8 febrero 2023

Todos los medios pro-americanos denuncian que carece de credibilidad

Seymour Hersh difunde la información de un ‘anónimo’ que asegura que Estados Unidos ‘voló’ el gaseoducto ruso-alemán Nord Stream 2, y los antiamericanos lo presentan como un hecho incuestionable

08 Febrero 2023

Así eliminó Estados Unidos los gasoductos Nord Stream

Seymour Hersh

Leer
La Administración Biden cumplió sus amenazas: un grupo de buzos de la Marina aprovechó unas maniobras de la OTAN en el Báltico para colocar explosivos en los oleoductos y la Armada noruega los hizo detonar tres meses después lanzando una boya sonar

El Centro de Buceo y Salvamento de la Marina de EE.UU. se encuentra en un lugar tan desconocido como su nombre: en lo que una vez fue un camino rural de Panama City, una ciudad turística en auge situada en el noroeste de Florida, 112 kilómetros al sur de la frontera con Alabama. El edificio que alberga el centro es tan anodino como su ubicación: una monótona estructura de hormigón posterior a la II Guerra Mundial con el aspecto de un instituto de formación profesional de la zona oeste de Chicago. Al otro lado de lo que ahora es una carretera de cuatro carriles hay una lavandería automática y una escuela de danza.

El centro lleva décadas formando a buceadores de aguas profundas altamente cualificados que, asignados a unidades militares estadounidenses por todo el mundo, son capaces de realizar inmersiones técnicas para hacer tanto lo bueno –utilizar explosivos C4 para limpiar puertos y playas de escombros y artefactos sin detonar– como lo malo, es decir volar plataformas petrolíferas extranjeras, obstruir válvulas de centrales eléctricas submarinas o destruir esclusas en canales de navegación cruciales. El centro de Panama City, que cuenta con la segunda piscina cubierta más grande del país, era el lugar perfecto para reclutar a los mejores, y más taciturnos, graduados de la escuela de buceo que el verano pasado cumplieron con éxito la misión que se les había autorizado a realizar a 260 pies (79,2 metros) bajo la superficie del mar Báltico.

El pasado mes de junio, los buzos de la Armada, que operaban al amparo de un ejercicio de la OTAN ampliamente publicitado y conocido como BALTOPS 22, colocaron los explosivos que, al ser activados por control remoto tres meses después, destruyeron tres de los cuatro gasoductos Nord Stream, según una fuente con conocimiento directo de la planificación de la operación.

Dos de los gasoductos, conocidos colectivamente como Nord Stream 1, llevaban más de una década suministrando gas natural ruso a Alemania y gran parte de Europa Occidental. El segundo par de gasoductos, denominados Nord Stream 2, se habían construido pero aún no estaban operativos. A medida que las tropas rusas se concentraban en la frontera ucraniana y se avecinaba la guerra más sangrienta en Europa desde 1945, el presidente Joseph Biden consideró que los gasoductos eran un vehículo para que Vladimir Putin utilizara el gas natural como arma para sus ambiciones políticas y territoriales.

Cuando se le pidió un comentario sobre esta historia, Adrienne Watson, portavoz de la Casa Blanca, dijo en un correo electrónico: “Esto es falso y una completa ficción”. Tammy Thorp, portavoz de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), escribió de forma similar: “Esta afirmación es total y absolutamente falsa”.

La decisión de Biden de sabotear los oleoductos se produjo después de más de nueve meses de debate altamente secreto de ida y vuelta dentro de la comunidad de Seguridad Nacional de Washington sobre la mejor manera de lograr ese objetivo. Durante gran parte de ese tiempo, la cuestión no era si había que llevar a cabo la misión, sino cómo hacerlo sin dejar ninguna pista abierta sobre quién era el responsable.

Había una razón burocrática vital para confiar en los graduados de la exigente escuela de submarinismo del centro de Panama City. Los buzos eran sólo de la Marina, y no miembros del Mando de las Fuerzas Especiales de Estados Unidos, cuyas operaciones encubiertas deben ser comunicadas al Congreso e informadas con antelación a los líderes del Senado y la Cámara de Representantes, la llamada Banda de los Ocho. La Administración Biden hizo todo lo posible para evitar filtraciones, ya que la planificación se llevó a cabo a finales de 2021 y en los primeros meses de 2022.

El presidente Biden y su equipo de política exterior –el consejero de Seguridad Nacional Jake Sullivan, el secretario de Estado Tony Blinken y Victoria Nuland, la subsecretaria de Estado para Política Exterior– habían manifestado de forma clara y coherente su hostilidad hacia los dos gasoductos, que discurrían en paralelo a lo largo de 750 millas bajo el mar Báltico desde dos puertos diferentes en el noreste de Rusia, cerca de la frontera con Estonia, pasando cerca de la isla danesa de Bornholm antes de desembocar en el norte de Alemania.

Esa ruta directa, que evitaba tener que pasar por Ucrania, había sido una bendición para la economía alemana, que disfrutaba de abundante gas natural ruso barato, suficiente para hacer funcionar sus fábricas y calentar sus hogares, al tiempo que permitía a los distribuidores alemanes vender el gas sobrante, con beneficios, por toda Europa Occidental. Cualquier acción que pudiera atribuirse a la administración estadounidense violarían las promesas de Estados Unidos de minimizar el conflicto directo con Rusia. El secreto era esencial.

Desde el principio, Washington y sus socios antirrusos de la OTAN consideraron que el Nord Stream 1 era una amenaza para el dominio de Occidente. El holding que lo sustenta, Nord Stream AG [cuyo presidente es el excanciller alemán Gerhard Schroeder, amigo personal de Putin], se constituyó en Suiza en 2005 en asociación con Gazprom, una empresa rusa que cotiza en bolsa y que produce enormes beneficios a sus accionistas, dominada por oligarcas conocidos por ser esclavos de Putin.

Gazprom controlaba el 51% de la empresa, mientras que cuatro empresas energéticas europeas –una en Francia, otra en los Países Bajos y dos en Alemania– compartían el 49% restante de las acciones y tenían derecho a controlar las ventas posteriores del gas natural barato a distribuidores locales en Alemania y Europa Occidental. Los beneficios de Gazprom se repartieron con el gobierno ruso, y se calcula que los ingresos estatales por gas y petróleo ascendieron en algunos años hasta el 45% del presupuesto anual de Rusia.

Los temores políticos de Estados Unidos eran fundados: Putin dispondría ahora de una importante fuente de ingresos adicional y muy necesaria, y Alemania y el resto de Europa Occidental se volverían adictos al gas natural de bajo coste suministrado por Rusia, disminuyendo al mismo tiempo la dependencia europea de Estados Unidos. De hecho, eso es exactamente lo que ocurrió. Muchos alemanes vieron el Nord Stream 1 como parte del cumplimiento de la famosa teoría de la Ostpolitik del excanciller Willy Brandt, que permitiría a la Alemania de posguerra rehabilitarse a sí misma y a otras naciones europeas destruidas en la Segunda Guerra Mundial mediante, entre otras iniciativas, la utilización del gas ruso barato para alimentar un mercado y una economía comercial prósperos en Europa Occidental.

Nord Stream 1 ya era suficientemente peligroso, en opinión de la OTAN y Washington, pero Nord Stream 2, cuya construcción finalizó en septiembre de 2021, duplicaría, si lo aprobaban los reguladores alemanes, la cantidad de gas barato a disposición de Alemania y Europa Occidental. El segundo gasoducto también proporcionaría gas suficiente para cubrir más del 50% del consumo anual de Alemania. Las tensiones entre Rusia y la OTAN no cesaban de aumentar, respaldadas por la agresiva política exterior de la Administración Biden.

La oposición al Nord Stream 2 estalló en vísperas de la toma de posesión de Biden, en enero de 2021, cuando los republicanos del Senado, encabezados por Ted Cruz, de Texas, plantearon repetidamente la amenaza política del gas natural ruso barato durante la audiencia de confirmación de Antony Blinken como secretario de Estado. Para entonces, un Senado unificado había aprobado con éxito una ley que, como dijo Cruz a Blinken, “detuvo [el gasoducto] en seco”. El Gobierno alemán, presidido entonces por Angela Merkel, ejercería una enorme presión política y económica para poner en marcha el segundo oleoducto.

¿Se enfrentaría Biden a los alemanes? Blinken dijo que sí, pero añadió que no había hablado de los puntos de vista concretos del presidente entrante. “Conozco su firme convicción de que el Nord Stream 2 es una mala idea”, dijo. “Sé que nos haría utilizar todas las herramientas persuasivas que tenemos para convencer a nuestros amigos y socios, incluida Alemania, de que no sigan adelante con él”.

Unos meses después, cuando la construcción del segundo gasoducto estaba a punto de concluir, Biden se acobardó. En mayo, en un giro sorprendente, la Administración renunció a imponer sanciones a Nord Stream AG, y un funcionario del Departamento de Estado admitió que intentar detener el gasoducto mediante sanciones y diplomacia “siempre había sido una posibilidad remota”. Entre bastidores, funcionarios de la Administración habrían instado al presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, que por entonces se enfrentaba a la amenaza de una invasión rusa, a que no criticara la medida.

Las consecuencias fueron inmediatas. Los republicanos del Senado, liderados por Cruz, anunciaron un bloqueo inmediato de todos los candidatos de Biden en política exterior y retrasaron la aprobación de la ley anual de defensa durante meses, hasta bien entrado el otoño. Más tarde, Politico describió el cambio de rumbo de Biden sobre el segundo oleoducto ruso como “la única decisión, posiblemente más que la caótica retirada militar de Afganistán, que ha puesto en peligro la agenda de Biden”.

La Administración se tambaleaba, a pesar de obtener un respiro en la crisis a mediados de noviembre, cuando los reguladores energéticos alemanes suspendieron la aprobación del segundo gasoducto Nord Stream. Los precios del gas natural se dispararon un 8% en pocos días, en medio del temor creciente en Alemania y Europa de que la suspensión del gasoducto y la posibilidad cada vez mayor de una guerra entre Rusia y Ucrania provocaran un invierno frío muy poco deseado. Washington no tenía clara la postura del recién nombrado canciller alemán, Olaf Scholz. Meses antes, tras la caída de Afganistán, Scholz había apoyado públicamente el llamamiento del presidente francés Emmanuel Macron a una política exterior europea más autónoma, en un discurso en Praga, sugiriendo claramente una menor dependencia de Washington y sus veleidades.

Durante todo ese tiempo, las tropas rusas se habían ido posicionando de forma constante y ominosa en las fronteras de Ucrania, y a finales de diciembre más de 100.000 soldados estaban en posición de atacar desde Bielorrusia y Crimea. La alarma crecía en Washington; Blinken calculó que ese despliegue de tropas podría “duplicarse en poco tiempo”.

La atención de la Administración volvió a centrarse en Nord Stream. Mientras Europa siguiera dependiendo de los gasoductos para obtener gas natural barato, Washington temía que países como Alemania se mostraran reacios a suministrar a Ucrania el dinero y las armas que necesitaba para derrotar a Rusia.

Fue en este momento de inquietud cuando Biden autorizó a Jake Sullivan a reunir un grupo interagencias para idear un plan.

Todas las opciones debían estar sobre la mesa. Pero sólo una prevalecería.

Planificación

En diciembre de 2021, dos meses antes de que los primeros tanques rusos entraran en Ucrania, Jake Sullivan convocó una reunión de un grupo de trabajo recién formado –hombres y mujeres del Estado Mayor Conjunto, la CIA y los Departamentos de Estado y del Tesoro– y pidió recomendaciones sobre cómo responder a la inminente invasión de Putin.

Sería la primera de una serie de reuniones ultrasecretas, en una sala segura de la última planta del Old Executive Office Building, adyacente a la Casa Blanca, que era también la sede del President’s Foreign Intelligence Advisory Board (PFIAB). Hubo la habitual charla de idas y venidas que acabó desembocando en una pregunta preliminar crucial: ¿la recomendación que debía remitir el grupo al presidente sería reversible –como otra ronda de sanciones y restricciones monetarias– o irreversible –es decir, acciones cinéticas [eufemismo que implica una guerra activa], que no podrían deshacerse?

Lo que quedó claro para los participantes, según la fuente con conocimiento directo del proceso, es que Sullivan pretendía que el grupo presentara un plan para la destrucción de los dos gasoductos Nord Stream, y que estaba cumpliendo los deseos del presidente.

Durante las siguientes reuniones, los participantes debatieron las opciones de ataque. La Marina propuso utilizar un submarino recién estrenado para atacar directamente el oleoducto. La Fuerza Aérea discutió la posibilidad de lanzar bombas con espoletas retardadas que pudieran detonarse a distancia. La CIA argumentó que, se hiciera lo que se hiciera, tendría que ser encubierto. Todos los implicados comprendieron lo que estaba en juego. “Esto no es cosa de niños”, dijo la fuente. Si se podía rastrear el ataque hasta Estados Unidos, “era un acto de guerra”.

En aquel momento, la CIA estaba dirigida por William Burns, un exembajador en Rusia de modales suaves que había sido subsecretario de Estado en la Administración Obama. Burns autorizó rápidamente un grupo de trabajo de la Agencia entre cuyos miembros ad hoc figuraba –por casualidad– alguien que conocía las capacidades de los buzos de aguas profundas de la Marina en Panama City. Durante las semanas siguientes, los miembros del grupo de trabajo de la CIA comenzaron a elaborar un plan para una operación encubierta que utilizaría buzos de profundidad para provocar una explosión a lo largo del oleoducto.

El precedente de 1971

Ya se había hecho antes algo parecido. En 1971, la inteligencia estadounidense se enteró por fuentes aún no reveladas de que dos importantes unidades de la Armada rusa se comunicaban a través de un cable submarino enterrado en el Mar de Okhotsk, en la costa del Lejano Oriente ruso. El cable enlazaba un mando regional de la Marina con el cuartel general en Vladivostok.

Un equipo cuidadosamente seleccionado de agentes de la CIA y de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) se reunió en algún lugar de la zona de Washington, con el máximo secreto, y elaboró un plan, utilizando buzos de la Marina, submarinos modificados y un vehículo de rescate submarino profundo, que tuvo éxito, después de mucho ensayo y error, en la localización del cable ruso. Los buzos colocaron en el cable un sofisticado dispositivo de escucha que interceptó con éxito el tráfico ruso y lo registró con un sistema de grabación.

La NSA se enteró de que altos oficiales de la marina rusa, convencidos de la seguridad de su enlace de comunicaciones, charlaban con sus compañeros sin cifrar. El dispositivo de grabación y su cinta tenían que ser sustituidos mensualmente y el proyecto siguió adelante alegremente durante una década hasta que se vio comprometido por un técnico civil de la NSA, de 44 años, llamado Ronald Pelton, que hablaba ruso con fluidez. Pelton fue delatado por un desertor ruso en 1985 y condenado a prisión. Los rusos sólo le pagaron 5.000 dólares por sus revelaciones sobre la operación, además de 35.000 dólares por otros datos operativos rusos que proporcionó y que nunca se hicieron públicos.

Aquel éxito submarino, cuyo nombre en clave era Ivy Bells, fue innovador y arriesgado, y ofreció a Estados Unidos valiosísimos datos de inteligencia sobre las intenciones y la planificación de la Armada rusa.

Aun así, el grupo interagencias se mostró inicialmente escéptico ante el entusiasmo de la CIA por un ataque encubierto en alta mar. Había demasiadas preguntas sin respuesta. Las aguas del Mar Báltico estaban fuertemente patrulladas por la marina rusa, y no había plataformas petrolíferas que pudieran servir de cobertura para una operación de buceo. ¿Tendrían que ir los submarinistas a Estonia, justo al otro lado de la frontera de los muelles rusos de carga de gas natural, para entrenarse para la misión? “Eso sería una cagada”, le dijeron a la Agencia.

A lo largo de “todas estas maquinaciones”, dijo la fuente, “algunos trabajadores de la CIA y del Departamento de Estado decían: ‘No hagáis esto. Es estúpido y será una pesadilla política si sale a la luz’”.

Sin embargo, a principios de 2022, el grupo de trabajo de la CIA informó al grupo interagencias de Sullivan: “Tenemos una manera de volar los oleoductos”.

Lo que vino después fue asombroso. El 7 de febrero, menos de tres semanas antes de la aparentemente inevitable invasión rusa de Ucrania, Biden se reunió en su despacho de la Casa Blanca con el canciller alemán Olaf Scholz, quien, tras algunos titubeos, militaba ahora firmemente en el equipo estadounidense. En la rueda de prensa posterior, Biden afirmó desafiante: “Si Rusia invade… ya no habrá Nord Stream 2. Le pondremos fin”.

Veinte días antes, la subsecretaria Nuland había transmitido básicamente el mismo mensaje en una reunión informativa del Departamento de Estado, con escasa cobertura de prensa. “Quiero ser muy clara con ustedes hoy”, dijo en respuesta a una pregunta. “Si Rusia invade Ucrania, de un modo u otro Nord Stream 2 no seguirá adelante”.

Varios de los que participaron en la planificación de la misión del oleoducto estaban consternados por lo que consideraban referencias indirectas al ataque.

“Era como poner una bomba atómica sobre el terreno en Tokio y decir a los japoneses ‘vamos a detonarla’”, dijo la fuente. “El plan era que las opciones se ejecutaran después de la invasión y no se anunciaran públicamente. Biden simplemente no lo entendió o lo ignoró”.

La indiscreción de Biden y Nuland, si es que fue eso, pudo haber frustrado a algunos de los planificadores. Pero también creó una oportunidad. Según la fuente, algunos altos cargos de la CIA concluyeron que volar el oleoducto “ya no podía considerarse una opción encubierta porque el presidente acababa de anunciar que sabíamos cómo hacerlo”.

El plan de volar Nord Stream 1 y 2 pasó repentinamente de ser una operación encubierta que requería informar al Congreso a considerarse una operación de inteligencia altamente secreta con apoyo militar estadounidense. Según la ley, explicó la fuente, “ya no había obligación legal de informar de la operación al Congreso. Todo lo que tenían que hacer ahora era simplemente llevarla a cabo, pero seguía teniendo que ser secreta. Los rusos mantienen una vigilancia superlativa del Mar Báltico”.

Los miembros del grupo de trabajo de la Agencia no tenían contacto directo con la Casa Blanca, y estaban ansiosos por saber si el presidente hablaba en serio, es decir, si la misión estaba en marcha. La fuente cuenta: “Bill Burns vuelve y dice: ‘Hacedlo’”.

La operación

Noruega era el lugar perfecto para ser la base de la misión.

En los últimos años de crisis Este-Oeste, el ejército estadounidense ha ampliado enormemente su presencia dentro de Noruega, cuya frontera occidental recorre 2.250 kilómetros a lo largo del océano Atlántico norte y se funde por encima del Círculo Polar Ártico con Rusia. El Pentágono ha creado puestos de trabajo y contratos muy bien remunerados, en medio de cierta controversia local, invirtiendo cientos de millones de dólares para modernizar y ampliar las instalaciones de la Armada y la Fuerza Aérea estadounidenses en Noruega. Las nuevas obras incluían, sobre todo, un avanzado radar de apertura sintética en el norte, capaz de penetrar profundamente en Rusia, y que entró en funcionamiento justo cuando la Inteligencia estadounidense perdía el acceso a una serie de emplazamientos de escucha de largo alcance dentro de China.

Una base de submarinos estadounidenses recién renovada, que llevaba años en construcción, entró en funcionamiento y ahora más submarinos norteamericanos pueden colaborar estrechamente con sus colegas noruegos para vigilar y espiar un importante reducto nuclear ruso situado a unos 400 kilómetros al este, en la península de Kola. Estados Unidos también ha ampliado una base aérea noruega en el norte y ha entregado a las fuerzas aéreas noruegas una flota de aviones de patrulla P8 Poseidon fabricados por Boeing para reforzar su espionaje de largo alcance sobre todo lo relacionado con Rusia.

A cambio, el Gobierno noruego enfureció a los progresistas y a algunos moderados de su Parlamento el pasado mes de noviembre al aprobar el Acuerdo Complementario de Cooperación en materia de Defensa (SDCA). Según el nuevo convenio, el sistema judicial estadounidense tendría jurisdicción en determinadas “zonas acordadas” del norte sobre los soldados estadounidenses acusados de delitos fuera de la base, así como sobre aquellos ciudadanos noruegos acusados o sospechosos de interferir en el trabajo en la base.

Noruega fue uno de los signatarios originales del Tratado de la OTAN en 1949, en los primeros días de la Guerra Fría. En la actualidad, el secretario general* de la OTAN es Jens Stoltenberg, un anticomunista convencido, que fue primer ministro de Noruega durante ocho años antes de acceder a su alto cargo en la OTAN, con respaldo estadounidense, en 2014. Era un partidario de la línea dura en todo lo relacionado con Putin y Rusia y había cooperado con la comunidad de inteligencia estadounidense desde la guerra de Vietnam. Desde entonces se confía plenamente en él. “Es el guante que se ajusta a la mano estadounidense”, afirma la fuente.

De vuelta a Washington, los planificadores sabían que tenían que ir a Noruega. “Odian a los rusos, y la armada noruega está llena de excelentes marineros y buceadores que tienen generaciones de experiencia en la muy rentable exploración de petróleo y gas en alta mar”, explica la fuente. También se podía confiar en ellos para mantener la misión en secreto. (Es posible que los noruegos también tuvieran otros intereses. La destrucción de Nord Stream –si los estadounidenses lo conseguían– permitiría a Noruega vender una cantidad mucho mayor de su propio gas natural a Europa).

En algún momento de marzo, algunos miembros del equipo volaron a Noruega para reunirse con el Servicio Secreto y la Marina noruegos. Una de las preguntas clave era qué punto exacto del Mar Báltico era el mejor para colocar los explosivos. Nord Stream 1 y 2, cada uno con dos conjuntos de tuberías, estaban separados en gran parte del trayecto por poco más de un kilómetro y medio en su recorrido hacia el puerto de Greifswald, en el extremo noreste de Alemania.

La Armada noruega no tardó en encontrar el lugar adecuado, en unas aguas poco profundas del Báltico, a pocas millas de la isla danesa de Bornholm. Allí, los dos oleoductos estaban separados por más de una milla de distancia, en un fondo marino de sólo 79,2 metros de profundidad. Los buzos, que operaban desde un cazaminas noruego clase Alta, se sumergirían con una mezcla de oxígeno, nitrógeno y helio que salía de sus tanques y colocarían cargas de C4 en los cuatro conductos con cubiertas protectoras de hormigón. Sería un trabajo tedioso, lento y peligroso, pero las aguas de Bornholm tenían otra ventaja: no había grandes corrientes, que habrían dificultado mucho la tarea de buceo.

 

Plano de la zona elegida para las explosiones.

Después de investigar un poco, los estadounidenses se decidieron.

En este punto, volvió a entrar en juego el oscuro grupo de buceo de profundidad de la Marina en Panama City. La escuela de aguas profundas, cuyos exalumnos participaron en Ivy Bells, son vistas como un lugar rural aislado poco atractivo para los graduados de élite de la Academia Naval de Annapolis, que normalmente buscan la gloria de ser destinados como Seals, piloto de caza o submarinista. Si uno debe convertirse en un “zapato negro” –es decir, un miembro del poco apetecible comando de buques de superficie– siempre habrá al menos un hueco en un destructor, crucero o buque anfibio. La menos glamurosa de todas es la guerra de minas. Sus buceadores nunca aparecen en las películas de Hollywood ni en las portadas de las revistas populares.

“Los buzos más cualificados para el buceo profundo forman una comunidad muy cerrada; los mejores fueron reclutados para la operación y se les dijo que estuvieran preparados para ser llamados por la CIA a Washington”, explica la fuente.

Los noruegos y los estadounidenses tenían la ubicación y los agentes, pero había otra preocupación: cualquier actividad submarina inusual en las aguas de Bornholm podría llamar la atención de las armadas sueca o danesa, que podrían informar de ello.

Dinamarca también es uno de los signatarios originales de la OTAN y es conocida en los grupos de Inteligencia por sus especiales vínculos con el Reino Unido. Suecia había solicitado su ingreso en la OTAN y había demostrado gran habilidad en el manejo de sus sistemas de sensores magnéticos y de sonido submarino que rastreaban con éxito los submarinos rusos que de vez en cuando aparecían en aguas remotas del archipiélago sueco y se veían obligados a salir a la superficie.

Los noruegos se unieron a los estadounidenses para insistir en que algunos altos funcionarios de Dinamarca y Suecia debían ser informados en términos generales sobre la posible actividad submarina en la zona. De ese modo, algún superior podría intervenir y elaborar un informe fuera de la cadena de mando, blindando así la operación del oleoducto. “Lo que se les decía y lo que sabían era deliberadamente diferente”, me dijo la fuente. (La embajada noruega, a la que se pidió un comentario sobre esta historia, no ha respondido).

Los noruegos fueron clave para resolver otros obstáculos. Se sabía que la armada rusa poseía tecnología de vigilancia capaz de detectar y activar minas submarinas. Los artefactos explosivos estadounidenses debían camuflarse para que el sistema ruso los viera como parte del fondo natural, lo que requería adaptarse a la salinidad específica del agua. Los noruegos tenían una solución.

Una imagen de la isla danesa de Bornholm, en cuyas aguas se colocaron los explosivos que destruyeron las tuberías.

Los noruegos también tenían una solución para la cuestión crucial de cuándo debía tener lugar la operación. Cada mes de junio, desde hace 21 años, la Sexta Flota norteamericana, cuyo buque insignia tiene su base en Gaeta (Italia), al sur de Roma, patrocina un gran ejercicio de la OTAN en el Mar Báltico en el que participan decenas de barcos aliados de toda la región. El ejercicio de ese año, que se iba a celebrar en junio, fue bautizado como Operaciones Bálticas 22, o BALTOPS 22. Los noruegos propusieron que ésta sería la tapadera ideal para plantar las minas.

Los estadounidenses aportaron un elemento vital: convencieron a los planificadores de la Sexta Flota para que añadieran al programa un ejercicio de investigación y desarrollo. El ejercicio, según hizo público la Marina, implicaba a la Sexta Flota en colaboración con los “centros de investigación y guerra” de la Marina. El evento en el mar se celebraría frente a la costa de la isla de Bornholm y en él participarían equipos de buceadores de la OTAN sembrando minas, y los equipos competidores utilizarían la última tecnología submarina para encontrarlas y destruirlas.

Se trataba tanto de un ejercicio útil como de una ingeniosa tapadera. Los chicos de Panama City harían lo suyo y los explosivos C4 se colocarían al final de los BALTOPS22, con un temporizador de 48 horas. Los estadounidenses y noruegos ya habrían abandonado el lugar antes de la primera explosión.

Los días corrían en la cuenta atrás. “El reloj avanzaba y nos acercábamos a la hora de la misión”, recuerda la fuente.

Y entonces… Washington se lo pensó mejor. Las bombas seguirían colocándose durante los BALTOPS22, pero a la Casa Blanca le preocupaba que el plazo de dos días para la detonación estuviera demasiado cerca del final del ejercicio y pareciera obvio que Estados Unidos había participado en la operación.

En su lugar, la Casa Blanca hizo una nueva petición: “¿Pueden los muchachos que están sobre el terreno idear alguna forma de volar los gasoductos más tarde, cuando se les ordene?”.

Algunos miembros del equipo de planificación estaban enfadados y frustrados por la aparente indecisión del presidente. Los buzos de Panama City habían practicado repetidamente la colocación del C4 en las tuberías, como harían durante los BALTOPS, pero ahora el equipo de Noruega tenía que idear una forma de dar a Biden lo que quería: la posibilidad de emitir una orden de ejecución con éxito en el momento que él eligiera.

La Inmaculada Concepción

Encargarse de un cambio arbitrario y de última hora era algo que la CIA estaba acostumbrada a gestionar. Pero la decisión también agudizó las preocupaciones que algunos compartían sobre la necesidad, y la legalidad, de toda la operación.

Las órdenes secretas del presidente también evocaron el dilema de la CIA en los días de la guerra de Vietnam, cuando el presidente Lyndon Johnson, enfrentado al creciente sentimiento contra la guerra, ordenó a la Agencia que violara sus estatutos –que le prohibían específicamente operar dentro de Estados Unidos– espiando a los líderes antibélicos para determinar si estaban siendo controlados por la Rusia comunista.

La Agencia acabó accediendo, y a lo largo de la década de 1970 quedó claro hasta dónde estaba dispuesta a llegar. Tras los escándalos del Watergate, los periódicos revelaron que la Agencia espió a ciudadanos estadounidenses, participó en el asesinato de líderes extranjeros y socavó al gobierno socialista de Salvador Allende.

Aquellas revelaciones condujeron a una espectacular serie de comisiones de investigación a mediados de los años setenta en el Senado, dirigidas por Frank Church, de Idaho, que dejaron claro que Richard Helms, director de la Agencia en aquel momento, asumió que tenía la obligación de hacer lo que el presidente quería, incluso si eso significaba violar la ley.

Reunión entre Joe Biden y Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN. Bruselas, 2021. Fuente: OTAN

En un testimonio inédito a puerta cerrada, Helms explicó con pesar que “cuando actúas bajo órdenes secretas de un presidente es como si tuvieras una Concepción Inmaculada. “Tanto si está bien que la tengas como si está mal, [la CIA] trabaja bajo reglas y normas básicas diferentes a las de cualquier otra parte del Gobierno”. En esencia, estaba diciendo a los senadores que él, como jefe de la CIA, entendía que había estado trabajando para la Corona, y no para la Constitución.

Los estadounidenses que trabajaban en Noruega seguían la misma dinámica y empezaron a lidiar disciplinadamente con el nuevo problema: cómo detonar a distancia los explosivos C4 por orden de Biden. Era una tarea mucho más exigente de lo que pensaban en Washington. El equipo de Noruega no podía saber cuándo pulsaría el botón el presidente. ¿Sería en unas semanas, en unos meses, o en medio año o más?

El C4 fijado a los gasoductos se activaría mediante una boya de sonar lanzada por un avión con poca antelación, pero el procedimiento requería la tecnología más avanzada de procesamiento de señales. Una vez instalados, los dispositivos de temporización retardada fijados a cualquiera de los cuatro oleoductos podrían activarse accidentalmente por la compleja mezcla de ruidos del fondo del mar Báltico, muy transitado, procedentes de barcos cercanos y lejanos; perforaciones submarinas; fenómenos sísmicos, olas e incluso criaturas marinas. Para evitarlo, la boya de sonar, una vez en su lugar, emitiría una secuencia de sonidos tonales de baja frecuencia únicos –muy parecidos a los emitidos por una flauta o un piano– que serían reconocidos por el temporizador y, tras unas horas de retardo preestablecidas, activarían los explosivos. (“Se necesita una señal lo bastante robusta para que ninguna otra señal pueda enviar accidentalmente un impulso que detone los explosivos”, me explica el Dr. Theodore Postol, profesor emérito de Ciencia, Tecnología y Política de seguridad nacional del MIT. Postol, que ha sido asesor científico del jefe de Operaciones Navales del Pentágono, señaló que el problema al que se enfrentaba el grupo en Noruega debido al retraso de Biden era una cuestión de azar: “Cuanto más tiempo estén los explosivos en el agua, mayor será el riesgo de que una señal aleatoria active las bombas”).

El 26 de septiembre de 2022, un avión de vigilancia P8 de la Marina noruega realizó un vuelo aparentemente rutinario y lanzó una boya de sonar. La señal se propagó bajo el agua, inicialmente al Nord Stream 2 y luego al Nord Stream 1. Pocas horas después, se activaron los explosivos C4 de alta potencia y tres de las cuatro tuberías quedaron fuera de servicio. A los pocos minutos, los charcos de gas metano que quedaban en los gasoductos destruidos podían verse esparciéndose por la superficie del agua, y el mundo se enteró de que había ocurrido algo irreversible.

Las repercusiones

Inmediatamente después del atentado contra el oleoducto, los medios de comunicación estadounidenses lo trataron como un misterio sin resolver. Rusia fue citada repetidamente como probable culpable, tras las calculadas filtraciones de la Casa Blanca, pero sin establecer nunca un motivo claro para semejante acto de autosabotaje, más allá del castigo a Europa. Unos meses más tarde, cuando se supo que las autoridades rusas habían buscado discretamente estimaciones del coste de reparación de los oleoductos, el New York Times resumió la noticia como “complicadas teorías sobre quién estaba detrás” del ataque. Ningún gran periódico estadounidense profundizó en las amenazas contra los oleoductos formuladas previamente por Biden y la subsecretaria de Estado Nuland.

Aunque nunca quedó claro por qué Rusia querría destruir su propio y lucrativo oleoducto, el secretario de Estado Blinken ofreció una justificación reveladora de la acción ordenada por el presidente.

Preguntado en una conferencia de prensa el pasado septiembre sobre las consecuencias del empeoramiento de la crisis energética en Europa Occidental, Blinken describió el momento como potencialmente bueno:

“Es una oportunidad única para eliminar de una vez por todas la dependencia de la energía rusa y, por lo tanto, quitarle a Vladimir Putin el arma de la energía como medio para avanzar en sus designios imperiales. Eso es muy importante y ofrece una tremenda oportunidad estratégica para los años venideros, pero mientras tanto estamos decididos a hacer todo lo posible para asegurarnos de que las consecuencias de todo esto no las sufran los ciudadanos de nuestros países ni, para el caso, de todo el mundo”.

Más recientemente, Victoria Nuland expresó su satisfacción por la desaparición del más reciente de los oleoductos. En una comparecencia ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado a finales de enero, dijo al senador Ted Cruz: “Al igual que usted, me complace mucho, y creo que a la Administración también, saber que el Nord Stream 2 es ahora, como a usted le gusta decir, un trozo de metal en el fondo del mar”.

La fuente utiliza una expresión mucho más coloquial para calificar la decisión de Biden de sabotear más de 1.500 millas de oleoducto ruso-europeo cuando se acercaba el invierno. “Bueno”, dijo, hablando del presidente, “tengo que admitir que el tipo tiene un par de pelotas. Dijo que iba a hacerlo, y lo hizo”.

Cuando le pregunté por qué creía que los rusos no habían respondido, dijo cínicamente: “Quizá esperan tener la capacidad de hacer lo mismo que hizo Estados Unidos”.

“Es una bonita historia de primera página”, concluye la fuente. “Detrás había una operación encubierta que colocó a expertos sobre el terreno y equipamiento que funcionó con comunicaciones cifradas”

“El único fallo fue la decisión de hacerlo”.

11 Febrero 2023

Alguien ha volado un gasoducto

Ana Iris Simón

Leer
Lo más sorprendente de la polémica en torno a la voladura del Nord Stream es la falta de juicio crítico que permita razonar, sin necesidad de más fuentes que el propio Gobierno americano, sobre quién deseaba la destrucción del gaseoducto y a quién beneficia

Estados Unidos destruyó los gasoductos Nord Stream. O al menos así lo cuenta el periodista Seymour Hersh, detallando el sabotaje a partir de una fuente anónima implicada. Ganador de un Pulitzer, Hersh dio a conocer en el 69 la masacre en My Lai a manos estadounidenses. A lo largo de su carrera ha revelado otros grandes escándalos: del bombardeo clandestino de Camboya al programa de espionaje masivo de la CIA, pasando por el maltrato en la prisión de Abu Ghraib durante la guerra de Irak. Si algo tienen en común parte de sus investigaciones es que son incómodas para Washington, Londres y demás embajadas del imperialismo, donde se fabrican noticias que buena parte de nuestras agencias informativas reproducen disciplinadamente.

Quizá por eso recibe habitualmente calumnias por parte de la prensa del régimen anglo-americano. Tras su última exclusiva ha sido menospreciado como un simple bloguero por Reuters, mientras Wikipedia intentaba tildarlo de “teórico de la conspiración”. Pero ¿de qué conspiración? ¿Cree que el hombre no llegó a la luna, que nos gobiernan reptilianos, que no existe la covid? Nada de eso: da versiones alternativas pero nada descabelladas del uso de armas químicas por parte de sirios y rusos, del extraño asesinato de Bin Laden o de una posible financiación de los rebeldes yihadistas por parte de yanquis y saudíes.

Y, puesto que la única libertad de prensa es la del dueño de la imprenta, y nuestro dueño es el dólar, están saliendo no pocos periodistas y todólogos a descalificar a Hersh. Repiten, como de costumbre, un mismo argumentario, el del portavoz del Departamento de Defensa de EE UU: “Hersh no es fiable porque suele basarse en un número muy pequeño de fuentes anónimas”. Otros creen, llamadlos locos, que es lo que tiene cualquier filtración de operaciones secretas.

A muchos de estos críticos, sin embargo, la falta de fuentes fiables no les ha impedido pasarse meses contándonos que Putin está enfermo y le quedan dos telediarios, que los rusos están a punto de usar armas químicas y nucleares o que los sobres incendiarios que enviaba un señor de Burgos eran obra de una red internacional terrorista de extrema derecha.

Con todo, lo más sorprendente no es el ramalazo de ética periodística de quienes aplauden la censura de medios extranjeros y las listas negras de “prorrusos”. Tampoco nos pilla de nuevas que conciban cualquier conflicto como un Madrid-Barça, que no barajen la posibilidad de que se pueda condenar la invasión de Ucrania y el sabotaje americano. Lo más sorprendente es la falta de juicio crítico que les permita razonar, sin necesidad de más fuentes que el propio Gobierno americano, quién deseaba la destrucción del Nord Stream y a quién beneficia.

Hace un año, el presidente Biden decía en rueda de prensa que “pondrían fin” al Nord Stream si Rusia invadía Ucrania. “¿Cómo lo harán exactamente, si el proyecto está en manos de Alemania?”, preguntó una periodista. “Lo haremos, se lo prometo, podremos hacerlo”, respondió él. Como decía la pintada que vio Galeano, “nos mean y los diarios dicen que llueve”. Y no solo eso: ahora también nos cuentan que el que no quiere mojarse no se está poniendo un paraguas sobre la cabeza, sino un gorrito de papel albal.

14 Febrero 2023

Nord Stream 2, las conspiraciones, el periodismo y el sesgo de confirmación

Antonio Maestre

Leer
Antonio Maestre desgrana en este artículo las claves por las que no considera veraz el texto de Seymour Hersh.

Así voló EE.UU. Nord Stream 2. Es la entrada que Seymour Hersh escribe en su blog en la que acusaba a EE.UU. de haber sido el responsable de haber boicoteado la infraestructura gasística que pertenecía a Rusia y Alemania a través del consorcio Nord Stream AG. La información del periodista, que sostiene que EE.U.U voló Nord Stream 2 con la colocación de explosivos por parte de los buzos de la Marina de EE.UU., no cumple con los preceptos necesarios para ser publicada porque no aporta ninguna fuente de soporte, ni fuentes de contraste, ni pruebas documentales necesarias para hacer una afirmación del calibre, que es culpar a un miembro de la OTAN de atacar infraestructuras críticas de otros miembros de la OTAN en suelo europeo. Grandes afirmaciones precisan grandes investigaciones.

¿Por qué no podemos dar veracidad al texto de Seymour Hersh?

La investigación de Seymour Hersh está basada en única fuente anónima que, según declaraciones del periodista para la agencia TASS, “es alguien que parece saber bastante de lo que hablaba”. La fuente, que parece saber de lo que habla, según se concluye de lo expuesto en el texto tendría que estar en el círculo cercano de operaciones de inteligencia al más alto nivel ya que cuenta las interioridades de las reuniones y el proceso de gestión del ataque a otro miembro de la OTAN.

Es lógico inferir que la fuente anónima tendría que estar al más alto nivel ya que el artículo cuenta con entrecomillados el proceso de las reuniones de inteligencia. Unos entrecomillados que el periodista no explica cómo ha logrado ni a quién atribuye, simplemente aparecen para trufar el texto. La historia de Hersh transcurre como una novela de espías de John Le Carré, es perfecta, tiene un entrecomillado para cada momento y para añadir épica a la historia. El autor incluye incluso un entrecomillado de la Casa Blanca que, obviamente, si esa información viene de la fuente anónima, no se puede entrecomillar como si fuera una fuente de acceso directo:

“La Casa Blanca hizo una nueva petición: “¿Pueden los muchachos que están sobre el terreno idear alguna forma de volar los gasoductos más tarde, cuando se les ordene?”.

Ese entrecomillado solo es posible hacerlo si tienes la fuente directa de la Casa Blanca y con atribución. Si no, no es más que un invento, a no ser que indiques que esa información proviene de la fuente anónima atribuyéndosela a la Casa Blanca, pero nunca puede entrecomillarse ya que eso indica una declaración precisa y sin interpretación. Una fuente anónima es el comienzo de una investigación, nunca el destino. Una fuente anónima no puede ser motivo suficiente para publicar una investigación, del mismo modo que no puede serlo un documento filtrado por la UDEF.

David Randall, en su manual de periodismo El periodista universal, deja claro cuál es el proceder con una fuente anónima: “Siempre hay que preguntar a las fuentes si hay alguna documentación que respalde lo que nos están comentando. Si se niegan a entregárnosla, pediremos fotocopias; si también se niegan a eso, les preguntaremos si al menos podemos leerla en su presencia. Si siguen negándose, nos olvidaremos de la historia”.

El trabajo de un periodista no es recoger la información facilitada por una fuente, sino comprobar que la información facilitada por esa fuente es correcta. Si alguien te filtra unos documentos diciendo que Podemos se financió con Venezuela, la obligación de un periodista es asegurarse de que Venezuela financió a Podemos logrando el soporte documental necesario para poder aseverarlo sin ningún mínimo de dudas. Algo que poder defender ante un juez con la seguridad de estar contando la verdad. Lo contrario es solo ser un correo de la difamación de una fuente interesada y faltar a la deontología profesional. Esto puede hacerse por error, omisión o de manera intencionada. Pero lo que es obvio es que no convertirá en fiable lo narrado.

¿Hay indicios que indiquen el interés de EE.UU. para volar Nord Stream 2?

La respuesta es sí. Tiene intereses geoestratégicos, políticos y económicos evidentes en aislar a Rusia de Europa en materia energética, como ha demostrado el hecho de que EE.UU. se haya convertido en el principal proveedor de gas licuado, procedente del fracking y que Donald Trump calificó como ‘gas de la Libertad’, a Europa tras las sanciones internacionales a Rusia con motivo de la invasión de Ucrania. En los meses posteriores a la invasión de Ucrania, la exportación de gas natural licuado de EE.UU. a Europa pasó de un 34% del total al 74%, convirtiéndose en el mayor exportador de este elemento a la Unión Europea.

En marzo de 2021, el secretario de Estado, Anthony Blinken, amenazó a Alemania con posibles sanciones por la construcción del gasoducto al atentar contra su interés energético y suponer un importante quebranto a las economías de Ucrania y Polonia, socios imprescindibles de EE.UU., por privarle de los ingresos económicos por el canon de tránsito cobrado por el paso por su territorio del resto de gasoductos.

Nord Stream 2 fue construido con financiación mixta de varias empresas: un 50% de Gazprom, la empresa rusa, y el otro 50% de la petrolera británica Shell, la francesa Engie, la austriaca OMV y las alemanas Uniper y Wintershall DEA. El Congreso de EEUU aprobó en 2019 la necesidad de aplicar esas sanciones contra Alemania y la UE, que finalmente fueron desestimadas en mayo de 2021 por la administración de Joe Biden. Sin embargo, en febrero de 2022, tras la anulación de la certificación por parte del canciller alemán Olaf Scholz, en protesta por el reconocimiento de Rusia de la independencia de las regiones ucranianas en el Donbass, Biden estableció sanciones contra las empresas relacionadas con Nord Stream 2. Las declaraciones de Biden en febrero de 2022 dejaron poco espacio para la interpretación: “Si Rusia invade… entonces ya no habrá un Nord Stream 2… Le pondremos fin”.

A pesar de que se intentó explicar que la referencia del presidente norteamericano se refería a la paralización de la certificación del proyecto por parte de Scholz, que finalmente se produjo, no son pocos los que han utilizado esas declaraciones para intentar explicar la voladura del gasoducto. Victoria Nuland, subsecretaria de Estado de EEUU, ya había dejado muestras en el pasado de la posición beligerante de la administración Biden con Nord Stream 2 y, como bien dice, aquí sí, Seymour Hersh, se congratuló de su desaparición en una comparecencia ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado a finales de enero. Dijo al senador Ted Cruz: “Al igual que usted, me complace mucho, y creo que a la Administración también, saber que el Nord Stream 2 es ahora, como a usted le gusta decir, un trozo de metal en el fondo del mar”.

¿Es posible que lo hiciera Rusia?

Rusia no tiene intereses económicos en volar un gasoducto de su propiedad que le permitía eludir el canon de tránsito de Ucrania y Polonia y le otorgaba una autonomía de proyección energética sobre Europa. La mayoría de la inversión realizada para la construcción del gasoducto, unos 11.000 millones de euros, la aportó Rusia, por lo que no parece que tenga sentido la destrucción de una infraestructura de ese tipo. Bien es cierto que, tras la invasión de Ucrania y las sanciones europeas a Rusia, podría concluirse que la voladura de la infraestructura podría tener como objetivo incrementar el precio de la energía antes del pasado invierno en Europa y poder así quebrar la unidad de acción europea.

Una de las motivaciones esgrimidas para explicar los posibles intereses políticos de Vladimir Putin para volarlo es que Rusia no ha utilizado las infraestructuras energéticas únicamente como un valor económico, sino como un agente geoestratégico para lograr influencia política. Este es el caso de dos infraestructuras energéticas poco competitivas planteadas únicamente con el objetivo de garantizar unas buenas relaciones con los países de su entorno, como es el caso de TurkStream para mejorar sus relaciones con Turquía o el Lejano Oriente con China. En cualquier caso, el gran beneficiado económico con la desaparición de Nord Stream 2 como vía de suministro energético es, sin duda, EE.UU. Es un hecho incontestable.

¿La entrada en el blog de Seymour Hersh prueba que EE.UU. volara Nord Stream 2?

No lo prueba. Solo es un relato de hechos sin probar narrados por una fuente anónima que dice tener conocimiento sobre el hecho y soportados en la información previa ya conocida sobre los posibles intereses de EEUU en hacer desaparecer la infraestructura.

¿Puede la fuente de Seymour Hersh haberle contado que EE.UU. lo hizo?

La fuente puede existir, no se puede negar como tampoco se puede afirmar. Es posible que Seymour Hersh haya tenido acceso a una fuente que le haya facilitado la información narrada. Pero no existe una sola prueba o fuente de contraste que permita afirmar que esa fuente ha dicho la verdad, tiene conocimiento sobre lo narrado o es una distorsión de algo conocido por otra fuente. Es tan posible que haya contado la verdad como que se lo haya inventado, porque el artículo no prueba una sola de las afirmaciones con otras pruebas de soporte. Ni siquiera una fuente independiente que exprese lo mismo. En el caso de existir la fuente, solo sería una persona afirmando que EE.UU. lo hizo sin que el periodista haya aportado medios de contraste para aseverarse de que esa persona está diciendo la verdad.

¿Cuáles son esos medios de contraste?

Otras fuentes independientes, fuentes que participaran o tuvieran conocimiento directo y que no estén intoxicadas por la primera fuente. Habría que asegurarse de que la primera fuente y las fuentes de contraste no están relacionadas entre sí y que el conocimiento de la información por las fuentes de contraste no proviniera de la fuente original. La aportación de documentación, pruebas materiales o de seguimiento de los operativos que participaron con fuentes abiertas disponibles.

¿Qué podemos verificar sobre la información de Seymour Hersh?

Algunas afirmaciones del texto son fácilmente desmontables. Seymour Hersh afirma en su artículo que Jens Stoltenberg, máximo dirigente de la OTAN, «era un partidario de la línea dura en todo lo relacionado con Putin y Rusia y había cooperado con la comunidad de inteligencia estadounidense desde la guerra de Vietnam. Desde entonces se confía plenamente en él. ‘Es el guante que se ajusta a la mano estadounidense’, afirma la fuente».

Stoltenberg nació el 16 de marzo de 1959 en Oslo. La guerra de Vietnam comenzó en el año 1955 y acabó en marzo de 1975. Jens Stoltenberg acababa de cumplir 16 años cuando terminó la guerra de Vietnam. Es posible que Seymour Hersh se confundiera con su padre, Thorvald Stoltenberg, que como diplomático ayudó a refugiados húngaros en la huida tras la invasión de la URSS en 1956. Sea o no una confusión con su padre, es un hecho que un menor de 16 años de Oslo tiene poco que colaborar con la inteligencia de EE.UU. en Vietnam. En el momento de publicar este texto, no hay ninguna fe de errores ni aclaración en el artículo de Hersh.

Las fuentes abiertas son uno de los métodos de verificación con los que los periodistas podemos trabajar para comprobar la certeza de afirmaciones de otros reportajes de investigación. Es precisamente mediante el uso de esas fuentes que se puede comprobar que las únicas afirmaciones verificables del artículo de Seymour Hersh son incorrectas. El trabajo ya se ha hecho dejando claro que lo único demostrable de lo afirmado es incorrecto.

El periodista Joe Galvin, experto en operar con inteligencia OSINT (fuentes abiertas), verificó los dos únicos datos aportados por Seymour Hersh que permitían hacer una trazabilidad de las afirmaciones. Seymour Hersh afirmaba que en la operación intervinieron un dragaminas noruego de clase A en la colocación de explosivos y se produjo el lanzamiento de una boya con sonar a través de un avión P8 noruego. Es preceptivo aclarar que es posible usar las herramientas de tracking de aviones y barcos porque Seymour Hersh afirma en su artículo que no fue una operación encubierta sino que se aprovecharon unas maniobras BALTOPS 22 de la OTAN para llevar a cabo la operación. Esa afirmación de Hersh permite la trazabilidad de las operaciones y movimientos de dichos equipamientos militares que de otro modo habrían quedado ocultas.

Según Galvin, Noruega tiene tres embarcaciones de la clase indicada por Hersh. El M350 Alta con código de rastreo (MMSI: 258001000), el M351 Otra (MMSI: 259014000) y el M352 Rauma (MMSI: 259015000). Según los datos recopilados por el periodista, no había ninguna de estas embarcaciones en el área de operaciones de BALTOPS 22 durante las fechas en las que las maniobras se realizaron, del 5 al 17 de junio de 2022. Joe Galvin añade que un dragaminas de la clase Oksay, el M343 Hinnoy (MMSI: 259019000), estuvo cerca de los lugares donde se produjeron las explosiones pero sin estar el suficiente tiempo para desplegar a los buzos de operaciones.

En el caso de la aeronave P8 Poseidón encargada de desplegar la boya que provocaría las detonaciones, no muestra rastro de operaciones en el área de las explosiones en la fecha del 26 de septiembre de 2022. De los cinco P8 que tienen las fuerzas aéreas de Noruega, ninguno estuvo sobre la zona en esa fecha. Sí estuvo en esa zona un P8 de EE.UU. pero 90 minutos después de producirse las detonaciones. Según Joe Galvin, los datos disponibles con fuente abierta que pueden verificarse con los datos narrados por Seymour Hersh refutarían su versión. La refutación de los dos únicos datos aportados por Seymour Hersh que pueden ser verificados no implica que EE.UU. no haya volado Nord Stream 2, sino que el artículo no permite aseverarlo, por lo que nunca tendría que haberse publicado con un nivel de soporte de afirmación tan escaso.

¿Por qué dudar de Seymour Hersh a pesar de tener un Pulitzer de 1973?

El último reportero de EE.UU., como se autodenominó en su autobiografía, hace mucho tiempo que dejó de ser lo que fue. Su legado, que es necesario consignar por haber sido muy importante, tiene como investigaciones más relevantes la masacre de EE.UU. en My Lai en Vietnam, por la que ganó el premio Pulitzer, y las investigaciones sobre las torturas en la prisión de Abu Graib (Iraq). Nadie dudaba de aquellas informaciones porque tenían todo lo necesario para ser publicadas, porque eran verdad y se demostraban en las informaciones. Solo hay que leer el reportaje The Massacre at My Lai, publicado el 22 de enero de 1973 en The New Yorker, disponible para quien quiera leerlo, para poder diferenciarlo de la noticia sobre la voladura del Nord Stream 2, un reportaje impecable que sonroja comparar con el publicado estos días.

No estaríamos hablando de un artículo en un blog si no fuera porque es de Seymour Hersh y su pasado periodístico merecía el beneficio de la duda. Pero hace tiempo que perdió ese aura. En sus últimos años nunca ha podido probarse su trabajo y comenzó una deriva de publicaciones conspiranoicas que cada vez iban deslizándose a lugares más oscuros y con menos rigor. La lista es larga. El modus operandi es afirmar aquello que no se podrá refutar por las partes implicadas por cuestiones de seguridad nacional para que sus textos no puedan ser desmentidos de manera rotunda más que con la desclasificación de información de alto secreto y aportando con sus artículos a un bando en disputa aquello que quiere oír para reafirmar sus sesgos y utilizar sus publicaciones con fines políticos.

Seymour Hersh publicó en el año 2015 en London Review of Books –era el tiempo en que aún conseguía colocar sus textos en medios con prestigio en vez de su blog– la información de que el asesinato de Bin Laden había sido un montaje de la administración de Barack Obama, que, en connivencia con Pakistán, habían pactado que los soldados americanos entraran en la casa y lo mataran. La versión de Hersh venía a poner en cuestión la operación encubierta de EEUU en la que los miembros de las fuerzas especiales entrarían en el complejo de Bin Laden sin el conocimiento de Pakistán para intentar capturar al ideólogo del 11-S. En aquel reportaje volvió a utilizar una única fuente para aseverar que los dos gobiernos tramaron una conspiración de encubrimiento a diferentes niveles administrativos. Tras su publicación, Peter Bergen, analista de seguridad internacional de la CNN y autor del libro Manhunt: The Ten-Year Search for bin Laden – Del 11 de septiembre a Abbottabad, escribió un texto en el que desmontaba las afirmaciones de Hersh con fuentes directas, sí mencionadas.

Seymour Hersh volvió a recurrir a la baza de la fuente anónima para negar el uso de armas químicas en Siria. La información creada por el periodista, como siempre, solo es desencriptable con un arduo trabajo de documentación para poder conocer cómo quedó desacreditado con investigaciones científicas sobre el terreno de organismos internacionales. En un artículo en Welt, que fue rechazado por la London Review of Books, Seymour Hersh negó que el régimen de Al Assad usará gas sarín el 4 de abril de 2017 sobre la región de Khan Shaykhun y que el accidente químico fue debido a un error con una bomba convencional caída sobre una fábrica de fertilizantes.

Un artículo en Bellingcat desmontó la pieza de Hersh de manera detallada, incluso se llega a identificar cuál fue la fuente de la información del Pulitzer, el coronel retirado Lawrence Wilkerson, que había publicado su versión en una entrevista tres meses antes de la publicación del artículo de Hersh. Su fuente era una entrevista a un exmilitar en Internet. El 30 de junio de 2017 la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPCW ) en la Misión de Investigación de la OPAQ confirmó el uso de armas químicas y de sarín en Khan Shaykhun el 4 de abril de 2017 en un informe de 78 páginas que acabó por enterrar la teoría conspiranoica de Seymour Hersh.

Las conspiraciones para prender necesitan soporte de veracidad, y es muy fácil creer que EE.UU. pueda haber hecho una operación de ese porte. No solo porque tiene los medios, la motivación y la experiencia, sino porque la historia nos enseña que en el pasado EE.UU. hizo operaciones de este tipo con bastante asiduidad en sus campañas de desestabilización internacional. Creer algo cuando reafirma los sesgos preestablecidos es sencillo, por ello en política es habitual utilizar esa herramienta de confirmación de prejucios por quien tiene poco escrúpulos. Si tuviera que apostar mi escaso patrimonio sobre quién voló Nord Stream 2, lo pondría sin dudar a EE.UU. Pero los que estamos en contra del azar, las apuestas y las conspiraciones como base fundamental del análisis político y del periodismo necesitamos hechos para afirmarlo. La teoría de que EE.UU. voló Nord Stream 2 basándose en el artículo de Hersh es solo material para Iker Jiménez en Cuarto Milenio.