28 septiembre 1966

Ambos replican desde el diario PUEBLO

El Diario MADRID califica a Emilio Romero y Javier Martínez de Bedoya como ‘continuistas’ de la dictadura franquista

Hechos

El 28.09.1966 D. Emilio Romero y el 6.10.1966 D. Javier Martínez de Bedoya publicaron artículos en el diario PUEBLO sobre si eran ‘continuistas’.

Lecturas

Un artículo del periódico privado Diario Madrid (propiedad de FACES) califica de ‘continuistas’ al director del diario público Pueblo Emilio Romero Gómez y también a Javier Martínez de Bedoya Martínez-Carande como ‘continuitas’. Ambos rechazarán esa etiqueta desde las páginas de Pueblo.

22 Septiembre 1966

Las posiciones actuales: continuismo

MADRID

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Una de estas corrientes en la que podría llamarte ‘continuismo’. Con unos u otros matices ha sido expresada por algunos consejeros nacionales o destacados falangistas.

Libros como los de Martínez de Bedoya y Romero, manifestaciones o proclamas del Circulo José Antonio, declaraciones a este mismo diario de Lamo de Espinosa y Labadie Otermín. Esta corriente propugna, en último extremo, la definitiva ‘intstitucionalización’ convirtiéndolo en eje de toda la vida política futura al ‘Movimiento Nacional’ en sus esquemas estructurales de la Secretaría General. Como decimos reiteradamente, dentro de esta corriente general hay matices y todas las manifestaciones públicas que en ella hemos incluidos propugnan un margen de apertura a las discrepancias, una modernización de la estructura y alguna forma de democrátización organizada.

28 Septiembre 1966

EL CAMINO

Emilio Romero

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Algunas adscripciones, y todos los motes, los ponen los demás. Últimamente a Javier M. de Bedoya y a mí nos han bautizado, bastante a la ligera de ‘continuistas’. El término tiene legítimo sentido político, pero se hace despectivamente. Continuista parece que es aquel que quiere que continúe el estado actual de cosas, y, naturalmente, quien nos echa a la cara esta significación aspira a que no continúen las cosas como están. Pero en estas denominaciones hay siempre clases. Pienso en estas denominaciones hay siempre clases. Pienso que existen continuistas absolutos, que deben ser aquellos que no desean que cambie la situación ni una coma; estos son los inmovilistas. Y continuistas relativos, que son aquellos que aceptan el rumbo, peor a través de otros caminos e incluyendo una dinámica de reformas. En el fondo ¿Qué es un continuista, cualquiera que sea su clase? ¿Aquel que se muestre partidario de continuar? Pues esto no es un disparate, si es un continuismo integrador, clásico, evolucionista; en fin, si se nos deja que hagamos florecer el término, y no se quiere que sea una manifestación cortante, una opinión efectista, un pensamiento superficial, y hasta un agravio. El diálogo está precisamente para comunicarse opiniones y no para cruzarse agresivamente monólogos, como es un desafío. Decíamos ayer que se había abierto un poco la verdad con la libertad, pero parece necesario recabar la facultad de identificarse, que es algo tan patrimonial de uno como el chaleco, y decir con humildad a nuestros clasificadores aquello de que la mitad de la inteligencia es darse cuenta de la que poseen los demás.

Cualquier país de estructura política inestable se dará siempre con un canto en los dientes si le aseguran continuidad. Estamos llegando a grandes síntesis en los asuntos políticos. Ayer oíamos a un periodista político americano, que después de un largo proceso constituyente en su país, con esa imagen tan conocida de nosotros de inestabilidad pública, basculando entre anarquía liberal e intervención del Ejército, lelos querían que de alguna manera tuviera viabilidad el lema de ‘paz, progreso y desarrollo’. Lo importante es construirse un destino político sin sobresaltos, sin quiebras, sin crisis, sin saltos en el vacío. En Europa hay algunas naciones que construyeron hace mucho tiempo su continuidad; Inglaterra podría ser el ejemplo más vigoroso. En este sentido de escoger una fecha histórica, y seguir hacia adelante, continuar, sobre los errores o los defectos de marcha, se siente uno ardorosamente continuista. La elección de ese punto de partida es donde acostumbra a montarse una polémica, por la obligada convocatoria de los distintos credos, de las variadas emociones y de los múltiples resentimientos. Pero, objetivamente, el punto de partida aparece donde se había acabado una convivencia; en ese mismo momento donde decidimos entonces la suerte del exterminio; en aquel lugar donde se exigía después de la catástrofe, la construcción de nuevos modos políticos. ¿Qué queda detrás de 1936= Una Monarquía sin representación política por la crisis de los partidos del a Restauración y sin la adhesión popular por el desvío de las malas hacia ella. La Segunda República, acelerando con sus compromisos populares desordenados un largo proceso de desavenencia e inestabilidad. No es éste el momento de hacer precisiones políticas sobre los temas de la discordia, que todavía están en viva naturaleza de rescoldo.  Lo que no debe suceder más es un sacrificio baldío de las generaciones (y las actuales están excepcionalmente preparadas para empresas pacíficas); ni se debe desaprovechar las experiencias útiles de un tercio de siglo; ni se puede perder un solo minuto en improvisaciones políticas ante un país que estaría inmovilizado y a la espera; ni se debe mezclar sentimientos privados en materia tan pública como es la política; ni mucho menos se deben llevar las cosas, por la impericia con que discutamos, a que la Historia devuelve a nuestras orillas los muertos y las querellas del pasado, que nos asfixian de impotencia y de responsabilidades. Las nuevas generaciones ya se están encargando, mediante su voz o su compromiso, de que todo evolucione en la medida en que al tiempo lo demanda. Si hay todavía exiliados de la guerra civil detrás de las fronteras, no es menos cierto que los propios vencedores de aquella guerra tienen también sus exiliados en sus casas, sencillamente porque han pasado de moda. Aquí estamos llenos de apellidos ilustres, no vigentes. El Régimen, por su parte, debe saber aquello de Víctor Hugo de que un buen gobierno es conocer, exactamente, la cantidad de porvenir que hay que meter en el presente. Y continuar es mudar. El esfuerzo más hábil para que se mude no es el revisionista, porque encontrará grandes resistencias, sino el de quien, respetando las reglas del juego, acierte en relacionar tiempo y formar políticos; necesidades y justicia; crítica y colaboración. En último extremo, por muy importante que sean las razones particulares de cada uno, por muy firme que sean los dogmas, por muy necesario que se aconseje el cauterizante, no hay una empresa política más noble, ni más limpia, ni más desinteresada, que continuar cuando hay evidencia de marcha, aunque inicialmente unos vayan jubilosos y otros sollozando, aunque inicialmente unos vayan jubilosos y otros sollozando, aunque se mezcle el ditirambo y la protesta, ya que no hay mayor depurador de cansancios, de inactualidades o de rutinas que el camino. El camino es quien hace los grandes relevos. Una de las cosas que más me sorprendió en mi viaje a los Estados Unidos eran los cementerios al lado mismo de las carreteras. Era la turbadora y conmovedora gran marcha de un pueblo en la aventura de instalarse. Vamos a dejar al camino la tarea de enterrar lo cansado, lo no vigente y lo inútil. Aquello que se va quedando en la cuneta y los demás ponen una cruz, o una piedra o la indiferencia; y siguen.

Emilio Romero

06 Octubre 1966

RESPUESTA AL MADRID

Javier Martínez de Bedoya

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Ya contestó Emilio Romero al diario MADRID. No quiero otorgar, callándome. Los dos fuimos calificados por nuestros libros de continuistas. Se trataba de un largo estudio editorial sobre el tema del ‘pluralismo político’ dentro del cuadro del actual sistema político español. Y el trabajo del periódico MADRID, digno de encomio por su intención inicial de objetividad, perdía al final su calidad por un exceso de habilidad oportunista en cuanto a personas posiciones y programas.

Conste que no rechazo la calificación de continuista. Ni tampoco la acepto sin matizaciones, y no por consideraciones que se refieran a mi porvenir, sino por respeto a la profundidad del concepto en sí mismo considerado.

En el proceso vital de un pueblo en marcha en la aspiración de proceso de una comunidad nacional, el propósito de continuidad tiene que jugar en una inmensa proporción, el de reforma en una proporción muchísimo menor y la ruptura (para los que hemos conocido el dolor de tener que optar por la revolución y la guerra) debiera de olvidarse para siempre mediante la comprensión y la evolución política frente a las cambiantes circunstancias de la época.

Mi libro – al que MADRID debe de referirse – se titula ‘Los problemas de una Constitución-Futuro de una política democrática española’. Y una fecha, 1963. En él se propugna la elección de jefe de Gobierno y de los gobernadores regionales por cuatro años y por sufragio universal; se defienden los parlamentos regionales y la Cámara de Diputados a base de la democracia orgánica o corporativa y el Senado mediante sufragio inorgánico; el basamento fundamental de lo que propugno se radica en un fuerte tribunal de garantías constitucionales, presidido por el Jefe de Estado y respaldado por las fuerzas armadas cuyo Jefe del Estado Mayor sería el vicepresidente; se sostiene y ahonda el sindicalismo y se construye toda una teoría completa sobre los partidos políticos y su funcionamiento que, sinceramente, ha brillado por su ausencia en treinta años de vida intelectual española.

Con estas breves alusiones al contenido del libro no pretendo rivalizar con nadie en espíritu de reforma o progresismo, porque conozco lo fácil que resulta en política imaginar fórmulas y tirar de pluma cuando lo difícil es contar con los hombres apropiados conjugar las circunstancias y los anhelos con la oportunidad.

Si hago estas concretas alusiones a mi libro es para que el lector pueda juzgar de mi pena como aficionado a estos temas políticos al comprobar que, por la manera de encasillarme el MADRID es una rígida clasificación, más bien puedo deducir que mi libro no ha sido leído por los autores del trabajo editorial. Por lo demás, no me duele ser tenido por continuista, ya que sería tanto como reconocerme márgenes muy amplia de serenidad, de sosiego y de calma frente a las premuras del futuro, que siempre, por desconocido, se nos presenta como impaciente de cambios cuando, en realidad misterio y prisa no son la misma cosa.

Algún día haré, debidamente fundamentado, el elogio del ‘hombre gris’ en política. Creo que los cientos de millones de familias que puedan integrar un pueblo, lo que más necesitan es de la pansada marcha en una línea de continuidad que les permita hacer sus planes a plazo largo y realizarlos sin convulsiones. Frente a los hombres brillantes, nerviosos o innovadores, los hombres grises cumplen su misión estabilizadora y continuista. Bien quisiera que MADRID me considerase digno de encuadrarme en estas filas, que suelen escasear en los países mediterráneos, tan luminosos como apasionados. Pero lo que no se me puede achacar, con mi libro en la mano, es un espíritu contrario a la evolución. Y lo mismo digo con respecto a los dos famosos libros de Emilio Romero, ‘Cartas a una príncipe’ y ‘Cartas al pueblo soberano’. Nuestros libros constituyen una trilogía insalvable del espíritu abierto y sin prejuicios de una generación que se empeñan en presentar como violenta y sectaria; nuestros libros son documentos que testifican una voluntad y una capacidad de ver la política con sentido contemporáneo. Negarlo o disminuirlo es tratar de ocultar lo que está escrito, y quien quiera leer podrá juzgar de la pequeña habilidad de MADRID.

Javier M. de Bedoya