13 octubre 2000

Lo opositores tomaron las calles acusando al líder serbio de 'fraude electoral'

Unas elecciones y una revuelta popular derriban al presidente de Yugoslavia, Slobodan Milosevic y dan el poder a Vojislav Kostunica

Hechos

  • El 24.09.2000 se celebraron elecciones presidenciales en la República Federal de Yugoslavia, en las que el candidato oficial Milosevic se declaró vencedor frente al opositor Kostunica.
  • El 7.10.2000 después que manifestantes opositores tomaran el Parlamento yugoslavo y la televisión oficial, el Tribunal Constitucional yugoslavo decretó el triunfo del opositor Kostunica.

06 Octubre 2000

Los 10 días que cambiaron Yugoslavia

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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La revuelta popular yugoslava, que tiene al tirano Slobodan Milosevic en paradero desconocido, y que anoche celebraba la victoria, evoca la memoria de otras insurrecciones ya vividas en la propia Europa oriental y que corrieron diversa suerte: el levantamiento de Budapest, en noviembre de 1956, que ahogaron en sangre los blindados soviéticos, o la revuelta en Bucarest contra Ceausescu, derrocado y ejecutado en diciembre de 1989.En Belgrado, año 2000, la sublevación del pueblo se ha desatado, con furia hasta ahora controlada, tras la decisión del Tribunal Supremo yugoslavo de anular las elecciones celebradas el pasado día 24 y ganadas por el opositor Kostunica. Esta vuelta de tuerca del régimen echó a la calle a decenas de miles de serbios, que ocuparon el Parlamento y prendieron fuego al edificio de la televisión, una de las palancas de poder de Milosevic, sin que la policía hiciera más que esfuerzos paródicos por oponerse a la marea popular, al tiempo que decenas de agentes se desprendían de sus uniformes y se sumaban a la revuelta.

El Ejército, con su ausencia, enviaba un claro mensaje de que ya no parece dispuesto a proteger al dictador frente a los ciudadanos que proclaman a Kostunica como presidente electo de Yugoslavia. Los mandos militares que siguieron al déspota serbio en sus aventuras de limpieza étnica no se muestran dispuestos a respaldarle frente a la ira de su propio pueblo.

Frente a lo ocurrido en 1956 en Hungría, hoy ya no hay tanques soviéticos en lontananza y los blindados yugoslavos se mantienen en sus cuarteles. La Rusia de Vladímir Putin acepta, o apoya incluso, el cambio en la capital yugoslava, entre otras cosas, porque Kostunica, nacionalista serbio, pero no por ello antidemocrático, le es tan afín como el desahuciado Milosevic.

Los acontecimientos de Belgrado, que al menos hasta ahora se han desarrollado con una economía admirable de sangre, ponen de relieve lo importante que fue que la coalición opositora decidiera concurrir hace diez días a unas elecciones que están cambiando Yugoslavia, a pesar de saber que las urnas serían manipuladas. La contundencia de los resultados obligó, sin embargo, al régimen a reconocer que Kostunica había vencido con una mayoría clara de cerca de 10 puntos, aunque le negara el 50% exigido en primera vuelta.

La situación de Belgrado es fluida, según la terminología habitual empleada en los medios cuando se ponen en marcha grandes vuelcos de la fortuna. Vale decir que no puede descartarse el coletazo moribundo del criminal en el poder, el que llevó a su país a la guerra contra Croacia, a procurar el despedazamiento de la república bosnia, a la represión insensata y asesina de los albaneses de Kosovo. Los carniceros, que además se envuelven en el manto de los valores patrios, se despiden ariscamente de un pasado de sangre. Pero también sabe Milosevic que la armada occidental que castigó tan duramente a Serbia por los sucesos de Kosovo sigue atentamente la evolución de los acontecimientos. El dictador está hoy solo, sin la Iglesia, sin el Ejército, sin que aparezca por ninguna parte su fuerza especial de policía, sin su aliado ruso. Esto ha de ser el fin.

Esperemos que con el nuevo día se pueda saludar a una Yugoslavia democrática, bajo el liderazgo de un político como Kostunica, que ganó las elecciones en el peor escenario imaginable. Una Yugoslavia que se pueda sumar al concierto de naciones, a unos Balcanes renovados que dejen de ser el hombre enfermo de Europa. Ello plantea, por último, e inevitablemente, el futuro de Milosevic. La postrera fuerza que le pueda quedar es la de morir matando porque nada tenga que perder. En ese sentido, es práctico, al menos a corto plazo, que Kostunica no haya mostrado ningún interés por entregarle a la justicia internacional. Sin renunciar a que el dictador pague un día sus culpas, en lo inmediato la democracia en Yugoslavia es lo que más importa.

06 Octubre 2000

La otra revolución de octubre

LA RAZÓN (Director: José Antonio Vera)

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El desesperado intento de Milosevic por mantener el poder, con un virtual autogolpe de Estado por medio de la decisión del Tribunal Constitucional de repetir las elecciones que reflejaron la victoria de la oposición, fue ayer el detonante de la movilización popular que cambiará la historia de Yugoslavia. En una jornada de máxima tensión, centenares de miles de manifestaciones tomaron la sede del Parlamento y los medios de comunicación, sin que la Policía o el Ejército opusieran resistencia. Con Milosevic en paradero desconocido, tal vez huido, el opositor Kostunica era proclamado al anochecer como el presidente electo de Yugoslavia.

El mundo entero miró ayer a Yugoslavia, donde minuto a minuto se desmoronaban los cimientos del último régimen heredero del comunismo. Los líderes de las grandes potencias se situaban, inequívocamente, al lado de la oposición democrática y exigían la salida inmediata de Milosevic del poder. Así lo expresaba el presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, y el primer ministro británico Tony Blair. La Unión Europea presionaba en el mismo sentido, y el único asidero que durante mucho tiempo tuvo Milosevic, la República rusa, permaneció a una prudente distancia de la crisis. Simultáneamente, desde todas las instancias se pedía al Ejército yugoslavo que no anegara la revuelta con un baño de sangre.

Aunque los paralelismos de la situación eran innegables con el derrocamiento de Ceaucescu, el sanguinario dictador rumano, en esta ocasión, la violencia no se ha desatado. Como dijo ayer Kostunica, no hacía falta detener a Milosevic, se había detenido solo. Una amplísima parte del pueblo yugoslavo, que quiso derrocar a Milosevic por la vía democrática que éste cegó, se ha visto abocado a defender el cambio a la democracia en la calle. Con toda probabilidad, este proceso será irreversible.

Estamos, por tanto, ante la otra revolución de octubre, justo en el sentido opuesto a la primera, la que marcó el comienzo del comunismo en Europa. Ochenta y tres años después de aquella, se cerraba una etapa que ha marcado la historia de Europa y del mundo. Cuando se acaban de cumplir diez años de la caída del Muro de Berlín, símbolo del principio del fin del comunismo, los últimos rescoldos de este régimen se apagaban simbólicamente en las calles de Belgrado

Queda aún, al cierre de esta edición, la duda sobre el futuro de Milosevic, pero parece que habrá de doblegarse a la evidencia de que su intento de perpetuación ha concluido. El tirano serbio sólo ha sido capaz de mantenerse por la fuerza. Ha caminado de derrota en derrota, desde Eslovenia, Croacia y Bosnia hasta Kosovo. Su apelación nacionalista al enemigo exterior para mantenerse en el poder ha acabado.

Ahora la mayoría de los serbios ha decidido romper con el pasado y apostar por un futuro en paz y cooperación con las democracias, aún sin olvidar su fuerte espíritu nacionalista. Mientras, el opositor Kostunica se sitúa al frente de la nueva Serbia liberada, con un mensaje conciliador e integrador, y la comunidad internacional se une para una salida democrática en Yugoslavia, último bastión en ruinas donde se aventan las cenizas del comunismo fracasado.

06 Octubre 2000

La lucha final

Hermann Tertsch

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La decisión del Tribunal Constitucional yugoslavo de anular las elecciones presidenciales del pasado 24 de septiembre y prolongar así de forma aún más grotesca el mandato del presidente Slobodan Milosevic ha sido el detonante de un acontecimiento histórico y que algunos creían imposible. Ayer, el pueblo serbio comenzó realmente -y de forma dramática y espectacular, épica- la liquidación de un anacronismo político en Europa y del régimen más criminal y amoral que el Viejo Continente ha sufrido en el último medio siglo. La catarsis serbia, después de lo sucedido durante la pasada década, no podía ser legalista ni administrativa. Que los acontecimientos ayer se desarrollaran de forma tan vertiginosa a lo largo de las horas de la tarde y de la noche será un factor capital para la reincorporación de Serbia a la comunidad de países civilizados. Es difícil que alguien que conozca aquel país no se emocionara ayer viendo las imágenes de lo que con seguridad, con muertos -aún posibles si no se han producido ya- o sin ellos, es el fin de una larga pesadilla.Era demasiado insulto para el pueblo serbio el último intento del presidente Slobodan Milosevic de ganar tiempo para evitar asumir la responsabilidad por sus crímenes de toda una década bañada en sangre en los Balcanes. Porque de eso se trataba esta pasada noche cuando el todopoderoso Slobo era ya un proscrito perseguido por un pueblo por fin consciente de las miserias de quien fue su líder. El magose ha equivocado demasiado y el desprecio hacia su pueblo había acabado por ser el mismo que el que había mostrado hacia las otras naciones de la región. Los serbios sabían ayer a media tarde que sólo un increíble milagro o una masiva matanza permitiría a Slobo mantenerse como presidente hasta el final de su mandato, en junio próximo. Pero que, de producirse, los convertiría en un pueblo roto durante generaciones.

Los acontecimientos en toda Serbia son la señal dramática de que la mayoría de los serbios ha despertado del sueño nacionalcomunista tóxico y letal en que los sumió este hipnotizador de masas. ¡Qué pena que los serbios que han salido ahora a la calle no vieran años atrás en el sufrimiento ajeno los signos que anunciaban su propio dolor, su propia ira, su propia impotencia ante tanta injusticia, tanto desprecio y crueldad! Pero los serbios pensaban ayer con plena legitimidad en su propio futuro, que es también el de los pueblos vecinos.

Milosevic, acorralado, lucha por su supervivencia. Todo es, por ello, aún posible. Desde la desaparición física del sátrapa al éxito de su política de implicar a la mayor parte posible de su aparato en la represión de sus compatriotas. Esto último equivaldría a una nueva tragedia balcánica. Pero cada vez eran menos los policías, militares y funcionarios serbios que querían seguir remando en el navío ya en pleno naufragio. Milosevic, su familia, sus secuaces, su aparato político-mafioso y otros cómplices – y algún intelectual occidental adscrito al clientelismo de la amargura- han visto cómo después de casi tres lustros de construcción de un régimen amoral y criminal sólo pueden esperar a medio plazo generosidad conmiserativa de los demócratas de todo el mundo. Antes muchos tendrán que pasar por el Tribunal de La Haya, y el que parece será el nuevo presidente, Vojislav Kostunica, deberá reconsiderar pronto sus dudas sobre la legitimidad de este tribunal. Nadie le impedirá tampoco que se juzgue a los criminales en Serbia. No va a ser fácil la transición y los conflictos de Kostunica con Occidente parecen anunciados. Kosovo volverá a ser un quebradero de cabeza. Pero la tarde de ayer y la pasada noche anuncian un nuevo día para Serbia y los Balcanes. Y no cabe en imaginación alguna que sea peor que la tenebrosa era que está acabando.

06 Octubre 2000

Milosevic, último acto

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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La toma del Parlamento por los manifestantes yugoslavos augura el inmediato final del régimen de Milosevic. Los policías desistieron de defender el edificio y algunos se sumaron a las protestas; el Ejército estableció contactos con la oposición al tiempo que una parte se negaba a movilizarse hacia la capital… Milosevic ni siquiera puede ya contar con reprimir el clamor popular contra él por la fuerza. A lo más que puede aspirar es a no acabar fusilado en medio de este Fuenteovejuna como Ceaucescu.

Consciente de la fuerza que le da el apoyo de su pueblo, el líder de la oposición, Vojislav Kostunica, se puso horas después a la cabeza de la revuelta, dirigiéndose a la masa con un «Buenas tardes, Serbia liberada» y consagrándose como nuevo presidente tras haber proclamado reiteradamente su victoria en las elecciones del pasado 24 de septiembre.

Precisamente la chispa que hizo estallar la tensión fue la anulación total de la reciente votación por parte del Tribunal Constitucional y el anuncio de que se postergaría la nueva convocatoria hasta el final del mandato de Milosevic, en junio del año próximo. La última artimaña ideada por Milosevic -en la práctica, un golpe de Estado jurídico en toda regla- terminó de exacerbar los ánimos populares. Lo que estaba llamado a ser una gran marcha pacífica sobre Belgrado acabó convertido en una auténtica rebelión popular.

Los centenares de miles de personas llegados desde todo el país a Belgrado no hicieron sino utilizar la única vía que Milosevic les dejaba. Tras haberle instado a abandonar el poder mediante los votos y las protestas callejeras ya sólo quedaba un acto de fuerza como el de ayer, que concluyó con una reunión constitutiva del Parlamento capitaneada por Kostunica.

El fin del control de Milosevic sobre los medios de información cristalizó en la toma de la televisión oficial serbia, desde la que la oposición emitió un primer boletín, y en la proclamación de respaldo a Kostunica que hizo la agencia estatal Tanjug.

El apoyo internacional inequívoco que ayer se aprestaron a ofrecer a los manifestantes líderes como Clinton, Blair o Schröder indica a Milosevic, por si le quedaban dudas, que está completamente solo en la defensa de sí mismo y la cohorte de mafiosos que ha engendrado su régimen. Ya sólo le queda por dilucidar cuándo y cómo ponerse física y penalmente a salvo.