27 junio 2001

Derrota de la coalición derechista hasta ahora en el Gobierno, Fuerzas Democráticas Unidas

Elecciones Bulgaria 2001 – El Rey Simeón II gana las elecciones y se convierte en el primer ministro de la República

Hechos

Las elecciones de junio de 2001 dieron el triunfo para el Movimiento Nacional Simeón II.

19 Junio 2001

El rey que ganó

Editorial (Director: Jesús Ceberio)

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Las elecciones búlgaras han arrojado un resultado probablemente inédito en la historia de las democracias: un antiguo rey -depuesto por el extinto régimen comunista hace más de medio siglo- ha ganado unas elecciones generales, al borde mismo de la mayoría absoluta, con un movimiento político tan heterodoxo como improvisado, que se organizó hace apenas dos meses y cuyo núcleo duro está formado por jóvenes expatriados rescatados de los bancos de inversiones internacionales. El movimiento simeonista ha pasado como una apisonadora por la alianza gobernante de Iván Kostov, que ha acercado a Bulgaria a la UE y a la OTAN y ha estabilizado el país política y económicamente. Pero los frutos de la reforma no acaban de llegar a los bolsillos y su Unión de Fuerzas Democráticas ha adquirido notoria fama de corrupción durante el proceso de privatizaciones.

La victoria de Simeón -que debe haber inflado las velas de algunos aspirantes a recuperar tronos arrasados por las consecuencias de dos guerras mundiales- se explica mal con la lupa al uso. Representa, sobre todo, la culminación de una ruptura colectiva con el pasado y tiene mucho que ver con universos ideales acariciados durante generaciones. Desde la caída del comunismo, muchos búlgaros han visto al antiguo rey niño como un ilimitadoconseguidor, incontaminado y capaz de sacarles, con sus altos contactos, de la grisura de una situación que nunca ha acabado de romper.

Simeón de Bulgaria tiene que adoptar decisiones importantes de inmediato, entre ellas con quién se aliará para gobernar o cuál será exactamente su papel, puesto que, aunque no se ha presentado a diputado, la ley no le impide asumir la jefatura del Gobierno. Otras pueden esperar: su eventual concurrencia a las elecciones presidenciales de este año, que obligaría a cambiar la Constitución, o sus intenciones finales sobre la monarquía. Ha ofrecido gobernar en coalición a cualquiera que comparta objetivos tan ecuménicos como mejorar el nivel de vida, avanzar rápido hacia la UE y la OTAN y combatir la corrupción. Descartados los ex comunistas, quedan la UFD y el partido de la minoría turca, por su misma naturaleza quizá la opción más presentable.

Las ilimitadas expectativas depositadas en Simeón hacen factible el desencanto. Bajo el eslogan Creedme, el ex monarca ha prometido a ocho millones de búlgaros empobrecidos cambios sustanciales en 800 días. Pero su programa de libre mercado radical debe ser aplicado por un movimiento sin estructuras y prácticamente sin militantes, salvo losbrokers que lo han diseñado. Y con el riesgo añadido de que la inexperiencia política de los vencedores naufrague en un mar de funcionarios naturalmente ajenos al proyecto.

19 Junio 2001

Simeón de Bulgaria

Alfonso Ussía

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«El que resiste gana» es frase y sentencia que gusta mucho al maestro Cela. Las grandes y pequeñas heridas que la injusticia y la envidia procuran a lo largo de la vida cicatrizan con la resistencia. A pocos hombres he conocido con tanta capacidad de resistir como el Rey Simeón II de Bulgaria. A pocas personas he conocido con tanta esperanza sin sentido —ahora se comprueba que el sentido no era una ilusión vana—, como a este Rey niño exiliado que después de sesenta años de destierro es capaz de vencer en su país en unas elecciones democráticas. Los puristas recelan de la figura de un Rey que entra en el juego de las urnas. ¿Existía otra forma de demostrar que la mayoría de los búlgaros están de su lado?
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Simeón, después de los saltos desenraizados que siempre impone un exilio, echó raíces, y profundas, en España. Se casó con una española, y tuvo una pila de hijos que son, hoy por hoy, madrileños tan castizos como el marqués de la Valdavia, el inventor de los «Rodríguez» veraniegos. «Madrid, en verano, solo y con poco dinero, Baden-Baden». Sus hijos se casaron con españolas y España ha sido su Patria excepto en un rincón al final de la Avenida de Reina Victoria. Porque en la casa de Simeón de Bulgaria, lo primero y fundamental, aun en los años de mayor alejamiento y melancolía, era Bulgaria. Y su mujer, la Reina Margarita, aprendió a hablar en búlgaro, y sus hijos quebraban la comodidad de su idioma natal para oír y escuchar en boca de sus padres las palabras del idioma exótico y lejano de su vieja tierra.
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Después de sesenta años, Simeón podía haber elegido la comodidad y la distancia, pero su afirmación del deber pudo con todo. Siempre se mantuvo informado puntualmente de cuanto acontecía en Bulgaria, y como la entrañable «Villa Giralda» de Don Juan y Doña María, su casa estuvo abierta de par en par para todo ciudadano búlgaro que pasara por Madrid. Después del fracaso rotundo y perverso del comunismo, una buena parte de Bulgaria miró hacia España, y encontró lo que buscaba. Un búlgaro dispuesto a cumplir con sus obligaciones y arrinconar sus privilegios.
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Su retorno a Bulgaria resultó tan apoteósico desde la emoción popular, que las autoridades decidieron entorpecer todos sus movimientos. Un Rey expulsado por los comunistas con dos años de edad, por el solo hecho de resistir con dignidad todos los ataques, desaires, desafectos, calumnias, silencios e injusticias por parte del régimen tirano, devolvió la esperanza a un pueblo que terminaba de vencer su miedo a la opresión y principiaba a sufrir los efectos de la corrupción política y económica del poscomunismo. Viajes posteriores a Bulgaria le confirmaron a Simeón que su resistencia había valido la pena de sesenta años, y que su obligación estaba en la dificultad y no en la acogedora distancia.
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Pero las piedras en el camino, los trucos legales que le impedían participar en la formación del futuro de Bulgaria eran cada vez más infranqueables y frecuentes. Un hombre honesto es siempre un peligro para los corruptos, y más si el hombre honesto es el Rey. Poco a poco, fue desmontando todas las piezas que dificultaban su retorno, y finalmente se presentó a unas elecciones. ¿Qué va a hacer un Rey en unas elecciones?, se preguntaron algunos. Pues lo que ha hecho. Ganarlas abrumadoramente.
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A partir de ahora, el dilema. La capacidad de resistencia y la dignidad mantenida durante décadas por Simeón II de Bulgaria, reconocida en las urnas por la mayoría de sus ciudadanos, nos puede deparar la existencia de una figura nueva. Un Primer Ministro Rey. Si la corrupción y pobreza son derrotadas, y el prestigio internacional del coronado Primer Ministro se traduce en ayudas exteriores, ¿quién duda que, mediante un refrendo popular, la corona sea recuperada? Salió de Rey niño, vivió en el destierro de Rey exiliado, volvió de candidato, y ganó las elecciones. Se merece el premio a su tesón y amor por su Patria. Ha roto los argumentos republicanos. Bulgaria tendrá un gran Rey. El que siempre tuvo sin saberlo.

19 Junio 2001

Ciudadano Simeón

Eduardo Haro Tecglen

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Por dar algo de coherencia a este asunto del rey-ciudadano Simeón, elegido para formar gobierno en Bulgaria, se puede recordar el bonapartismo; pero no estoy seguro de que aquel gran movimiento francés tuviera coherencia. Las situaciones históricas sólo parece que la tienen cuando las escriben los historiadores, maestros de un excelente género literario de ficción, cada uno al gusto de sí mismo y de su contemporaneidad. Como los filósofos, los místicos y los monárquicos. Encajo a los monárquicos porque mantienen la enorme imaginación de los apellidos, y el de Sajonia-Coburgo-Gotha, que es el largo y explícito de Simeón, está predestinado. Este Simeón II salió de su país de niño, vino a España y recibió enseñanzas de Franco, amparo del exilio de los grandes señores de este mundo, Trujillos o Sajonias. Los bonapartistas llegaron a ser unos fascistas antes de que existiera la palabra; este simonismo tiene también una mezcla de creencia en la sangre y en la mano fuerte de los germanos. Oigo a un periodista búlgaro que lo explica diciendo que es ‘la última esperanza’. Desconfiad de las últimas esperanzas: concentran en un repente iluminado los rechazos a los sucesivos cambios que nos hacen desgraciados. El borbonismo fue esperanza rara en la curiosa transición, con igual inspiración franquista y el consenso de la izquierda no elegida: se va desarrollando en esta etapa tras una guerra a muerte cuando el neofranquismo estaba en la oposición.

Simeón II es ahora el ciudadano Simeón, o don Simeón, que va a formar un gobierno de coalición nacional, que también son peligrosos, para mostrarse por encima de los partidos, que es prerrogativa real, dado que su poder viene de Dios, según la favorable leyenda. Probablemente de este puesto saldrá para presentarse a las elecciones de presidente de la República con probabilidades de ganarlas, con lo cual la misma persona designada por Dios para reinar en Bulgaria lo será por el pueblo para presidir la República, y de esta unión hipostática (la de la naturaleza humana con el Divino Verbo) se podrá ver algo extraño. Aquí es un milagro cotidiano: lo que pasa es que los milagros de cada día terminan por no advertirse, incluso por parecer fastidiosos y negativos.

19 Junio 2001

La victoria de un compromiso

Hermann Tertsch

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Hay quienes ya han reaccionado con desolación ante la abrumadora victoria del ciudadano búlgaro Simeón Sajonia-Coburgo en las elecciones parlamentarias en su país. Es lógico que así sea entre los líderes y votantes de los dos partidos que han sido arrollados por la nueva formación triunfadora, dirigida por un rey que ha estado casi seis décadas en el exilio. Tienen razones para lamentarse tanto la Unión de Fuerzas Democráticas (UDF), que ha dirigido el país durante los cuatro pasados años con un Gobierno de centro-derecha -y con considerables éxitos-, como el Partido Socialista, heredero de quienes lo gobernaron durante más de cincuenta.

Tiene -aparentemente- poco sentido que, también fuera de Bulgaria, haya tantos ‘analistas’ que han reaccionado con abatimiento. Tiene lógica. Se les ha roto una pieza más de su maltrecho molde en el que embutían los hechos, pasados y presentes, para que éstos no desmintieran sus simplezas ideológicas. En todo caso, la victoria de Simeón es una increíble cabriola de la historia y ha sorprendido a todo el mundo.

Para entender lo sucedido hay que tener una mínima noción de lo que ha sucedido en Bulgaria durante cuatro generaciones. A la caída del implacable régimen comunista siguieron años de intoxicación ‘democrática’ por parte del aparato heredero del régimen extinto que generaron nuevas formas de represión de las libertades e igualdad de oportunidades, como son la cleptocracia, los centros de poder de las mafias y la postración que impone a los ciudadanos la elección entre la criminalidad -de cuello blanco, azul o muy sucio- y la miseria.

La UDF ha cosechado muchos logros en estos años en su esfuerzo por anclar a Bulgaria en el sistema económico europeo. Pero no logró romper la tendencia del (des)ánimo social búlgaro hacia la apatía y resignación, hacia la triste convicción de que su país está condenado a vivir bajo el miedo y las privaciones impuestas por una nueva variante de nomenclatura de los más poderosos y menos escrupulosos. Es ahí donde irrumpe la figura de Simeón con una propuesta general de retorno a la ética. Inquietó desde un principio. El primer ministro Iván Kostov logró abortar el intento de Simeón de presentarse a las elecciones presidenciales próximas. Se rompió la mano por fastidiar al capitán. Ha logrado salvar la reelección de su presidente y rival y hundirse personalmente.

El vago programa electoral de la Alianza Nacional, creada hace sólo dos meses, no se diferencia de los postulados de la UDF. También el partido de la minoría turca puede compartir los mismos objetivos. Es de esperar que el nuevo Gobierno sea amplio y plural. Desde luego, si algún nostálgico quiere plantear hoy la opción monárquica, será Simeón quien lo calle.

La victoria de la Alianza electoral de Simeón es un éxito de la credibilidad y del compromiso de alguien en el que una mayoría no ve otro interés que el de ayudar a los búlgaros a salir de su triste situación de desamparo. Con exquisito respeto a las instituciones republicanas y vocación integradora, Simeón es ya la esperanza de un país que no tenía. Ninguna. Ahora queda lo más difícil. Y la posibilidad del fracaso y el desengaño. Pero si Simeón lograse que la esperanza cuajara en realidades, nadie excluya que los búlgaros quieran algun día institucionalizar a la autoridad integradora que ya hoy representa el vencedor de las elecciones. Como zar.

23 Junio 2001

Simeón

Vicente Verdú

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El triunfo de Simeón II en las elecciones de Bulgaria es algo más que una ópera bufa en un país menudo y marginal. Con frecuencia, la voz de los más pobres sirve como indicio de un sentir que va contagiando el mundo, y la exaltación de Simeón II representa menos la victoria de una determinada facción que el éxito de una creciente quimera: el ascenso del sueño apolítico sobre la política real.

El capitalismo de ficción provoca estos efectos especiales. Los ciudadanos búlgaros han pasado del horror del partido único a la partitocracia, pero en una y otra fase la corrupción ha sido la crema segregada por el régimen, el jugo pestilente que ha desprendido la política. Lo que han votado los búlgaros ha sido, por tanto, lo otro, la nada, la inodora abstracción de un zar.

Los reyes, los zares, una vez reciclados por el paso de la historia, pierden su composición y emergen como símbolos netos. No prometen reducir el desempleo ni crear viviendas sociales; no programan controlar la inflación ni reducir el deficit público. Los zares reciclados son criaturas puras, sin siquiera proyectos de bienestar. Más bien al revés: ellos son todo el Bien.

Simeón II no es en consecuencia una entidad real llegada para resolver cuestiones materiales, sino un ser suprarreal elegido para sublimar las penas. En medio del caos de Bulgaria, es imposible que este rey venga destinado a promulgar decretos o propagar ideologías. Su intervención es de otro orden: es de un orden melancólico e imaginario. Un orden insensato, fuera de la razón y de la historia, fuera de las circunstancias y de la geografía, porque así, liberado de referencias concretas, es como Simeón alcanza a ser munífico.

Bulgaria, como otros lugares del planeta, desde Angola o Kenia a Singapur, han adoptado formas democráticas que han multiplicado la injusticia y la desigualdad. La democracia fue en esos lugares la coartada de los logreros, el sortilegio mediante el cual se han segado más vidas. Pero un rey reciclado no tiene nada que ver con la ignominia. Es la atemporalidad y la apolítica, el láudano que cambia el descrédito y la culpa real de la política por el sueño de su desaparición.

27 Julio 2001

Las legitimidades de Simeón II

Miguel Herrero Rodríguez de Miñón

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La trilogía de Weber es sobradamente conocida. El poder se legitima por el carisma de su titular, esto es por las excepcionales cualidades de su persona y acciones, por la tradición de la que es heredero o por la racionalidad de la ley. Y sabido es también que, a la altura de nuestro tiempo, la única racionalidad política válida es la racionalidad democrática, de manera que una legalidad ayuna de democracia es un cascarón vacío que nada legitima.

Los tipos ideales raramente se dan puros y aislados. El carisma ni rutinizable ni transmisible puede fortalecer una institución nueva o renovada y beneficiar a quien suceda al carismático fundador si es capaz de mantener una conducta ejemplar; la tradición, quebradiza en nuestros días, puede servir de apoyo al carisma y aun de herramienta a la democratización. Por ello, es frecuente que en una misma persona o institución confluyan varias fuentes de legitimidad o que una legitimidad sirva de acceso a otra. Así, el carisma del general De Gaulle consiguió en 1940 deshacer la legitimidad meramente legal de Vichy en nombre de la ‘legitimidad republicana’. Y, después, en 1958, incluso invocando una legitimidad histórica, renovar la propia legalidad republicana en nuevas formas de legitimidad democrática: la V República. En España, el heredero legítimo de una tradición rota desde tiempo atrás y, para muchos, olvidada y de una racionalidad legal no democrática, adquirió, como piloto del cambio y eficaz estrato protector de la democracia recuperada, la legitimidad carismática del ‘príncipe nuevo’ y abrió paso, primero, y afianzó, después, la legalidad racional de la Constitución democrática. En Camboya, por poner un ejemplo más remoto, la legitimidad tradicional del rey Norodón se ha bañado una y otra vez en el voto popular, movilizado por el carisma indudable del monarca, para promover y tutelar un sistema político de tipo legal-racional a la altura de las condiciones de tiempo y lugar. Creo que son estas categorías, así ejemplificadas, las que sirven para interpretar la victoria electoral de Simeón II y su acceso a la función de primer ministro de la República de Bulgaria.

El rey Simeón es portador de una legitimidad tradicional que el régimen comunista no consiguió eliminar del todo. Así lo demuestran las constantes y crecientes manifestaciones de adhesión popular al rey exiliado que se han sucedido desde la caída del comunismo. Manifestaciones que nunca han contado con la benevolencia de los gobernantes, ya fueran éstos de izquierda, herederos del régimen anterior, ya de una derecha allí, como en tantas otras latitudes, tributaria de lo que en su día denominé ‘síndrome de Horty’. Esto es, la opción de patrimonializar en beneficio de un sector, y frente al resto, los valores, así deformados, que la monarquía podría ofrecer a la nación como un todo.

Ahora bien, la experiencia ha demostrado que la legitimidad tradicional es insuficiente para substituir a la legalidad, ya sea ésta autoritaria, como en la Grecia de los coroneles, ya sea ésta democrática, como en la Grecia de Karamanlis. Y la legalidad racional, no se olvide, es también burocrática, con todas las inercias interesadas que ello implica. Por ello Simeón II no hubiera nunca recuperado el trono impugnando el referéndum- plebiscitario de 1946 y el régimen republicano que de él surgió.

Como rey, con mentalidad de ‘príncipe nuevo’, que ‘no se cuida de los nombres’, Simeón ha solicitado y obtenido de los búlgaros una legitimación electoral para gobernar democráticamente y en régimen parlamentario. Si el resultado de esta gobernación y del impulso de entusiasmo y renovación que su victoria en los comicios ha supuesto es positivo y se administra bien, el rey legítimo obtendrá los carismas necesarios para establecer un nuevo sistema racional democrático, cuya forma de Estado pudiera ser la monarquía parlamentaria. Una vez más, el príncipe nuevo recobraría la corona antigua.

Y no faltan a Simeón II cualidades personales de inteligencia, rigor y audacia para convertirse en figura carismática, no de una inmensa minoría, como lo es ya, sino del conjunto de la nación. Sólo falta que el carisma, por definición no rutinizable, pueda ser debidamente sucedido, primero por el propio Simeón convertido, tras una etapa de salvación nacional, de gobernante en árbitro (de Dux en Rex, diría Bertrand de Jouvenel); después por sus propios herederos. Lo primero es cuestión de capacidad; lo segundo de vocación.

La restauración búlgara sería, en tal caso, una réplica de la instauración de la V República francesa. Ésta fue del carisma a la racionalidad a través de la democracia. Aquélla sería la marcha desde la tradición, democráticamente avalada, a la legalidad democrática a través del carisma.

Sin duda el pequeño país balcánico tiene importantes problemas de todo tipo, económicos, políticos, sociales de profunda y común raíz moral. Si consigue resolverlos mediante semejante aleación de legitimidades se mostrará, una vez más que nada está proscrito ni prescrito para los pueblos y los hombres capaces de abrazarse a su destino. Algo que no depende de la ocasión afortunada sino de la permanente actitud. ¡Y eso sí que es fortuna!