7 abril 2011
El director de EL MUNDO, Pedro J. Ramírez, pidió disculpas en twitter
Indignación en EL PAÍS y sectores feministas por un artículo de Sostres en EL MUNDO ‘humanizando’ al asesino de una mujer
Hechos
El 7.04.2011 D. Salvador Sostres publicó en EL MUNDO el artículo ‘Un chico normal’, que motivó que el diario EL PAÍS publicara en su portada del 8.04.2011 que crecía el machismo.
Lecturas
El 5 de abril de 2011 los telediarios informan del asesinato de Viorela Alexandra Moldoban de 19 años a manos de su esposo Dorel Moldoban, de 21 años, en un ataque de ira tras saber que el hijo que esta esperaba no era suyo. La pareja de jóvenes ciudadanos rumanos vivían en Torrejón de Ardoz.
D. Salvador Sostres Tarrida publica un artículo en El Mundo el 7 de abril de 2011 sobre el caso considerando que Dorel Moldoban no tiene justificación y que debe ir a la cárcel, pero que no es ningún monstruo, sino un ser humano normal que ante un shock se rompió “donde todos podríamos rompernos”.
El artículo crea a lo largo del día multitud de protestas en redes sociales en quienes consideran que es un texto que hace apología de la violencia de género. El director de El Mundo, D. Pedro J. Ramírez Codina ordena la retirada del artículo de la edición digital y pide disculpas por no haberlo retirado de la edición impresa del día 7. “Ayer fallaron nuestros controles. Vuelvo a pedir disculpas”.
El 8 de abril de 2011 el periódico El País que dirige D. Javier Moreno Barber (principal competidor de El Mundo) dedica portada y reportaje a acusar a El Mundo y al Sr. Sostres Tarrida de estar fomentando el crecimiento del machismo. D. José María Izquierdo Rodríguez, en un artículo en El País niega que ‘fallaran’ los controles considerando que el Sr. Ramírez Codina ya debía conocer el machismo del Sr. Sostres Tarrida.
Un mes después, como gesto de desafío, D. Salvador Sostres Tarrida publica un artículo para humanizar a una mujer asesina titulado ‘Una mujer normal’. Al contrario que con el otro, en esta ocasión no causó ninguna protesta ni escándalo.
En lo que respecta a Dorel Moldoban será condenado a 16 años de cárcel por el asesinato el 31 de enero de 2014.
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El director de EL MUNDO, D. Pedro J. Ramírez, se disculpa en twitter por no haber censurado el artículo:
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07 Abril 2011
UN CHICO NORMAL
El chico rumano de 21 años que ha estrangulado a su novia embarazada, también rumana, de 19, «era un chico normal», según han dicho de él sus vecinos y conocidos. «Discutían como cualquier pareja», ha explicado la madre de la víctima. Después de cometer el crimen -o de presuntamente cometerlo, hasta que no se celebre el juicio-, el chaval, horrorizado por lo que había hecho, telefoneó a su padre a Rumanía y le mostró el cadáver de su novia muerta a través de una webcam.
Porque un chico normal de 21 años que está enamorado de su novia embarazada es normal que pierda el corazón y la cabeza, el sentido y el mundo de vista, si un día llega a casa y su chica le dice que le va a dejar y que, además, el bebé que espera no es suyo.
Ni puedo justificar ni justifico un asesinato, ni cualquier forma de maltrato, tenga consecuencias más leves o más graves. No pienso que haya causas morales que puedan justificar matar a alguien, ni que puedan servir siquiera de atenuantes en el juicio. Digo que a este chico le están presentando como un monstruo y no es verdad. No es un monstruo. Es un chico normal que se rompió por donde todos podríamos rompernos.
Porque hay muchas formas de violencia, y es atroz la violencia que el chico recibió al saber que iban a dejarle y que el niño que creía esperar no era suyo. No te causa la muerte física, pero te mata por dentro y aquel día algo de ti muere para siempre. No justifico lo que hizo, ni creo que se pueda justificar, pero no es un monstruo: es un chico normal sometido a la presión de una violencia infinita, una violencia que no por no ser física es menos violenta; un chico que luego tuvo una reacción terrible, inaceptable e inasumible, criminal, y que no sólo terminó con la vida de su novia y la de la criatura que esperaba, sino que terminó, en cierto modo, con la suya propia.
Espero que, si algún día me sucede algo parecido, disponga del temple suficiente para reaccionar quemándome por dentro sin que el incendio queme a nadie más. Pero me reconozco en el dolor del chico, en su hundimiento, en su caída al fondo de sí mismo oyendo las explicaciones de su novia. Me reconozco en su desesperación, muy normal y nada monstruosa: en su herida, en su desgarro. Quiero pensar que no tendría su reacción, como también lo quieres pensar tú. Pero, ¿podríamos realmente asegurarlo? Cuando todo nuestro mundo se desmorona de repente, cuando se vuelve frágil y tan vertiginosa la línea entre el ser y el no ser, ¿puedes estar seguro de que conservarías tu serenidad, tu aplomo?, ¿puedes estar seguro de que serías en todo momento plenamente consciente de lo que hicieras?
Que la justicia dicte su sentencia y que sea tan severa como tenga que ser. Ante un asesinato no hay causas morales. Pero este chico no es un monstruo. Es un chico normal disparado al centro de su querer, arrancado a la vez de su novia y de su hijo, sometido a una violencia brutal que al no ser física nunca se considera, pero que ahoga y machaca lo mismo que cualquier otra violencia.
Hay muchas formas de violencia. La mayoría de los que escriben y leen sobre sucesos ignora cómo a veces el amor se convierte en escoria y en desgracia y se abraza desesperadamente a la tragedia.
Salvador Sostres
08 Abril 2011
NO FALLARON LOS CONTROLES, NO
Se disculpaba ayer el director de EL MUNDO, Pedro J. Ramírez, de que su periódico hubiera publicado la columna de Salvador Sostres que desató la polémica que aquí han visto reflejada. «Fallaron los controles», dijo. Me va a permitir Ramírez que discrepe. Los artículos de Salvador Sostres son siempre, un día tras otro, del mismo cariz que el publicado ayer. En unos, es verdad, se despelleja y en otros se desuella. Sostres es un provocador, faltón y virulento. Y lo es en cualquier circunstancia. Y desde hace muchos, muchos años, como se puede comprobar si usted teclea «Sostres» en Google.
Y es precisamente por eso, por su profesionalidad en el ejercicio de lo soez, por su desvergüenza desafiante, por lo que el director de ese medio le dio acomodo destacado en sus páginas. Y no solo le alquiló una columna, sino que, además, con todo el desparpajo que resulta de la suma del desparpajo de cada uno de ellos, le permitió, durante semanas y meses, que opinara sobre lo divino y lo humano. Confiar a Salvador Sostres, cuya fama le precede, una columna política para hablar de ETA o de Rubalcaba solo puede ser para que escriba sobre ETA y Rubalcaba lo que el director quiere leer, y con agrado, en su periódico.
No fallaron ayer los controles, no. El 19 de febrero de 2011, la periodista de EL MUNDO Lucía Méndez escribía lo siguiente en una columna: «En España hay cantidad de hombres que escriben en los diarios -en este, sin ir más lejos- cuya visión de las mujeres es clavada a la del primer ministro italiano. O putas o amas de casa o monjas (…) ¿Para qué, si no, vamos a la peluquería, nos hacemos la manicura, nos ponemos wonderbra para parecernos a Ruby y nos calzamos unos tacones que destrozan los pies? Para gustar a los hombres, verdadera finalidad berlusconiana de la existencia de las mujeres. Los émulos de Berlusconi son como él, no se cortan un pelo, carecen de vergüenza, creen que pudor es una marca de detergente…». Y es que el día antes, Salvador Sostres había publicado esto: «Podríamos decir que hablar del físico de una mujer no es denigrarla, sino más bien reconocer el esfuerzo de horas y días, de dieta, vestuario, maquillaje y gimnasio que hacen para gustarse y gustarnos».
No, no. No fallaron los controles. Salvador Sostres ha escrito muchas, muchísimas columnas en EL MUNDO porque su director, Pedro J. Ramírez, ha considerado oportuno publicarlas. Lo mismo que Isabel San Sebastián lleva a Salvador Sostres a las tertulias de TELEMADRID, que pagamos usted y yo, para que Sostres diga las cosas que dice Sostres.
Tecleen Sostres en cualquier buscador, incluido el de este periódico, precedido de las palabras El Ojo Izquierdo. Por ejemplo
José María Izquierdo
07 Abril 2011
CARTA A PEDRO J. RAMÍREZ DE 125 TRABAJADORES DE EL MUNDO
Pedro J. :
Hace tiempo que el columnista de EL MUNDO Salvador Sostres ha traspasado los límites de lo que se puede publicar en un periódico sin atentar contra el sentido común. Pero la columna que firma hoy, titulada «Un chico normal», no sólo es repugnante por su contenido sino que debiera ser objeto de estudio por parte de los psicólogos, porque roza la apología de la violencia de género.
El 17 de noviembre pasado te hicimos llegar un comunicado, firmado prácticamente por toda la Redacción, en el que mostrábamos nuestro rechazo hacia unas declaraciones que Salvador Sostres había realizado en TELEMADRID, durante una pausa publicitaria, porque las considerábamos sexistas y racistas. Su columna de hoy es la gota que colma el vaso de lo permisible, y creemos que EL MUNDO y EL MUNDO.es no deben dar cabida a opiniones como las que él acostumbra a escribir.
Por ello, te pedimos que desde hoy mismo prescindas de su colaboración. A él no le sorprenderá, porque estará acostumbrado: varios diarios de Barcelona y Radio Nacional dejaron de contar con su colaboración en cuanto se percataron de lo que solía decir. En contra de lo que sostiene Sostres, en la violencia machista no hay descontrol de la ira. Hay afán de dominación. Una bofetada, una humillación, un estrangulamiento, responden a una cultura aprendida desde siglos que algunos hombres exteriorizan con violencia. Alguien que agrede a su mujer no es «normal».
Mientras en este país la apología del terrorismo siga siendo delito, entender un crimen, como afirma Sostres en su columna, debería estar perseguido por la ley. Salvo que una violencia que el año pasado acabó con 76 vidas sea considerada violencia de segunda categoría, nada justifica que quien entiende el crimen machista no responda ante los jueces. ¿Qué pasaría hoy en España si un articulista hubiera entendido un asesinato de ETA?
EL MUNDO siempre se ha caracterizado por dar voz a las víctimas. Por ellas, por las mujeres muertas y por las que mueren en vida todos los días al pairo de esta lacra con voceros, los trabajadores y trabajadoras de EL MUNDO te pedimos que nuestro periódico no vuelva a permitir una agresión a los inocentes desde sus páginas.
La mayoría de los firmantes de este escrito somos periodistas y, como tales, defendemos la libertad de opinión y de expresión como un derecho constitucional que todos tenemos. Pero ese derecho no deber servir a nadie como excusa para hacer apología de vilezas y comportamientos que provocan el rechazo de la inmensa mayoría de la sociedad, como hace con demasiada frecuencia Sostres.
No hace falta que te recordemos la larga lista de exabruptos que Sostres ha aireado en sus columnas desde que empezó a publicar en EL MUNDO y EL MUNDO.es, porque convertiría este escrito en interminable.
Has pedido disculpas a los lectores a través de un mensaje en twitter, y nos parece bien, pero creemos que esta vez tienes que dar un paso definitivo.
En nuestro escrito anterior pedíamos que la empresa reflexionara si estos comentarios deben tener cabida en nuestro periódico. Hoy te pedimos que Sostres no vuelva a escribir en ninguna publicación del Grupo Unidad Editorial.
12 Abril 2011
Entre el robo y la censura
Cosas veredes (por cierto: expresión que jamás figuró en el Cantar de Mío Cid, que conste): mientras un periódico británico confiesa que sí, que se dedicó a pinchar teléfonos de nobles y famosos como si hubiese sido un Sitelito privado para robarles la información, en otros lugares se plantea de forma cada día más acuciante la exigencia de publicar menos cosas, de expurgarlas incluso de lo ya publicado. De establecer la censura, aquello que hace 40 años nos hacía sufrir, pero esta vez en nombre de ideas nobles: los derechos de las minorías, la corrección política…
El robo ha sido el de News of the World, el semanario, tabloide en todos los sentidos, de Rupert Murdoch. Logró intervenir teléfonos móviles y publicó lo que no tenía derecho a publicar. Le va a costar una millonada en los tribunales y fuera de ellos. Es justo.
De las informaciones que nadie debería haber publicado a las opiniones condenadas por doquier y que quizá habría que hacer desaparecer de las hemerotecas. En esta casa hemos vivido la semana pasada un nuevo episodio, otra vez protagonizado por el columnista Salvador Sostres, esta vez repudiado no sólo desde fuera, sino por una gran parte de la Redacción de EL MUNDO, que así lo expresó en un escrito después de publicarse un comentario suyo sobre el asesinato de la webcam afirmando que el autor es un criminal merecedor del más severo castigo, pero no un «monstruo» sino «un chico normal que se rompió por donde todos podríamos rompernos».
Esas opiniones pueden ser hirientes, chocantes, profundamente rechazables, pero… ¿impublicables, delictivas, causa de despido?
Se podría argumentar que el «monstruo» es a menudo un loco irresponsable, y que más vale que una persona sea considerada psicológicamente normal para poder ser juzgada y condenada como culpable de asesinato. Pero también se reprocha al columnista no reconocer que se trata de un crimen de género, de posesión de la persona más débil, y de eso no se puede hacer apología.
¿La hacía Sostres? Nos parece que, salvando las distancias evidentes en cuanto a a calidad literaria, ni más ni menos -o sí: menos- que grandes dramaturgos que narraron crímenes pasionales (Shakespeare, en Otelo…) o crímenes de honor (Calderón, en El médico de su honra…) que al final eran asesinatos de mujeres por sus parejas. Hoy no se aceptan tales categorías: todo es violencia de género. No es arriesgado predecir que acaben siendo prohibidas esas obras, metafórica y aun físicamente quemadas, como en EEUU obligan ya hoy algunos a borrar la palabra nigger de las obras de Mark Twain. Los que luchamos contra la censura asistimos hoy, atónitos, a su resurrección. Correctísima, eso sí.
14 Mayo 2011
Una mujer normal
Emiliana G. P., la mujer que en 2006 asesinó a su marido acuchillándolo, ha sido hallada «no culpable» por un jurado popular, después de que explicara que la víctima la llevaba maltratando 28 años. Durante los dos juicios que contra ella se han celebrado, en ningún momento ha negado los hechos, aunque sí ha dicho que hizo lo que hizo de forma inconsciente.
Fue un arrebato, me lo creo. Y también me creo los 28 años de maltrato. Y reconozco el valor de que, pese a todo, mantuviera a la familia unida pensando en sus hijos. Emiliana es una mujer normal. Porque una madre que quiere a sus hijos, y que por ellos ha aguantado una humillante eternidad de maltratos, una mujer que ha luchado por su familia pese a haber sido vejada y golpeada durante 28 años, es normal que pierda el corazón y la cabeza, y que un día no pueda más y acabe matando de una cuchillada a su marido. Y esto es lo que, en resumen, han venido a concluir los dos jurados populares que se han ocupado del caso.
Ni puedo justificar ni justifico un asesinato, ni que cualquier forma de maltrato tenga consecuencias más leves o más graves. Sólo digo que Emiliana no es culpable. No es un monstruo. Es una mujer normal que se rompió por donde todos podríamos rompernos. Espero que, si algún día me ocurre algo parecido, pueda contenerme y tener una reacción que no implique ninguna violencia.
Hay muchas formas de violencia y es atroz la violencia que Emiliana recibió durante 28 años. No le causó la muerte física, pero en cada uno de aquellos días algo de ella se fue muriendo por dentro. No justifico lo que hizo, ni creo que se pueda justificar, pero no es culpable: es una mujer normal, una mujer normal sometida a la presión de una violencia infinita, una violencia que no por no matar es menos violenta; y aunque luego tuvo una reacción terrible, hay que tomar en consideración que la tuvo como consecuencia de su vida también muy terrible.
Espero que, si algún día me sucede algo parecido, disponga del temple suficiente para reaccionar quemándome por dentro sin que el incendio queme a nadie más.
Pero me reconozco en el dolor de la mujer, en su hundimiento, en su caída al fondo de sí misma durante cada uno de los maltratos de su marido. Me reconozco en su desesperación, muy normal y nada culpable: en su herida, en su desgarro.
Quiero pensar que no tendría su reacción, como también lo quieres pensar tú. Pero ¿podríamos realmente asegurarlo?
Cuando todo nuestro mundo se desmorona sistemáticamente, cuando se vuelve frágil y tan vertiginosa la línea entre el ser y el no ser, ¿puedes estar seguro de que conservarías tu serenidad, tu aplomo?, ¿puedes estar seguro de que serías en todo momento plenamente consciente de lo que hicieras?
Emiliana ha sido con toda justicia declarada «no culpable». Es una mujer normal con la dignidad acribillada por su propio marido, sometida a una violencia brutal que, al no haberle causado la muerte, no se percibe como tan grave, pero que ahoga y machaca lo mismo que cualquier asesinato.
Hay muchas formas de violencia. La mayoría de los que escriben y leen sobre sucesos ignoran cómo a veces el amor se convierte en escoria y en desgracia, y se abraza desesperadamente a la tragedia.