21 noviembre 2000

El ex ministro de Sanidad era un firme partidario de que el PSOE se acercarse al nacionalismo vasco y no al PP

Asesinado el ex ministro socialista y destacado tertuliano, Ernest Lluch, por el ‘Comando Barcelona’ de ETA de García Jodrá

Hechos

Hechos: El 21 de noviembre de 2000 era asesinado a tiros D. Ernesto Lluch, que fuera ministro de Sanidad de Felipe González en el periodo 1982-1986 durante la primera legislatura de Gobierno de D. Felipe González

Lecturas

Hechos: El 21 de Noviembre de 2000 era asesinado a tiros D. Ernesto Lluch, que fuera ministro de Sanidad de Felipe González en el periodo 1982-1986 durante la primera legislatura de Gobierno de D. Felipe González PSOE. Lluch también fue el primer portavoz del Partido de los Socialistas Catalanes (PSC-PSOE) en el congreso. A pesar de ser catalán, Ernest Lluch era un claro amante del País Vasco y sobretodo de San Sebastián. Se opuso claramente al terrorismo y a las bandas callejeras y era partidario de un acercamiento del PSE-PSOE al nacionalismo. En uno de sus enfrentamientos con pro-terroristas sorprendieron sus palabras “gritar más, que mientras gritéis no podréis matar”.

Víctimas Mortales: Ernest Lluch

LOS ASESINOS:

comando_jodra El comando asesino estaba formado por Fernando García Jodrá, el mercenario José Ignacio Krutxaga (autor de los disparos) y Lierni Armendariz (cooperadora), los tres fueron condenados a 33 años de prisión

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REACCIONES MEDIÁTICAS:

zap_1997_crónicas_Sardá El presentador de ‘Crónicas Marcianas’, D. Xavier Sardá, que hacía el programa desde Catalunya, fue uno de los primeros en mostrarse dolido e implicado por la muerte de una persona tan vinculado a la sociedad catalana. El Sr. Sardá dejó de lado el habitual tono trasgresor de su espacio y realizó un gran homenaje al asesinado que culminó con un fuerte aplauso del público.

zap_2000_tapiaD. Josep Antich, Director de LA VANGUARDIA (periódico en el que el Sr. Lluch era columnista), intervino en el programa ‘El Primer Café’ de ANTENA 3 TV que se emitió tras conocer la noticia de la muerte del Sr. Lluch. Ahí elogió «Categoría humana» del asesinado y aseguró que su asesinato le había supuesto ‘un mazazo’.

zap_2000_anson_Eta El presidente del diario LA RAZÓN, D. Luis María Anson, hizo una atrevida intervención en el programa ‘El Primer Café’ de ANTENA 3 TV al poco de conocer el asesinato del Sr. Lluch, puesto que criticó que se hablara tanto de atentados en los medios de comunicación y que la vida nacional girara en torno a la banda asesina ETA. «Es verdad que hay un propósito del Gobierno de crear una reacción popular contra el terrorismo, pero no podemos estar hablando todo el rato de el terrorismo».

23 Noviembre 2000

Un crimen inútil, un mensaje real clarificador

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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«Ha muerto alguien por pensar exactamente lo que yo pienso», escribió Ernest Lluch tras el asesinato de Juan María Jáuregui en agosto pasado. Lluch, que con su habitual sentido del humor declaraba hace unos días que pensaba vivir hasta los 104 años, fue abatido anteanoche por los pistoleros de ETA, igual que su amigo y compañero de partido.

Ministro de Sanidad en el primer Gobierno socialista, era un político con profunda curiosidad intelectual, muy vinculado al País Vasco y cuya bonhomía era reconocida por todos los que tuvieron trato con él. Su asesinato es un nuevo intento de ETA de «quebrar la estabilidad constitucional», como resaltó ayer un emocionado Don Juan Carlos en su discurso ante las Cámaras. La banda pretende acabar con «la libertad y el Estado de Derecho que defendió con inteligencia y tesón Ernest Lluch», subrayó el monarca.

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UN MOMENTO EMOTIVO. Esta firme condena del terrorismo y su apelación a la unidad de los partidos democráticos fue interrumpida por los aplausos de los diputados y senadores, en un momento especialmente emotivo de la conmemoración -a la que, por cierto, Ibarretxe no asistió- del XXV aniversario de su reinado. Lástima que una celebración que tenía un carácter festivo se viera empañada por este execrable crímen.

En los pasillos del Congreso, como en las tertulias radiofónicas y en otros ámbitos del país, se debatía ayer sobre la intencionalidad de ETA al elegir a Lluch como blanco. No es posible ponerse en el lugar de los asesinos, pero el hecho de que no llevara escolta y que fuera socialista parecen dos factores determinantes. Más difícil es dilucidar si influyó en la decisión de asesinarle su apuesta por el acercamiento del PSOE al PNV y su tesis de que la paz en el País Vasco debía venir de una negociación política y de una reforma de la Constitución.

Lluch había asistido hace unos meses al controvertido homenaje a Companys en Irún, promovido por EH. Era, pues, partidario de un diálogo con el entorno de ETA desde una posición de absoluto rechazo de la violencia. ¿Le ha asesinado la banda terrorista precisamente para intimidar a quienes defienden esa tercera vía? Parece probable, aunque no es seguro. Hay que recordar que ETA quitó también la vida a Fernando Buesa, otro dirigente socialista que mantenía una posición bien diferente a la de Lluch.

En realidad, bien podría ser que a Lluch le hayan asesinado por ir demasiado lejos y a Buesa, por lo contrario. Cualquiera que no se pliegue a los designios de la banda es una víctima potencial. Y tanto uno como otro representaban dos alternativas de las que ETA no quiere oír ni hablar.

La banda terrorista empezó atentando contra militares y agentes de la Policía Nacional. Luego pasó a matar empresarios, funcionarios de prisiones, jueces, políticos, concejales y periodistas. El día en que se vuelvan un obstáculo para sus planes, acabará asesinando a nacionalistas moderados y compañeros de viaje. La pistola y la bomba han sustituido en ETA la reflexión y la estrategia política.

Es legítimo que haya personas que, como Lluch y Jáuregui, sigan pensando que la paz en el País Vasco puede venir de una negociación política con los violentos. Pero la actuación de la banda tras la tregua demuestra más bien lo contrario: que ETA no cree en el diálogo, que ETA apuesta por chantajear al Estado poniendo muertos en la balanza, que ETA quiere el enfrentamiento civil entre los vascos, que ETA, en definitiva, pretende ulsterizar el conflicto. Cuanto peor vayan las cosas, mejor para forzar al Gobierno de la Nación a doblar sus rodillas.

El País Vasco disfruta hoy de unas cotas de autogobierno muy superiores a las de los länder en Alemania, que es un país federal. No hay ni en Europa ni fuera de ella un ejemplo similar de autonomía política. Pero aunque el Gobierno fuera todavía más lejos y aceptase traspasar nuevas y mayores competencias al Ejecutivo de Vitoria, es evidente que ello tampoco serviría para aplacar a ETA, que sigue hoy igual que hace 25 años.

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LAS DOS VIAS. Por tanto, sólo caben dos vías paralelas para combatir contra la banda: la acción policial, con todos los medios posibles dentro de los límites de la ley, y la unidad de los partidos democráticos, como demandó Don Juan Carlos. Desgraciadamente, el PNV se ha autoexcluido de este bloque político por la paz al pactar con el entorno de la organización terrorista y asumir unos objetivos que conducen a la limpieza étnica de la población vasca no nacionalista.

Como ayer expresó el Rey, el Estado de Derecho tiene recursos para responder a este desafío que pretende «socavar la salud moral de nuestra sociedad». Los tiene y, desde luego, no pasan por ningún apaño o fórmula extraconstitucional que suponga ignorar la voluntad soberana de todos los españoles. La libertad y la legalidad que han defendido Lluch y tantos otros deben prevalecer sobre las bombas.

23 Noviembre 2000

Frente al desánimo

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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Cunde el desánimo. Si ETA es capaz de matar a Ernest Lluch, tan próximo a los nacionalistas demócratas, es que todo el mundo está en la diana de los terroristas y nadie es capaz de hacerles desistir. Sin embargo, una organización cuyo principal móvil es encontrar nuevos enemigos para seguir matando está condenada: sólo triunfará si no se le hace frente. Y hay muchas razones para que toda la sociedad se una contra ETA, superando querellas partidistas que resultan ridículas frente a la evidencia de que ETA mata a todo el que no se pliega a sus órdenes. A Lluch lo han matado porque era fácil hacerlo: porque cualquiera podía conocer su domicilio, y porque no llevaba escolta. ETA sabía, por supuesto, que había sido ministro y que era militante socialista, pero quizá quienes le eligieron a él como víctima, en competencia con otras personas de similar visibilidad social, ignoraban que era, dentro del PSOE, uno de los más partidarios de tender puentes hacia el nacionalismo; e incluso que fue uno de los inspiradores de la llamada tercera vía, adoptada por Elkarri, asociación en la que había ingresado recientemente, y que ha inspirado algunas de las propuestas recientes de Ibarretxe.

Por ello, no sabemos si le han matado por defender esa aproximación, pero sí que sus esfuerzos en esa dirección no han impedido su asesinato. ETA no discrimina: todos los que no comulguen con sus ruedas de molino son ejecutables. Como en el caso del también socialista Juan María Jáuregui, las posiciones personales favorables a salidas negociadas no son un salvoconducto. En la actual fase de la estrategia (o lo que sea) de ETA, la frontera de la muerte pasa por ser o no ser nacionalista. De momento, porque lo más probable es que algún día vuelva a traspasarla. Como ya hizo en el periodo anterior a la tregua, cuando asesinó a los ertzainas Goikoetxea y Doral, y como intentaron hacer repetidamente con el consejero Atutxa. Por entonces, las sedes y bienes de afiliados nacionalistas eran el objetivo principal del acoso de los encapuchados. Sólo tras los contactos que culminarían en Lizarra cesaron esos ataques. Desde entonces, ETA dirige sus amonestaciones y reproches al PNV, pero mata a los otros; aunque sean tan próximos como Lluch, según recordaron ayer desde el lehendakari hasta la Fundación Sabino Arana.

No sería realista ignorar esa realidad: ETA es una empresa que administra el miedo de los demás; y muchos que personalmente no desean que ETA asesine a nadie, actúan, sin embargo, en función del criterio de evitar ser asesinados ellos mismos, aunque esto suponga hacer o decir cosas que no harían o dirían en otras circunstancias: sin la coacción incesante de ETA y su entorno. El desánimo está, por tanto, justificado, pero no afecta a todos por igual: se reparte de manera tan desigual como el miedo.

Sin embargo, no es cierto que no haya nada que hacer. ETA precisa de un mínimo de legitimidad para justificar su permanencia, y no la puede obtener ya de su actuación violenta. Necesita que otros le transfieran su propia legitimidad asegurando compartir los mismos fines. Ése fue su logro de Lizarra, que ha acabado, tras el fin de la tregua, creando un medio óptimo para la reproducción de la violencia: fuerte inestabilidad política (con Gobierno en minoría); límites imprecisos de la legalidad (superación del Estatuto, Udalbiltza, desobediencia civil); división de los demócratas entre nacionalistas y no nacionalistas.

Son todos ellos problemas que tienen solución, que dependen de decisiones posibles. La dinámica actual de conato de distanciamiento de Lizarra por parte de Ibarretxe, seguido de disparates de Arzalluz que devuelven al PNV al punto de partida, es inaguantable. Hay motivos para pensar que sólo una convocatoria, cuanto antes mejor, de elecciones puede reducir este grado de esquizofrenia. Entretanto, es absurda esa ocurrencia de seguir (ahora sin EH) en Udalbiltza, ideado para acabar con las instituciones autonómicas, a la vez que Ibarretexe inicia el regreso al Estatuto de Gernika.

Pero el asesinato de Ernest Lluch también interpela a los no nacionalistas. Las malas relaciones entre el PP y el PNV no pueden traducirse en una incomunicación entre los gobiernos de Madrid y Vitoria, que a su vez empieza a contaminar fuertemente las relaciones entre el Gobierno y el primer partido de la oposición. El compromiso de no convertir la lucha antiterrorista en campo de batalla política afecta a ambas formaciones, pero obliga en particular al que gobierna. Aznar no puede pretender que la oposición respalde, junto a la actuación antiterrorista del Gobierno, la política vasca del PP; sobre todo cuando la ha convertido en el eje de su política electoral en toda España, e incluso de su política internacional.

22 Noviembre 2000

Lluch, el PSOE y el futuro de España

César Alonso de los Ríos

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Ernest Lluch pasó toda su vida obsesionada por la búsqueda de una solución al problema hispánico. Para él éste seguía existiendo a pesar de la corrección autonómica ya que ésta no nos había liberado de la idea de España como nación ni del Estado como instrumento de dominación en manos de aquella. Estaba por hacerse un nuevo Estado en el que pudieran reconocerse de forma plena las naciones catalana, vasca y gallega.

Para el ex ministro de Sanidad la partera de la nueva realidad debería ser la convergencia del movimiento socialista y los nacionalismos vasco, catalán y gallego. Quedarían de ese modos descartados los violentos y los defensores del esencialismo español.

¿Por qué asesina ETA? Porque Ernest Lluch, al buscar la solución del problema vasco mediante el compromiso de los socialistas y del PNV, estaba proponiendo la formación de un bloque distinto al abertzale, estaba alentado la salida del PNV de los compromisos de la sangre, en definitiva estaba lanzando una fórmula tentadora para los michelines del PNV, los Cuerda, los Guevara, incluso los Anasagasti.

¿Cómo iba a aceptar ETA que se le pudiera escapar de las manos el control del proyecto nacional vasco? La secuencia de asesinatos, desde Buesa a Lluch pasando por Jáuregui, dela los móviles bien claros. Para ETA no vale una solución de centro y pacífica en la que se le descarte a ella, la vanguardia, la fiscal del proceso. La violencia debe seguir siendo la partera de la historia y la sociedad que salga de ella debe ser étnicamente irreprochable. El concurso de los socialistas no puede, en todo caso, sustituir a ninguna de las fuerzas ‘nacionales’.

ETA asesina a Lluch no para favorecer la convergencia del PNV y los socialistas – como dice Jon Juaristi – sino para todo lo contrario: para retener en su bloque al PNV, cuya contribución considera esencial (La parte más numerosa de la comunidad vasca, el depósito del patrimonio étnico, la casa del padre). Es obvio que la llamada construcción nacional vasca no es concebible sin la adhesión plena del PNV. Por su parte, los dirigentes de éste también son conscientes de que sus objetivos serían inalcanzables sin el concurso activo e incluso orgánico del MLNV. Arzalluz se lo confiesa a DER SPIEGEL: tenemos los mismos objetivos políticos que ETA. La frivolidad política de Lluch ha consistido en pensar que ETA podría aceptar su propuesta sin intervenir a su modo y en concebir que existía un PNV democrático, sensible a razones humanitarias. Lluch tendría que haber seguido la lección de Wilfredo Lan, el pintor surrealista cubano, que recomendaba (cito de Cabrera Infante): “Los demonios escapados son más difíciles de volver asu encierro que cuando estaban sueltos primero”, pero sobre todo cuando dice: “Al demonio hay que huirle. Mientras más lejos, mejor. ¡No hay otro remedio que valga!”.

Pero en restas viene Ernest Lluch y se pone a enredar, a buscar salidas espurias, apaños cripoespañolistas, pequeñoburgueses. ETA le asesina porque viene a interferirse entre el PNV y los que practican el terror, entre las bases y la vanguardia. ETA no quiere al PNV libre, sino entregado, secuestrado en la práctica, aislado de cualquier fuerza política que no sea el MLNV. Si al asesinar a Lluch pudiera producirse una aproximación entre los socialistas y los nacionalistas, ésta sería una consecuencia no querida por ETA, y lo digo en potencial porque está por ver que los Maragall, los González y los intelectuales orgánicos que les asisten puedan arrastrar a todo el partido a esta aventura negadora de España como marco de cohesión y de convivencia. No es fácil que puedan ganar esta batalla que se está dando estos días en el interior del PSOE.

Y aquí entramos en el hecho central del a política española. Me refiero a la pugna latente entre las dos tendencias socialistas. Por un lado, la que apuesta por la Constitución tal cual, por la idea de España, por el Estado autonómico y, por otro lado la partidaria de una reforma de la Constitución que de paso a un nuevo Estado y al destierro definitivo de España como categoría de cohesión y de convivencia. De la victoria de una u otra de las partes va a depender – repito – el futuro de España. No es del PNV ni de ETA de quien depende siquiera el futuro del País Vasco sino del signo que tenga el resultado de esta batalla que se está librando en el seno de este partido de ocho millones de votantes que es el PSOE.

Lo he dicho muchas veces y no me cansaré de repetirlo: ni el PNV ni ETA son elementos decisivos en la medida que los dos partidos nacionales no lo quieran. Si no entendemos esto, iremos de cabeza. Seguiremos haciendo manierismo político cuando pintamos en el primer plano al perro – Otegi o Arzalluz – y sacrificaremos el tamaño y la entidad de los protagonistas.

Se nos vendrá abajo el marco convivencial que es nuestro Estado autonómico si en esa batalla no ganan los Paco Vázquez, Rojo, Nicolás Redondo y Rodríguez Ibarra, con Zapatero a la cabeza. España caerá y entraremos en la aventura si, por el contrario, ganan Maragall, González… y las teorías de Ernest Lluch.

Porque es a la luz de esta batalla como podemos juzgar la personalidad política de Ernest Lluch. Ernest no fue coherente nunca. Fue, eso sí, libre y contumaz en su arbitrismo. Defendió con fidelidad el canon nacionalista cuando ETA aún daba sus primeros vagidos teóricos. Ya en los sesenta explicaba el catón del nacionalismo socialdemocrático desde la revista SERRA D´OR. Todavía no pertenecía aún al PSOE, como casi nadie. He aquí algunas de sus ideas maestras: “…El Estado español está montado sobre la violencia; la nación española ha dominado y asfixiado a la catalana, vasca y gallega; la solución política pasa por el reconocimiento cultural y jurídico de estas…”

“Las bases de la nación catalanas son anteriores a la aparición de la burguesía” (en coincidencia con las teorías nacional / populares de Termes. Todavía en marzo de 1976 escribía que el franquismo no había pasado de ser una consecuencia de la nación española. Equiparaba el sojuzgamiento que sufren los proletarios por parte del capital con el que han padecido y padecen las naciones periféricas por parte de la nación española. Esta era la lógica de Lluch: “allá donde hay un proletario hay necesariamente un capitalista, es así que hay naciones sometidas, luego hay una nación dominadora”. Como se ve, partía de aquello que debe ser probado. Para él Cataluña había sido una nación proletaria. Todavía muy recientemente seguía haciendo las cuentas del expolio económico de Cataluña por pertenecer a ‘este’ Estado español. Hablaba de las importaciones y exportaciones de Cataluá a España (con esa diferenciación bien clara).

Si el pensamiento de Lluch o de políticos como él se impusiera en el PSOE, no sólo saltaría este en añicos, sino toda España. ¿Hay posibilidades de ello? En unas cuantas horas hemos pasado de la manipulación repugnante del asesinato de Lluch (que la sangre de Ernest sirva para que nazca un nuevo Estado, dijo Maragall) a la contención constitucionalista. De momento parece haberse impuesto una cierta cautela, quizá el sentido de la supervivencia.

César Alonso de los Ríos

27 Noviembre 2000

Diálogo

Eduardo Haro Tecglen

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Hay un pequeño sector del País Vasco que mata desde hace 40 años (sin ir a carlistas y requetés); hay unos Gobiernos españoles que no consiguen que dejen de matar, desde el fascismo de garrote vil y de consejo de guerra con sable y crucifijo en la mesa hasta los que segregaron el Batallón Vasco-Español o los GAL. El Gobierno formado por los descendientes de los consejos de guerra; y los de la oposición, que fueron a cantar a las puertas de la cárcel de los considerados responsables de los parapolicias, policías y guardias civiles que torturaron y mataron, se niegan a dialogar. Creen en sus razones. No sólo eso, sino que humillan, segregan, condenan o marginan al os qe creen que hay que dialogar. Ahora ha brotado en el entierro de un dialogante asesinado, la solicitud de diálogo: la ha dicho Gemma Nierga en los segundos de su libre disposición, la ha secundado la familia del asesinado, que aún no se ha inscrito en ninguna asociación de víctimas del terrorismo, y la ha pedido Cataluña.

Surge la palabra diálogo y de la charca bipartidista salen a croar, coronados de graznidos, los que atacan a Gemma Nierga, a los socialistas, a cualquier dialogante. Lean, lean a ¡César Alonso de los Ríos! (lo pongo siempre entre admiraciones porque mi sorpresa ante la traición permanente no ha cesado aún) atacar al muerto: “Si el pensamiento de Lluch o de políticos como él se impusiera en el PSOE, no sólo saltaría este en añicos, sino toda España”. ¿Hay posibilidades de ello? En unas cuantas horas hemos pasado de la manipulación repgunante del asesinato de Lluch (que la sangre de Ernest sirva para que nazca un nuevo Estado, dijo Maragall) a la contención constitucionalista. De momento parece haberse impuesto una cierta cautela, quizá en el sentido de la supervivencia” (ABC, claro, domingo. El ABC de Zarzalejos; para los que bebieron champaña el día que cayó Anson). Ya veo la cautela: no negar la palabra diálogo porque es santa, pero matizarla. Sí, pero. A condición de, antes hay que…

Quieren diálogo, a continuación de que el otro piense lo mismo. Quieren diálogo, dicen ls más serios, pero sin HB; porque HB representa a ETA, y ETA al crimen. Pero ¿con quién creen que hay que dialogar? ¡Con el criminal! Hay que hablar con él, que no nos mate y buscar salida. Lluch aún era tímido.

Eduardo Haro Tecglen

23 Noviembre 2000

¿Qué diálogo?

Federico Jiménez Losantos

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Hay dos clases de atajos, o mejor, dos tentaciones de atajar en la lucha antiterrorista. Uno ha sido el que eligió el PSOE al crear los GAL; una guerra sucia controlada para que los terroristas probaran su propia medicina y se dieran cuenta de que un Estado moderno tiene siempre más fuerza que una banda terrorista. Ese atajo saltándose la Ley ya sabemos cómo acabó. Pero hay otro atajo que igualmente ha intentado e intenta todavía un sector del PSOE: saltarse la ley para pactar con ETA y el nacionalismo una rendición que no lo parezca, un acuerdo separatista sobre el cadáver de la Constitución. En tiempos de los GAL, ese atajo pudo ser complementario de la lucha limpia y de la guerra sucia y se llamó Argel, aquellas conversaciones que acabaron como el rosario de la aurora. Hoy se manifiesta en la voluntad del núcleo duro felipista de seguir unidos al PNV aunque éste siga en Estella porque para ellos el peor Arzalluz siempre será menos malo que el mejor PP.

En algunos representantes de ese sector se mantiene la ingenua pretensión de que el rechazo frontal al PP como prueba de aprecio por el nacionalismo vasco y de desprecio a lo que llaman «nacionalismo español» devolverá al PNV a una relativa aceptación de la legalidad y a reeditar los viejos pactos. En otros socialistas, empezando por González, estamos simplemente ante la deslealtad nacional y democrática de un partido que mantiene intacto el sectarismo de 1934 y el de 1993, que juega alternativamente a ser el sistema y a salirse de él, a repartir patentes constitucionales y a cambiar la Constitución, a coquetear con los enemigos de España y sus libertades y a proclamar que el PP es el único peligro para España y la democracia. La clave de este atajo -que pasa por negar la legitimidad del Gobierno de la Nación y el consenso con el PP en la lucha antiterrorista- es el abrazo de Arzalluz. Por eso Ibarretxe dejó plantado al Rey y se fue a Barcelona, supuestamente a rendir homenaje al asesinado Ernest Lluch pero en la práctica a rendirse homenaje a sí mismo, a premiar la incondicionalidad de un PSOE capaz de perdonarle hasta el pacto con sus asesinos.

Sin embargo, el asesinato de Lluch, como el de Jáuregui, muestra que para ETA son iguales los que están con el PNV y hablan de negociación que los que están con el PP y hablan de resistencia. A los dos grupos los matan igual, como matarán a los del PNV más sumisos a la banda cuando crean cumplido su papel en la voladura controlada del PNV y decidan tirar de la facción más radical del partido hacia ETA. Arzalluz y Egibar son como Kerenski y Hindenburg para Lenin o Hitler: puentes para ser volados. Insistir en el diálogo con ETA como hace el PNV es lo mismo que insistir en la alianza con este PNV, como hace una parte del PSOE: una forma suicida de perder el tiempo.