12 mayo 1987

El candidato ganador es independiente, aunque está considerado próximo a Alianza Popular

Triunfo para la derecha en la Universidad Complutense de Madrid con la elección de Gustavo Villapalos como rector

Hechos

El 11.05.1987 D. Gustavo Villapalos fue designado nuevo rector de la Universidad Complutense de Madrid.

Lecturas

 

El 11 de mayo de 1987 se celebró la votación para la elección del nuevo cargo de rector de la Unviersidad Complutense de Madrid que sustituya a D. Amador Schüller Pérez, el ganador de las elecciones a rector anteriores, celebradas en febrero 1984.

El resultado de la votación es el siguiente.

  • Gustavo Villapalos Salas – 323 votos.
  • Manuel Díez de Velasco – 184 votos.
  • Carlos Sánchez del Río – 30 votos.
  • Fernando Díaz Esteban – 7 votos.

Con este resultado el Sr. Villapalos ha logrado suficiente apoyo para ser elegido en primera vuelta.

El Sr. Villapalos será rector durante dos mandatos y abandonará el cargo en las elecciones a la UCM de 1995.

12 Mayo 1987

Nuevo Rector

ABC (Director: Luis María Anson)

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La elección del decano de la Facultad de Derecho para ser el nuevo rector de la Universidad Complutense además de ser un éxito personal de Gustavo Villapalos es un triunfo importante que la propia universidad se apunta ante su inmediato futuro. Principalmente porque Villapalos tiene un programa amplio y claro, realista y no demagógico, bien meditado y congruente, de las actuaciones que la Unviersidad necesita con urgencia y de su orden de prioridades. Clave de su programa es una reestructuración de la gestión administrativa, económica y patrimonial. Acompañada, lógicamente de un plan para obtener la necesaria financiación. Además, la actuación de Villapalos en el Decanato de la Facultad de Derecho, actuación en la que se ha apreciado siempre su disposición para el diálogo y su capacidad negociadora, constituye una buena garantía de la fructífera condición que va a tener, con toda probabilidad, su gestión en el Rectorado de la Universidad Complutense.

Ninguna del as otras candidaturas se ha presentado con análogos fundamentos. Ni la de Manuel Díez de Velasco, apoyada al parecer desde áreas de pensamiento de izquierdas; ni la de Carlos Sánchez del Río, a quien alcanzará en dos años la jubilación; ni la de Fernando Dïez Esteban, candidato sorpresa, escasamente conocido por los miembros, votantes del Claustro.

Para los conocedores del ambiente unversitario la elección de Gustavo Villapalos era cosa segura. Los pronósticos apuntaban a su favor los votos de la mayoría de los catedráticos: votos de la profesionalidad: También a su favor los votos de los representantes de los estudiantes, entre los que se observa un creciente arraigo de criterios conservadores y liberales como reacción contra la degradación de la Universidad, las huelgas, la desorganización y el nivel decreciente de exigencia. Se esperaba el voto contrario a su candidatura de los decantadores a la izquierda; los que son llamados universitariamente los viejos del 68 y entre los que son mayoría los penenes. Por último, aunque con menor seguridad, no se descontaba que pudiera recibir votos del personal no docente.

Pero dejadas a un lado las cifras de la votación, lo que importa desde ahora son los propósitos del nuevo rector: hacer realidad la aspiración a una Universidad que sea creativa, plural, participativa, profesional e integrada en la sociedad a la que sirve. Una Universidad, en suma, que pueda mantener una posición digna en el marco de las Universidades de la Comunidad Europea.

A partir de la degradada situación en la que vive – o mal vive – actualmente la Universidad Complutense, la tarea con la que se enfrentará desde el día 1 del próximo octubre Gustavo Villapalos es realmente difícil. Y no en verdad por deficiencias en la actuación, que ha sido digna de reconocimiento, del anterior rector, Amador Schüller, sino porque la vigente ley universitaria plantea más obstáculos que brinda facilidades para las transformaciones que la Universidad necesita y con urgencia reclama. Las mejoras por las que se dispone a luchar el nuevo rector, cuyo arduo y admirable empeño es acreedor a la colaboración de todos. Y que del modo especial debe recibir el apoyo del Ministerio de Educación, si de verdad se desea que la Universidad vuelva a ser la garantía de una España dentro del grupo de las naciones desarrolladas, lejos de los riesgos de colonización económica o cultural. El mal resultado de la gestión ministerial de José María Maravall tiene una respuesta sintomática en la elección de Villapalos.

12 Mayo 1987

Una universidad para transformar la sociedad

Gustavo Villapalos

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El reflexionar sobre el sentido de la Universidad en la sociedad actual es un ejercicio necesario que debe hacerse con perspectivas de pasado y de futuro. Del último trimestre universitario puede decirse que ha sido todo menos académicamente provechoso. La huelga de algunos profesores, acompañada lógicamente, por la falta de docencia y posterior ausenscia de las aulas de los estudiantes, ha hecho reverdecer las asambleas y manifestaciones de los últimos sesenta y primeros setenta. Es cierto que las causas son diferentes, pero las consecuencias muy parecidas: la abstención e inactividad docente, que en la sociedad se tachan como de algaradas estudiantiles. Si quien esto escribe pudiera ser observador imparcial, que por vocación y deseo no lo es, se preguntaría qué dice la sociedad. Porque éste es el gran problema. La Universidad y la sociedad no han de ir cada una por su lado, los conflictos universitarios no pueden ser un hecho aislado que la sociedad desconoce y aún consciente de ellos, no hace nada para provocarme soluciones.

Recordemos que hace quince años la Universidad española era la avanzadilla de la lucha por un régimen de libertades, no siendo esa su misión, aunque fuera su función. Recordemos también que a raíz de la formación de las primeras Cortes Generales y de la promulgación de la Constitución las aguas volvieron a sus cauces normales y el protagonismo de la institución universitaria dejó de ser tal y sus planteamientos críticos para con el sistema de poderes perdió relevancia. Lo socialmente apropiado era que toda institución cumpliera sus fines lógicos dentro de un marco de convivencia que se auguraba feliz. Quienes estuvieron en las trincheras de la crítica detentaban ya el poder. La sociedad y la Universidad se alejaron en el buen entendimiento de que cada una cumpliría con su misión. Pasaron los años y, asumida la necesidad de modificar la estructura y el contenido de las instituciones relevantes del Estado, le llegó el turno a la Universidad, abriéndose en el año 1978 un largo camino de anteproyectos legislativos. Bastaría mirar las hemerotecas y constatar las distintas versiones de aquello que se dio en denominar como Ley de Autonomía Universitaria – LAU – y la opinión que merecía a políticos y universitarios, hasta llegar al mes de agosto de 1983, en que se promulgó la actual ley de reforma universitaria. El parto fue extremadamente difícil, no sé si doloroso: ninguna otra ley de las vigentes sobre cualquier otra materia ha tenido un tan largo periodo de gestación. La causa era manifiesta, la conexión Universidad-sociedad había de ser el corolario que resaltara como principio básico.

La universidad no es nada si no es útil a la sociedad, y ésta se negaría a sí misma si no entiende y ayuda a la Universidad. Para qué serviría una institución universitaria que, alejada de la realidad, se limitara a impartir conocimientos que no fueran de unidad social. Son validas aún las palabras de nuestro Rey Sabio cuando decía que la Universidad era el ayuntamiento de maestros y escolares para el conocimiento de las ciencias. Y lo son también las palabras del Unamuno rector de Salamanca cuando afirmaba que la Universidad debe educar, enseñar e investigar, porque la cuestión no es de formas, sino fundamentalmente de contenidos. Como educa, como enseña y sobre qué investiga la Universidad para ser beneficiosa a la sociedad. La Universidad necesita educar a los jóvenes que la sociedad le confía en un espíritu de convivencia crítica, que les haga sentir la dignidad de ser hombres y orgullosos consigo mismos de poder acceder a unos conocimientos a los que no todos pueden llegar. Y no es un problema de élites, sino de que quienes pasan por las aulas universitarias aprendan que la sociedad invierte en ellos su futuro. Las enseñanzas no pueden reducirse a unos conocimientos fuera de toda consistencia lúcida, hay que enseñar para formar al hombre para reforzar su espíritu y su cuerpo. Desde las de contenido esencialmente humanístico hasta las especialmente técnicas. La sociedad necesita por igual pensadores y técnicos, distinción que puede admitirse sólo a efectos convencionales y para una mejor comprensión del discurso. En la Universidad deben formarse los investigadores, quienes, capacitados y conscientes de ellos, hagan evolucionar en progresión geométrica y en interés de la paz a un país. Si la comunidad universitaria se pierde ne la anécdota, si la lucha es sólo por conseguir mayores prebendas o beneficios particulares, si no se superan enfrentamientos estamentales y sólo se refleja en nuestros alumnos los traumas propios de cada uno, resultará que los árboles no nos dejan ver el bosque, estaremos haciendo el peor servicio posible a la sociedad y no podremos contestar sino con lamentos disculpatorios por lo que no hemos sido capaces de hacer cuando se nos exijan cuentas y responsabilidades.

La sociedad, por su parte, ha de cambiar el sentido que tiene de la Universidad. La idea de enviarnos a sus hijos, y lo que a continuación digo sucede desgraciadamente en un muy elevado número de casos, para que estén ocupados un número de años sin un gran coste económico, con independencia de lo que puedan estudiar, es, a todas luces, una manifiesta crueldad. El ver cada septiembre el peregrinar de muchachos de dieciocho o veinte años de la mano de sus padres buscando un sitio donde sentarse, con independencia del centro que sea, sólo para que durante cinco años ese joven esté en la Universidad, es una carencia total y absoluta de responsabilidad. No todos los que económicamente pueden han de ser por obligación titulados universitarios. La respuesta de los propios jóvenes a esta forma de actuar es el desánimo, el descontento, el aflorar un sentimiento de engaño y, en última instancia, el considerarse defraudados por la institución, cuando en realidad el problema es previo, la sociedad debe ofrecer un abanico de posibilidades a esos muchachos que terminan sus estudios secundarios para que puedan elegir qué es lo que quieren ser, no avocarlos necesariamente, y como única solución, a los campos universitarios, frente al paro o a la droga.

Y este es el momento, cuando entre todos debemos hacer la universidad del futuro en la sociedad que queremos, cuando nuestros hombres han de competir en los mercados internacionales del saber, afirmo que es ahora cuando sociedad y Universidad deben ser un maridaje perfecto para evitar convertir después las calles de nuestras ciudades en un largo muro de lamentaciones.

Gustavo Villapalos