10 noviembre 1994

EL MUNDO insinúa corrupción en torno a Palomino, el cuñado del presidente del Gobierno, Felipe González

Antonio Elorza rompe con el diario EL PAÍS tras negarse el periódico a publicarle un artículo sobre el ‘caso Palomino’

Hechos

El 11.11.1994 el diario EL PAÍS publicó la carta de D. Antonio Elorza en la que ponía fin a su colaboración con el periódico del Grupo PRISA.

Lecturas

EL ARTÍCULO DE ANTONIO ELORZA RECHAZADO POR ‘EL PAÍS’:

Mohatras

Cuando crees que ya se acaba, vuelve a comenzar…». Lo que aplicamos inicialmente a la represión franquista, sirvió luego para constatar la persistencia del terrorismo y sirve hoy para el tema de la corrupción. Cuanto viene ocurriendo en nuestro país no es fruto de una cultura de la sospecha, ni derivado de una propensión inquisitorial. Ciertamente, no todas las acusaciones han sido probadas y ahí están para mostrarlo las lanzadas contra el vicepresidente Serra, pero con la cosecha disponible hay base más que suficiente para desconfiar, especialmente cuando a los documentos se contraponen llamadas contra la conspiración. Como ha recordado este diario al comentar el caso de la parcela dorada del señor Palomino, lo que tiene que hacer el Gobierno es aclarar las cosas, exhibiendo documentación o probando la falsedad de la mostrada por EL MUNDO. La retórica sobra. La calumnia también.

Al paso que vamos, habrá que rehabilitar el vocabulario acuñado por nuestros escritores del llamado Siglo de Oro para designar ciertas conductas en un tiempo de especulación y crisis. Así, la calificación de «logreros públicos», acuñada en 1544 por Saravia de la Calle para quienes consiguen grandes ganancias usurarias aprovechando «el descuido de los que gobiernan la República en lo espiritual y temporal». Y sobre todo el enfrentamiento entre la producción real de bienes, el «trato de mercancía legítima», y la actividad económica dominante, el «dinero fingido». En este último apartado, ocupa el lugar principal la mohatra, que consiste en la venta a un precio simulado del cual se deriva un beneficio fraudulento al ser revendido el bien. En su Guzmán de Alfarache, Mateo Alemán destaca la complicidad habitual que proporcionan los regidores, especialmente en Sevilla. «Gente maldita son los mohatreros», clama el escritor. Maldita, pero próspera.

Treta inmoral, contraria a la propia racionalidad económica burguesa, la mohatra no es necesariamente ilegal. Pasando las cosas al presente, variantes actualizadas de mohatras serían las ventas y reventas, cambios y recambios, de que es acusado De la Rosa, pero también, de ser ciertos los datos que circulan, el caso de menor entidad donde un sujeto, marcado por su vinculación familiar al presidente del Gobierno, hace en cosa de meses un negocio redondo decuplicando una inversión realizada sobre suelo de procedencia estatal, que luego es vendido a otra empresa caracterizada también por su vinculación a los contratos públicos. Lo de menos, en este sentido, es que cada acto de compra-venta, o de adjudicación de obras, encaje estrictamente en la legalidad y que, como es obvio, en este plano el presidente del Gobierno nada tenga que ver con el asunto. Que otras empresas compradoras de parcelas ganen o pierdan tampoco viene al caso, salvo para subrayar o evitar su singularidad. Cuentan la enorme tasa de ganancia, que convierte en cretinos a quienes se dediquen a la inversión productiva, con intervención de instituciones y empresas ligadas de un modo u otro al sector público, más los lazos de parentesco que a la vista de lo anterior hacen verosímil, salvo prueba en contrario, el trato de favor y el tráfico de influencias.

Conviene recordar que las ventajas obtenidas merced a la proximidad al poder no son un fenómeno nuevo en España, país de clientelas y recomendaciones desde mucho antes de la transición democrática. Aquí, de la familia real al alcalde de un municipio, nadie está libre de que desaprensivos (o desaprensivas) emprendan irresistibles ascensiones a favor del reconocimiento público de la relación personal con un notable. Desgraciadamente, según se va viendo, el hermano, el cuñado, el amigo de Ferraz o de La Moncloa, y hasta el proveedor de la Infanta del viejo romance radiofónico, son otros tantos mohatrones potenciales. Corresponde a los interesados vigilar tales conductas, por seguridad propia y de las instituciones.

Antonio Elorza

CARTA DE ANTONIO ELORZA AL DIRECTOR DE ‘EL PAÍS’, JESÚS CEBERIO (11-11-1994)

A lo largo de la pasada década, colaboré en este diario con intensidad. creciente remitiendo artículos de opinión, hasta aceptar la propuesta formulada en su día por Ángel Sánchez Harguindey de escribir uno al mes. En fecha más reciente, con la innovación de las columnillas, y siempre por invitación de EL PAÍS, al citado artículo se sumaron dos ensayos breves quincenales. El último, relativo al caso Palomino, resultaba al parecer incompatible con la línea marcada por el periódico y fue «levantado» unas horas antes de salir el número del día 10 de noviembre.Al haber percibido ya con anterioridad roces para la aparición de otras colaboraciones, el hecho creaba para mí una situación difícil. Y tras unas horas de reflexión me di cuenta de que en lo sucesivo sería incapaz, de ejercer crítica alguna sin que pesase sobre mí como una losa esa experiencia desfavorable en el ejercicio de la libertad de expresión. Admito, obviamente, que puedo equivocarme, pero para eso está la réplica, y si lo hago con excesiva frecuencia, más vale cancelar la oferta de colaboración. En suma, como no voy a estar esperando tras cada artículo enviado a ver si causa o no disgusto, si pasa o no, elijo cordialmente el silencio.

Antonio Elorza