10 septiembre 2025
Asesinan al joven activista trumpista Charlie Kirk en Estados Unidos y las redes se inundan de internautas progresistas eufóricos por su muerte por su ideología anti-abortista
Hechos
El 10 de septiembre de 2025 es asesinado en Estados Unidos Charlie Kirk.
12 Septiembre 2025
Charlie Kirk y los miserables que celebran su muerte
Era antiabortista y machista. Están grabadas decenas de declaraciones suyas claramente racistas. Y era un fanático de la libertad de llevar armas. Dicho esto, causa verdadero pasmo comprobar cómo hay tanta, pero tanta, gente que durante este jueves se ha alegrado del asesinato de Charlie Kirk. Existen ejemplos a millares de quienes en lugar de lamentar su muerte la celebran o justifican en todo tipo de redes sociales. Muchos mensajes suman decenas de miles de likes. Incluso en Bluesky, refugio de quienes abandonaron X con la irrupción de Elon Musk y que propugnan que la nueva red es un espacio de amor, no como la plataforma del magnate. Es quizá la prueba de que Bluesky no es bueno sino solo joven.
Otras columnas analizarán la escalada de riesgo de enfrentamiento social que este crimen supone, y algunas más lamentarán la parte humana y el sufrimiento de una viuda y dos niños pequeños. En cualquier caso, las repercusiones digitales de este asesinato suponen una pésima noticia por dos razones.
Primero, porque Kirk era uno de los canarios en la mina de una brecha generacional que no podemos obviar ni un minuto más: de haber prestado más atención a Kirk y otras figuras digitales de su cuerda, muchos de los medios a los que la aplastante segunda victoria de Trump pilló en calzoncillos, porque habían elegido escuchar solo a una parte de la sociedad, se hubiesen llevado una sorpresa menor.
Y, segundo, porque, aunque se esté diametralmente en contra de las ideas de Kirk (y muchas veces lo ponía fácil), representaba parte de lo mejor que el mundo digital puede ofrecer. Porque era articulista, comentarista y escritor, pero no nos engañemos: la popularidad y la influencia se la dieron sus vídeos en YouTube y en las redes sociales, en los que se sentaba en campus universitarios a debatir, sin más armas que su lengua y su cerebro, con quien quisiera hacerlo. No era machacón ni reñía a su audiencia como si fuesen niños pequeños (como hacen tantos políticos), sino que los retaba intelectualmente. Y así se ganó a millones de personas.
us vídeos, evidentemente, escogían sus mejores zascas, pero, edición aparte, Kirk daba a sus detractores un espacio legítimo de confrontación de ideas: tú podías ir allí y salir escaldado o plantarle cara, pero nadie podrá decir que no se exponía a las críticas y al debate sano. No era Vito Quiles ni Caiga quien caiga. No perseguía a nadie por la calle ni tenía intención de subir los decibelios para calentar al personal. Era tan solo un tipo sentado ante una cámara delante esperando a que cualquiera llegase a escupirle sus verdades o a criticar sus ideas.
Ben Shapiro o Matt Walsh son otros influencers conservadores (a veces, muy conservadores) que se han adueñado de las redes sociales estadounidenses a base de discurso y polémica, siguiendo un camino de debate callejero que inició Jordan Peterson en 2017 y que, tras una incomprensible incomparecencia de la izquierda, la derecha domina hoy casi por completo. De nuevo, su ideología podrá gustar o no, pero estos nombres consiguieron llegar a aquellos a quienes los medios tradicionales no llegaban y conquistar a una gran parte de la opinión pública con sus argumentos.
Desgraciadamente, tras el asesinato de Kirk es posible que muchos influencers dejen de exponerse en público, y el espacio que habían creado de confrontación a cara descubierta, estrictamente dialéctico, seguramente se resienta. No resulta descabellado pensar que los polemistas de uno y otro signo político dejarán de dar la cara por miedo y se atrincherarán en espacios menos visibles y más dañinos, emponzoñando todavía más el ambiente frentista al que parecemos abocados. Descanse en paz, y ojalá aprendamos todos alguna lección.
12 Septiembre 2025
Algo habrá hecho Kirk
Las redes se han convertido en un comedero de patos zurdos graznando su euforia por el asesinato de Charlie Kirk. Da un poco de vergüenza puntualizar que uno no comulga con los postulados ideológicos de la víctima, pero desde luego tampoco es un pato incapaz de entender que de Kirk ahora solo importa su condición de víctima. Trump ha elevado esa condición a la categoría de mártir de la libertad de expresión, y en cierta manera laica tiene razón: fue ejecutado en una universidad (templo de la palabra, dicen) y solía invitar a debatir a sus adversarios ideológicos. Se conoce que a uno de ellos le herían tanto las palabras de Charlie que tuvo que recurrir a las balas para ganar el debate.
El crimen contra Kirk pertenece a la misma tipología que el crimen contra Malcolm X o Carrero Blanco: son asesinatos políticos. Sé que la imaginación del lector acaba de viajar del sustantivo al adjetivo, y de ahí a las distintas ideologías de las víctimas, y ahí quizá habrá ensayado una tentativa de explicación, incluso de justificación. En el instante en que notemos que nuestra imaginación se despeña por el precipicio de la adversativa («pero algo habrá hecho»), nuestra conciencia debe intervenir.
Matar a alguien por defender unas ideas está mal siempre. La mera enunciación de esta verdad moral evidente por sí misma habría ruborizado la inteligencia de cualquier demócrata hace una década, pero hoy ya no causa el mismo rubor. Me temo que la sentencia que encabeza este párrafo está dejando de ser evidente para demasiados ciudadanos seducidos por el odio digital en que abrevan a diario. O quizá los educados en los felices 90 arrastremos un optimismo antropológico sin fundamento: quizá el ser humano siempre ha profesado una inconfesable intimidad con la violencia que solo ahora pierde su higiénico velo de pudor en esas lonjas del bochorno que son las redes (a)sociales.
Que esa obscena intimidad con la violencia parta en este caso de las filas de la izquierda, cuya única seña de identidad ya solo consiste en el oxímoron del supremacismo moral, mueve a la melancolía. Cuando las autoridades calvinistas de Ginebra quemaron a Servet en la hoguera por hereje en 1553, el humanista Sebastián Castellio escribió: «Matar a un hombre no será nunca defender una doctrina: será siempre matar un hombre». Cinco siglos después aún parece que no siempre, don Sebastián.