30 octubre 2008
El presidente de ERC considera que el periódico del Vocento está en campaña contra su formación política
ERC pide que haya un ‘cordón sanitario’ contra ABC por haber publicado los gastos del coche tuneado de Ernest Benach

Hechos
El 30.10.2008 el Presidente de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) pidió un cordón sanitario contra el diario ABC.
Lecturas
Con D. Ángel Expósito como Director, el periódico ABC publica el 23 de octubre de 2008 que el presidente del Parlament de Catalunya, D. Ernest Benach (de ERC) usaba un coche valorado en 110.000 euros y gasta otros 20.000 euros en tunearlo, introduciendo en su coche un escritorio de madera a medida, un reposapiés y una TV de última generación.
El 27 de octubre de 2008 el Sr. Benach pidió disculpes y anunció que retiraba los extras de su coche.


25 Octubre 2008
El coche fantástico de Benach
¿A quién no le gustaría tunear su coche? David Hasselhoff, en aquella mítica serie de los ochenta, tenía un coche que hablaba e incorporaba los gadgets más abracadabrantes. Y Almodóvar, en «Mujeres al borde de un ataque de nervios», hizo famoso el Mambo Taxi, apoteosis del tuneado castizo-kitsch, con tapicería de leopardo sintético y chirimbolos casposos colgando por doquier.
Ha causado mucho revuelo que el tuneador o tunante Benach haya introducido estas mejoras en su coche a costa del contribuyente, que es tanto como si nos causara revuelo que un vampiro se mantenga lozano chupando la sangre de sus víctimas.
Si mañana supiéramos que un vampiro se mantiene lozano bebiendo horchata de chufa, o si nos enterásemos de que un político gasta la herencia que le dejó su abuela en tunear su coche, habría que dedicarles las portadas de los periódicos.
Pero que un vampiro desangre a sus víctimas para alimentarse o que un político ordeñe a los contribuyentes para pagarse sus caprichos es una rutina biológica: el depredador siempre vive a costa de sus presas.
Este caso reúne, sin embargo, particularidades que exceden la mera rutina biológica. A mí no me sorprende ni una pizca que el tuneador o tunante Benach haya mangoneado el erario para mejorar su coche; a mí lo que me tiene obnubilado es que se haya hecho instalar un escritorio y un reposapiés.
¿Para qué demonios querrá este buen hombre un escritorio y un reposapiés? A la legua se le nota que es ágrafo; y, por la pinta de echao p´alante que se gasta, no creemos que padezca gota.
El tuneador o tunante Benach, al elegir un escritorio y un reposapiés para su coche, se ha dejado traicionar por el subconsciente, como el novio de Falete cuando, reconstruyendo su secuestro ficticio, le dijo a la policía que el automóvil donde lo transportaron sus captores tenía colgado del espejo retrovisor un muñequito de El Fary.
Quizá Falete habría estado dispuesto a disculpar que su novio hubiese sacado el ídem de paseo y que, para ocultarlo, se hubiera inventado ese secuestro rocambolesco, ¡pero lo del muñequito de El Fary es que no tiene perdón de Dios!
Una cosa es que te pongan los cuernos con una pelandusca o pelandusco y que se inventen una coartada desquiciada para encubrir el desliz; y otra muy distinta es que, teniendo en casa a un señor de muchas arrobas y mucho cante, tengas fantasías necrófilas con El Fary, que estaba más escuchimizado que el espíritu de la golosina.
Al novio de Falete lo traicionó el subconsciente; y algo similar le ha ocurrido al tuneador o tunante Benach, sólo que sus fantasías -que también se ambientan en un coche- no son necrófilas, sino megalómanas.
El oficinista de medio pelo sueña con montárselo en una limusina con un par de conejitas de Playboy; pero tiene que conformarse con su coche angosto y su novia fondona, porque el dinero de los contribuyentes no subviene sus fantasías.
El tuneador o tunante Benach, a diferencia del oficinista de medio pelo, puede costearse sus fantasías a costa del contribuyente; y entonces, para sentirse el puto amo del mundo, una especie de Bush de las Ramblas, instala un escritorio y un reposapiés en su coche.
Así el tío puede, mientras el chófer le da un garbeo, rellenar la quiniela; y, una vez concluida tan ardua labor de escritura, repanchingarse con los pinreles encaramados en el reposapiés, como Bush se repanchingaba con Aznar en aquella foto famosa.
Si yo fuera Zapatero, en lugar de andar lloriqueando por las esquinas porque Bush no lo quiere incluir en esa Cumbre refundadora del capitalismo, me compraba unas cervecitas y le pedía al tuneador o tunante Benach que me permitiera repanchingarme en su coche oficial, con los pinreles encaramados en el reposapiés.
Y así, repanchingados ambos, podrían darse un garbeo por las Ramblas, sintiéndose los putos amos del mundo. Refundar el capitalismo tal vez no lo refundaran; pero al menos podrían echarse unas risas, a costa de los pobres pringados que reclaman en vano enseñanza en castellano para sus hijos, los mismos pobres pringados que apoquinan el dinero para que Benach tunee su coche y Zapatero deje encendidas por la noche las lámparas de palacio.


29 Octubre 2008
Derroche de dinero público
EL correcto uso de los fondos públicos es uno de los signos distintivos de un buen sistema democrático porque demuestra el respeto de los gobernantes por el dinero de los ciudadanos. Así de sencillo. Cualquier manejo abusivo o pródigo de ese dinero no sólo descalifica a quien lo perpetra, sino que además daña el crédito del sistema político ante la opinión pública. Por eso no basta con que los responsables políticos que han incurrido en dispendios inadmisibles a cargo del erario público acepten el error y hagan gestos de retractación, en la mayoría de los ocasiones forzados, insinceros e incompletos. Un sistema que no es capaz de purgar a quien malgasta el dinero público no puede reclamar el respeto de la sociedad. En los últimos días, ABC ha venido informando de la comisión de gastos injustificables por parte de ciertas autoridades autonómicas. El presidente del Parlamento catalán, Ernest Benach, pagó cerca de 20.000 euros para dotar a su lujosísimo coche oficial de simples caprichos -reproductor mp3, reposapiés de madera noble, un escritorio o un televisor- impropios de una inversión con dinero público. Por su parte, el presidente de la Xunta de Galicia, Emilio Pérez Touriño, quien dispone de una flotilla particular de hasta cuatro coches oficiales, ha dispuesto de dos millones de euros para reformar varias dependencias oficiales de su presidencia y, en particular, su despacho.
Con crisis económica o sin ella, estos gastos son un auténtico escándalo que ofende la dignidad de la función pública y el compromiso ético de los cargos políticos con la sociedad. Pero sucede que con una situación de crisis, desinversión y desempleo, estas noticias elevan el reproche al grado de malversación, aun cuando, por esas laxas interpretaciones de la ley penal, no sean técnicamente calificadas como tal delito. Existen organismos de intervención del gasto público, tribunales de cuentas y hasta una Fiscalía Anticorrupción, muy activa -como debe ser- contra los chanchullos de concejales y alcaldes, preferentemente del Partido Popular. Si en casos como el de los dos millones de euros de la reforma en las oficinas del presidente de la Xunta, o el de los 20.000 euros empleados para «tunear» el «coche fantástico» de Ernest Benach, no hay una mínima reacción institucional autónoma, es el Estado, bien sean sus instituciones centrales, bien sus comunidades autónomas, el que pierde legitimidad ante los ciudadanos. Ciudadanos a los que bien se encargan las administraciones públicas de recordar su condición de contribuyentes.
La nueva etapa socialista en el poder iba a ser la de las prácticas del «buen gobierno», definido en aquellas instrucciones aprobadas con todo tipo de alharacas -y difundidas con un desmesurado andamiaje de propaganda- por el Consejo de Ministros en febrero de 2005, que ponían en el umbral de las virtudes públicas la transparencia, la austeridad y la ejemplaridad. Ni Benach ni Pérez Touriño forman parte del Gobierno central, pero están donde están por el PSOE. Y a este partido incumbe, por sus pactos de gobierno, la responsabilidad de hacer efectivas esas recomendaciones éticas y de uso racional de los recursos públicos, que se caen por su base cuando suceden episodios como estas liberalidades dinerarias de políticos manirrotos. Los mismos políticos que luego, eso sí, exigen al Ejecutivo central que atienda las necesidades financieras de las comunidades autónomas con la transferencia de fondos que se reclaman para escuelas, hospitales e infraestructuras. No es sólo el valor del dinero lo que está en juego. Es también el valor del ejemplo ante una ciudadanía sacudida por los rigores de la crisis económica y escandalizada ante estos dispendios.
Quizás el problema sea más grave que el de una mala gestión de dinero público y lo que muestran estos casos de malversación -en el sentido que establece la RAE de «destinar caudales públicos a un uso ajeno a su función»- sea la mala calidad de la clase política en su conjunto. En particular, por el pobre sentido que tiene de la responsabilidad ética ante los ciudadanos, propiciado seguramente por un sistema que no se depura a sí mismo si no es con la gravosa y lenta intervención de los tribunales de justicia, o bien a golpe de escándalo informativo que obliga a los partidos políticos o al gobierno de turno a soltar lastre por puro cálculo electoral y de imagen. El «buen gobierno», sin siquiera necesidad de ampulosos y demagógicos códigos, sólo llegará cuando, con toda naturalidad, el político que malgaste el dinero de los ciudadanos deje su cargo oficial, pida perdón públicamente y se vaya a casa.


29 Octubre 2008
Los tunantes tuneantes
EL lenguaje da muchas sorpresas. Las palabras, como las escopetas, las carga el diablo. Quién le iba a decir al primero que usó el neologismo «tunear» que iba a acertar de tal manera con la condición de los que, andando los años, iban a conjugarlo con dinero público. Sabrán lo que era originariamente «tunear», castellanización del verbo inglés «tune», que significa «afinar». Tunear es modificar la mecánica, la carrocería, los asientos, el motor, el chasis o las tonterías del mueble-bar del salpicadero de un coche por razones de rendimiento, de estética y, sobre todo, de que el dueño pueda presumir tela. Hasta hay concursos de tuneo, que se dice en inglés «tuning», donde pueden verse horteradas como un Seiscientos travestido poco menos que de Rolls Royce, a base de mejorarlo con tonterías de toda clase. Echándole dinero, tú coges un Ford Fiesta y lo pones que ni un Lexus. ¿Será por presumir?
Pero ni el «tuning» en inglés ni el tuneo en castellano encontraron su verdadera raíz semántica española hasta que llegó el jardinero Benach con su coche tuneado y hasta que vino el galleguiño Touriño con el tuneíño de su cocheciño fantastiquiño, aparte del despacho que ahora se ha hecho, como una novela de Savater: donde pueden correr caballos. Porque en este punto, oh maravilla, el lenguaje español, en su aparente traición, en su evidente peligro de las palabras mortalmente cargadas de sentido, hizo explosión en toda su grandeza. No hay que recurrir al inglés. Lo que hacen estos tíos mangones con los coches o con los despachos viene en el Diccionario de la Real Academia.
Dicen que esos coches y que esos despachos los han tuneado. ¿Y usted sabe, en buen castellano, qué significa «tunear»? Pues exactamente lo que hacen Benach y Touriño con su dinero y con el mío. Dice el DRAE que tunear es «hacer vida de tuno o pícaro». ¿En quién estarían pensando los académicos cuando redactaron esta entrada? Parecen adivinos más que académicos, porque estos dos tíos mangones se dedican a eso, a hacer vida de pícaros. En su vida se han visto en otra: no hay nada más peligroso que un pobre harto de sopa que, llegado al techo máximo de su incompetencia, se pone a tirar el dinero y es que no para hasta que se acaba, y cuando se termina, pide un crédito extraordinario con cargo a los presupuestos del año que viene.
Proclamo, pues, solemnemente, apoyado por los máximos argumentos de la lengua española, que tanto Benach como Touriño no son tuneantes, sino unos tunantes, que no es lo mismo. En andaluz a estos tipos se les llama con una palabra preciosa, «tunela», tal como documenta Alcalá Venceslada en su «Vocabulario andaluz»: «Este chiquillo es un tunela». Pues este chiquillo que habla gallego y este chiquillo que habla catalán, en andaluz son dos pedazos de tunelas que menos mal que están en las regiones periféricas, porque si llegan a andar por Madrid, capaces son de coger el Congreso de los Diputados y, tuneando o tunanteando, convertirlo en el mismísimo Partenón, llevándose las columnas a su casa.


29 Octubre 2008
Tunear el capitalismo
LA moda es el tuning, españolizado como tunear. Que no consiste en «hacer vida de tuno, proceder como tal», según dice la Academia, o sí, que diría el otro. Hacer tuning es poner a punto, se supone que un coche, pero el término ha agrandado su campo semántico a partir de la fiebre tribal de los retoques automovilísticos, hasta convertirse en sinónimo de personalizar, maquillar, rediseñar o redecorar algo a base de accesorios y complementos. La extensión léxica se produjo primero por el campo de la cirugía plástica, y así se decía que una mujer se había tuneado los pechos, los labios o los glúteos, pero ya todo el mundo se tunea cualquier cosa. No sólo Benach, el jardinero desclasado, que se ha tuneado el coche oficial porque quizá le parecía poco lujoso, añadiéndole escabel, escritorio de madera noble, televisión y otros adminículos igualmente proletarios que ha tenido, pobre, que desmontar porque la opinión pública se ha vuelto quisquillosa. El tuneo es un fenómeno social, un uso en boga, un must imprescindible entre la clase dirigente. Los banqueros -algunos- tunean los balances para ponerlos guapos ante los inversores. Solbes tunea los presupuestos para adaptarlos al gusto de los nacionalistas. Bono se tunea la cabellera con implantes para rejuvenecer su imagen institucional. Touriño tunea sus despachos de poder para ponerse más cómodo. Coalición Canaria tunea su ideología para embellecer el trinque con aditamentos de anhelo independentista. Y Zapatero, que como buen posmoderno es un auténtico especialista en tuning -¡si hasta quiso repintar a los batasunos de hombres de paz!-, pretende ir a Washington, la capital del imperio, a tunear el capitalismo.
-¿El capitalismo? ¿Y eso cómo se hace?
Habrá que verlo, pero en principio da la impresión de que le van a volver a pintar la cara con maquillaje socialdemócrata. Capitalismo con rostro humano le llaman, capitalismo del siglo XXI, capitalismo versión tres punto cero. Regulación de los mercados e inyecciones de líquido, que parece el modo de tunear el intervencionismo y las nacionalizaciones. Y todo ello con la ayuda financiera de China, que había empezado tuneando por su cuenta el comunismo y ahora es la esperanza blanca de los tuneros capitalistas, como Sarkozy o Brown, que se han quedado sin fondos para completar el retoque.
-¿Y Zapatero también se va a tunear?