5 abril 1990

"¿Sería normal que yo sea el único ciudadano belga al que se le obliga a ir en contra de su conciencia?", declaró el monarca en una carta al primer ministro Martens

El Rey de Bélgica, Balduino, renuncia temporalmente como Jefe del Estado para no tener que firmar la ley del aborto

Hechos

Durante 36 horas entre el 4.04.1990 y el 6.04.1990 el Rey Balduino de Bélgica renunció a sus poderes.

05 Abril 1990

Admirable Rey Balduino

ABC (Director: Luis María Anson)

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La Constitución Española establece que el Rey no tiene responsabilidad en las leyes que sanciona y que se derivan de la voluntad general libremente expresada, correspondiendo esa responsabilidad íntegramente al Gobierno y al Parlamento. Por eso, el Rey Juan Carlos I pudo firmar la ley del aborto sin ofender a su conciencia de católico. En Bélgica, la Constitución tiene otros matices y el Rey Balduino ha buscado una fórmula inteligente para salvar su conciencia de católico y evitar la quiebra constitucional: durante un día, Balduino no ejerció como Rey y no firmó la ley que despenaliza ciertas prácticas de aborto. El artículo 82 de la Constitución belga dice: “Si el Rey se encuentra en la imposibilidad de reinar, los ministros, después de hacer constar esa imposibilidad, convocan inmediatamente a las Cámaras”. Gracias al enlace entre este precepto y la ley del 19 de junio de 1945, las Cámaras fijan cuánto ha terminado ‘la imposibilidad de reinar”, equilibrio jurídico que permite preservar intactas las instituciones sin violentar las conciencias personales.

05 Abril 1990

O se abdica, o no se abdica

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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La Constitución belga consagra la «irresponsabilidad» política del rey Balduino I, esto es, su inanidad en asuntos de Estado, pero, de pronto, el monarca ha tenido la ocurrencia de oponerse a una ley apoyada por la mayoría del Parlamento (la que despenaliza el aborto) y su actitud ha escandalizado a la sociedad, parte de la cual pide ya la abolición de la Monarquía y su sustitución por una República moderna. Y es que la institución monárquica en Bélgica, tolerada en tanto asumía su obligación de obedecer al Parlamento, ha atentado contra ese principio a causa de un escrúpulo moral del rey, escrúpulo comprensible desde el punto de vista de la conciencia personal, pero incompatible con la función pactada. Considerado ésto, cabe plantearse si mejor que la abdicación testimonial durante 24 horas de Balduino no sería una abdicación en toda regla. Hay precedentes en la historia.

06 Abril 1990

El rey de todos los católicos belgas

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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La actitud del rey Balduino de Bélgica al decidir una dimisión de 36 horas para evitar tener que sancionar la ley sobre la despenalización del aborto es del todo cuestionable. La monarquía tiene su razón de ser y su justificación histórica en el servicio a la voluntad de todo un pueblo. Al pedir la declaración de «incapacidad para reinar» que prevé el artículo 82 de la Constitución -aplicado una única vez, cuando el padre del actual monarca estuvo preso de las fuerzas alemanas de ocupación durante la II Guerra Mundial-, Balduino lo ha hecho pervirtiendo el objetivo perseguido por aquélla: defender al símbolo del país, y no los sentimientos personales de quien lo encarna.Todo en Bélgica, desde la frágil estructura del Estado hasta las cláusulas de conciencia aplicables al rey o a los ciudadanos, es fruto de complicados compromisos que se mantienen mientras no se abuse de ellos. Negarse a sancionar una ley que cuenta con el apoyo mayoritario de la ciudadanía rompe necesaríamente la trama de relaciones entre el soberano y su pueblo y plantea un grave interrogante: ¿puede un rey, que está en desacuerdo con sus súbditos seguirlos representando y arbitrando?

Los poderes de la monarquía belga son muy limitados. Los dos fundamentales son la sanción de las leyes y la consulta para la formación de Gobierno. La renuncia temporal de Balduino no sólo ha erosionado estas dos prerrogativas que son símbolo del arbitraje real, sino que ha estimulado las lógicas voces prorrepublicanas de quienes aseguran que se es jefe del Estado en las duras y en las maduras. Si el rey de los belgas las perdiera como consecuencia de sus escrúpulos, pondría en peligro la existencia misma de la corona. Arriesgaría aún más: la desintegración de Bélgica en varios miniestados siguiendo una línea de rencillas lingüísticas cada vez más exacerbadas.

El rey Balduino es ya el único que parece capaz de impedir que Bélgica salte hecha pedazos. Por tanto, su responsabilidad hoy va mucho más lejos que el cargo de conciencia que le produce sancionar una ley por la que se autoriza a una mujer a prescindir de su embarazo cuando sabe que arriesga gravemente la propia vida.

08 Abril 1990

La falsa renuncia de Balduino

Jorge de Esteban

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Nuevamente la cuestión monárquica ha surgido en Bélgica como consecuencia de la renuncia que el Rey Balduino ha formulado para no tener que firmar una ley que legaliza el aborto voluntario en su país. El problema que ha estallado en Bruselas contiene dos aspectos que conviene diferenciar; uno de carácter estrictamente subjetivo y otro de naturaleza objetiva. Empezando por el subjetivo se puede aplicar al Rey Balduino la distinción que formuló Max Weber al distinguir entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad. Si el Rey belga, a causa de sus creencias religiosas, se niega a sancionar laley aprobada por el Parlamento, está recurriendo a la ética de sus convicciones. Pero en el terreno público esta ética hay que combinarla y complementarla también con la ética de la responsabilidad y merced a ella débía haber acallado sus principios morales personales con la responsabilidad que tiene como Jefe de Estado de un país democrático que mayoritariamente ha votado por la legalización del aborto. Por consiguiente, su actitud ha provocado una crisis constitucional. En efecto, desde un punto de vista objetivo la cuestión comporta varios elementos de alcance constitucional o jurídico. En un libro de Derecho Constitucional belga su autor, al analizar la institución de la Monarquía, se pregunta si hay que preferir un Rey o un presidente de República como Jefe de Estado. «La respuesta -añade- depende de cada país. La ventaja de la Monarquía, fortalecida por la herencia, consiste en asegurar mejor la continuidad del poder». Pues bien, si la continuidad del poder, que es propia de esta forma de gobierno, se llega a interrumpir, como es ahora el caso, aunque sea momentaneamente, no está cumpliendo con su función de permanencia y de garantía de la unidad del país. La insólita decisión de Balduino, con prejuicios propios de sacristía, solamente sería comprensible, respetable y digna de admiración si hubiese comportado la abdicación al trono para permitir que accediese como nuevo rey su sobrino mayor, según lo ya previsto al carecer él de herederos directos. Un gesto de este tipo lo llevó a cabo, con plena coherencia, en nuestro país, Nicolás Salmerón, presidente de la I República, al renunciar a su cargo por negarse a firmar varias sentencias de muerte que era algo que iba contra sus convicciones. Pero la absurda prevención monjil de Balduino que coloca evidentemente en peligro la integridad del Estado belga, ha puesto de manifiesto la falta de responsabilidad política del Soberano. En primer lugar, porque el Rey es precisamente la única institución exclusivamente belga que sirve de elemento integrador entre las dos nacionalidades, valona y flamenca, que forman Bélgica. A continuación, porque su posición es aún más incomprensible si tenemos en cuenta que la sanción o firma del Rey de las leyes es un acto debido, de carácter automático, que no comporta ninguna responsabilidad del Monarca, a causa del refrendo obligatorio de todos sus actos, lo mismo que sucede en nuestra actual Monarquia parlamentaria. A través del refrendo, que debe realizar un miembro del Gobierno, según el artículo 64 de la Constitución belga, la eventual responsabilidad del Monarca se transfiere a uno de éstos. No se entiende, por tanto, que el Rey haya tenido que recurrir a la hipocresía de su renuncia momentánea para dar un salto en el vacío y creer que elude así su ética de la responsabilidad, no firmando un acto que repugna a sus convicciones religiosas. Porque, haciento ésto, ha incurrido en dos graves cuestiones. Por una parte, rompe con la concepción de una Monarquía parlamentaria que se basa en el principio democrático de la ley de las mayorías. Y, por otra, ha violado la Constitución al aplicar un artículo, el 82, que evidentemente no contempla un supuesto como el que se ha llevado a cabo, puesto que su finalidad es absolutamente diferente de la que comentamos. En estos casos, mejor que eludir el mandato constitucional, sería caminar con rapidez y firmeza hacia su abdicación al trono y volver a la vida privada, en donde prevalecerían sus convicciones religiosas, muy respetables por lo demás. Así ahorraría muchos problemas a su país, que incluso podría optar por un régimen republicano, además de evitar complicaciones sobrevenidas a la Comunidad Económica a la que pertenece, cuyo Parlamento ha votado recientemente por la conveniencia de legalizar el aborto en todos los países que la integran.

08 Abril 1990

El rey que objetó

Javier Tusell

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En  una cuestión tan delicada cómo la que se va abordar en las líneas que siguen cteo que merece la pena comenzar por definirse con toda sinceridad. Yo no contribuiría con mi voto a legalizar ninguna ley del aborto. Soy católico practicante, pero mi posición en esta materia no deriva necesariamente de razones religiosas, sino de lo que creo que es mi concepción de la persona. Me duele profundamente que en alguna ocasión se presente el aborto no ya como un derecho sino como una especie de heroicidad o que sea descrito -como se ha hecha, en nuestro paíscomo algo así como librarse de una muela en mal estado o una verruga poco estética. No ampliaría la ley actual y estoy dispuesto a hacer todo lo posible para contribuir a que una mujer en una trágica coyuntura por lo menos esté en condiciones de decidir por ella misma y sin presiones ambientales -que son a veces las peores- a favor de cometer un atentado contra la vida. Creo saber que en Bélgica la monarquía es una institución sólidamente establecida que ejerce sobre la sociedad y la política una acción moderadora muy necesaria cuando existen los peligrosos problemas lingüísticos que a ella la caracterizan. A partir de estas premisas debo decir que lo que ha hecho el rey Balduino no me parece mal. En definitiva no ha sido otra cosa que un gesto importante en un tema decisivo. No es nada más que un gesto porque la situación política no se ha visto violentamente alterada y porque el mismo ha sido restablecido en sus prerrogativas tras ese peregrino paréntesis de tan sólo horas. Pero lo es sobre un tema decisivo porque ya es hora de que los europeos tomen más en serio un problema de primerísima trascendencia. Para muchos de ellos se ha convertido en objeto de aceptación, no entusiasta sino caracterizada por un prosaico aburrimiento, el aborto a la carta por motivos banales. El gesto del Rey tiene el mérito de llamar la atención sobre esta cuestión gravísima. Lo hace desde la expresión de su personal objeción de conciencia. Me parece que eso es licito: ¿cómo el monarca no va a tener un derecho que tienen los ciudadanos? Balduino, con su posición, no ha impedido que la ley se ponga en practica sino que se ha sentido obligado a decir que aquella estaba en conflicto con sus convicciones más radicales. ¿Debería Balduino haber abdicado? En principio podría pensarse que sí; puesto que no ha querido suscribir una disposición emanada del legislativo y plega:se a ella por completo la conclusión podría ser esa. Sin embargo una abdicación, a mi modo de ver, hubiera debido darse tan sólo en el caso de que considerara que el sistema político y social estaba tan absolutamente viciado que se declarara por completo incompatible con él. Creo que si tan sólo uno de cada cinco belgas piensan que es imprescindible la dimisión es porque han entendido su gesto. ¿Le ha convertido a Balduino su gesto en rey tan sólo de una parte de los belgas? Esa ha sido la interpretación de un diario madrileño que, sin embargo, en sus propias páginas informativas desmiente esa presunción al decir que una clara mayoría de los belgas comprenden la actitud de su Monarca. Me parece que Balduino no ha deteriorado esa función moderadora que le corresponde. Da la sensación de que a él no le hubiera importado hacerlo ante tan grave caso de conciencia. Pero es que, además, el papel de un monarca es el de ejercer una magistratura moral y ésta se consigue sobre todo con la autenticidad, siendo y diciendo lo que uno más íntimamente piensa. La mayor parte de los belgas parecen haberlo juzgado así y, no estando de acuerdo con su Rey, han mantenido respeto por él. ¿Es peligrosa la adopción de una postura como esa, según se ha dicho en otro diario? Lo sería si Balduino iniciara una espiral de gestos como este. Pero precisamente la importancia del gesto consiste en que es irrepetible. Otra cosa es que el sistema resulte alambicado, barroco e incluso peregrino. Tendría que haber existido otra vía que podría haber sido mucho menos espectacular: quizá la simple declaración pública del Monarca de su desacuerdo aunque acabara por firmar la disposición. Por eso pienso que puede tener sentido modificar la legalidad constitucional vigente en Bélgica impidiendo esta especie de abdicación «pro tempore».

09 Abril 1990

El último chiste de belgas

Almudena Grandes

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La noticia de la abdicación instantánea del rey Balduino me pilló haciendo un bolo -es decir, dando una conferencia, en una pequeña ciudad del centro de Francia, país donde, ya se sabe, los habitantes de Bélgica desempeñan cumplidamente el papel que aquí nos ha dado por atribuir a los nativos del sufrido municipio de Lepe. Esto es tan cierto como que los chistes se repiten, y de hecho a mí me contaron nada más llegar que los belgas se congregaban en la plaza de sus respectivos pueblos todas las tardes con una desencajada sonrisa entre los labios para salir guapos en la foto del Meteosat. La única diferencia entre leperos y belgas consiste, al parecer, en la tranquilidad con la que los primeros han asumido su destino, que irrita sin embargo sobremanera a los segundos. Claro que Lepe está en España y Bélgica no está en Francia, y tal vez no haya que perder de vista este pequeño matiz. El caso es que a los franceses les ha divertido mucho la abdicación de Balduino, el último chiste de belgas. Más . allá de las risas y los comentarios de las sobremesas, al fin y al cabo académicas, a las que tuve la oportunidad de asistir, se percibía incluso un cierto tono de chunga en la redacción de esa noticia en la prensa, incluso en periódicos tan serios como Le Fígaro. Y sin embargo, al volver a casa, la actualidad de Bélgica me ha llamado de nuevo la atención por razones de alguna forma vinculadas a la sensibilidad de la conciencia de su soberano, pero de signo radicalmente opuesto. Una comunidad de ocho monjas clarisas ha vendido su residencia, un convento situado en el centro de Brujas, por 150 millones de pesetas nominales -en la práctica se baraja una cifra considerablemente más alta, y se ha largado al sur de Francia en un Mercedes blanco, para disfrutar del fin de sus días en un castillo de su propiedad. El obispo está que trina porque había desautorizado la venta. Su actitud denota solamente una grave falta de perspectiva histórica, dado que las clarisas de Brujas constituyen ahora el único factor capaz de reparar la fama de Balduino, y con ella, la del país entero. Porque si estas belgas son tontas, que venga Dios y lo vea.

14 Mayo 1990

El rey Balduino obstaculiza la labor legislativa belga

Félix Monteira

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El rey Balduino vuelve a estar envuelto en la polémica. A la fuerte división provocada el 4 de abril por su renuncia durante 36 horas al trono para no sancionar con su nombre la ley del aborto se une ahora la denuncia de que 72 leyes adoptadas por el Parlamento no han entrado en vigor. La falta de la firma del rey parece ser la causa. El Gobierno prepara una reforma de la Constitución que dé una salida legal a la objeción de conciencia del soberano.

El presidente del Congreso, Charles-Ferdinand Nothomb, acaba de dar un serio aviso al Gobierno. Setenta y dos leyes aprobadas por el Congreso y el Senado no han sido publicadas en el Monitor (boletín oficial del Estado) y, por tanto, no han podido entrar en vigor. La mas antigua de estas normas data de 1960. El Gobierno no ha querido explicar cuál es la instancia culpable de este retraso, aunque muchos dedos apuntan hacia el palacio real. Existen pruebas de que la ley sobre organización de la enseñanza superior espera desde julio de 1980 la firma del rey. Esa parece ser la tónica en la mayoría de los casos.Esta actitud pasiva del monarca recuerda la política del cajón de su antecesor Leopoldo II y reaviva el debate sobre la autonomía del poder de la monarquía. El propio rey Balduino, a juicio de numerosos expertos, pareció renunciar al poder legislativo que le confiere la Constitución cuando abandonó por 36 horas el trono para no firmar la ley del aborto. Las cámaras le concedieron la «incapacidad temporal para reinar» que establece el artículo 82 de la Carta Magna. A su abuelo Leopoldo III le aplicaron el mismo principio en 1940. cuando estaba prisionero de los nazis, pero nunca más volvió al trono. Algún teórico del derecho ha llegado a afirmar que esa, dejación del poder legislativo no resuelve el problema de conciencia argumentado por el rey a la hora de aplicar la ley del aborto, ya que es también cabeza del poder ejecutivo.

El primer ministro, Wilfried Martens, ha anunciado públicamente una próxima reforma constitucional para resolver el problema que plantea la contradicción del monarca con las decisiones de la soberanía popular. Ha dejado entrever que el rey podrá rechazar una ley de iniciativa parlamentaria, pero no un proyecto del Gobierno. Martens cuyo partido democristiano se opuso en bloque a la ley del aborto, confía en el buen entendimiento previo con el soberano. No así otros partidos de la coalición gubernamental, como socialista, que ha llegado a proponer la renuncia definitiva de Balduino. El debate sobre las atribuciones de la monarquía y su capacidad de sobreponerse al Parlamento se produce meses antes de que se inicien los 10 meses de festejos oficiales previstos en honor de la monarquía.

El próximo 7 de septiembre, el rey cumple 60 años, y el 17 de julio de 1991 es el 40º aniversario de su proclamación. El intervalo entre esas dos fechas está marca do por una serie de celebraciones que parecen llegar en el peor momento. Algunas voces del partido socialista defienden la instauración de la República.