10 noviembre 1984

El intelectual socialista Ludolfo Paramio publica una Tribuna en EL PAÍS para replicar al escritor comunista Manuel Vázquez Montalbán

Hechos

El 10 de noviembre de 1984 D. Ludolfo Paramio publica un artículo en EL PAÍS de réplica a uno anterior de D. Manuel Vázquez Montalbán.

01 Noviembre 1984

Contra la utopía

Manuel Vázquez Montalbán

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Comparto con bastante gente una creciente sensación de fastidio personal y de vergüenza ajena ante el uso y abuso de la propuesta utópica. Hace unos años, en los albores de la transición, cundió el uso y abuso de la anarquía como chuchería del espíritu, y se confesaban anarquistas hasta los directores generales de Seguridad, sin descuidar al mismísimo don Manuel Fraga Iribarne, también él anarquista, pero dentro de un orden. A aquella proliferación de anarquistas in pectore le ha sucedido la de los utopistas. Hay que creer en la utopía es ya una frase hecha que igual puede pronunciar el señor Solchaga en el momento de empezar la liquidación de obreros de Sagunto, o don Enrique Tierno Galván en el instante de repoblar el Manzanares de sirenas, o el señor Cuevas cuando centra su proyecto utópico en el despido libre.La reivindicación de la utopía se ha convertido casi siempre en una huida hacia adelante, cuando no en un mero latiguillo retórico para entierros y bautizos democráticos.

Una cosa es rechazar ese uso viscoso y pervertido de la utopía y otra favorecer una peligrosísima tendencia progresivamente dominante en el espíritu de nuestra inteligencia: la instalación en el mero cálculo de lo posible. Normalmente, esa conciencia pragmática ejerce a partir del principio del mal menor, que es en sí mismo un bien mayor absoluto dentro de su circunstancia. Algo cansada por el fracaso de mal programados combates y por la edad, no hay que olvidar este factor, la inteligencia instalada o se refugia en el pragmatismo y su apostolado o se va por los cerros de la utopía, patéticamente disfrazada de rockeros que todo lo aprendieron en los libros. La sociedad filistea tiene infinitas reservas de compresión tanto para los pragmáticos como para los profetas utópicos. Sólo exige que unos y otros vayan desarmados.

Por descontado que los profetas utópicos están desarmados o acaso sólo emplean la palabra poética, herméticamente desencantada, para insinuar la caricia de la agresión sobre la curtida piel de los cortadores de las cabezas de Danton y Robespierre, de Azaña y de Franco (es un decir). Pero más patético es el caso del pragmático desarmado, del converso al sentido común de la Historia, que carece de instrumentos de poder social para imponer el sentido común a la Historia. En parte, los gobiernos socialistas son evidencias mismas de pragmáticos desarmados que se meten en la boca del lobo del Estado y lo más que consiguen, si el Estado está harto, es limarle

los colmillos, a cambio de que el señor Mitterrand lime los suyos. Pero si el Estado tiene hambre, cierra la boca, y los socialistas se quedan gobernando dentro de su propia tumba. En vano los socialistas y sus críticos esgrimirán el aval del respaldo electoral, el arma del respaldo electoral, para que el pragmatismo se convierta en una energía histórica de cambio. Los votos suministran fuerza moral y fuerza ritual, pero poca cosa más si no permanecen latentes, activos entre elección y elección, vigilantes, fiscalizadores, auténticos guardaespaldas del pragmático que se metió en las fauces de un Estado no hecho a su medida.

El pragmático desarmado tiende a engañarse a sí mismo como paso previo a tratar de engañar a los demás. Hay que reconocerle una recta intención queno excluye una elíptica equivocación. Acepta lo evidente, acepta el dictado de la realidad, que no hay más cera que la que arde, que una cosa es la realidad y otra los deseos, y termina adaptándose a la función de conservador del sistema mientras trata de disfrazar la impotencia de sagacidad. Con el tiempo, sus intereses materiales y emociona]es fraguan una teoría que da el visto bueno a una práctica, y el pragmático desarmado va a parar al museo de la alienación como una de las especies más curiosas. En vano el pragmático tratará de ratificarse en forcejeo desigual con los utópicos. Los utópicos no tienen influencia social suficiente para ser enemigos, los enemigos son otros, siguen siendo otros. Pero el pragmático, acomplejado de serlo, tiende a inventar enemigos débiles, y los utópicos son propicia carne de antagonismo. Con el tiempo, el pragmático desarmado llega incluso a desconocer a sus enemigos históricos reales.

Se están empezando a sentir entre nosotros los efectos negativos de la constitución de tina clase política, de una elite del poder que tiende a la unificación pragmática y al desprecio de aquellos elementos históricos incordiantes. La izquierda pragmática primó el reforzamiento de constitucional porque, sin duda, era urgencia necesaria en la transición fundamentar la institucionalidad democrática, pero, en su horror al incordio incontrolable de la presión social, fue desarmándose de instrumentos de articulación de la crítica social y de la presión de la sociedad civil frente al Estado para mantener conquistas viejas y exigir nuevos objetivos. Es decir, incluso en el más estereotipado juego reformista ejercido desde el más clarificador de los pragmatismos, el arma de la presión social es indispensable para la materialización de una política realista. Desde el más despiadado despotismo ilustrado, la clase política de la izquierda española ha ido menospreciando, devaluando y aparcando herramientas de combate sin las cuales no se puede ni pactar con el capitalismo. Y ese desprecio progresivo lo ha ejercido contra las clases populares en general y contra las bases de sus propios partidos en particular. La prepotencia del experto en ciencia y práctica política ha desdeñado el primitivismo ideológico de los peatones de la Historia y, desde la impotencia de una comunicación enriquecedora, ha preferido la instalación en las torres de marfil institucionales y desde allí hacer una política de señoritos de nuevo tipo, primero históricamente bien intencionados, pero progresivamente menos históricamente intencionados, más dependientes de códigos de casta y función.

Mientras el PSOE sigue haciendo lo que, según la lógica liberal, tendría que haber hecho una coalición de azañistas y lerrouxistas en 1931, la conciencia realista de lo que se puede hacer y de lo que no se debe hacer para que el cambio sea posible en España no puede encerrarse en un pragmatismo desarmado ni llenarse la boca de utopía. Hay que dirigir el esfuerzo transformador, a la profundización de la democratización del Estado y a la articulación de la sociedad civil. El concepto de articulación de la sociedad civil desteatraliza el viejo lenguaje de organización de las masas, como el concepto de presión social da el sentido exacto a la función de la fuerza de la sociedad contra las congénitas tendencias reaccionarias del Estado. Sin esa articulación de la sociedad, sin esa presión social, el pragmatismo desarmado se convierte, paradójicamente, en otra utopía. En una utopía más inútil que la otra, porque ni siquiera admite la ganga de una cierta poesía. Y más peligrosa que la otra, porque nada hay tan peligroso como el pragmatismo cuando se instala en un poder que lo instrumentaliza.

10 Noviembre 1984

La utopía ya no es lo que era

Ludolfo Paramio

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El artículo de Manolo Vázquez Montalbán Contra la utopía (EL PAÍS, 1 de noviembre) puede suscitar en algún peculiar tipo de lector reacciones de perplejidad. En efecto, su lectura es algo así como asistir al despliegue de una coreografía sin escuchar la música. Y no es extraño que así sea: las figuras que ocupan el escenario son familiares, conceptos tomados del pensamiento marxista. Pero la música, la utopía marxista que daba sentido y vigencia a esos conceptos, ha dejado de sonar. Ése es, de hecho, el punto de partida implícito del artículo: la utopía, hoy, es sólo un latiguillo para compensar la falta de una estrategia o bien un sueño insostenible que se debe criticar para justificar un pragmatismo desarmado.

Seguramente eso no es casual. Quienes a estas alturas invocan la utopía cuidan mucho de no concretarla; quienes la critican, la identifican con un idealismo trasnochado. Todo parece indicar entonces que no hay ninguna utopía que informe nuestro pensamiento ni nuestra acción, en el sentido en que las ideas de revolución proletaria y de sociedad sin clases impregnaron nuestro horizonte en los años sesenta y primeros setenta. Puede ser lamentable que esto haya sucedido, pero el hecho es que la última utopía unitaria, la utopía marxiana, ha saltado hecha pedazos en años recientes, y que de ella sólo quedan reflejos parciales en esos añicos del viejo espejo que son los movimientos sociales.

Si se acepta esta realidad, es preciso dar cuenta de ella. Una posibilidad es explicar lo que en un principio se llamó crisis del marxismo como resultado de una estrategia del imperialismo a través de las multinacionales de la información y de las modas académicas. Personalmente, no creo que sea una buena explicación. La famosa portada del Time anunciando la muerte del marxismo ha sido sucedida años después por el anuncio, también en portada, de que el marxismo vive. Y la decadencia académica del marxismo latino ha sido compensada sobradamente por el auge de un marxismo anglosajón mucho más vigoroso. La utopía marxiana, sin embargo, ya no funciona: alguna razón de fondo habrá.

En este marco, ¿qué sentido tiene hablar de pragmatismo desarmado? ¿Qué armas están a disposición de quien apuesta por cambiar la realidad y no se refugia en una marginalidad real o imaginaria? La respuesta clásica habría sido que debíamos revestimos con la coraza del marxismo-leninismo-pensamiento-Mao-Zedong; pero no parece que podamos ya hacer tal cosa. Careciendo entonces de sabidurías heredadas, sólo nos cabe recoger fragmentos de las ideas anteriores, los que nos van pareciendo más útiles o menos deteriorados, y tratar con ellos de entender en qué mundo vivimos y los caminos que se abren (o se cierran) ante nosotros.

Vázquez Montalbán, de hecho, hace lo mismo. Si el objetivo aparente de su artículo son los utopistas de carné, no es porque él -tampoco él- los tome en seno; su blanco son los pragmáticos, a los que imagina olvidando los viejos principios de la utopía realmente existente hasta casi ayer: el socialismo. Pero su error es creer que el pragmatismo es siempre fruto del olvido, creer que los pragmáticos desarmados lo están por haber abandonado sus armas y no por haberlas descubierto inútiles o insuficientes ante los enemigos reales.