23 julio 1969

Nadie se explica el retraso del político - que aspiraba a la Casa Blanca - de tardar tanto en informar del descarrilamiento del coche en el que viajaba junto a una mujer

Un accidente en el que murió su secretaria Mary Jo Kopechne destroza la imagen del senador norteamericano Edward Kennedy cuando se postulaba para la presidencia de Estados Unidos

Hechos

El 23.07.1969 la prensa española informó del accidente que había padecido el senador de Estados Unidos de América, Edward Kennedy.

Lecturas

El senador Edward Kennedy ‘Ted Kennedy’ ha sido condenado este 25 de julio de 1969 a dos meses de prisión y quedará en libertad bajo fianza por el delito de no haber prestado ayuda a quie nla necesitaba. Del proceso ruge que Kennedy conducía el 20 de este mes un automóvil en el que viajaba con su secretaria, Mary Jo Kopechne.

El vehículo sufrió un accidente al llegar a Chappaquiddick en Masachusetts y se desplomó sobre el río, desde un puente. Kennedy consiguió salir del coche, pero su secretaria pareció ahogada. Inexplicablemente Kennedy tardó 9 horas en denunciar lo sucedido.

EL FINDAL POLÍTICO DE ‘TED KENNEDY’


EL SINO DE LOS KENNEDY

JosephKennedyJr Joseph P. Kennedy, el hermano mayor de la familia murió al ser derribado su avión durante la Segunda Guerra Mundial frente a los japoneses en 1944.

kennedy_2 John F. Kennedy fue asesinado como Presidente de los Estados Unidos en noviembre de 1963.

bon_kennedy Robert Kennedy fue asesinado durante su campaña como candidato a Presidente de los Estados Unidos en junio de 1968.

30 Julio 1969

Jugar con Fuego

José María Carrascal

Leer

El trágico destino de los Kennedy ha sido el tópico de todas las crónicas escritas sobre el último lance acaecido al menor de ellos, y este corresponsal reconoce y se excusa por haber caído en el lugar común.

Hoy, sin embargo, ya con cierta perspectiva y el corazón más frío, tan fácil interpretación no nos satisface: primero porque lo que está sobre el tapete no es un accidente, sino la forma de reaccionar ante él; segundo, porque los Kennedy pueden verse perseguidos por la desgracia, pero la verdad es que ellos no hacen nada para escapar de ella. Es más, parecen buscarla. Les gusta arriesgar hasta el máximo y a dice el pueblo, sabio y malicioso, que quienes juegan con fuego terminan quemándose.

A diferencia de la mayoría de los políticos que eligen la cautela como táctica, los Kennedy prefirieron siempre el ataque. Saben que la osadía, junto a la sorpresa, ha sido el arma de los grandes capitanes, y una y una abusan de ella. Tras desafiar al establecimiento del Sur, John F. Kennedy no quiso un coche abierto para cruzar Dallas, capital, reaccionaria del país, donde Johnson, un hijo de aquellas tierras, no se ha atrevido nunca a exponer la cabeza. Bob se metió con su mujer por las ruinas humanas de un Washington incendiado por negros enloquecidos y se lanzó luego a la carrera presidencial no como uno de los políticos más prestigiosos, sino como un novillero desconocido en su única oportunidad. En su apoyo a Israel, a la caza de los votos, fue infinitamente más lejos que cualquier otro político americano, incluídos los de antecedentes judíos. A esto se le llama apostar fuerte. Y perder más fuerte todavía.

Ted ‘el más político de la familia’ como lo definió John en cierta ocasión, pareció aprender en cabeza de sus hermanos y ha procurado evitar los choques frontarles, al menos dentro de su partido. Lo que no sabemos es si estas diferencias se mantienen también en la esfera privada. Tienen los Kennedy fama de donjuanes, aunque discretísimos. «Estas cosas las saben hacer bien los Kennedy», dijo, entre envidioso y dolido Rockefeller cuando le pilló al escándalo de divorcio y nuevo matrimonio. En efecto, los Kennedy han tenido varios divorcios en la familia, pero casi nadie se ha enterado. Y que el padre fué hombre dado a los amorios lo sabe todo americano de más de cincuenta años, pero casi ninguno de menos de cuarenta. De John se habló muchísimo, sin concretar demasiado, pero su trágica muerte cortó en seco los chismorreos. Bob, no. Bob era un excelente padre de familia’ y, sí de algo pecaba, era de rígido y paritario ¿Ted? Ted en un águila y, si es verdad, como asegura ‘Newsweek’, que ‘sus íntimos estaban preocupados ante su generosidad en el beber, su endiablado conducir y sus ojos siempre prestos hacia una cara bonita’, nadie se había enterado de ello. La forma que tuvo de prepararse el tristemente célebre fin de semana nos ilustra de ‘cómo los Kennedy saben hacer estas cosas’. La casita la alquiló un primo, las reservas de habitación en los hoteles las hizo el chofer a su nombre, los invitados llegaron sin ruido; los matrimonios, hubo dos, y el sobrino Joseph que participó en la regata, no asistieron a la party nocturna. En fin, que nadie había pasado un fin de semana en deliciosa compañía de no haberse cruzado por medio un estrecho puente isn barandales.

Si sacamos a la luz estas cosas es porque han sido catapultadas a primer plano de actualidad y nuestro deber de informadores nos obliga a hacernos eco de ellas. Ahora bien, la vida privada de los Kennedy no nos interesa, como no nos interesa lo que ocurrió en la archicitada party. Quien condene a Ted Kennedy por lo que pudiera haber pasado en ella más le valiera empezar a buscarse la viga en el propio ojo y recordar los numerosos ejemplos de formidables estadistas vulnerables a los encantos del sexo debil que la Historia nos presenta. Lo grave es lo otro: el abandono de una persona que se ahogaba. Pese a todo lo que se nos ha dicho, la realidad es ésta: en aquel momento, Ted sólo pensó en él, en su vida, en su carrera. Con el coche bajo el agua, abrió la ventanilla y se escabulló por ella, mientras que por allí comenzaba a entrar un torrente de agua. La muchacha parece que se fue huyendo a la parte trasera del coche y desesperada, pegó la cabeza a la parte superior, que era donde se encontraba el aire. Hasta que el agua la cubrió todo. Es posible que Ted hiciera algún intento por salvarla. Es también probable que le secundaran sus dos amigos, pero la realidad es que, para ir a buscarles, cruzo delante de dos casas con teléfono y no hizo el menor intento de avisar a quienes de verdad podían hacer algo como más tarde marchó a un hotel y tuvo la no sé como definir pues resultaría demasiado fuerte, de bajar a la consejería a las 2,25 de la mañana, como acaba de comporbarse, para protestar por los ruidos que hacían los ocupantes de la habitación de al lado.

Esto es lo grave, lo inadmisible. La primera pregunta que nos hemos hecho todos fué: ¿Qué será de la carrera política de Ted Kennedy? Sin acordarnos de que se había muerto una muchacha, que posiblemente hubiera podido ser salvada de auxiliársela a tiempo. Pero el senador prefirió decir a sus amigos que no se alarmase a nadie.

En buena lógica, sólo el tiempo puede salvar a Ted Kennedy como hombre público. Este país quema etapas y catá, por lo demás, inclinando al olvido. ¿Quién hubiera podido predecir en 1963 que Richard Nixon sería presidente en 1969? Pero, conforme nos familiarizamos con la política americana, nos damos cuenta de que la mejor forma de equivocarse en ellas es aplicando las leyes de la lógica. Lo que ha roto Ted es de difícil reparación y, aún suponiendo que el pueblo esté dispuesto a olvidar, ya habrá gentes que se encargarán de recordarlo. Por otra parte, sus explicaciones sólo han convencido al os que estaban ansiosos de dejarse convencer.

Son los Kennedy gente extraordinaria para situaciones extraordinarias. Esa es la auténtica y única oportunidad del último de ellos. Si el país marcha, mal que bien, pero marcha, va a ser muy difícil que nos llamen. Si surge una crisis grave, racial, por ejemplo, nadie se acordará de un triste fin de semana en una isla deliciosa. Aunque, ¿no habrá roto Edward Kennedy la fama de superhombres que envolvía a los de su familia?

José María Carrascal