerse políticamente correctos que ni se les pasa por la imaginación que este residuo colonial, esta aberración histórica, esta excrecencia que sólo sirve para supurar corruptelas en ocasiones criminales, haya podido tener una enorme responsabilidad en la tragedia que asola a Galicia. Así que ni siquiera han querido considerar el tema. Los que siempre están dispuestos a denunciar este comercio mortífero en cualquier punto del Planeta se detienen al llegar a Gibraltar. Al Peñón lo perdonan porque, de lo contrario, caerían en un improcedente españolismo, en la trampa de la reivindicación franquista.
Gibraltar es, en efecto, una excepción en el orden jurídico, el comercio y la seguridad internacionales pero, sobre todo, lo es en las cabecitas de todos estos españoles que permiten que se mantenga y prospere en nuestro territorio lo que denunciarían en otros países. Los que se escandalizan ante cualquier atropello a los derechos de otras naciones, aquí los aprueban porque dañan al «Estado español», lo cual supone para ellos una altísima virtud, aun cuando sea en detrimento de nuestra propia Naturaleza y nuestra propia riqueza. Son así.

05 Diciembre 2002

El Rey, Aznar, Rajoy

Luis María Anson

Leer

Estamos a seis meses del vertido de las elecciones municipales y autonómicas, a dieciséis de las generales. Todo es ya campaña electoral, marea negra, aguas albañaes. El PSOE, secundado con alborozo por su grupo mediático, desmelenados EL PAÍS y la SER que olfatean la victoria, se han lanzado juntos, todos juntos y en unión a la yugular de Aznar en la crisis gallega. Inútil tarea pretender que se instale el sosiego, la moderación, el equilibrio, que permita juzgar las cosas como con. Sin embargo, es un hecho que Aznar acertó al llevar el Prestige a alta mara para que allí se hundiera. Acertó también al poner al frente de la crisis alarmado por las piruetas de algún ministro, a Mariano Rajoy, que ha dado una vez más muestras de eficacia y buen sentido. El vicepresidente es el Zidane del Gobierno, aunque barbado.

Aznar renunció a la foto y al provecho partidista. Pidió al Rey, que es el símbolo de la unidad nacional, que se desplazara a las costas gallegas. En una Monarquía constitucional la soberanía reside en el pueblo que es quien manda a través de sus representantes elegidos democráticamente. El Rey, aparte de las funciones de arbitraje y moderación que le concede la Constitución, hace lo que decide el Gobierno, que es quien representa a la voluntad popular.

Luis María Anson

20 Noviembre 2002

La catástrofe del Prestige

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

Leer

El desastre se consumó ayer a las cinco de la tarde cuando el Prestige -o mejor lo que quedaba de él- se fue a pique a 260 kilómetros de las costas gallegas, seis días después de la ruptura de uno de sus tanques.

La gran incógnita que se plantea en estos momentos es cuál va a ser la verdadera dimensión del daño ecológico provocado por el hundimiento de este buque con 60.000 toneladas de fuel en sus bodegas y que descansa a casi cinco kilómetros de profundidad bajo la superficie del Oceáno Atlántico.

La opinión de los técnicos está dividida. Hay científicos que piensan que los depósitos del Prestige habrán podido aguantar la enorme presión del agua y que esas 60.000 toneladas permanecerán durante años en los tanques sumergidos del barco. Pero hay otros muchos que sostienen que el petróleo está ya en las profundidades tras reventar los tanques al no poder soportar esa terrible presión.

Si esta segunda hipótesis es la real, los expertos señalan que, dada la baja temperatura del agua y la altísima presión, el petróleo vertido se habrá convertido en grandes bloques solidificados que se irán depositando en el fondo del oceáno.

Esta hipótesis sería la que menores daños ecológicos podría provocar a largo plazo, pero la magnitud de la catástrofe es ya considerable porque el petróleo derramado -unas 17.000 toneladas- forma ya en la superficie una gigantesca lengua de 150 kilómetros de largo por diez kilómetros de ancho, que, por la fuerza de los vientos, puede acabar en las costas de Galicia. Cerca de 200 kilómetros de litoral se han visto ya afectados por esta marea negra. Los perjuicios económicos para miles de familias que subsisten de la pesca y el marisco van a ser considerables. Los daños ecológicos serán enormes, porque, aunque las autoridades lograran que esa enorme lengua no tocara las costas españolas, los bancos de pesca y la fauna de esa zona atlántica se verán irremediablemente dañados.

¿Había otra alternativa mejor que arrastrar al buque hacia alta mar? ¿Era factible el trasvase de ese petróleo a otro barco? La polémica sigue abierta, pero lo que sí resulta evidente es que este caso ha puesto al descubierto las insuficientes medidas internacionales de seguridad del transporte de crudo y productos tóxicos. Es un disparate que este transporte pueda ser realizado por empresas con banderas de conveniencia, cuyo único interés es ganar un dinero fácil sin medir los enormes riesgos medioambientales de su avaricia.

08 Diciembre 2002

El naufragio de Aznar

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

Leer

El naufragio del Prestige se ha convertido en un naufragio de mayores dimensiones. Las situaciones críticas son las que ponen a prueba el valor y el carácter de las personas y de los equipos gobernantes. En el caso del Gobierno del PP, la marea de fuel que se abate sobre la costa gallega ha actuado como revelador de su forma de hacer y entender la política, pero también de la distancia enorme que le separa de los ciudadanos. La huelga general de junio mostró la existencia de un divorcio entre la sociedad española y el Ejecutivo, pero la catástrofe medioambiental ha ampliado la brecha. El fulgor del congreso del PP en enero ha dado paso a la angustia de un partido que ha invertido su buena estrella: todo lo que toca se le vuelve ahora en contra.

Una nebulosa envuelve todavía el conjunto de decisiones, indecisiones y ocultaciones que han jalonado el enorme vertido de líquido contaminante. La ristra de preguntas que no han obtenido todavía respuesta es interminable. Ahora estamos ante un Chernóbil español, pero hace escasos días no estaba permitido hablar de marea negra para evitar el alarmismo. Las Fuerzas Armadas están por fin movilizadas y a pie de obra, pero no hace ni una semana que se daba por bueno y suficiente todo lo que se había hecho. Tampoco era necesario convocar un gabinete de crisis, pero ayer se reunió en Moncloa una comisión del Consejo de Ministros, que es lo que más se le parece. El Gobierno ha ido rectificando y corrigiendo sus propias palabras y decisiones sin cesar y sólo ha mantenido el tipo a la hora de exculparse, a costa de los medios de comunicación que no controla y de la oposición, a los que ha acusado de deslealtad y de mercadear con el dolor ajeno.

El pasado jueves, tres semanas después del accidente, el debate sobre la catástrofe llegó al fin a una comisión del Congreso (¿por qué no en un pleno?). No fue el presidente del Gobierno quien asumió la responsabilidad de dar explicaciones a los representantes de los ciudadanos, sino el vicepresidente Rajoy, quien se esforzó por oponer datos a la imagen de ineficiencia, descoordinación y falta de medios que había ido extendiéndose con la misma velocidad que la mancha. Sólo quedó clara su encomiable rapidez a la hora de arbitrar las ayudas económicas a los damnificados, aunque no pudo evitar presentarlo como si fueran de su bolsillo.

Hizo bien Zapatero en asumir personalmente la interpelación al Gobierno. Muchas de sus propuestas han sido adoptadas posteriormente por el Ejecutivo, aunque sin reconocer sus errores en ningún caso. Pero si el Gobierno ha ido a remolque de la oposición, es difícil evitar la peligrosa sensación, extendida sobre todo en Galicia, de que todos los políticos han ido a remolque de la gente y de que ha sido la sociedad la que ha ido por delante de todos, empezando por el Estado, el gran ausente de Galicia en el momento más grave de la catástrofe.

El Prestige constituye una durísima interpelación respecto a las contradicciones y problemas de la llamada sociedad de riesgo. Los ciudadanos han vivido la sensación de que los gobiernos a los que pagan sus impuestos no son capaces de protegerles de determinados peligros, en especial de los que conciernen a la conservación del medio natural. El Prestige ha encendido todas las alarmas: los controles de la circulación marítima en Europa no funcionan, el Estado carece de mecanismos de prevención y de recursos suficientes ante catástrofes de este tipo y la acción gubernamental tiene una lentitud burocrática que los voluntarios han puesto en evidencia. No se trata de una catástrofe natural inesperada sobre la que el hombre carece de control. Es un daño hecho por personas concretas, sometidas a legislaciones internacionales, en el que han intervenido decisiones políticas, como es el caso del errático rumbo del barco. El acuerdo de la UE de cerrar antes de 2004 el paso a los puertos europeos a los barcos monocasco cargados con crudo pesado y sustancias similares es tan lógico como tardío.

Accidentes de este tipo ya habían ocurrido antes, luego cabía esperar planes, medios, alternativas. Pero ello incide en el núcleo de la acción política: las prioridades del Gobierno y los efectos de una ideología que se jacta de reducir el volumen y la capacidad de acción del Estado. El PP ha tenido seis años para resolver los déficit que evidenció el desastre del Mar Egeo. Ahí están los resultados. En la sociedad de riesgo el Estado no puede renunciar a dar los servicios básicos que la protección de la ciudadanía requiere. Ya se han visto los efectos de controlar el déficit a base de reducir las inversiones de las que depende el desarrollo futuro; ahora comprobamos que nada es tan despilfarrador como recortar o poner en manos privadas servicios de los que dependen cuestiones tan básicas como el patrimonio natural de la nación y el trabajo de los ciudadanos.

19 Diciembre 2002

Cortina de fuel

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

Leer

El Partido Popular tiene una larga lista donde escoger si piensa pedir dimisiones por la pesadilla del Prestige: el presidente de la Xunta, Manuel Fraga, que se fue de caza cuando le tocaba ponerse al frente de la crisis; el ministro de Fomento, Álvarez-Cascos, que se ha dedicado a la práctica del esquí y de la caza luego de tomar la catastrófica decisión de desviar el buque mar adentro; el de Medio Ambiente, Jaume Matas, ocupado en su campaña electoral en Mallorca y en su asueto en Doñana, y un largo etcétera, en el que están los responsables de que la protección civil no actuara, de que el Ejército no se desplegara y, finalmente, de que el Ejecutivo no gobernara ni asumiera la coordinación de la limpieza y de la protección. Mientras la costa gallega nos envía imágenes más propias de una plaga bíblica, al partido que gobierna (¿?) este país sólo se le ocurre montar una charanga en el Parlamento al grito de «dimita, señor Caldera».

El portavoz socialista cometió una chapuza al esgrimir unos documentos amputados sobre el rumbo que tomó el barco hasta su hundimiento. Pudo incluso manipular esos papeles para acorralar al Gobierno. Pero, en el peor de los casos, esta acusación no pasa de ser una anécdota censurable en una larga secuencia de ocultaciones, tergiversaciones y mentiras de fondo que ha acumulado el Gobierno, dentro y fuera del Parlamento, para eludir sus responsabilidades en torno a «la mayor catástrofe ecológica de la historia de España». Una cosa es que no se pueda acusar al Gobierno de la vía de crudo abierta el 13 de noviembre en el Prestige, pero otra distinta es que no deba responder ante los ciudadanos de los montones de desastres que se han acumulado desde entonces hasta hoy mismo.

En su intento de desviar la atención, el PP pretende convertir al diputado Caldera en el responsable de la marea negra que cada día se espesa en la costa gallega. Para conseguirlo, no ha dudado en invertir el carácter del Parlamento, hasta convertir la sesión de control al Gobierno en sesión de control a la oposición. Su grupo parlamentario ha organizado una bronca propia de hooligans en día de derrota y se ha ausentado del hemiciclo cada vez que tomaba la palabra el diputado socialista. La dignidad y la función del Congreso como órgano de control han quedado gravemente dañadas por un Gobierno que definitivamente se resiste a rendir cuentas de sus actos a los representantes de la soberanía popular.

Ha pasado más de un mes desde el accidente del Prestige. Los marineros de dos localidades están en huelga de hambre en protesta por la falta de medios para combatir la marea negra. El chapapote que llega a la Costa da Morte es más espeso y amenazante que nunca. Y al Ejecutivo sólo se le ocurre pedir la dimisión de Caldera. ¿Tanto es lo que tiene que ocultar? En una única cosa tiene razón el PP, y es en que alguien debe dimitir por el desastre de Galicia. Para esclarecer las responsabilidades políticas por todo lo ocurrido es imprescindible que el Pleno del Congreso dedique una sesión monográfica a analizar esta crisis y que salga de ella una comisión de investigación que elucide todas las responsabilidades.