29 marzo 2022

El suceso eclipso los premios de todos los ganadores, que quedaron olvidados en las portadas de todas las crónicas

Will Smith revienta los Óscar 2022 arreando un guantazo en el escenario al presentador Chris Rock por hacer un chiste sobre su esposa

Hechos

El 28 de marzo de 2022 fue la entrega de los Premios Oscar de la academia del Cine.

Lecturas

El 28 de marzo de 2022 durante la entrega de premios de los Óscar de Hollywood el actor y miembro de la Academia, Sr. Will Smith se subió al escenario cuando no era su turno y agredió al presentador de esa parte de la gala, el Sr. Crhis Rock, por hacer una broma sobre la alopecia de su esposa, Sra. Jada Pinkett Smith.

El 2 de abril de 2022 el Sr. Will Smith anunció que renunciaba a seguir formando parte de la Academia de Hollywood pidiendo disculpas.

El 8 de abril de 2022 la Academia de Hollywood hizo pública la expulsión del Sr. Smith por 10 años de la academia.

 

29 Marzo 2022

Will Smith o la confusión moral

EL MUNDO (Director: Francisco Rosell)

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QUE a pesar de una evidente decadencia no ha cedido Hollywood su hegemonía cultural lo demuestra la repercusión del sonado incidente protagonizado por Will Smith y Chris Rock en la gala de los Oscar. El bofetón con el que el primero castigó al segundo por una broma de mal gusto sobre la mujer de Smith ha dado literalmente la vuelta al mundo y ha merecido toda clase de juicios morales, sociales y hasta ideológicos. No es de extrañar, pues hace tiempo que Hollywood es el epicentro de ese neopuritanismo identitario que aspira a reinterpretarlo todo a la luz de las normas cada vez más exigentes de la corrección política. De ahí que, en medio de la maraña de victimismos interseccionales que enturbian el recto criterio ético y hasta jurídico, los incontables exégetas de la bofetada no terminen de ponerse de acuerdo en lo esencial: Smith obró mal. Esto es lo primero que hay que reconocer.

Nunca una burla más o menos afortunada o hiriente en un contexto festivo puede ser contestada con una agresión. La capacidad de expresar y encajar el sarcasmo siempre ha formado parte de la mejor industria del espectáculo, por más que en los últimos tiempos el apetito de cancelación nacido de la cultura woke esté amenazando esa tradición de libertad. Nuestras sociedades crecientemente intolerantes no deben plantearse los límites del humor sino los de la susceptibilidad. Desde ese punto de vista, Smith traicionó su condición de estrella internacional, privilegio que conlleva responsabilidades singulares. De ello se dio cuenta demasiado tarde, mientras ensayaba una patética justificación durante el discurso de recogida de su estatuilla.

La agresión de Smith tiene una única virtud: no puede ser reducida a categorías de raza, sexo o clase. Era solo un hombre perdiendo los papeles porque otro actor -hombre y negro como él- había disgustado a su esposa. El liberalismo sabe que, sin libertad para ofender, el arte termina muriendo, sustituido por la ortodoxia. En este caso no estamos precisamente ante una muestra singular de audacia y talento, pues el comentario de Rock ni siquiera tenía gracia, pero se trata de una cuestión de principio. Ojalá el revuelo formado a raíz de este episodio tragicómico sirva para que nos reconciliemos con la noción de moral individual y para que nos alejemos de la trampa del colectivismo, que aplaude o excusa ciertos comportamientos o actos objetivamente reprobables en función del grado de victimismo estructural que quepa atribuir a la identidad de su autor. Sobre la libertad de expresión, y la responsabilidad personal que comporta, se ha fundado no solamente la civilización sino también la mera cortesía.

29 Marzo 2022

Qué patético recordar los Oscar por un sopapo

Carlos Boyero

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Smith, después de ejercer de Cassius Clay, pidió perdón a sus amados colegas de la Academia y se declaró en un arrebato de sonrojante cursilería como “embajador del amor”

Me cuentan con lógico alborozo los responsables de los medios que hay multitud de usuarios en las redes informándose de qué ocurrió en esa marcha de pompa y circunstancias conocida como premios Oscar. Y no creo que el interés de la inmensa mayoría esté centrado en la mejor película del año según los doctos e irrebatibles criterios de la Academia, ya que dudo que CODA haya congregado a muchos espectadores en los cines, incluso que tengan ningún conocimiento de ella, pero la hostia que le propinó el iracundo o muy colgado Will Smith al chistoso (¿a destiempo?) presentador Chris Rock imagino que ha despertado infinito morbo en los degustadores de las noticias del mundo. Smith, después de ejercer de Cassius Clay y asegurar que la boca del cómico era puta, pidió perdón a sus amados colegas de la Academia y se declaró en un arrebato de sonrojante cursilería como “embajador del amor“. No sé qué me parece peor, si su agresión al bocazas o su arrepentimiento espiritual. También me pregunto qué hubiera ocurrido si estos dos señores no hubieran compartido raza y color de piel. O que fueran de distinto sexo. O que la broma sobre la alopecia se le hubiera ocurrido a un profesor de sarcasmo venenoso como mi admirado Ricky Gervais, que hizo temblar a la gran familia cuando presentaba los Globos de Oro. En cualquier caso, se recordará esta presunta fiesta del agonizante cine porque un salvaje sin complejos se olvidó de las formas. Y ya avisó Leonard Cohen de estos peligros: “Antes de aprender magia, conviene estudiar etiqueta”.

¿Y qué contar de los que se han llevado la parte del león? Pues que Netflix seguirá constituyendo un negocio deslumbrante, pero lo tendrá muy complicado siempre para que Hollywood se olvide de la deserción que están sufriendo las salas y reconozca de una puñetera vez que las mejores películas de los últimos años las está produciendo el mayor símbolo del cine destinado al consumo casero y en los dispositivos tecnológicos. Los muy ladinos, aunque también consecuentes, no coronaron en años anteriores a las extraordinarias RomaEl irlandés y Mank. Y tampoco lo han hecho ahora con la poderosa, retorcida, tenebrosa y sombría El poder del perro. Sus personajes me desagradan, su aspereza es absoluta, pero contiene estética de primera clase, una atmósfera muy trabajada, talento. Han admitido estos dones al reconocer con la mejor dirección a Jane Campion, pero han preferido como mejor película a CODA. Qué progresista, moderno y humanista es Hollywood si los tiempos reclaman posturas apropiadas. Premian al cine indie, al presupuesto limitado, al tono amable, al desenlace feliz, a un argumento protagonizado por una familia sorda (me avisan de que el término sordomudez ya está proscrito) y la necesidad de vivir su vida de la única persona de la familia que no tiene esa discapacidad. Posee cierto humor, buenísimas intenciones, varios intérpretes aquejados de sordera real, sonríes en algunos momentos y la olvidas rápidamente. Sin embargo, sigo recordando con buen sabor personajes, diálogos, secuencias e interpretaciones de la también amable Licorice Pizza, ignorada en el palmarés.

Me gusta mucho la actriz Jessica Chastain, pero no voy a recordarla excesivamente por su creación en Los ojos de Tammy Faye. El Oscar que ha recibido tal vez le compense del que le negaron por su impresionante trabajo en La noche más oscura. No siento la menor pasión por el idolatrado actor Will Smith. Tampoco me la despierta interpretando a un señor que me resulta insoportable (sí, ya sé que siempre vio claro lo que tenía que hacer con sus hijas para que estas fueran las reinas del tenis) en la entre aceptable y tediosa El método Williams.

Tengo un grave problema cuando alguien me pregunta los títulos de mis películas favoritas de los últimos tiempos. No me acuerdo, o tengo que contarlas con los dedos de una mano. No siempre fue así. Tal vez sea que he perdido la capacidad para disfrutarlo. O que la mediocridad y la nadería se están convirtiendo en norma. Tendrán que inventarse numeritos al margen del cine para que los Oscar sean recordados. Y no siempre fue así. Había años en los que la calidad de casi todas las películas que competían merecía ganar el Oscar.

31 Marzo 2022

‘UltraJada’

Luz Sánchez-Mellado

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Apuesto a que Pinkett acabó quemada en la gala de los Oscar después de que su poderoso marido la defendiera de un chiste sin maldita gracia dándole un sopapo al ofensor

Hace 30 años, a los veintipocos, hice un reportaje sobre las novatadas salvajes a las que algunos caballeros paracaidistas sometían a los reclutas. Para documentarme, fui a sus garitos y alterné con ellos. Sola, por supuesto. Está mal que lo diga, pero, una tuvo 20 años vistosillos, y hubo de soportar ciertos bramidos con la mezcla de oprobio y naturalidad con que encajábamos esas barbaridades las mujeres entonces. Hasta que se publicó el artículo. Esa noche, de paseo con mi novio, que tenía una pierna rota, paró un coche, bajaron tres paracas y me escupieron a la jeta: “Vamos a ir a tocarte las tetas al Ángelo”, en referencia al prostíbulo más fino del pueblo. En qué hora. Mi pareja gritó que, para putas, sus madres. Les tiró una muleta. Le troncharon la otra. Y volvieron a partirle la pierna antes de salir por patas mientras yo lloraba a gritos, no sabía si más de pena, rabia o vergüenza. Como que la tuvimos gordísima. El cojo no entendía mi cabreo, encima que había salido a defenderme. Pero eso era justo lo que me rebelaba. Que se tomara mi justicia por su mano. ¿Defenderme o defenderse? ¿Lavar mi honor o el suyo? Me ultrajó más su rapto de macho herido en su orgullo salvando a hostias la honra de su hembra que el exabrupto de unos orates, que me resbalaba.

Creo no ser la única. Apuesto a que, bajo su divino perfil de diva de Hollywood, Jada Pinkett Smith estaba tan quemada en la gala de los Oscar como yo aquella noche, después de que su poderoso marido la defendiera de un chiste sin maldita gracia dándole un sopapo al ofensor ante todo el planeta. Dirán que no, que luego se fueron de fiesta. No tienen ni idea. Anda que no he ido yo a saraos de morros con el propio sin que nadie se coscara de la bronca. Por cierto, el día después de la noche de autos, llamé al cuartel de los paracas y narré los hechos. Le cayó un paquete a toda la compañía. Pagaron justos por pecadores, sí, pero me dio pena la justa. Vale que una no es puta, pero tampoco santa.

03 Abril 2022

No te lo perdonaré jamás, Will Smith, jamás

Sergio del Molino

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Fantaseaba con ser el único columnista de los países de la OTAN que no escribió sobre el ‘hostióngate’, pero no quisiera que me aplicasen lo de quien calla, otorga

Fantaseaba con ser el único columnista de los países de la OTAN que no escribió sobre el hostióngate de Will Smith, y bien podría haberme ahorrado esta columna, pero no quisiera que me aplicasen lo de quien calla, otorga. He tenido que reflexionar sobre una anécdota que me resistía a tomar en serio: no te lo perdonaré jamás, Will Smith, jamás, como Cayetana a la exalcaldesa Carmena.

Empezaré proclamando lo obvio: estoy en contra de toda violencia. Agredir a un cómico en plena actuación es intolerable y seguramente criminal. Esto no se contradice con la compasión instintiva que siento siempre hacia los enajenados, los que levantan la mano en las bodas cuando el cura invita a poner objeciones y los que no saben beber. Los compadezco porque veo en ellos la agonía del que se ahoga en un charco que él mismo ha llenado. Bastaba una fina capa de barniz civilizatorio para que se salvasen, pero su vanidad, su testosterona, su orgullo o su mal vino los han perdido para siempre. Los compadezco, aunque también espero que un guardia se los lleve esposados.

Cualquier otro habría tenido que disculparse ante un juez, y no en el mismo escenario del crimen con el Oscar en la mano. Por eso el debate no va tanto sobre machismos ni violencias ni libertades de expresión, sino sobre poder e impunidad: Will Smith dio el tortazo porque, a falta de motivo, tuvo medios y oportunidad. El servicio de seguridad del teatro hubiera protegido a Chris Rock de cualquiera que no fuese Will Smith.

Falló aquí el principio del monopolio del uso de la violencia por parte del Estado, que no la ejerció cuando debía porque se sintió débil ante un aristócrata. La democracia se arrodilló ante una estrella. Toda la sociedad falló al cómico en su obligación de proteger su sagrado derecho a la insolencia.