20 junio 1933

El acuerdo fue firmado por el Vicecanciller alemán, Franz von Papen (católico) y el Secretario de Estado del Vaticano, Eugenio Pacelli, en representación del Papa Pio XI

Acuerdo entre El Vaticano y la Alemania nazi: Hitler no perseguirá a los católicos si la Santa Sede se abstiene de intervenir en su política

Hechos

El 20.07.1933 se firmó un concordato entre el Estado de El Vaticano y el Gobierno de Alemania.

Lecturas

El acuerdo fue firmado por el Vicecanciller alemán, Franz von Papen (católico) y el Secretario de Estado del Vaticano, Eugenio Pacelli, en representación del Papa Pio XI.

Aquel pacto de ‘no agresión’ entre El Vaticano y el Gobierno nazi de Alemania, pasaría por su momento más tenso en marzo de 1937 al publicarse la encíclica «Mit brennender Sorge».

El Análisis

El Concordato con Roma: la bendición política de Hitler

JF Lamata

El acuerdo firmado este mes entre el Tercer Reich y la Santa Sede, rubricado por el vicecanciller Franz von Papen y el secretario de Estado vaticano Eugenio Pacelli, marca un momento de capital importancia en la legitimación internacional del régimen nazi. A través de este Concordato, el Vaticano asegura la libertad de culto y acción del catolicismo en Alemania, y a cambio se compromete a mantenerse al margen de la política directa, disolviendo la participación de sus estructuras —como el Zentrum católico— en la vida partidaria. Para Hitler, este tratado supone una victoria diplomática rotunda: ya no es visto exclusivamente como un agitador extremista y estridente, sino como un estadista capaz de firmar pactos de largo alcance con una de las instituciones más influyentes del mundo occidental.

La Santa Sede, que ya en Italia había logrado una coexistencia funcional con el régimen fascista de Mussolini, ha optado en Alemania por una fórmula similar: asegurar la protección institucional de sus fieles a cambio de renunciar a injerencias políticas. En un continente aún sacudido por el fantasma del bolchevismo, el Vaticano parece ver en el nacionalsocialismo —pese a su paganismo subyacente, su culto al Estado y su desprecio por el pluralismo— un mal menor frente al comunismo ateo. Roma no se alía con Hitler, pero tampoco le cuestiona. Y en esa elección pragmática se dibuja una frontera ética que muchos católicos sinceros podrían considerar demasiado difusa.

Es comprensible que Pacelli —el futuro Pío XII— haya querido asegurar la supervivencia institucional de la Iglesia alemana, pero el coste de ese pacto podría revelarse grave. El Concordato garantiza protección a los católicos, sí, pero no dice una sola palabra sobre otros sectores que ya están siendo acosados por el régimen, como los judíos, los socialistas o los intelectuales disidentes. Ese silencio pesa. En su deseo de blindar los intereses del catolicismo, la Iglesia ha asumido un riesgo moral que podría volverse contra ella. Hoy se ha firmado un tratado. Pero mañana —cuando los perseguidos no sean los católicos, sino otros— la historia preguntará quién habló, y quién calló.

J. F. Lamata