26 octubre 1967

Era rey de Irán desde el año 1941 tras la abdicación forzada de su padre por los países ganadores de la Segunda Guerra Mundial

Fastuosa coronación en Irán de su jefe de Estado Reza Pahlevi como «Sha de Persia», una de las monarquías más milenarias del mundo

Hechos

El 26 de octubre de 1967 el Jefe de Estado de Irán, Mohamed Reza Pahlevi fue coronado como Sha de Persia.

Lecturas

En 1959 había sido la boda del rey de Irán.

El día 26 de octubre de 1967 Mohamed Reza Pahlevi se autoproclamó sha de Persia en una fastuosa ceremonia de coronación. La reforma del país, la llamada revolución blanca, que el monarca inició en 1962, debía convertir a Irán en un moderno estado industrial. 

Según la tradición, la coronación del soberano de Persia (desde 1934 Irán) se producía años después de acceder al trono. Así, Mohamed Reza Pahlevi esperó hasta estar convencido de que su poder y sus reformas habían sido aceptadas por el pueblo. Además, desde 1960 contaba ya con un heredero, nacido de su matrimonio con Farah Diba.

El redactor jefe de la revista española ¡HOLA! D. Jaime Peñafiel negoció un reportaje especial de la coronación no centrado tanto en el sha, sino en su nueva esposa, Farah Diba, en el número del 4 de noviembre de 1967. Farah Diba se convirtió en una de las figuras predilectas para ¡HOLA! junto a Grace Kelly de Mónaco, siendo el Sr. Peñafiel su principal enlace con la publicación española. 

Las fastuosas celebraciones y el hecho de estar respaldado por una historia gloriosa tenían como finalidad legitimar el poder de Reza Pahlevi y, sobre todo, estabilizarlo. Pahlevi se ciñó personalmente el cinturón de la coronación, recibió a continuación el manto bordado en oro y la espada del reino y se colocó la corona Nadir (de 14.000 quilates) tocada con una pluma de pavo real blanca. Seguidamente coronó a su esposa Farah Diba, y en un breve discurso prometió llevar el progreso al pueblo iraní.

Sin embargo, el esplendor de la ceremonia de coronación no hizo más que maquillar los graves problemas internos del país.

Desde hacía años creía la oposición contra las reformas impulsadas por el sha, que se basaban en los modelos occidentales. A principios de los años sesenta, el soberano había provocado el recelo de muchos iraníes tradicionalistas la llamada revolución blanca. El conjunto de reforma comprendía, entre otras medidas, la introducción de derechos políticos para las mujeres, una reforma agraria y la ampliación de la sanida. Irán, que contaba con ricas reservas de petróleo, se apoyaba económicamente en Occidente, manteneindo una relación especialmente significativa con Estados Unidos, que tanto por razones económicas como estratégicas mostraba gran interés por la estabilidad de la situación política en el golfo de Persia.

El lujoso estilo de vida y el gobierno autoritario del sha proporcionaban a la oposición suficientes motivos para cambiarlos mediante la movilización de las masas. La ‘occdientalización’ de la sociedad iraní levantaba voces críticas cada vez más intensas y, pese a la riqueza que proporcionaban el petróleo y las profundas reformas agrarias, la gran mayoría de los iraníes vivía en la pobreza. El sha invertía los ingresos estatales en industrias que reportaban prestigio en lugar de mejorar el nivel de la población. Además los cricientes niveles de la corrupción en la industria y la burocracia aumentaron el malestar general del pueblo. En el año 1978 la insaisfacción popular alcanzaría su punto álgido, con sangrietos disturbios que sacudieron el país. El sha nombró un gobierno militar para intentar poner fin a una situación que presagiaba una guerra civil.

Ni siquiera los militares pueden garantizar el mantenimiento del poder de Reza Pahlevi.

En 1978 comenzó una oleada de protestas en Irán. 

El Análisis

La coronación del Sha: entre el esplendor y la fractura

JF Lamata

Mohamed Reza Pahlevi se coronó a sí mismo sha de Persia en una ceremonia digna de los antiguos aqueménidas, rodeado de lujo, historia milenaria y un desfile de líderes mundiales que abarcaban desde la realeza europea hasta dictadores del bloque comunista. Era el punto culminante de una estrategia cuidadosamente planificada para legitimar su poder y dar continuidad a la ambiciosa “Revolución Blanca” iniciada en 1962. Bajo su liderazgo, Irán conoció avances palpables: se impulsó la educación, se concedieron derechos políticos a las mujeres, se reformó la estructura agraria y se tendieron puentes con el capital occidental. El Sha soñaba con un Irán moderno, industrial y admirado por Occidente. La imagen de su esposa, Farah Diba, elegante y educada en París, era el símbolo visible de ese sueño.

Pero el esplendor de la ceremonia y la retórica del progreso no lograban ocultar la profunda fractura social que se gestaba bajo la superficie. La occidentalización forzada del país, el desprecio por los valores religiosos tradicionales y la represión sistemática contra estudiantes, disidentes y clérigos avivaban un descontento que crecía día a día. Mientras el petróleo alimentaba un crecimiento macroeconómico, la pobreza seguía siendo la norma para la mayoría de la población. La corrupción, el lujo ostentoso de la corte y el autoritarismo crecían al mismo ritmo que el malestar. La coronación de 1967, con todo su oro y sus cámaras, pretendía mostrar a un país moderno, pero también evidenció que aquel trono, por muy antiguo que fuera, descansaba sobre un terreno cada vez más inestable. La historia demostraría, pocos años después, que ni coronas ni coronaciones podían frenar el descontento de un pueblo que ya comenzaba a exigir algo más que promesas envueltas en seda.

J. F. Lamata