9 octubre 2012

Capriles reconoce su derrota ante Chávez

Elecciones Venezuela 2012 – Un enfermo Hugo Chávez gana por cuarta vez frente a Henrique Capriles

Hechos

  • Comandante Hugo Chávez (Gran Polo Patriótico) – 8.191.132 (55.07%)
  • Henrique Capriles (Mesa para la Unidad Democrática)- 6.591.304 (44.31%)

Lecturas

eleccionesvene2014

06 Octubre 2012

Más que un voto

Editorial (Director: Javier Moreno)

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Por encima de Chávez y Capriles, los venezolanos escogen entre modelos sociales antagónicos

Más que una elección al uso, la crucial cita de los venezolanos con las urnas, primera en casi 14 años en la que Hugo Chávez no parte como absoluto favorito, es un plebiscito sobre la figura del presidente y la continuidad de su régimen autocrático. Un modelo de Gobierno basado en el carisma y la perversión de la democracia y financiado, tanto en sus masivos programas sociales como en sus excesos y descontrol, por la bonanza petrolífera. Casi todos los sondeos otorgan a Chávez entre 5 y 10 puntos de ventaja sobre su joven rival Henrique Capriles, aglutinante de una oposición por fin unida. Pero el líder centrista, que pretende mirarse en el espejo de los socialdemócratas brasileños, ha ido cobrando fuerza en los últimos días y el amplio porcentaje de indecisos, en torno al 12%, puede resultar determinante en el resultado final.

Nadie puede considerar equitativa una campaña en la que Chávez ha dispuesto sin restricciones de los recursos públicos y de las instituciones del Estado para conseguir la reelección. Pese a ello, el caudillo venezolano se siente esta vez amenazado. El aura de antaño ha ido esfumándose a medida que la cruda realidad (infraestructuras ruinosas, servicios públicos inexistentes, inseguridad rampante, incompetencia funcionarial) y la frustración se han ido imponiendo frente al fervor ideológico y la letanía retórica de quien se considera una reencarnación de Bolívar. El mayor desafío a la continuidad de Chávez no procede de la “burguesía reaccionaria”, sino del desgobierno, la corrupción y el despilfarro inherentes a un sistema que comienza y acaba en su persona, y que ha sido vaciado, pese a su regular legitimación en las urnas, de todos los contrapesos de la democracia.

Si Chávez renueva mañana su mandato, poco cambiará en Venezuela. Asumiendo la curación total de su enfermedad, podría gobernar durante 20 años consecutivos. Su derrota, sin embargo, abriría escenarios inéditos. El más inmediato y decisivo, la aceptación del resultado por parte unas Fuerzas Armadas moldeadas por el antiguo teniente coronel. Para un Capriles ganador, al frente de una dispar coalición, el reto sería titánico. Su triunfo tendría que ser convalidado por el chavismo antes de pasar por el calvario de intentar gobernar, al menos hasta las próximas elecciones parlamentarias, un país en el que todas las instituciones relevantes están en manos de sus adversarios.

07 Octubre 2012

La hora de Capriles

Mario Vargas Llosa

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El problema del candidato de la oposición es, desde luego, que si su victoria se da por un margen pequeño, las posibilidades de que el oficialismo manipule el resultado a su favor son muy grandes

Cualquiera que sea el resultado que arrojen las urnas en las elecciones venezolanas del 7 de octubre, el candidato de la oposición, Henrique Capriles Radonski, habrá obtenido una gran victoria y, a menos que lo hagan matar, será más pronto o más tarde el sucesor del comandante Hugo Chávez como presidente de su país.

Las últimas encuestas coinciden en que, luego de haber alcanzado al actual mandatario, en los últimos días y coincidiendo con la manifestación de un millón de personas con que cerró su campaña en Caracas el domingo pasado, Capriles ha sacado a Chávez en las intenciones de voto de dos a cuatro puntos y que esta ventaja tiende a ampliarse a medida que el porcentaje de indecisos va decidiendo su opción (lo hacen cerca de 90% a favor del candidato opositor).

El problema de Capriles es, desde luego, que si su victoria se da por un margen pequeño, las posibilidades de que el oficialismo manipule el resultado a su favor son muy grandes. Esto sólo podría conjurarse con una victoria inequívoca, tan amplia que el fraude sería demasiado visible y escandaloso para que lo admitan los venezolanos. Sin embargo, no puede descartarse que el triunfo de Capriles supere largamente el porcentaje que le pronostican las encuestas. Hay un voto escondido, que no se refleja nunca en estas últimas, sobre todo entre los trabajadores y empleados públicos contra quienes la campaña de intimidación del chavismo ha sido feroz, que puede manifestarse solo en las urnas.

La campaña de Henrique Capriles ha sido admirable, pues ha conseguido, por primera vez, desde que hace 14 años el comandante Chávez capturó el poder, reunir a todas las fuerzas de la oposición en un programa común, para la recuperación democrática de Venezuela, combatir la corrupción y la violencia callejera, así como crear empleo y reducir la pobreza y la marginación. A las provocaciones, matonerías y asesinatos de sus partidarios por los grupos de choque del chavismo, y a la guerra sucia impregnada de injurias antisemitas contra su persona, ha respondido con llamados a la reconciliación y a la paz de la sociedad venezolana, y con propuestas concretas de reformas encaminadas a acabar con la efervescente criminalidad callejera —hoy Venezuela es el país más inseguro del mundo— y con la inflación galopante, la más alta del continente, que golpea de manera inmisericorde a los sectores más desfavorecidos del país.

Pese a su juventud —apenas 40 años— Capriles tiene una magnífica hoja de servicios políticos tanto en la alcaldía del municipio Baruta como en la Gobernación del Estado de Miranda, cargos en los que, pese a la hostilidad del gobierno, que llegó a encarcelarlo y le recortó sistemáticamente los recursos, impulsó programas de desarrollo y promoción de la vivienda, la salud y la educación que han sido el trampolín de su popularidad en el conjunto del país.

Capriles no tiene vinculación alguna con la vieja política venezolana, la del despilfarro, los chanchullos y la irresponsabilidad que incubaron el chavismo. Así lo ha dejado en claro a lo largo de toda la campaña, subrayando sin descanso que no propone en modo alguno un retorno al pasado, sino una política inclusiva, de clara vocación social, encaminada al mismo tiempo a restablecer las libertades públicas, fortalecer la democracia y a poner término a las enormes injusticias económicas y sociales que el gobierno de Chávez ha infligido a Venezuela, diezmando a las empresas privadas, clausurando, multando o acosando sin tregua a los medios de comunicación independientes, y multiplicando la burocracia estatal de manera elefantiásica para premiar a su clientela política. (Un solo ejemplo: la empresa petrolera estatal (PDVSA), que tenía 32.000 trabajadores al tomar el poder Chávez, tiene ahora 105.000 y, pese a ello, produce un millón de barriles diarios de petróleo menos que entonces). Según el Fraser Institute y el Cato Institute, Venezuela ha desplazado a Zimbabue del último lugar en el índice de libertad económica en el mundo.

En un reciente artículo publicado en Tal Cual, Teodoro Petkoff hace una inteligente comparación entre lo que ha sido el desempeño de los dos candidatos en la campaña presidencial desde julio hasta septiembre: “Henrique Capriles Radonski visitó en ese lapso 274 ciudades y pueblos en los cuales realizó 39 actos de campaña o mítines y 26 asambleas con sectores específicos. En los demás recorrió a pie y a veces en caravana las diversas localidades. Por su parte, Hugo Chávez ha llevado a cabo 25 visitas a ciudades y pueblos del país, que se tradujeron en 5 actos de campaña o mítines y 7 en una asamblea sectorial”. Si recordamos el dinamismo de que hacía gala el caudillo venezolano en sus campañas anteriores, sólo cabe deducir una cosa: que, pese a sus desmentidos, la enfermedad que padece ha mermado considerablemente su capacidad física, que el cáncer del que ha sido operado ya tres veces en Cuba no ha sido vencido y que, por lo mismo, el riesgo de que, si lo reeligen, no esté en condiciones de seguir gobernando, es enorme.

¿Qué ocurriría entonces? Según la Constitución vigente, debería convocarse nuevas elecciones en un plazo de tres meses. ¿Alguien puede dudar de que, si ese fuere el caso, Henrique Capriles se impondría en aquellas elecciones con un porcentaje todavía mucho mayor que en éstas? Porque Hugo Chávez, como ocurre con los autócratas, no tiene heredero. No hay nadie entre sus oscuros lugartenientes que pueda mantener unida a esa masa aleatoria de grupos ideológicos extremistas y populistas, y de convenidos, oportunistas y alquilados que constituyen el chavismo. Lo probable es que esa alianza disímil se desintegre en un caos de rivalidades y enconos, agravando todavía más de este modo la crisis económica e institucional que estos tres últimos lustros han traído a Venezuela. No hay duda de que esta inquietante perspectiva es uno de los factores que ha ido empujando en las últimas semanas a muchos indecisos a las filas de la alianza opositora.

Preparando el escenario de su segura derrota y un posible fraude a la que el gobierno recurriría para enmendar los resultados de las ánforas, uno de los jefes de las milicias del gobierno, Alberto Chino Carías (10 muertos a la espalda es su prontuario), ha advertido que “lloverá plomo sobre la oposición si no admite la victoria de Chávez”. Los embajadores chavistas han lanzado al mismo tiempo una campaña internacional asegurando que, en caso de una victoria electoral del comandante, los partidarios de Capriles ¡se preparan a sembrar el caos en el país! Maravillosa afloración freudiana del subconsciente, en la que, como en un conjuro mágico primitivo destinado a borrar las pistas, el chavismo atribuye al adversario lo que, por boca de uno de sus pistoleros, él mismo se dispone a hacer. ¿A quién pertenecen esas milicias, armadas hasta los dientes y encuadradas por asesores cubanos, que hoy día cuentan con más efectivos que el Ejército de Venezuela, y cuya razón de ser es intimidar a los opositores, quebrar sus asambleas, arrear gente a las manifestaciones oficiales y hacer vivir en la inseguridad y el miedo a todos quienes denuncian las corruptelas y atropellos que han vuelto a Venezuela un país donde sólo en el último año fueron asesinadas más de 19.000 personas?

La derrota de Chávez no sólo devolverá a Venezuela la libertad y la convivencia pacífica entre sus ciudadanos que se eclipsaron con la subida al poder del comandante ex golpista. También, librará a América Latina de la mayor amenaza que experimenta el proceso de democratización política y modernización de sus economías. Porque el comandante Chávez padece, como su modelo ideológico y padre putativo político, Fidel Castro, de delirio mesiánico. Siente que su país le queda chico y que la “revolución socialista del siglo XXI” que él encabeza debe dejar una huella indeleble en toda América Latina. Por eso subsidia con muchos millones de barriles de petróleo diarios a la desfalleciente Cuba, recompensa con dádivas no menos extravagantes la lealtad de otros caudillitos populistas como el comandante Ortega de Nicaragua y Evo Morales de Bolivia, a la vez que alienta, publicita y a menudo financia a los grupos y grupúsculos revolucionarios que de México a Brasil aspiran a seguir su ejemplo. Una vez más en la historia, a la tierra de Simón Bolívar le toca —esta vez con los votos, no las armas— la tarea de asegurar la libertad de todo un continente.

09 Octubre 2012

Más Chávez

Editorial (Director: Javier Moreno)

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Hugo Chávez ha vuelto a ganar en una sociedad venezolana que ha quedado más polarizada. Esta vez lo ha logrado frente a una oposición unida en torno a un joven y dinámico candidato, Henrique Capriles, que ha obtenido el mejor resultado de los tiempos chavistas. Será el cuarto mandato consecutivo de Chávez, y si supera su enfermedad gobernará como poco seis años más, es decir, 20 años seguidos. Demasiados.

Es verdad que se ha servido de los poderosos medios estatales y ha excitado los resentimientos, empezando por el racial y el de clase. Pero su victoria la ha conseguido con nueve puntos de distancia sobre su rival —la menor en tres elecciones— y la participación más alta de las últimas décadas. Con más de seis millones de votos, no se puede ya decir que Capriles fuera el candidato de las clases acomodadas, sino de un amplio sector de la población que rechaza la manera en que Chávez maltrata la democracia, gestiona pésimamente la economía, deteriora la inseguridad ciudadana y pretende asentar su revolución bolivariana.

Pero la victoria del exgolpista no ha sido casual. El factor más importante a su favor ha sido la política social que ha llevado a cabo con la inestimable ayuda de los ingresos del petróleo. No es una política que siente bases sólidas para la generación de riqueza en el futuro y su redistribución, pero ha llegado a mucha gente, a un electorado cautivo. Tanto que no es la continuidad de esa política la que diferenciaba a Capriles, sino un mayor respeto a las reglas democráticas y a una mejor gestión de la economía. Capriles ha sabido separarse de los partidos tradicionales lastrados por una corrupción cuyas ondas negativas aún reverberan en la Venezuela actual, ahora aquejada por la del chavismo. Y ha logrado unir a una oposición variopinta en su intento de hacerse con el poder en las urnas. En los meses venideros debe saber preservar esa unidad en torno a algo más que el antichavismo.

Chávez vuelve a ser el presente de Venezuela, pero las dudas sobre su salud que están en la mente de todos pueden abrir otros horizontes en los primeros años de su mandato. El eje bolivariano y la alianza con Cuba se mantendrán, por mucho que le pese a algunos de sus vecinos. Con Colombia, Chávez también ha demostrado que puede ayudar al final de las FARC. Su ostracismo externo solo llevaría a una mayor radicalización interna.

09 Octubre 2012

Una victoria no tan democrática

Editorial (Director: Bieito Rubido)

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Si Hugo Chávez pretende seguir adelante con su proyecto, debe saber que tras sus catorce años de Gobierno la sociedad venezolana está más dividida que nunca

Hace falta mucho más que un recuento impecable desde el punto de vista aritmético para considerar que se ha respetado la democracia. La receta con la que Hugo Chávez gana elecciones es bien conocida: utiliza sin límites todos los recursos del poder, arrincona a las demás opciones políticas, silencia por la fuerza a los medios de comunicación críticos con su gestión, manipula arbitrariamente todas las instituciones -incluyendo las que gestionan el proceso electoral- y cuando no viola las leyes, las diseña a su medida para imponer su voluntad. Con todo el dinero del petróleo manejado a su antojo, sin ningún contrapeso político ni posibilidad de que la sociedad se defienda de un régimen abusivo y arbitrario, es casi un milagro que Henrique Capriles haya logrado congregar más de seis millones de votos (si damos por bueno el recuento) de venezolanos que piden desesperadamente recuperar su libertad. No se puede desestimar la voluntad de los que han votado por la continuidad del régimen chavista, pero tampoco negar que existe una parte nada desdeñable, casi la mitad, de venezolanos que no están de acuerdo con la deriva autoritaria de Hugo Chávez.

El primero que debería tener en cuenta esta realidad ha de ser el propio Chávez, puesto que lo que se dirimía en estas elecciones no era tanto la disyuntiva entre un candidato u otro dentro de un régimen consensuado, sino entre lo que el dirigente bolivariano considera un proceso revolucionario que él imagina irreversible y una opción para normalizar la vida política en Venezuela y cimentar una democracia liberal basada en la alternancia en el poder, que es el proyecto de Capriles. Si Chávez pretendiera seguir adelante con su proyecto, debe saber que la sociedad venezolana que se ha formado en sus más de diez años de gestión está ahora más dividida que nunca y que esa transformación que sueña no se producirá, a no ser que emplee fórmulas de coerción aún más traumáticas.

La economía venezolana ha quedado devastada a pesar de las inconmensurables sumas de dinero despilfarradas por Chávez (más de 50.000 millones de euros al año solo en rentas petroleras conocidas) y la sociedad está harta de la inseguridad y de unos índices de violencia que baten todos los récords. Sin un cambio radical de política esas calamidades no harán sino agravarse, por no hablar de los evidentes problemas de salud del coronel golpista. Por esas razones y porque ha hecho un trabajo impresionante manteniendo la unidad de los que han construido una candidatura unitaria de oposición, Henrique Capriles debe mantenerse en la trinchera, como un símbolo que preserve la esperanza de que tarde o temprano Venezuela se salvará.

09 Octubre 2012

Solidaridades

Hermann Tertsch

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Chávez tiene el enorme mérito de haber puesto en marcha y ser el centro de esa especie de internacional del rufianismo político y la satrapía

Resulta muy lógico que entre las primeras y más entusiastas felicitaciones que recibía Hugo Chavez Frías -o también @chavezcandanga- tras su reelección como presidente de Venezuela otros seis larguísimos años, estuviera la del presidente de Cuba, Raúl Castro. Y la del otro Castro, Fidel, que también la habría. Al fin y al cabo son socios. Uno pone el petróleo, el otro pone las artes del engaño y la represión. El uno va a operarse a Cuba porque no se fía de los médicos compatriotas. El otro le envía el know how de la dictadura y todos los cuadros técnicos para aplicarlo. También en las técnicas de intimidación y guerra psicológica que sin duda han sido útiles en esta campaña y mucho tienen que ver con el éxito. Así le llena Venezuela de cubanos y de paso consigue divisas. Eso son intereses comunes. Juntos exportan socialismo del siglo XXI que es paleocomunismo de principios del XX. Pero sobre todo manejan los hilos de esa solidaridad antinorteamericana, antioccidental, antidemocrática, que tan bien funciona en el subcontinente. Con la superviuda Fernández Kirchner como con el wikicaballero Correa, con el triste Morales como con el impresentable Ortega. Cierto que Chavez es el rico de la banda. Pero todos tienen intereses en común que saben cultivar. Y que coordinan bien llegado el caso. Están de enhorabuena todos. La supervivencia de Hugo, la física con ese cáncer que no le mata y la política con esta victoria tan rotunda, es una garantía de seguridad para todos ellos. Él firma los cheques dentro y fuera del país. Con ese inmenso poder que dan los yacimientos de petróleo más grandes del planeta. Y compra así ejércitos de voluntades. Pero también es él quien tiene la llave al ancho mundo. Él es quien ha sabido tejer esa red más amplia de solidaridades e intereses comunes en todo el mundo. Él es quien ayuda a Lukashenko a no sentirse sólo cuando encarcela a muchos y hace desaparecer a alguno. Es quien acude presto a defender a Assad cuando éste se ve aislado tras la última carnicería. Y el que tuvo la última palabra amable para Gadafi. Es el que tiene ya montado su proyecto de penetración del islamismo en Latinoamérica y puesto a punto el aparato de propaganda antisemita que ya ha utilizado en esta campaña. Las dictaduras son frágiles si se aíslan. Para tener plena libertad para aplastar a tu propio pueblo y exportar la fórmula tienes que granjearte seguridades exteriores. Y estas han de basarse en alianzas con otras dictaduras sólidas, a ser posible con materias primas y tecnología militar. La Rusia de Putin y China siempre ayudan cuando se trata de cuestionar intereses occidentales. Y los trabajos sucios se hacen con los demás, que ya no tienen problemas de reputación.

Chávez tiene el enorme mérito de haber puesto en marcha y ser el centro, personalmente, de esa especie de internacional del rufianismo político y la satrapía. Frente a ellos, casi nada. Comparada con la solidaridad que se demuestran, la coordinación de las democracias es nula. Cada una a lo suyo. Y poco menos que desprecio a los demócratas de la oposición venezolana. Ante la victoria de Chávez, a nuestro ministro no le basta con felicitar al vencedor. Tiene que decir que «es un buen día para Venezuela». No lo es, ministro. Aunque peor fue lo del ministro de Defensa, en plena campaña, calificando a Chávez de «amigo de España». El protector de decenas de asesinos de ETA. O el derroche de chavismo insultante y militante en TVE. Las democracias se han dicho exquisitamente equidistantes. Pero han acabado favoreciendo a Chávez. La española, la primera.