1 julio 1978

El artículo hacia referencia a una cumbre de partidos identificados por el diario de PRISA como 'de ultraderecha'

El líder de Fuerza Nueva, Blas Piñar, replica al director de EL PAÍS por calificar a su partidarios de ‘energúmenos’ y ‘golpistas’: «Si usted me llama emperador de occidente, yo le llamo a usted bufón de la casa»

Hechos

El 1.07.1978 el diario EL PAÍS publicó el editorial «El eurofascismo».

01 Julio 1978

El "eurofascismo"

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián)

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El pasado martes fue presentado en sociedad, en París, el eurofascismo. Los líderes de la extrema derecha italiana, francesa y española han decidido, por fin, oficializar sus estrechas vinculaciones, que hasta hace poco habían tratado de disimular. La razón de esa discreción tradicio nal era la contradicción existente entre la práctica solidaria del extremismo de derecha y sus proclamaciones teóricas; mientras la trama nera italiana, los supervivientes de la OAS y los guerrilleros de Cristo Rey, reforzados por los ultras del Cono Sur, multiplicaban los contactos y ayudas mutuas, cada grupo pretendía, dentro de sus fronteras, no tener más lealtad que la de su propia patria. Recogiendo el legado de Adolfo Hitler, aunque renegando de su nombre, los neofaseistas han dado con la solución a ese atolladero lógico: han decidido qué su patria común es Europa. Lo cual no obsta para que los pretores de las provincias del nuevo imperio rivalicen entre sí en busca de la primacía. Así, Blas Piñar, procónsul de Hispania, en espera de ser nombrado en el futuro emperador de Occidente, reivindica la propiedad intelectual del nuevo invento. La euroderecha sería una síntesis de la Falange y el franquismo; y el 18 de julio, el aniversario de la puesta en marcha de una doctrina que abanderó a Europa y al mundo.Los orígenes de los movimientos fascistas suelen estar revestidos de elementos tan estrafalarios y cómicos en sus planteamientos teóricos, en sus expresiones verbales y gestuales y en su pasión por los disfraces, que existe una ínjustificada tendencia a infravalorar tanto los riesgos inmediatos que su culto a la violencia supone para el resto de los ciudadanos como el sentido último de su estrategia desestabilizadora. Ciertamente, si se pudiera hacer abstracción de su carácter paramilitar y de su vocación golpista, Fuerza Nueva, por ejemplo, sólo podría servir de tema a los humoristas. Pero las terribles experiencias de la Europa de entreguerras o de Chile arrojan enseñanzas suficientes como para tomarse muy en serio el brote de fascismos, ahora a la europea, que está surgiendo en España.

La certidumbre de que la Constitución va a dotar de un fundamento jurídico definitivo e inequívoco a las instituciones democráticas en nuestro país es, sin duda, un acicate para esa extrema derecha que se cubrió de ridículo en las elecciones de junio de 1977. En una dimensión simbólica e ideológica, los neofascistas se esfuerzan por identificar a su mínima secta con los valores patrióticos y por presentarse como los defensores de la civilización occidental y cristiana. No es dificil poner al descubierto el doble fondo de esa pueril pretensión. No hay argumento racional que confiera mayor «españolidad» o mayor «europeidad» a esos energúmenos que al resto de habítantes de la Península Ibérica o del continente, que les superan electoralmente en proporción simplemente abrumadora. Esa aspiración a ostentar el monopolio del patriotismo tiene un solo objetivo: desposeer de la condición de españoles o de europeos a millones de ciudadanos para relegarlos a una abstracta «anti-España» o «anti-Europa», simples lugares de tránsito hacia campos de exterminio y hornos crematorios muy reales y concretos.

A ese esfuerzo por usurpar la propiedad de la patria se ha unido, tradicionalmente, la tentativa de secuestrar para la ultraderecha los valores religiosos, a fin de convertir al agnóstico o disidente en servidor de Lucifer, y, por consiguiente, en reo de la Inquisición, y de unir los poderes de la Iglesia y del Estado en manos del futuro dictador. Pero no parece que los tiempos sean propicios para desatar la intolerancia de los creyentes y para regresar a la confusión entre lo temporal y lo espiritual, salvo algún obispo desterrado de Televisión.

Los videntes del Palmar de Troya, la Jerarquía española y la inmensa mayoría del clero se encu entran muy alejados de esas posiciones.

Pero no se trata sólo de una batalla ideológica. La ultraderecha trata, por todos los medios, de provocar los síntomas del desorden y del caos, a falta de un desorden y un caos verdaderos. El ejemplar clima de civismo en el que se han desarrollado en el último año y medio las manifestaciones populares -desde el entierro de las víctimas de Atocha o el sepelio de Largo Caballero hasta las jornadas de la Diada y del 1 de mayo- ha privado de pretextos a la ultraderecha para denunciar el fin de la civilización occidental, pero ha centuplicado su propósito de simular las vísperas del Juicio Final. Es muy probable que sus tentativas de provocar el desorden en las calles de nuestros pueblos y ciudades vayan en aumento a medida que se acerque el referéndum constitucional. En esa batalla pueden derramar sangre ajena, pero también verter la propia; porque esos movimientos necesitan mártires a quienes vengar y sobre los que fundamentar esos oscuros lazos que crea el recuerdo de los muertos. El simétrico delirio de los terroristas de ETA se ofrece como única excusa eficaz a los extremistas de derecha; a los que también, y con idéntica simetría, cabrá aplicar, en tanto que organicen bandas armadas, el decreto-ley aprobado anteayer por el Consejo de Ministros.

05 Julio 1978

El "emperador de Occidente" replica a EL PAIS

Blas Piñar

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En primer lugar, quiero agradecer la atención constante que el periódico que dirige dedica tanto a Fuerza Nueva como a mí. Es una prueba, sin duda, del creciente interés que nuestro movimiento político le merece. En esa línea de atención destaca el editorial del pasado 1 de julio: «El eurofascismo».Dice el editorial en su primer párrafo que «el pasado martes fue presentado en sociedad, en París, el eurofascismo». Y nada más incierto, porque el martes, día 27 de junio, no pudo presentarse en París lo que no existe. En París, y pese a la amenaza de los amigos políticos del editorialista, a los asaltos a los hoteles donde nos alojábamos, a la bomba colocada en el palacio de la Mutualidad y a la manifestación -escasamente concurrida por cierto- convocada por los marxistas, se celebró un acto de afirmación europea, en el que tuve el honor de participar.

Cuando en España y fuera de España se celebran actos con intervención de oradores de distintas nacionalidades, nada puede tener de extraño ni de criticable que quienes representarnos a fuerzas políticas de significación nacional y, por ello mismo, anticomunistas, planteemos nuestro debate en colaboración y allí donde el adversario lo plantea.

Estas fuerzas políticas no recogen ningún legado de Adolfo Hitler, ni tienen que renegar de alguien del que, cualquiera que sea el juicio que merezca, no trae origen ni causa.

Nuestras tradiciones nacionales son lo suficientemente ricas para encontrar en ellas, sin colonización ideológica, la razón de nuestra propia existencia.

Aquí, señor director, no hay pretores ni discusiones por ninguna primacía, aunque agradezco la buena disposición de EL PAIS para conmigo, al contemplarme vencedor de esa imaginaria disputa y proclamarme de antemano «futuro emperador de Occidente». La verdad es que se trata de una suprema magistratura que jamás hubiera soñado ocupar.

El editorial, en su párrafo segundo, mezcla un supuesto «culto a la violencia» con la «vocación golpista», el «carácter paramilitar» y la «estrategia desestabilizadora» de Fuerza Nueva.

Son demasiados dislates los que se acumulan en ese párrafo, porque, con independencia de la frivolidad con que se nos acusa de algo indemostrable, basta decir que lo paramilitar sería una exaltación civil por parte de Fuerza Nueva de las virtudes y de la disciplina castrense, y que la única violencia que nosotros defendemos es la legítima, y no como culto, sino como derecho. ¿Acaso EL PAIS hubiera fustigado la violencia que el director de la Hoja del Lunes de Bilbao hubiera podido ejercer para evitar que la violencia etarra le dejara acribillado y muerto en la calle?

En el párrafo tercero del editorial, con lenguaje civilizado: 1) se nos llama «energúmenos»; 2) se nos acusa de «aspiración a ostentar el monopolio del patriotismo»; 3) se indica que nuestro propósito es enviar a millones de ciudadanos a «campos de exterminio y hornos crematorios»; y 4) se subraya que nos cubrimos de «ridículo en las elecciones de 1977».

Todo esto, señor director, es injurioso o calumnioso. Por respeto a mí mismo y a quienes represento permítame que le diga que este párrafo del editorial es una muestra antológica del «energumenismo» que nos atribuye; que para quitarnos el monopolio del patriotismo, suponiendo que lo tuviéramos, el camino a seguir es muy fácil: proclamarse españoles, defender la unidad de España, sin fragmentarla en nacionalidades, y no avergonzarse de su bandera; que nosotros no hemos mandado a nadie a campos de exterminio, como el que «disfruta» el ex divisionario Manuel García, ni a hornos crematorios o fosas colectivas, como las de Katín o Paracuellos del Jarama, que igualmente podríamos imputar de análogas intenciones a quienes respaldan ideólogicamente a EL PAIS, si, al igual que el editorialista, careciésemos de escrúpulos; y que la noción del ridículo es polivalente, y así Galileo, al mantener una postura universalmente rechazada, aunque fuese la correcta, debió cubrirse de ridículo, según la teoría de EL PAIS; y es que a veces el ridículo es una consecuencia del testimonio de la verdad.

Pero tanta ofensa gratuita y en andanada, no anula nuestra moral. Dice EL PAIS que si no fuera por la gravedad de los hechos denunciados, Fuerza Nueva podría servir de tema a los humoristas. Pues bien, señor director, le aseguro que yo he pensado muchas veces que EL PAIS también ofrece en muchas ocasiones materia para poner el humor en ejercicio; y ésta, sin duda, es una de ellas.

Yo soy un hombre agradecido, señor director. Por eso, recordaré con gratitud su propuesta -porque propuesta es de algún modo- para que quien ahora le replica sea nombrado «emperador de Occidente». Le aseguro, con toda solemnidad y con la mano en el pecho, que tan pronto asuma tan elevadas funciones le nombraré a usted bufón de mi casa imperial.