23 mayo 1991

Martín Prieto y José Luis Gutiérrez respaldan desde DIARIO16 a Tusell

Javier Tusell (DIARIO16) arremete contra los columnistas Emilio Romero (YA) y Campmany (ÉPOCA) llamándolos ‘carcundas’ fascistas

Hechos

El 23.05.1991 D. Javier Tusell publicó el artículo ‘Dos Carcundas’ en DIARIO16 contra D. Emilio Romero y D. Jaime Campmany.

Lecturas

El 23 de mayo de 1991 el columnista e historiador Javier Tusell Gómez publicó una tribuna en Diario16 contra la presencia en el columnismo español de dos franquistas como Jaime Campmany Díez de Revenga (columnista de ABC) y Emilio Romero Gómez (columnista de Ya) a los que bautiza como ‘dos carcundas’. Los dos aludidos responden con sendos artículos en la revista Época ridiculizando toda la trayectoria de Tusell Gómez, que sería respaldado desde Diario16 por José Luis Gutiérrez y José Luis Martín Prieto.

23 Mayo 1991

Dos carcundas

Javier Tusell

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El autor de este artículo tiene el gran honor (y obtiene de ello paralelo regocijo) de que Emilio Romero y Jaime Campmany le condecoren periódicamente con sus insultos. Emilio Romero lo hace a menudo con alusiones excrementicias, pero eso es lo que da de sí el personaje, peor es la cosa cuando pretende reconciliarse y envía mensajes para netablar conversaciones y explicarme lo importante que es él. Yo me imagino el Purgatorio como un sitio donde los transeúntes tienen que hablar con Emilio Romero, supongo que lalí entran los que alguna vez tuvieron alguna relación con él y por eso pueden reconciliarse. Jaime Campmany es más una fuerza bruta de la naturaleza. Su noción de los que es el debate procede directamente de su pasado, por eso lo suyo es el aumentativo en on y pare usted de contar. Por eso, también no provoca ni siquiera la mínima tentación de respuesta en su mismo terreno.

Lo último es que Emilio Romero parece haberse sentido molesto porque yo les haya clasificado entre las flores de la carcundería nacional. A la espera de que actúe Campmany – se contratan como dúo – empiezo por advertirle que eso no es otra cosa que taxonomía. No les voy a llamar fascistas, porque el ´termino suena demasiado juvenil y es, por tanto, inapropiado. Lo de ‘carcundería nacional’ me lo sugirióa una lectora de Azaña. Decía él que lo que la caracterizaba era el más puro completo y visceral ‘asco por la libertad’, bien mirado lo que ha caracterizado a estos dos entrañable sujetos es precisamente esto. A ver, si no, qué hacían desde PUEBLO y ARRIBA, ARRIBA y PUEBLO, con el sindicato vertical en ristre y el riñón cubierto por el sueldo que les pagábamos con nuestros impuestos.

La transición ha pasado y no tengo el tiempo n ilas ganas de recordar lo que Romero y Campmany escribieron en su día. Si sé decir que vi personas, alrededor mío, que padecieron ese par de plumas envenenadas cebándose en quienes no tenían la menor posibilidad de denfederse y habían sido maltratados o apaleados por pedir la libertad para sí y también para Romero y Campmany. Hacía falta algo más que agallas para comportars como ellos lo hacían. Pero todo eso se hubiera olvidado si no hubeira sido por las infatuadas pretensiones de estos recaderos del pdoer dictadorial de antaño. Ahora, Romero pretende ser una celebridad que en el pasado se ha decidado a la literatura y a la meditación. Campmany, más modesto, se dedica a hacer muecas con la pretensión de gracioso y con licencia de piratería sorbe el honor de los demás.

Y una cosa es que hayamos hecho la Transición para lograr la reconciliación de los españoles y otra pensar que ellos  sean dos periodistas más. Eso sí que no. La democracia se basa en que todos puedan hablar, pero también en que todos puedan hablar, pero también en que a todos se les pueda recordar lo que dijeron. Yo me permití,  en su día, lanzar alguna puntada a este par de entrañables recuerdos de juventud cuando vi que se semandaban. Lo mío no es el lenguaje grueso, sino que me siento rejuvenecer al poder comunicar a Romero su ingorancia cuando pontifica sobre la vigésima tercera causa que defiende o Campmany lo poco apropiado que resulta que acuse de ‘vileza informativa’ a periodistas o que se meta con Semprún (porque siempre será mejor un comunista arrepentido que un facha por arrepentir). Hay también una cuestión de higiene pública, con independencia de que pasen o no el control sanitario respecto de su pasado, no hay duda de que son un peligro para el presente. Si una porción mínima de la derecha española piensa que Romero es Aron y Campmany es Revel, la derecha española entera no tiene solución.

Con angustia veo para el tiempo hasta el próximo agosto, en que cumpliré cuarenta y seis años. Mi promesa de obsequiar con periódicas puntadas a estos dos apreciados carcundas concluye en esa fecha, porque entonces ya les ingresaré a ambos en donde les tienen la totalidad de los periódistas españoles. ¿Recuerda alguien un artículo que comience ‘como dice Romero’ o ‘como asegura ese liberal de prosapia Jaime Campmany’? Desde hace tiempo mis dos queridos carcundas están donde deben, en la leprosería.

Javier Tusell

25 Mayo 1991

No tengo otro remedio

Emilio Romero

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En un reciente artículo que tenía el título de Epístola cordial a José María Aznar le revelaba que yo tenía una especial disposición para localizar a los gafes, y le hacía la promesa de que alguna vez le contaría la existencia de alguno. Sinceramente, no me atrevo a hacer la revelación de todos. La gran parte de elementos que me motivan la localización de los gafes es su destino personal e histórico, aunque las cosas puedan irles bien. El gafe auténtico es quien promueve la mala suerte de los demás. También tengo que decir que nunca tuve una disposición agresiva o delatora de los vicios o de los errores de alguien, sino más bien lo que tengo es un instinto defensivo. Así es que si alguien viene a por mí, entonces ejerzo la obligada función de la defensa, y no la de la resignación. Y ya se sabe que una buena defensa es siempre ofensiva.

Lo liberal y lo carcunda.

En alguna ocasión he polemizado con ese historiador de bisutería que es Javier Tusell, y yo creía que ya estaría avisado para que me dejara en paz. En ocasiones hasta tuve amagos íntimos de conciliación para que habláramos de lo que yo he vivido y él no. Y si quería podríamos haber empezado en las Cortes de Cádiz hasta nuestros días. Son dos siglos que me han apasionado. Las dos obras, una para el cine y otra para el teatro, que he escrito con más amor, fue la de Mariana Pineda y la de Adela Larra. Las dos estaban en el liberalismo y en el progresismo. Una contra don Fernando VII y la otra con don Amadeo de Saboya. La primera la interpretó Pepa Flores, a la que sigo admirando sin saber nada de ella; y otra María Mahor, a quien veo alguna vez como a las tormentas.

Pero, sorprendentemente, en un artículo reciente de Javier Tusell en DIARIO16 nos llama a Jaime Campmany y a mí carcundas. Hay una cosa que nunca fui, y por eso mi verdadera indentidad es la de la superviviente. Estuve siempre más cerca de lo que venía, que de lo que se marchaba. Me gustaba anticiparme, y no encastillarme, en nuestro país ha sido partisano, o inquilino del monte, más que de la política.

Si me ha gustado leer la Historia sabía perfectamente lo que tenía que venir, y lo que tendría que morir. Me anticipé demasiado a todo lo que ha muerto, a lo cavernícola, a lo carcunda. Los viejos cavernícolas eran la derecha feudal, y los nuevos cavernícolas eran los comunistas totalitarios. El fascismo moriría muy pronto por cerrado y por inmenso, aunque lo fue por la derrota en la Segunda Guerra Mundial. ¿Pero, para qué le voy a contar ahora mis historias, que son de medio siglo? No, ya están explicadas, aunque no del todo por respeto a gentes en mi libro ‘Tragicomedia de España’. Pero no fui ninguna de las dos cosas: ni revolucionario, a la manera de los del primer tercio de este siglo, ni cavernícola en esa mezcla del dinero y de las ideas antiguas. Por eso, inicialmente, mando a la mierda, y en la distancia usual, a Javier Tusell.

Pero, además, voy a hacer un breve diseño de su biografía de gafe de este personaje. Resulta que estuvo en la UCD, y este partido murió. Se fue luego al partido de la democracia cristiana y también murió. Ahora pertenece a esa organización de ‘Humanismo y Democracia’, donde me dicen que tiene un sueldo, y no veo su gloria por ninguna parte. Ahora está alabando su inclinación al centrismo de José María Aznar y tnego gran preocupación por lo que pueda pasar en este partido si ejerce su militancia Javier Tusell. Un periodista colosal cuyo nombre guardo por prudencia y lealtad, y que sabe de la política contemporánea española todo casi todo, me hacía el otro día una biografía apasionante de Javier Tusell, tras leer lo de DIARIO16. Mis consecuencias son que es un gafe de primera categoría. Así es que mi recomendación a los jóvenes intrépidos del Partido Popular es que se guarden de este personaje. Una vez cuando dirigía yo un periódico solicitó verme un gafe famoso de Madrid y tuve la obligación de recibirle con la protesta de la Redacción, la cual, y coincidiendo con la visita, se marchó a la calle en espera de que saliera el personaje. Tenía razón la redacción. Esa tarde se nos rompió la rotativa, y tuvimos que aplazar varias horas la salida del periódico.

Y la historia.

Lo peor de todas estas cosas es la profesión de los gafes. Algunos apenas hacen daño porque sus relaciones sociales son mínimas. Pero Javier Tusell es historiador, profesor y hay que ver las cosas que contará a sus alumnos y la versión que va a dar de la Historia en sus libros. Uno de sus últimos libros se refería a la Europa del Este, y lo que sucedería fue todo o contrario. Esta es una de las cuestiones que en los últimos años más me han preocupado: la desfiguración de la Historai. Me ha tocado ver la República, la guerra civil, el régimen del general Franco y la democracia construida desde el 77 hasta nuestros días. Cuando uno se asoma a la lectura de algunas crónicas o libros de historiadores contemporáneos se empieza a pensar en los relatos que uno ha leído del pasado y originales de otros historiadores,. La duda entonces, es tremenda. Algunos personajes escriben desde el apasionamiento de sus adscripciones políticas y otros solamente con los papeles que les interesan.

Para todo esto necesitamos dos familias de historiadores: los narrativos brillantes a los Galdós, y los historiadores rigurosos a lo Sánchez Albornoz. Los que resultan temibles son aquellos que quieren ser políticos e historiadores a la vez, y gozan de prebendas como Javier Tusell. Esta es mi recomendación al historiador: no estoy habilitado en ningún salón de la oposición o del poder en mi país. Estoy en una colina para la observación y para el júbilo íntimo del cronista. Pero si alguien va a por mí o intenta la desfiguración, convierto mi colina en una barricada. En estos trances me gustan las películas del Oeste, y me importan un rábano los cuatreros.

04 Junio 1991

A Emilio Romero

Jaime Campmany

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Ya lo ves, querido Emilio: otra vez ha vuelto a hacerse caca el nene. Cada vez que el cagoncete coge la pluma se le escapa el punto. Don Juan Tomás de Salas y don Justino Sinova no dan abasto a cambiarle los dodotis, y anda siempre con el pañal pegado y de válgame Dios.

Yo prometí para mis adentros no acercarme más a la criatura hasta que no perdiera el retestín a base de esponja y disimulara el perfume con una rociada de nenuco. Pero está empeñado en que se lo presente a mis lectores por la vía del soplamocos. Me buscó las cosquillas y le facilite un cachete dialéctico con referencias a fray Gerundio, alias Zote. Volvió a entrar por uvas, embrazando el escudo democristiano, y le definí como ‘tonto intonso’, pero llegó el diablillo de las erratas, que mejoró mi texto y salió ‘tonto intenso’. Insistió por tercera vez, y le recordé lo que el maestro D´Ors le dijo a un quídam que intentaba discutir con él desde la misma altura de tribuna: «Perdone, hermano. Ya le socorrí otra vez’. Y ni por esas. Tontucio, pero empecinado.

Bueno, pues ya he tomado a cuestión de amor propio tirar del mocosín hasta que lo meta en la crónica del fin de siglo, aunque sea a fuerza de pescozones y sopapos. Y no pararé hasta dejarle instalado en el regazo de doña Minerva, a ver si se le escagarrucia encima y hay correndillas de famosos en el Parnaso. O sea, que no le pegues demasiado fuerte a este Javierito Tusell por lo que nos ha dicho de carcundas y facistas, no sea que me lo desgracies y me dejes sin el juguete.

A este mamoncillo le pagaban en su casa el pelargón con las subvenciones ministeriales a las películas de después del No-Do, cuando su padre era presidente de la Agrupación de Productores en el Sindicato Vertical, antes de que José Luis Dibildos, José Frade, Antnio Cuevas o Elías Querejeta empezaran a hacer el cine para la transición. Así que para llamar a alguien ‘carcunda’ y ‘fascista’ tiene el nene que echar antes la primera papilla y hasta la leche que mamó.

Estuvo por Roma y los expertos en jettatura huían de él como del diablo, socorriéndose de toda clase de cornas, tocaferros y scaramanzias. Mis amigos romanos me contaron que en el Gianícolo le llamaban ‘faccia da culo’ quizá por que es, además de mofletudo, descarado, y ya se sabe que a esa parte del cuerpo no le esp osible mostrar vergÜenza, pesar compostura o arrepentimiento. La verdad es que yo, en aquel trance, le eché una mano.

  • – ¡Pues es verdad que tiene cara de culo!
  • – No, hombre, es que viene con presentación de nalgas.

No se le puede dar muy fuerte, porque no llega a la categoría de alcornoque, tarugo o zoquete, y se desmangarillaría en seugida. Es de bobería frágil y de estolidez quebradiza, y no aguanta sin chichonera más allá de giliflautas, giligaitas, filipífanos o gilimursi, parapco, guanaco o papatoste. Y en el último caso, gilipollín, peor así, en diminutivo. Y además con chalina.