18 noviembre 1948
El rey de Irán, Mohammed Reza Pahleví, repudia a su esposa egipcia, la princesa Fawzia Fuad

Hechos
El 18 de noviembre de 1948 se conoció el fin del matrimonio real iraní.
Lecturas
Cuando faltaban escasos meses para que se cumplieran los primeros diez años de matrimonio dinástico, el sha de Irán [Rey de Irán desde septiembre de 1941], Mohammed Reza Pahlevi [Pahlawi] ha conmovido a la opinión pública de su país y del extranjero al anunciar, por intermedio de la casa real que se ha separado de la emperatriz Fawziyah [Fawzia]. El motivo de esta real separación que se venía rumoreando desde hace algún tiempo, consiste en que Fawziyah, princesa egipcia, hermana del rey Faruk, no ha podido darle descendencia masculina a su imperial esposo.
Mientras Fawziyah se prepara para regresar a su país de origen, en Teherán se especula sobre la posible reacción de su eral hermano, el rey de Egipto, a lo que se considera, pese a todo, un desaire, y se comenta que emisarios de la corona han comenzado a espigar entre las casaderas de sangre azul como una sucesora que asegure la continuidad dinástica Pahlevi.
El Análisis
18 de noviembre de 1948. Se hace oficial lo que muchos en Teherán ya intuían: el matrimonio entre el Sha de Irán, Mohammed Reza Pahlaví, y la princesa egipcia Fawzia Fuad ha terminado. El romance que alguna vez fue símbolo de la alianza entre dos monarquías musulmanas se ha disuelto en frialdad, distancia y desencuentro. Ella, hermana del rey Faruq de Egipto, había llegado a Irán como una figura de elegancia occidentalizada; él, joven heredero de una dinastía impuesta por la fuerza, buscaba proyectar una imagen de modernidad dinástica. Pero detrás de las fotografías oficiales y los bailes de gala, nunca hubo ni pasión ni compatibilidad.
Mohammed Reza accedió al trono en 1941, tras la forzada abdicación de su padre, Reza Shah, obligado a ceder el cetro bajo presión británica y soviética en plena Segunda Guerra Mundial. Si su padre fue el soldado que impuso orden y orgullo nacional, el joven Sha parecía más inclinado a jugar el papel de monarca ilustrado con sueños de grandeza a la europea. Su proyecto ha sido claro desde el principio: “occidentalizar” Irán, alinear al país con las potencias aliadas y romper con los viejos moldes tradicionales. Sin embargo, hay algo de teatralidad en su estilo: más que un reformador pragmático, a veces parece un protagonista de película, deseoso de encarnar a un conquistador elegante, rodeado de lujo y mujeres deslumbrantes, mientras el país real continúa dividido entre la modernidad impuesta y la tradición resistente.
Este divorcio, entonces, no es solo una ruptura conyugal: es el símbolo de un Sha que prefiere rodearse de vitrinas relucientes antes que afrontar el difícil arte de gobernar. Fawzia regresa a El Cairo; Irán, en cambio, sigue bajo un trono que aún no ha demostrado si quiere ser reformador, cosmético o simplemente un actor en escena ajena.
J. F. Lamata